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Alejandra Pizarnik: Más viva que nunca  

Este 25 de septiembre se cumplen 50 años del fallecimiento de Alejandra Pizarnik, una de las figuras más importantes en la literatura hispanoamericana contemporánea. Sus trabajos y poesía dejaron un legado incalculable en el mundo de las letras, por lo que hasta el día de hoy siguen siendo materia de estudio en el campo de las humanidades. Recientemente, el escritor Luis Fuentes Rojas presentó el libro La jaula se ha vuelto pájaro: Símbolos en la poesía de la Alejandra Pizarnik como homenaje a la autora.

Alejandra Pizarnik nació el 29 de abril de 1936 en Buenos Aires, Argentina. Aparte de dedicarse a la poesía, también fue ensayista y traductora. Entre los años 1960 y 1964, se mudó a París, donde trabajó en la revista Cuadernos y algunas editoriales francesas. Además, publicó poemas y críticas en varios diarios y tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy. Al retornar a su ciudad natal, Pizarnik publicó tres de sus principales volúmenes: Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971), y su trabajo en prosa La condesa sangrienta (1971). Sin embargo, pasó un periodo de crisis depresiva y dos intentos de suicidio que la llevaron a internarse en una clínica psiquiátrica. El 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, Pizarnik murió de una sobredosis de barbitúricos.  

Un ícono de la poesía

Al estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Alejandra Pizarnik pudo descubrir a escritores surrealistas como André Breton y Tristan Tzara. Las letras de estos autores le sorprendieron por la libertad del uso del lenguaje y la despreocupación por una escritura metódica. Este rasgo también lo había observado en poetas como Ruben Darío, y Jean Paul Sartre. A partir de entonces, los tintes surrealistas quedaron impregnados para siempre en su estilo poético. Sin embargo, su personalidad inquieta no le permitía acomodarse a un sistema educativo que la obligaba a ir a clases o rendir exámenes. Por ello, decide abandonar la educación universitaria para centrarse únicamente en la escritura.

En ese proceso de exploración creativa, fue víctima del asma y la tartamudez que le causaron una ansiedad que la condujo a tomar terapia. El psicoanálisis no solo le ayudó a aumentar la autoestima, sino que fue un puente para entrar en contacto con el inconsciente. Su fusión con la escritura, llevaron a Alejandra Pizarnik a desarrollar una voz poética que se sumergía en lo onírico y la búsqueda de la identidad. A través del intimismo y la sensualidad abordó temas como la nostalgia por la infancia perdida, la muerte, la extranjería o la relación entre la vida y la poesía.

Para ese entonces, ella había logrado construir un estilo que oscilaba entre el automatismo surrealista y la voluntad de exactitud racional. Sus piezas hacían alusión a un diario personal, por lo que se podían interpretar como espacios para la reflexión. Sin embargo, la muerte de su padre hizo que sus versos se tornaran oscuros.  Sumado a ello, la poeta comenzó a experimentar una crisis depresiva que la llevó a desarrollar una adicción a las pastillas y al fatal desenlace de aquel 25 de septiembre de 1972. A pesar de estos 50 años desde su partida, el legado de Alejandra Pizarnik sigue vigente ya que su voz ha sido una gran influencia para las generaciones posteriores.

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