Ensayista, poeta y escritor mexicano, autor de uno de los títulos clásicos sobre la industria del libro, la figura de Gabriel Zaid, lejos de la obsolescencia, se refuerza mediante sus publicaciones que, al igual que su autor, se actualizan de acuerdo con los tiempos y coyunturas. A sus noventa años, la obra de Zaid no solo es de lectura obligatoria, sino también de urgente aplicación, como el caso de Los demasiados libros.
Por Marco Fernández
No es casualidad que la obra y trayectoria de Gabriel Zaid sea objeto de lecturas y relecturas —actividad tan deliciosa como necesaria—, en tiempos en los que el libro y la lectura son tomados como elementos sacros, reservados para un pequeño sector de «intelectuales». Si algo debemos agradecerle a Zaid como autor es que se haya mantenido alejado de la retórica y el sermón, para dar paso a lo fundamental de este asunto: leer.
Fernando García Ramírez, editor y director de Letras Libres, cuestiona en uno de sus artículos si Los demasiados libros, obra emblemática de Gabriel Zaid sobre la industria editorial, es o no un clásico. La sola pregunta podría acarrear una que otra carcajada o levantamiento de ceja.
Es probable que cualquiera asuma que un título se convierte en clásico únicamente por ser de lectura masiva, por antigüedad o porque de algún modo el autor es citado por otros respecto a su trabajo —lo que el crítico literario puneño Dorian Espezúa llamaría, en paráfrasis, «la razón de la existencia del autor».
Sin embargo, en el texto se añade otra connotación, «(…) ¿Un libro clásico no es algo fijo del que se desprenden inagotables lecturas? ¿Qué clase de libro clásico es este si no ha dejado de moverse, si en cada nueva edición se le agregan o se le suprimen artículos y ensayos, si el autor no deja de pulirlo y revisarlo, volviéndolo aún más sintético, más compacto, más preciso? Zaid lo modifica para buscar, como Lezama Lima, “su mejor definición”».
Y es que Los demasiados libros ha sido reescrito en cuatro ocasiones desde su publicación en 1972 —1996, 2003, 2010 y 2021—, por lo que García Ramírez, con total pertinencia, lo inserta dentro de la definición de Ítalo Calvino sobre los clásicos: «Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir». En el 2022, dicho libro cumplió medio siglo; hoy, a sus noventa años, Zaid encontró la versión definitiva (aunque probablemente momentánea) de un título que demuestra que su creador, aún con «demasiados» años encima, tiene cosas importantes —y necesarias— sobre las qué hablar.
Cabe mencionar que muchas de las obras de Gabriel Zaid surgieron gracias a su producción ensayística o conversaciones que configuraron la idea primigenia. En el caso de Los demasiados libros, está compuesto por diversos artículos, en especial los publicados en la revista Vuelta, fundada en 1976 por Octavio Paz. Muchos son los puntos de vista que Zaid ofrece respecto a la industria del libro, desde el acto de leer hasta la parte más austral de la cadena —manufactura, comercio, distribución, etcétera.
Y, ya que hablamos de clásicos, es importante recordar los tres tipos de libros que Zaid menciona en su obra: para el currículum —los que no fueron escritos para el público—; para el mercado —mediante los que se gana dinero educando, entreteniendo o informando al lector—; y los clásicos —dignos de la relectura y el análisis, junto con aquellos que siguen la tradición en la que fueron concebidos—. Pese a ello, Zaid refiere que hay muchísimos libros, pero pocos lectores. Ironizando sobre ello, afirma también que leer «es lo más costoso de la lectura», por la falta de tiempo y otros factores que la obstaculizan.
En esto se condice con lo que el escritor argentino Martín Kohan refiere sobre que «la lectura necesita más actos concretos y menos sermones». Incluso Zaid es contundente en decir que leer, en algunos casos, es «casi como una cacería en la que se muestran los trofeos», en la que el solo hecho de leer encumbra a quienes lo ponen en práctica.
En cierta ocasión me topé con un escritor barranquino que aseguraba ocupar por completo su tiempo en pintar cuadros y componer cuentos y novelas. Una noche, al visitarlo, conversábamos acerca de los autores que habíamos leído. Cuando le mencioné que estaba leyendo una novela de Enrique Vila-Matas —cualquiera con dos dedos de frente sabe el portento al cual me refiero— me dijo que estaba en un «nivel básico de lectura» y que «la literatura es muy alta como para perder el tiempo leyendo novelas de ese autor».
Zaid se refiere en su libro a este tipo de casos como «el imperativo categórico de leer y ser culto», lo cual en estos días es moneda corriente. ¿No abundan, como arena en la playa, youtubers y críticos de pantalla encumbrándose como referentes de la cultura y abanderados de la lectura, cuando apenas si comprenden a un autor o repiten de paporreta lo que se dice de ellos? ¿No hay quienes todavía creen que libros, ferias, recitales y festivales son verdaderos festines, cuando no pequeños feudos en los que ciertas personas se autoproclaman críticos, escritores, lectores y bibliófilos? Es interesante como estos conceptos, planteados hace cincuenta años, se actualizan en nuestros días. No es de extrañar, entonces, que Zaid haya tenido que ajustar el libro en los años mencionados.
Pero, Los demasiados libros no solo abarca la problemática del lector y la lectura. En cierto modo, Zaid celebra la diversidad bibliográfica y el alcance limitado de los mismos. Un tiraje corto hará que los libros lleguen a las manos correctas, salvándolos de la humedad, el olvido y los remates. Y es que muchas editoriales apuestan por tirajes abultados que, en lugar de contribuir al desarrollo del autor, terminan por generar un efecto adverso, haciendo que su obra se diluya en los almacenes y esquivando así a los lectores a los que debería llegar.
¿Es importante leer a Gabriel Zaid? ¿Es necesario releerlo, en todo caso? La respuesta inmediata es que sí, pues indudablemente encontramos espejos de la realidad entre sus páginas. La reescritura de Los demasiados libros no ha sido un ejercicio gratuito. Los beneficios del libro electrónico, las ventajas del libro frente a herramientas multimedia, la cultura y la esfera comercial, el costo de leer, la oferta y poca demanda de la poesía —tema en el que encontramos un pasaje secreto hacia Poetas y editores, artículo con el que acuñó aquello de «editar es un negocio difícil, y editar poesía un negocio imposible— son solo algunos de los tópicos agregados a lo largo de los años que ayudan a revitalizar a un autor que, en la actualidad, continúa maravillando a lectores provenientes de distintos géneros y a quienes estamos sumidos en la vorágine del libro y sus tempestades.