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Juan Carlos Cortázar: «A las personas trans no las matan de un tiro en el pecho, en la nuca… Cuarenta puñaladas, sesenta tiros. Destrozan los cuerpos porque hay miedo».

Entrevista de Erick Saavedra

Escritor y sociólogo, autor de la novela Cuando los hijos duermen y del libro de cuentos El inmenso desvío, Juan Carlos Cortázar acaba de publicar la novela Como si nos tuvieran miedo, una historia de temática LGTB enmarcada en la época del terrorismo en el Perú, entre la década de 1980 y 1990.

Erick Saavedra: ¿Cuál fue el proceso de escritura de Como si nos tuvieran miedo, específicamente por los temas que están relacionados? Tenemos al sujeto disidente sexual, las transexuales y, por otro lado, tenemos toda la época de terrorismo en el Perú.

Juan Carlos Cortázar: En algún momento me propuse, casi como un ejercicio, escribir algo desde una mirada que no correspondiera a mi mirada cisgénero, masculina, gay. Siempre me ha atraído la mirada trans, explorarla como ficción de base. A raíz de la matanza en una discoteca de Orlando, en Miami, me puse a investigar noticias sobre asesinatos en discotecas LGTB, trans en Perú. Allí encontré los escritos de Giovanni Infante sobre las matanzas en los ochenta y noventa. Luego, el corto de Juan Carlos Goicochea, El pecado social, que aborda lo que fueron las matanzas en Tarapoto. Y uno va sumando cosas. Al final se mete todo en una licuadora, o en una juguera, y sale algo. Luego, elegí el año 1992 porque fue la época de esas matanzas en Tarapoto. Además, el año 1992 me pareció un año particular conforme fui revisando diarios y revistas de la época. Ese mismo año Fujimori cerró el Congreso, fue el atentado de Tarata, se capturó a Abimael. Fue un año muy denso. La violencia estaba a tope, había esta sensación de cerco de Lima. Los barrios desplazados eran una realidad muy dura. Yo conocí algunos. Yo sé que lo que era un barrio desplazado en 1992. E inventé uno mezclando las experiencias que tuve de adolescente y joven en el Callao y el Cono Norte. Aparecieron personajes. Tomé a Angie —que lo había trabajado antes en otras narraciones—. De hecho, en el cuento donde aparece Angie, «El inmenso desvío», ya sale Melgar como barrio creado sobre recuerdos míos en esa zona del Callao, al borde del río. Y así, se fue sumando y sumando personajes. Apareció Miluska, luego Leoncio y la historia comenzó a desarrollarse. Como soy una persona que no tiene tanto tiempo escribiendo, siempre busco que alguien, algún escritor cuya escritura me guste y me motive, me acompañe. En este caso fue Hernán Ronsino, escritor argentino que fue mi profesor en Buenos Aires cuando estudiaba allá. Fue un proceso que tomó cuatro años. Lo más interesante (creo) y lo más desafiante ha sido tratar de enganchar la mirada trans. Es una mirada muy compleja, muy rica y muy móvil. Entonces lo que hice fue —y allí otra vez mi formación de sociólogo— hablar con gente trans, conversar, ir a sus lugares de trabajo. Hablé con personas trans que estaban trabajando en el mundo de la peluquería, de la política, en el mundo del arte. Creo que esto ha sido lo más desafiante.

Tapa de la última novela de Juan Carlos Cortázar, Como si nos tuvieran miedo, publicada por Animal de Invierno.

E. S.: ¿Cómo trasladar esta disidencia que vemos en el mundo real al espacio de la escritura, a la literatura?

J. C. C.: Es parte del oficio. Para mí un ícono de texto que logra enganchar con una mirada más trans es Salón de belleza de Mario Bellatin; ese personaje maravilloso que es el narrador. Y no hay personaje más puntual en El Sexto de Arguedas como «el Rosita». Y una cosa que a mí me surgió en la escritura, medio naturalmente y que lo vi en Arguedas y me alegró, es el juego con los pronombres: es él, es ella. Los tres personajes centrales, por razones distintas, por el tema trans o por temas más políticos tienen dos nombres: uno pasado y el actual. Formar en palabras una mirada y una sensibilidad que no es la de uno —como sí sucede cuando tengo personajes que son hombres homosexuales, por ejemplo—, pasa por el sentir. Quien escribe es una especie de pararrayos: usa sus sensaciones, sus sentimientos, temores, alegrías, su placer, su dolor, su cuerpo como un pararrayos para captar la energía, los sentimientos, las vivencias, los dolores y los cuerpos de otros. Y uno trata de traducirlo en palabras. No tendría una repuesta muy metódica, pero creo que el ejercicio básico es ese: cómo sientes, cómo te vinculas. Tuve la suerte de conversar acá en Chile con una amiga con la que tenía mucha confianza como para hacerle preguntarle; entendí así acerca de la sensibilidad y el deseo trans que, para mí, como hombre homosexual, son distintas, raras, queer. Es un arco grande: transformistas, travestis, transgénero, transexuales… Pero hay mucho por explorar en la dimensión de lo que podemos llamar trans.

E. S.: ¿Se puede hablar de «trauma» dentro de tu novela, entendiendo esta palabra como la experiencia vivida en un momento específico y las consecuencias que esta tiene?

J. C. C.: Hay una superposición de varios traumas. Tengamos en cuenta que hay muchos tipos de poblaciones o comunidades que viven discriminación. Por ejemplo, la discriminación racial o por pobreza; pero también la discriminación por orientación sexual o por identidad de género, de las pocas donde tu espacio íntimo, incluso tu familia, se convierte en un lugar de discriminación y agresión. En el caso de una discriminación racial puede haber formas familiares, pero ya en el caso de una persona homo, lesbi y, sobre todo, en el caso trans hay un golpe inicial que es abrirte al mundo, identificarte y sentirte alguien, y que tu padre o hermano te digan: «No, tú eres otra cosa». Eso me parece que debe ser fundante como grieta que luego se busca otra vez, curar. También está el trauma que la violencia política nos dejó a todos: si salías a la calle, si ibas a determinadas zonas más calientes, incluso si mirabas las noticias y los periódicos. Hoy en día tal vez nos hemos olvidado, pero era un periódico que chorreaba sangre. Las fotos. Ver un noticiero te dejaba con los huevos acá. Daba miedo, y ese miedo genera un trauma. Y luego está la violencia específica dirigida, en este caso, a la población trans, u homo si lo queremos ver (aunque en este caso es más difuso), es un tipo de violencia que existe hasta ahora: la transfobia. Por alguna razón, a las personas trans no las matan de un tiro en el pecho, en la nuca o una puñalada. No. Cuarenta puñaladas, sesenta tiros. Destrozan los cuerpos porque hay miedo. Y de ahí, viene el título de la novela —que me lo robé de José Donoso, maravilloso escritor chileno y unos de mis mayores héroes—: Como si nos tuvieran miedo. En algún momento pongo la frase en la boca de un personaje: «Como si nos tuvieran miedo». El odio nace del miedo; la transfobia y la homofobia nacen del miedo. Por eso, debe ser tan agresiva y destructiva del cuerpo. La persona ya está muerta, pero igual la siguen destruyendo por miedo. Esa violencia todavía existe y la novela trata de aportar a eso. Lo puedo haber instalado en el 1992 porque es un tema que me interesaba vincularlo con la violencia política y los personajes me llevaron allí. Pero la violencia, sobre todo en el caso de las personas trans en el Perú, en América Latina y en el mundo es algo permanente. Fijémonos que el promedio de vida de las personas trans es entre 35 a 40 años, dependiendo de cada país.

E. S.: ¿Cuál ha sido tu forma de experimentar tu labor de escritor en este tiempo de pandemia? ¿Cuáles han sido esos acercamientos que has tenido con la literatura?

J. C. C.: Lo que más extraño es ir a bares, discotecas, saunas, gimnasio o el box. En cuanto a literatura, he leído mucho. Me metí a leer algo muy grande, y lo he ido leyendo muy despacio (no soy un lector rápido), Paradiso, de Lezama Lima. Y en medio, le he metido muchas cosas, en medio voy metiendo a leer otra cosa, otro cuento, otra novela. Terminé de leer a Marchant Lezcano, leí los cuentos de Kathy Serrano (los microcuentos, digo)… La verdad me ha pasado, como a todo el mundo, y nunca voy a terminar de leer todo lo que tengo, pero sigo comprando. Entonces, sí he leído mucho. Estuve muy metido en este proyecto en terminar de cerrar con Lucho Zúñiga, el editor de Animal de Invierno, el texto final de Como si nos tuvieran miedo. Luego estuve trabajando con otro editor peruano, un texto que probablemente aparezca el año que viene. Luego, hubo una propuesta de Campo Letrado para hacer una antología de diversidad sexual. Esto también está dando vueltas. Ahora, sí he leído cosas buenas, por ejemplo, la última novela de Lola Fernández, Preguntas frecuentes, que tiene que ver con el encierro y la pandemia. Bárbaro texto. Luego, acá en Chile el tema de la pandemia en el barrio donde vivo, que es el centro de Santiago, está muy mezclado con la exclusión social. Entonces, ambas generan una sensación de agresividad muy grande en las calles, por descontento, por necesidad material. Esa agresividad llegó, hace poco, a que yo tuviera una situación complicada con la policía. Y eso, probablemente, me provoca un texto. Quiero escribir un texto bastante distinto a las cosas que he escrito. Este es un resultado de pandemia, encierro y explosión social. Todo simultáneo.

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