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Reflexiones sobre un año singular

En medio de una pandemia y la crisis económica que vino con ella, el mercado de los libros fue uno de los que más sufrió las consecuencias. La industria editorial tuvo que continuar reinventándose para llegar a más lectores, pero esta vez hubo que acelerar el paso.

Escribe Ricardo Meinhold

De los libros y las revistas hay algo que me gusta profundamente: que están hechos de tinta y papel. Hay una sensualidad en ellos, en tocar sus páginas, sentir su olor —a nuevo o antiguo—; en su carácter material y tangible tanto como en su contenido; en su dependencia de lo humano. Por eso, todas aquellas predicciones sobre la desaparición de los libros impresos me resultaban exóticas, lejanas y, confieso, me preocupaban tanto como al presidente de los Estados Unidos la destrucción de la Tierra en el año 3900, como en Escape del planeta de los simios. Estoy seguro de que no estaré cuando eso suceda.

Sin embargo, la pandemia de este año 2020 no solo ha traído muerte y temor. También ha alterado las actividades humanas, provocado cambios para los que muchos países no estaban preparados, obligándonos a repensarnos como sociedad y mostrándonos nuestra soberbia: con todos los adelantos técnicos y científicos de que hacíamos alarde, no somos intocables.

Debemos entender que todo ha cambiado y que en muchos casos ya no hay marcha atrás; que varios procesos inevitables, producto de los avances tecnológicos, simplemente han acelerado el paso y justamente por ello ahora los percibimos mejor, pero que no eran algo nuevo, simplemente no los queríamos ver. Lo más difícil es romper los paradigmas.

La actividad editorial, por su dependencia con el ciudadano de a pie, es una de las que más ha sido afectada (así como la educación, el entretenimiento o la gastronomía); nuevos lanzamientos, reediciones, premios literarios, conferencias y ferias del libro han sido golpeados. Así mismo, editoriales (grandes e independientes), librerías, imprentas y canales de distribución han colapsado. Además, la reducción de la publicidad, combustible indispensable para las publicaciones periódicas como diarios y revistas, afectó sus tirajes. Finalmente, los subsidios del Estado y del sector privado también se vieron limitados.

Ha sido inevitable, pues la atención mundial se dirigió a la pandemia y su control, a la búsqueda de prevención y de tratamientos y, finalmente, a una cura a través de vacunas que recién están entrando en circulación. Mientras tanto, la distancia social fue —y es— la única manera de evitar el contagio. Esto básicamente afectó todas las actividades económicas y sociales, los canales habituales para llevar bienes y servicios a la sociedad. Eso puso de relieve otros canales que, como este escriba, muchos consideraban secundarios y cuyo protagonismo demoraría todavía muchos años. De la noche a la mañana la plataforma digital cobró preponderancia.

El paradigma que los editores debemos romper, y lo primero que debemos entender, es que somos editores de contenidos, no de plataformas. Siempre fue así: antes del papel fue el papiro y el pergamino; antes de la imprenta fue la copia manuscrita y la xilografía. Todos convivieron hasta finalmente imponerse unos sobre otros, bien por su accesibilidad, comodidad, precio o la simple moda. Ahora tenemos el papel y los formatos electrónicos. En ese tránsito hemos descuidado el contenido y las consecuencias las vemos diariamente: fake news y portales en las redes que desinforman en vez de informar, frivolizan en vez de profundizar, agobian en vez de entretener; o libros cuyo protagonismo depende solo de la imagen mediática de sus autores. Lo primero es situar al contenido como centro del proceso. A partir de allí viene todo lo demás. No me malinterpreten. No creo en aquella idea preconcebida de «cultura» en la que todo libro debe tener un mensaje para la sociedad. Lo que digo es que debe haber un equilibrio entre lo comercial y lo que no lo es, donde tenga cabida un poemario de un cantante de cumbia, así como el de un potencial poeta desconocido. No considero que un cantante no pueda escribir buena poesía, sino que actualmente no lo publicarían por esa razón.

También hay que entender que actualmente no hay una plataforma, sino muchas, y estas pueden coexistir según lo exija el producto editorial y su respectivo consumidor final. Porque, así como hay muchas plataformas, también hay muchos lectores, más aún, hay muchos lectores que usan más de una plataforma. Movilizado antes por la moda y la tecnología, el lector contemporáneo usa el canal digital por necesidad: compra, hace citas médicas, estudia, se comunica con sus amigos, con su familia. En este contexto se requiere de una reinvención. Ya lo han hecho muchas diarios y revistas extranjeros que primero ofrecían gratis sus publicaciones en formato PDF, MOBI o EPUB para no perder lectores, mientras transformaban sus portales para actualmente ofrecer contenido por una cantidad de dinero, dejando de imprimir en papel o conservando un menor tiraje y número de páginas. Casas editoriales que apuntan no solo al libro impreso sino también al libro electrónico, editoriales pequeñas que prefieren impresión bajo demanda dependiendo del país, idioma, género y autor. En el Perú hay mucho por hacer pero podemos aprender de esos ejemplos. Ya vemos algunos. En cualquier caso estamos en una transición donde aquellas plataformas pueden convivir y generar ingresos sabiendo invertir en ellas y alternarlas. Todavía no hay razones para creer que el papel no pueda cohabitar con el libro electrónico por un buen tiempo, aún tiene a su favor la experiencia sensorial, la firma por su autor, la durabilidad, el producto impreso entendido también como un objeto que puede ser bello y coleccionable o simplemente no estar supeditado a una batería.

Por eso, aunque mi amor por los libros y revistas de papel me convierten en pariente cercano de los dinosaurios tengo fe en el futuro, donde aquellos contenidos —noticias que nos informen, reportajes que nos abran los ojos, entretenimientos que nos diviertan, reflexiones que nos estimulen o ficciones que nos hechicen— lleguen a los lectores ya sea impresos en tinta para papel o en tinta electrónica.


Ricardo Meinhold Gálvez nació en Lima en 1971. Es editor y escritor. Ha colaborado para revistas como SOHO Perú y URL, Una revista de libros. Ha sido editor de la revista Beppo de la Escuela de Edición de Lima. Es especialista en finanzas y considera la edición como una manera de influir, para bien, pero sobre todo para mal, en la sociedad.

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