Katherine Pajuelo Lara, correctora de estilo, traductora y docente del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos y la Escuela de Edición de Lima, nos cuenta cómo fue la despedida del escritor Antonio Gálvez Ronceros, una de las figuras más destacadas de la narrativa peruana.
Antonio Gálvez Ronceros descansaba finalmente en una amplia sala de la hermosa Casona de San Marcos, en el Centro de Lima; sus palabras, sin embargo, vivían en las bocas de quienes fuimos a decirle adiós. A los pies del ataúd había una foto suya, se lo veía contento, abrazaba a su gata.
Cuando estaba por irme, vi a una mujer sentada, pensativa. Su rostro se me hacía familiar y le pregunté si era la profesora María. ¡Era! Quién lo hubiera dicho, fui a despedirme de él y la conozco a ella. Hace dos años, la doctora María Chavarría fue mi profesora durante la virtualidad de los tiempos del covid. Como tarea de fin de curso debíamos presentar un breve ensayo y me sugirió trabajar sobre Monólogo desde las tinieblas. Fue así como la maestra a quien saludé ayer, por primera vez en persona, me había presentado al maestro de quien me despedía por última.
«Profesora, quizá ni me recuerde, pero fue usted quien me acercó a las letras de Gálvez Ronceros, se lo agradezco tanto». Hablamos de su habilidad para llevar al papel la oralidad de un pueblo. «Es fonética pura», me dijo ella. En efecto. Sus monólogos (pensamientos verbalizados) y diálogos están escritos como se habla, el autor convierte la letra escrita en un espejo de la voz. El maestro fue y lo sigue siendo, además, el altavoz de un pueblo discriminado, pero también feliz y orgulloso. Sus cuentos se disfrutan por la ingenuidad de sus niños («Ñito»), por el humor y la picardía adulta («Etoy ronca»), por la dura crítica a la sociedad («El encuentro»), por la autocrítica social («Una yegua parada en dos patas»), por su maravilloso génesis negro («La creación del mundo»).
La lectura será siempre oxígeno, inspiración y educación para quienes habitamos las letras y vivimos de ellas. Si no leyéramos, por ejemplo, Monólogo desde las tinieblas, cómo sabríamos que hay textos que exigen otro tipo de cuidado en su corrección, que son el «sí pero no» de nuestra intervención. Considero este libro en particular un verdadero desafío en el proceso editorial. Qué corregir, hasta dónde. Aquí no hay Academia que valga. Aquí no hay tinieblas, sino luz.