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Rubén Acosta: «Lo principal es que la librería tenga una conexión con el lector».

Entrevista de Talía Chang

*Fotos extraídas de las redes sociales de la librería.

El dueño de la librería porteña En el Viento Libros y Música cuenta los secretos de manejar una librería en una de las ciudades más importantes para la cultura de Latinoamérica.

La industria editorial argentina es una de las más grandes del mundo hispano. A lo largo del tiempo ha marcado la pauta en cuanto a lo que lee el continente latinoamericano, extendiéndose también hacia los distintos tipos de librerías. Además del famoso Ateneo Grand Splendid y otras independientes que crecieron como Eterna Cadencia, están las pequeñas librerías de barrio, que ayudan a pequeñas comunidades a encontrar su próxima lectura.

En el Viento Libros y Música es una pequeña librería en el barrio de Belgrano que tiene tres años de funcionamiento. Rubén Acosta, el dueño, explica que destacarse en una ciudad con tanta oferta cultural como Buenos Aires radica en la atención personalizada. Este principio ayudó al negocio a mantenerse de pie durante una fuerte crisis económica y la pandemia de la Covid-19.

La librería recibe pedidos a través de su página web. También está presente en Facebook e Instagram.

Buenos Aires es una ciudad que se conoce por su variada oferta editorial y cultural. ¿Qué requiere una librería para satisfacer a los clientes dentro de este panorama?

Lo principal es que el librero sepa descifrar las necesidades de otros para poder armar el fondo editorial de su librería: qué está buscando el cliente, y qué puedo ofrecer que no tengan las librerías grandes. La mía es una librería de barrio, he trabajado en grandes cadenas y en librerías más pequeñas durante diecisiete años, y ahora en la mía. Si bien yo tengo mi impronta como librero, porque pongo el acento en lo que más me interesa ―por ejemplo, me llama más la atención la literatura latinoamericana que la anglosajona, o las editoriales independientes más que las comerciales, entonces mi local hace más hincapié en eso―, creo que lo principal es que la librería tenga una conexión con el lector. Yo necesito que se sienta interpretado.

¿Cómo se conecta con el barrio de Belgrano el hecho de tener una librería que también ofrece música?

Se conecta bien porque, merced a la pandemia, han cerrado muchos locales. Quedaron pocas disquerías en el barrio, y yo tenía la idea de armar un centro cultural en la tienda antes de la pandemia y el gran cierre del 20 de marzo del año pasado. No se pudo hacer por las restricciones, tampoco sabemos hasta cuándo se va a poder. Entonces este proyecto se hace un poco inviable por ahora.

La relación con la música la tengo desde siempre, porque antes de ser libero, fui disquero. Pero el avance de la tecnología ha hecho que las disquerías vayan cerrando; las nuevas plataformas, el internet y todo eso hacen que la gente pueda acceder a la música de una manera diferente. Antes escuchabas primero la canción en la radio y salías a la disquería a buscar dónde estaba esa canción. Ahora es muy raro pensar de esa forma. Entonces yo lo asumí como algo casi curatorial, traigo vinilos de jazz, música clásica, rock argentino, y empecé a tener una relación casi para quien le interesara. Y se transformó en una buena pata, en algún momento lo vamos a desarrollar mejor. Este último año ha sido difícil para empezar proyectos económicos o comerciales, pero la idea es hacerlo crecer. En un futuro esperamos que sea una suerte de proyecto separado de la librería. La gente responde bien a la música, los pedidos son por catálogo ―no es como los libros que yo los tengo consignados―, los discos tienen un proceso mas largo y engorroso. En algunos casos hay que traerlos de afuera, también está el tema de las restricciones del dólar en Argentina y comprar afuera es complicado, es necesario tener ciertas previsiones en ese sentido. Pero la música y los libros han sido un refugio muy importante para mucha gente durante este año y medio de pandemia. Yo lo sentí en el primer momento cuando tuvimos que cerrar la librería porque no éramos un comercio esencial, acá solo las gasolinerías, los locales de alimentos y los centros de salud podían funcionar, todos los demás estuvieron cerrados por más de 45 o 50 días, hasta que se empezaron a desarrollar protocolos para que los demás negocios pudiéramos abrir. Terminado ese tiempo, cuando pudimos volver a funcionar, se sintió como un reencuentro con una suerte de familia que se había armado en la comunidad, entre la librería, los lectores y los que venían a la librería, es decir, los proveedores, los editores. Fue un año bastante complejo.

Interiores de la librería. Fotos extraídas de las redes sociales.

Argentina ha sufrido una crisis política y económica desde hace varios años. ¿Cómo les ha ido con eso? Sumado a lo anterior, ¿cómo han logrado sortear la pandemia?

Yo decidí abrir mi propia librería porque me quedé sin trabajo. Estaba en la Librería Universitaria Argentina, que cerró; y con el dinero de la indemnización pude empezar mi propia librería. Yo tengo casi 50 años, y el mercado laboral para personas de mi edad se achica mucho, entonces fue el momento de tirarme a la pileta: o abro mi propia librería o me compro un auto y me pongo a trabajar de Uber, no había muchas más alternativas. Hice la Feria del Libro del 2018 para Penguin Random House y cuando terminó la feria dije «Bueno, vamos a buscar la manera de lograr armar nuestra propia librería». Y justo hubo una persona conocida que debía vender su librería, entonces le compré el fondo de comercio y allí nace En el viento, en octubre del 2018. Ese fue el comienzo del peor año económico de Argentina, entre el 2018 y el 2019 se dieron los índices de inflación y retracción de la venta más importante de los últimos 15 años en el país. A pesar de eso, nosotros logramos generar en el barrio una movida importante en cuanto a conectarnos con las necesidades del lector; precisamente, interpretar el deseo de ellos y hacer la transacción comercial de cambiar plata por un libro. A partir de eso logramos estabilizarnos, y cuando las cosas se empezaron a ver un poquito mejor, porque habían cambiado los vientos políticos en Argentina y venía un gobierno más progresista que apuntaba al mercado interno y a que la gente tuviera un poco más de plata en el bolsillo, llegó la pandemia. Espero que no venga nada peor después porque ya tendría que venir Godzilla o una invasión Zombie. Esperemos que esto sea lo último que pasemos en Argentina.

Los primeros tiempos fueron de mucha incertidumbre. Nosotros trabajamos al día y, parafraseando lo del Uber, nosotros somos un taxi: si no abrimos la librería, no les pagamos a los proveedores; si no les pagamos a los proveedores, no tenemos los libros; y si no tenemos los libros, cerramos. Ese círculo vicioso les ocurrió a muchas librerías, y no solo a estas, sino a todos los comercios alrededor de donde estoy yo; en un radio de cuatro manzanas habrán cerrado quince locales. Como vimos que las cosas se complicaban, empezamos a intentar otros lenguajes y otras formas de comunicación, y allí arreglamos la página web. En un principio estaba destinada al centro cultural, pero la reconvertimos en una página de compra venta de libros que funcionó así antes de la clausura de marzo del 2020. Esa fue la herramienta que tuvimos para subsistir. Pero la restricción era tal que yo ni siquiera podía viajar hasta la librería, no tenía permiso de circulación, entonces empecé a vender lo que llamaba vouchers, que ofrecía a los lectores para comprar libros a futuro. Entonces, los adquirían teniendo en mente que algún día se iba a abrir la librería, y obtendrían libros con un descuento extra si compraban ese voucher. Por ejemplo, si comprabas un voucher por mil pesos ibas a tener un descuento de 25% sobre ese dinero. Se jugaba muy al límite con el margen de rentabilidad de Argentina donde los libros tienen un precio fijo, es decir, todos los libros tienen precio de venta al público y el margen ronda ente 35% y 45% sobre el precio de tapa. No se ganaba un peso, pero se lograba sostener la estructura mínima ―pagar el alquiler del local, los servicios y a los proveedores y mantener girando la rueda―. A los dos meses pudimos abrir al público y allí se comenzó a generar otra sinergia con la movilidad.

Otra cosa que la pandemia logró es que tengamos una relación más profunda con el barrio, porque había vecinos cerca de la librería que no conocíamos, y hubo una movida que incentivaba a comprarle al comerciante pequeño, el del barrio. Si tenías la posibilidad, tratabas de no ir a una tienda de cadena sino al almacén, la verdulería o a la librería de tu barrio, y así preservar este pequeño ecosistema económico que funciona dentro de las comunidades. La gente lo comprendió cabalmente; es más, las cadenas perdieron bastante de su capital de personas, si bien siempre tienen público cautivo porque las grandes editoriales siempre apuntan a vender a través de las grandes cadenas, las librerías chicas estamos un poco al costado de eso, no nos tienen en cuenta y es difícil acceder al material de ellos, nosotros nos la rebuscamos para adquirir las novedades y satisfacer las necesidades del lector. Fue un año muy difícil, de mucho trabajo. Yo siempre digo lo mismo, antes tenía una librería y ahora tengo cinco, porque ahora tengo una librería física, una virtual, una por WhatsApp, una por Telegram, una por Instagram, una por Facebook, y entonces estoy con dos computadoras y el teléfono intentando satisfacer a todos, y lograr que también te den los libros porque esa era otra complicación; la logística de entrega de los libros durante la pandemia fue tremenda. Durante tres meses no hubo servicios de novedades. Entonces había que rescatar libros de donde sea porque la gente quería seguir comprando, y yo quería seguir manteniendo la relación con el lector.

Apenas pude entrar en el local, atendía con la persiana baja, era take away, que la gente pasara a buscar el libro, o delivery. Me quedaba cinco horas en el local para que la gente pase a buscar su compra y otras cinco horas recorriendo la ciudad y alrededores entregando. No tenía sentido quedarme diez horas en el local, la gente no podía salir tanto, además, había un control muy férreo con los comerciantes y las multas eran muy altas. Si tenías la persiana abierta cuando no eras un comercio esencial las multas arrancaban desde los 250 000 pesos, que en ese momento era imposible de pagar, era casi el candado que le ponías a la reja para cerrar la librería.

La idiosincrasia del porteño es muy de meterse en la librería y hurgarla, revisar, preguntar, estar. Todo eso se rompió en algún punto y era difícil volver a recuperar esa relación a través de la virtualidad, no es lo mismo mandar una pregunta por Instagram. Fue todo un aprendizaje para los libreros desarrollar los lenguajes técnicos necesarios, manejar las redes sociales y que suceda algo con algún lector que te quiera comprar un libro. Antes de la pandemia no lo desdeñaba, pero tampoco le daba toda la importancia de ahora. De hecho, yo quería abrir un centro cultural con toda la presencialidad, donde hubiera lecturas de poesía, talleres de escritura, hasta tenía pensado montar una radio, pero después paso lo que pasó. Ya saldrá el sol.

Además, durante la cuarentena uno quería leer y no había cómo adquirir libros nuevos.

Eso implicó hacer un poco de psicólogo. La gente venía a la librería y me decía: «Quiero una historia que me saque de toda la angustia», y yo respondía: «Está bien, no te voy a dar La peste de Camus». Pero me estaban haciendo trabajar, hacer un trabajo intelectual importante porque tengo que interpretar lo que necesitan en ese momento, y se logra, hay una empatía muy importante entre el lector y el librero. Si uno tiene ganas, claro. Si no tienes ganas, te paras detrás del mostrador, vendes la última novedad del que sea y te sientas a despachar. Pero si quieres puedes tener una relación mas allá de lo comercial, que después va a traer una relación comercial. Puedo transmitir lo que yo sé, compartir con lo que tú sabes, y a partir de allí generar un nuevo conocimiento. Cuando abrimos el local, dije que quería que la gente se apropie de la librería; yo tenía que ser un medio para los libros y el lector, y era como una arcilla que teníamos que aprender a moldear entre todos, y se logró. La verdad que en tres años hemos logrado una linda comunidad con los lectores y estamos muy contentos desde ese punto de vista, y tan contentos que hemos sobrevivido los tres peores años de la historia económica del país de los últimos treinta años y hasta ahora estamos bien.

¿La gente tuvo miedo de ingresar cuando volvieron a abrir al público?

Al principio hubo mucha paranoia. Estábamos todos con barbijos, guantes de late, dispensadores de alcohol y qué se yo. Estábamos todos un poco asustados porque no sabíamos de qué venía la cosa. Acá se tardó un poco la campaña de vacunación porque empezaron a llegar bastante tarde, aunque ya tenemos 30 millones de vacunas y somos 45 millones de personas, así que es cuestión de meses para que se logre la inmunidad de rebaño, que permitiría algún tipo de libertad, cosa que ahora parece una nimiedad. Yo me contagié de covid este año y la pasé muy mal, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. A partir de esa experiencia, dices: «Esto es en serio», aquí ha muerto mucha gente, y tampoco se saben las consecuencias a largo plazo. Pero las cosas se han ido relajando, hubo reuniones, se reúnen en las plazas, ya no usan el barbijo como corresponde, y uno tiene que andar diciendo que si quieren entrar al local se tienen que poner el barbijo como corresponde y aplicarse el alcohol; hay que hacer un trabajo de esas características. Eso es más bien con los mas grandes, los más jóvenes lo aceptan y los niños también. Desarrollamos mucho la parte artística de la librería en cuanto a libros infantiles y novelas gráficas, vienen muchos niños de cinco y seis años y ya entran con las manos dispuestas a que les pongas el alcohol en gel. En algún momento también estás cansado de todas las medidas, pero también entiendes que la única manera es vacunarse y seguir cuidándonos, porque todavía no sabemos cuál es el final. La incertidumbre genera eso, hay gente que no quiere entrar, que prefiere comprar desde la puerta, y hay otros que se quedarían cuatro horas en la librería y le tienes que decir que se tiene que retirar porque hay otras personas en la puerta ya que mi librería tiene 45 metros cuadrados y solo pueden entrar en turnos de dos lectores por el aforo.

De todos modos, es muy difícil vender un libro sin que se toque o se abra. Por eso intentamos que en las redes sociales las descripciones sean lo mas explicativas posibles, las fotos sean vistosas, no solo mostramos la tapa y la contratapa, buscamos agregar mucha información adicional al libro. Ahora también ponemos la biografía de los autores, y de hecho estamos desarrollando una parte donde se muestre la relación entre libros con los libreros, lograr hacer entrevistas con los autores para ponerlas en la página, y eso sería otro motor. Estamos invirtiendo en eso y me parece que sería el mascarón de proa de nuestra librería por ahora, además de tener siempre nuestro local abierto todos los días para quien quiera pasar.

Argentina ha producido muchos artistas y cultura. Pero, ¿cómo ha cambiado la tecnología al lector? ¿La gente lee más, lee menos o lee igual?

Yo creo que la gente lee igual. La diferencia es que antes compraban más libros nuevos y ahora compran mas libros usados, pero tiene que ver directamente con el precio. Un libro de las grandes cadenas editoriales está entre los 1500 y 2000 pesos, lo cual es un dinero si tienes en cuenta que el dólar oficial está a 100 pesos, te sale más o menos. Tenemos la suerte de que aquí los libros no pagan impuestos, no tienes el 21% del IVA y por ello es atractivo para los extranjeros. Además, todas las monedas de Latinoamérica son mas fuertes que el peso argentino, entonces al cambio, está un 30 o 40 % arriba del valor, hay mucha plata de diferencia. Y las ediciones son muy buenas, los editores argentinos son muy buenos, en las ediciones independientes encuentras toda una bibliodiversidad impresionante. En ellas hay personas muy prestigiosas que se han alejado de los grandes conglomerados y se han puesto a trabajar en editoriales más pequeñas, y encuentras allí ciertos catálogos que son una delicia para tener en una librería, donde podemos compartirlos y largarlos a la calle para que la gente los pueda considerar. Acá se ha editado hace poco la única novela de Zelda Fitzgerald, por ejemplo, que no tenía edición en español, y se encargó una editorial argentina que tiene cinco títulos en su catálogo. Hay un trabajo muy importante de los editores y las ganas de seguir publicando, es una tradición. No olvidemos, por ejemplo, que la primera edición de Cien años de soledad fue publicada por Sudamericana cuando era una editorial argentina y no pertenecía a una multinacional; tenía un editor que se sentaba a leer manuscritos y cuando vio el libro de Gabriel García Márquez dijo: «Por acá va la cosa». Entonces hay una movida muy importante que no tiene mucha notoriedad y no es el mainstream de la industria editorial, pero está encontrando algo importante. Por ejemplo, en paralelo a la Feria Internacional del Libro, se desarrolló hace unos años la Feria de Editores, a la que van editoriales independientes, usualmente se hace en locales pequeños porque no requiere demasiada infraestructura y allí encuentras una enorme cantidad de publicaciones; por lo menos hay unas quince editoriales que publican poesía de clásicos y de nuevos poetas que presentan su primer libro, y con una calidad increíble que hace decir: «Qué lindo el laburo que hago, que me permite estar cerca de esto, en lugar de estar acomodando mayonesas en un supermercado». Es muy importante en Argentina, y las tecnologías no han podido cambiar eso.

La tecnología sí se ha metido en la relación mas directa entre las editoriales y el lector. Ahora, las editoriales le venden al lector directamente, lo cual comienza a ser un problema porque rompe la cadena de comercialización y elimina la librería. Entonces la cadena es: el editor edita, la editorial imprime, me lo da a mí, yo lo vendo y le pago a la editorial. Pero también tiene que ver con este «sálvese quien pueda» que se dio a raíz de la crisis; de alguna manera tienen que subsistir, no tienen la prerrogativa de las grandes editoriales que tienen un colchón. También hay que considerar que muchas editoriales independientes han nacido a partir de libreros, estos se ponen a editar, también tienen la dinámica de vender, y por ahí si lo vendes con un 40% de descuento, ya no hay sentido que lo venda yo en una librería. Es una pequeña tensión en estos momentos, pero no llega a pasar de eso. Cuando baje la bruma y todo esté más claro podremos sentarnos en una mesa y entender que formamos parte de una misma industria, todos formamos parte de ella y no necesitamos la actitud de las grandes empresas que directamente se comen a las librerías chicas.

Siglo XXI, una de las editoriales más importantes de ensayística de acá, ha bajado de dieciocho títulos a tres. Así que imagina una editorial pequeña que tenía pensado traer una traducción, y ahora no tiene siquiera plata para imprimirlo. Porque también eso es un problema en Argentina, el monopolio del papel, hay solo una empresa que lo vende y pertenece al grupo Clarín, y a su vez tiene cadenas de librerías, como la librería Cúspide, entonces es como si se pasaran el dinero de un bolsillo a otro y tú lo ves como un partido de tenis, la ves pasar y no te llega nunca la pelota, está todo muy monopolizado, hay una muy mala costumbre de centralizar todo en un mismo proveedor y eso no genera la competencia necesaria, y además te vende el papel al precio que quiere. Las editoriales tienen ese problema, a veces no tienen papel para imprimir, y si abren su propia imprenta muchas veces termina cerrando. Todo el ecosistema del libro se termina viendo afectado, ya no solo por la crisis del Covid, sino también por una crisis en la cadena de comercialización: no tienes para el papel, y si quieres importar lo tienes que pagar en dólares, y para eso necesitas un permiso, que tal vez no te llega, y entonces terminas comprando a un usurero que te lo vende a precio internacional y no te queda otra que pagarlo. Eso también encarece el libro en la Argentina, porque los insumos terminan siendo muy caros.

A pesar de eso, los libros son más económicos que en otros países.

Sí, pero para el consumidor argentino, que gana como argentino, no puede comprarlos. Al final, si quiere comprarlo, va a hacerlo, ya sea con cuotas, tarjeta de crédito o por el descuento que le pueda brindar el librero o la editorial. La industria está en marcha, una marcha lenta, pero antes de la pandemia venimos con cuatro años desastrosos para la industria argentina, no solo para la editorial. Todo se retrajo, el salario cayó casi en un 50%. Entonces eso también influye en la economía y en las ganas de la gente, cada vez se te hace más difícil comprar alimentos o vestir a tus hijos para mandarlos a la escuela, y mucho menos tendrás ganas de comprar un libro. Nada grande se puede hacer con tristeza, decía por acá un pensador. Y la gente contenta gasta más, y estará contenta si ve que el fruto de su trabajo le rinde.

De todos modos, el argentino se reinventa. A pesar de las crisis, siempre se las rebusca y hay un culto a la solidaridad.

¿Qué novedades puedes recomendar de tu librería?

En primer lugar, la primera novela de Zelda Fitzgerald, Resérvame el vals, publicado por Editorial La Tercera. Es una novela maravillosa, las malas lenguas dicen que su esposo la internó porque escribía mejor que él. Nunca se había editado en español. También hay un escritor argentino que se llama Mariano Quirós, ahora edita en Tusquets, su novela se llama Río negro. Es un gran escritor nuevo, parte de una generación que tiene menos de cuarenta años. Después, me parece que Gabriela Cabezón Cámara es una de las cabezas más lúcidas de su generación, tiene una novela muy rara que se llama Las aventuras de la China Iron; «Iron» es por fierro y se refiere a Martín Fierro, el poema gauchesco por antonomasia, la piedra fundacional de la literatura argentina, y es raro porque no hay muchos relatos de la gauchesca donde la mujer sea la principal, y lo que le reclama a Fierro es: «Deja que José Hernández escriba los peores versos sobre ti, queda como un gaucho matrero», entonces ella va en pos de ensalzar el nombre de Martín Fierro; una novela de realismo mágico a morir. También hay otro escritor llamado Leonardo Oyola, que ha generado unos relatos distópicos en el Gran Buenos Aires y en la Provincia de Buenos Aires que tienen que ver con el anime. En Kryptonita se porteñiza u otorga rasgos bonearenses a los superhéroes. Por ejemplo, la Mujer Maravilla es un travesti, Batman es un motoquero, Superman es un ex boxeador viejo, y se dan algunas situaciones en un hospital llamado Paroissiens en la provincia de Buenos Aires. La novela es muy divertida, es un relato policial distópico.

También puedo recomendar algunos clásicos, como Sergio Alvín que volvió a editar novelas. Y de las grandes editoriales está Elena Ferrante, la parte de su ensayística es más interesante que su novela, además no se sabe si es hombre o mujer porque es un seudónimo y causa algo de morbo, y también hay mucha producción desde las editoriales independientes, como Javier Lescano, y un montón de autores pequeños que editan en editoriales pequeñas y forman una bibliodiversidad impresionante dentro de la industria editorial nacional.

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