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Los 100 años de José Saramago: Un recorrido por sus obras más importantes

José Saramago es considerado una de las figuras más importante de la literatura universal. Desde su experiencia como lector, Omar Guerrero, escritor y editor peruano, comparte su perspectiva sobre la narrativa del autor y las vivencias personales que logrado tener gracias a la conexión que estableció con sus libros. A través de diferentes citas de las obras más importante, Guerrero ofrece un recorrido por las obras más importantes del Nobel de Literatura y nos invita a introducirnos a su mundo.    

Escribe: Omar Guerrero

Este 16 noviembre se cumplen cien años del nacimiento del escritor portugués José Saramago (1922-2010), Premio Nobel de Literatura de 1998. Como parte de esta celebración, Alfaguara, su editorial en español, no solo ha relanzado su extensa biblioteca con nuevas y atractivas portadas, sino que también ha recuperado su primera novela: La viuda (1947), cuyo título en portugués, impuesto por su primer editor, lleva el nombre de Terra do pecado. En esta novela se cuenta las vicisitudes de una joven viuda, María Leonor, madre de dos hijos, quien debe tomar las riendas de su hacienda en la zona del Alentejo, sin importar el dolor ante la pérdida y el secreto de un deseo que aún sigue presente en su vida.

Junto con este título y el relanzamiento de su biblioteca, se suman dos importantes publicaciones en ediciones bastante particulares. La primera es Saramago. Sus nombres. Un álbum biográfico. Se trata de un libro que incluye fotografías junto con las palabras del Premio Nobel portugués donde enseña y comenta lugares, personas, lecturas, temas y personajes de sus obras. Como muestra, aquí un fragmento: «NACÍ EN UNA FAMILIA de campesinos sin tierras, en Azinhaga, una pequeña población situada en la región de Ribatejo, en la margen derecha del río Almonda, unos cien kilómetros al nordeste de Lisboa. Mis padres se llamaban José de Sousa y María da Piedade». Este libro es una mezcla de fotobiografía con la mejor panorámica de su obra. Se trata, sin duda, de un verdadero regalo para sus lectores.

La segunda publicación es la edición ilustrada de Viaje a Portugal, donde también se incluyen fotografías de todas las ciudades de su país natal. En palabras de Saramago, así se define este libro: «El fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio. Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino».

Desde mi experiencia como lector, sobre todo de algunas novelas de Saramago, puedo dar fe de la genialidad en su forma de narrar. El primer libro que leí de él fue Ensayo sobre la ceguera a inicios del nuevo milenio, título bastante singular dentro de la totalidad de su obra y que volvió a cobrar vigencia durante la pandemia. Como ya es conocido su argumento, trata sobre una ceguera que se contagia y se propaga sin límites, convirtiendo al hombre en un ser humano sin escrúpulos y sin ninguna forma de humanismo —a excepción del personaje principal femenino—. Pues, lo que vale es la sobrevivencia y el beneficio propio sin importar el prójimo: «Dejó de llover, ya no hay ciegos con la boca abierta. Andan por ahí, sin saber qué hacer, vagan por las calles, pero nunca mucho tiempo, andar o estar parado viene a ser lo mismo para ellos, salvo encontrar comida no tienen otros objetivos, la música se ha acabado, nunca hubo tanto silencio en el mundo, teatros y cines sirven a quien se ha quedado sin casa o ha dejado de buscarla, algunas salas de espectáculos, las mayores, se usaron para las cuarentenas cuando el Gobierno, o lo que de él sucesivamente fue quedando, aún creía que el mal blanco podía ser atajado con trucos e instrumentos que de tan poco sirvieron en el pasado contra la fiebre amarilla y otros pestíferos contagios, pero eso se ha acabado, aquí ni siquiera ha sido necesario un incendio».  

Otra de sus novelas que me deslumbró fue El Evangelio según Jesucristo, donde la narración adquirió una connotación bíblica, tan igual como si se leyeran las sagradas escrituras, solo que estas variaban: «Y Dios dio orden a la peste y murieron setenta mil hombres del pueblo, sin contar mujeres y niños que, como de costumbre, no fueron registrados. Cuando acababa la cosa, el Señor se mostró de acuerdo en retirar la peste a cambio de un altar, pero los muertos estaban muertos, o porque Dios no pensó en ellos, o porque era inconveniente su resurrección, si, como es de suponer, muchas herencias ya se estaban discutiendo y muchas partijas debatidas, que no por el hecho de que un pueblo pertenezca a Dios va uno a renunciar a los bienes del mundo, legítimos bienes, además, ganados con el sudor del trabajo o de las batallas, qué más da, lo que cuenta, en definitiva, es el resultado».

Para continuar con lo bíblico en la obra de Saramago, y para dar fin a este breve texto que solo intenta persuadir a leer al Nobel portugués, sobre todo en su centenario, cito un pequeño fragmento de Caín, novela que toma como referencia a este personaje condenado en la historia de la religión por haber cometido el primer crimen: «Se disfrazaría para que no lo reconociesen, pero esa alegría nadie se la podría quitar, Alegría, se preguntó a sí mismo, para caín nunca habrá alegría, caín es el que mató a su hermano, caín es el que nació para ver lo inenarrable, caín es el que odia a dios».

No deseo concluir sin dejar de mencionar dos hechos personales relacionados a Saramago y que han quedado por siempre en mi memoria. El primero, corresponde al año de 1999, meses después de haberle otorgado el Premio Nobel de Literatura al escritor portugués. Yo estaba en la universidad en la mitad de la carrera de Literatura. Empezábamos un nuevo semestre académico, y un compañero —algo mayor y con una carrera previa a cuestas con la que trabajaba y podía solventar algunos gastos— apareció con la edición de Alfaguara de El ensayo sobre la ceguera. Yo le pedí que me lo prestara por un momento para leer al paso algunas páginas. Observaba este libro como un objeto sagrado e inalcanzable, pues en esa época, como estudiante universitario, era imposible que me comprara un ejemplar como el que tenía en mis manos, y que enseguida tuve que devolver con la nostalgia de poseer algo efímero y que no estaba a mi alcance. En ese momento, nunca imaginé que años después trabajaría en el rubro del libro, por lo que tendría a mi alcance no solo este título, sino toda la obra de Saramago. El factor dinero ya no era un problema. Ahora sigue siendo el factor tiempo para poder leer todo lo que está a mi alcance.

El segundo hecho correspondió a un viaje que hice a Portugal en el año 2017, donde recorrí este país de sur a norte, y viceversa. En este recorrido, mis anfitriones, mis amigos Graça y Vitor Dos Santos —propietarios de un hermoso hotel en Faro, Algarve— me llevaron hasta el mismo Azinhaga, pueblo natal de Saramago. En una de sus plazas, se encuentra una escultura a gran escala del Premio Nobel portugués sentado y leyendo un libro. Mis amigos de Portugal me llevaron hasta este punto para que yo me pueda tomar una foto con la escultura de Saramago, abrazándolo y leyendo el mismo libro que él leía.

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