Escribe Dante Antonioli
Los derechos intelectuales en la música se han visto enormemente afectados desde que se inventaron las plataformas de streaming. Pero hay algunas herramientas que pueden ayudar a la industria para que su contribución sea reconocida.
La industria musical ha sufrido de enormes cambios. Luego del tremendo golpe que le diera Napster (primer servicio de intercambio de archivos musicales en formato MP3[1]) entre 1999 y 2000, ha ido transformándose y adaptándose a lo que la tecnología nos ha venido ofreciendo durante los últimos 20 años.
Mencionar a Napster tiene una razón principal, para quienes no conocen su historia o no fueron usuarios de esta primera red P2P[2], que en algún momento llegó a tener 80 millones de usuarios registrados (tremendo numero para inicios de este milenio): la demanda judicial que derivó en el final de la primera etapa de su existencia fue por derechos de autor puesto que Lars Ulrich, baterista de Metallica, descubrió que un demo de la canción «I Disappear» estaba circulando por dicha red antes de que fuera distribuido en los canales habituales.
La industria musical ha atravesado por cambios. Quiebras de sellos discográficos, reestructuraciones en la forma de hacer negocios, así como por una intensa modernización tecnológica; hoy, gracias a lo anterior (o debido a ello), esta se consume, principal y mayoritariamente en plataformas de streaming.
En esta columna, hemos escrito varias veces sobre derechos de autor y propiedad intelectual. Es uno de los temas centrales en el manejo de contenidos, en su protección y en el respeto de los derechos de los creadores, asuntos muchas veces desconocidos o descuidados; más aún en una región en la que, salvo Colombia, los países han hecho poco por adaptar sus legislaciones a los cambios provocados por el desarrollo digital.
Indagando sobre soluciones para fortalecer la protección de la propiedad intelectual, hay algunas que me llamaron la atención y que han empezado a adaptarse para estar disponibles en nuestras realidades. Me refiero a los «contratos inteligentes» (utilizados en banca y finanzas, principalmente), a los Non-fungible token (NFT) (de enorme interés en el sector del arte digital), a WIPO Proof (sistema de autenticación de propiedad de contenidos digitales de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI)) y otras que se encuentran en etapas incipientes.
En esta búsqueda, encontré el Proyecto Mycelia, solución basada en tecnología blockchain lanzada en 2018 y cuyo objetivo, en palabras de su creadora, Imogen Heap es «[…] potenciar un ecosistema de la industria musical justa y sostenible al garantizar que todos los involucrados en el proceso de creación musical reciban un pago y se les reconozca plenamente. Los creativos de la industria de la música son los primeros en realizar algún trabajo y los últimos en ver algún beneficio. Hay muy poca información disponible sobre cómo se calculan los pagos de regalías y no tienen acceso a datos agregados valiosos sobre cómo y dónde las personas escuchan su música»[3].
Esto es crucial pues, en el proceso de creación y producción musical, intervienen diversos profesionales y varios de ellos aportan creación y contenido sujetos al reconocimiento y al pago de regalías; asimismo, es sumamente útil para negociar con compañías de streaming.
Mycelia se gestiona a través de un programa denominado Creative Passport, una identificación digital que contiene información de perfil verificada, identificaciones, reconocimientos, trabajos, socios comerciales y mecanismos de pago, para ayudar a que los creadores de música y sus trabajos estén vinculados y con datos abiertos para los negocios. Esta información puede administrarse y compartirse con otros, y los perfiles son algo parecidos a los de las redes sociales.
Creative Passport está dirigido a creadores de música (músicos, artistas, ingenieros de sonido, compositores, productores, directores musicales); representantes de artistas (sellos, sociedades, editores, distribuidores); servicios de música (plataformas de streaming, proveedores de música, servicios de música con perfiles y activos de artistas); es decir, prácticamente todo el ecosistema de la música.
El proyecto está en un proceso de mejora continua. Las conversaciones para involucrar a compañías de streaming están muy avanzadas y entienden que su imagen se fortalecería, por lo que hay expectativas positivas para expandir el servicio a nivel global.
¿Adaptarse o «morir»?
Dos de los objetivos de esta columna son crear conciencia, así como proporcionar información actualizada para la defensa de la propiedad intelectual. El Proyecto Mycela es un interesante y muy valioso intento para reconocer el trabajo de quienes están involucrados en la industria musical a nivel global.
Tal vez, nuestros gremios podrían empezar a pensar en algo parecido y buscar adaptarlo al mundo editorial; o, quien sabe, comenzar a fortalecer y modernizar nuestras propias sociedades de gestión colectiva (SGP) al menos en los países donde existen ―muchas de las cuales siguen pensando en la recaudación por fotocopiado como principal fuente de ingresos para el reconocimiento a autores y traductores―. Y también, promover la creación de SGP en países donde no las hay, considerando el incremento de servicios que ofrecen contenidos de lectura en la modalidad streaming.
[1] En el documental Downloaded (actualmente no disponible en ninguna de las plataformas de streaming que operan en Latinoamérica) se cuenta la historia de Napster y del proceso legal que obligó a cerrar esta red.
[2] En informática peer to peer o red de pares, es un modelo de comunicación descentralizado, que no requiere de un servidor central, pues cada usuario (par) puede ser un servidor o un cliente.
[3] Heap, I. (15 de marzo de 2018). Smart contracts for the music industry. Medium.com.
Dante Antonioli
Economista por la Pontificia Universidad Católica del Perú, ha seguido cursos de postgrado en edición (UNESCO), evaluación de proyectos y planeamiento estratégico (BID). Se ha despeñado como editor académico durante más de 25 años y como gerente comercial de Pearson Educación entre 2012 y 2021. Es docente de Derechos de Autor y Gestión Editorial en la Escuela de Edición de Lima. Es consultor en temas editoriales y planeamiento estratégico para diversas organizaciones, ha participado en diversos congresos, foros y debates sobre el libro y la lectura en Perú y América Latina. Por encargo del Congreso de la República del Perú, participó de la revisión de las autógrafas de las leyes del libro de 2003 y 2020. Es autor de Derecho de autor para autores y editores (EEL, 2019) y de artículos que han aparecido en diversos medios de Hispanoamérica.