Alternativo, único y agradable. Así se define Arlequín, editorial mexicana fundada en 1994. ¿Cómo empezó esta travesía? ¿A qué hace alusión el concepto del arlequín? ¿Qué libros ofrece Ediciones Arlequín a los lectores? Felipe Ponce, cofundador y codirector de la editorial, y docente de la Escuela de Edición de Lima, narra en esta entrevista los inicios de su empresa y cómo es convivir en el mismo ecosistema de una de las ferias libreras más importantes del mundo.
Nos convoca hablar acerca de los treinta años de Ediciones Arlequín, así como de la trayectoria y el significado de la editorial en todo este tiempo. ¿Cuál fue la génesis de este proyecto?
Me gusta decir que nació de una manera muy natural, como un emprendimiento cultural. Éramos jovencísimos escritores con experiencia en talleres literarios y ese tipo de bohemia creativa muy juvenil de los 17, 18 o 19 años. En ese momento ya había libretas repletas con poemas y diversidad de escritos que querían salir, vamos a decirlo así, ¡ya!, para darse a conocer. Claramente había una aspiración autoral. Queríamos ser autores. Yo quería ser autor. Pero lo difícil era en dónde. Tocar puertas, pero, ¿qué puertas nos iban a abrir? En aquel momento eran principios de los noventas, mientras que la fundación de la editorial se dio en 1994. Vivíamos en una realidad completamente análoga, despojada de los artilugios con los que convivimos hoy en día, que son todos esos aparatos electrónicos y esta capacidad que nos da la era digital. No existía nada de aquello; o, si existía, no era masivo. Los programas de edición apenas empezaban a comercializarse. La formación tipográfica la conocían unos pocos a través de las computadoras. En ese momento, hicimos nuestros libros utilizando estos nuevos equipos de forma muy rudimentaria. Decía que nació y se gestó de una forma muy natural porque aspirábamos, siendo muy jóvenes, a convertirnos en autores. Nos pareció natural crear un medio y no estar tocando esas puertas que probablemente no se abrirían. Decidimos tomar algunos pequeños programas de edición por asalto y hacerlo nosotros mismos. Esa era la intención de aquel momento.
Supe que surgió como pasatiempo. Eran jóvenes que buscaban ser autores, hasta que empezaron a llegar los títulos. Lo demás es historia.
Un pasatiempo un poco extraño porque demandaba mucho tiempo. Nos reunimos para hacer una rifa, es decir, una tanda por sorteo. Pusimos papelitos en una taza, un vaso o una copa y empezamos a sacar el orden de los autores y cómo serían publicados estos diez que nos reuníamos en una especie de cooperativa informal, para dar inicio a esta editorial. A raíz de eso estábamos obligados a cumplir esa expectativa. Eso nos llevó a ejercer ese dinero que se juntaba en común para comprar el papel y trabajar en la imprenta. La encuadernación, la formación tipográfica y el cuidado editorial lo manejábamos de forma manual. En ese momento, el quemado de placas salía de unos negativos fotosensibles que se velaban si les daba la luz. Se grababa lo que pasaba por esos negativos y eso era finalmente lo que se imprimía. Esos procedimientos también lo hacíamos nosotros; excepto la impresión como tal, es decir, la operación de las máquinas. Era un pasatiempo muy singular porque realmente implicaba una serie de aprendizajes, conocimientos, dedicación y muchas horas de trabajo no remunerado. Evidentemente, esta sofisticación de estas tareas y del aprendizaje cotidiano obligó realmente a que pensáramos la idea de formalizar los procedimientos. Esos pasatiempos no se podían prolongar en un tiempo largo, o incluso infinito. Debíamos hacer otras cosas, comer y trabajar. Ninguno de nosotros era hijo de empresarios o tenía solvencia para estar promoviendo este tipo de asuntos. Había que dedicarse a las cosas cotidianas.
Podría parecer algo muy lúdico y hasta indiscreto, pero el nombre de la editorial es bastante curioso. ¿Por qué Arlequín? ¿Cuál es el espíritu de este nombre que ha caracterizado a la editorial?
Había un casino en Tlaquepaque, en Guadalajara. Era un sitio de descanso en aquel tiempo y era el barrio donde vivíamos mis amigos y yo. En el centro estaba este casino llamado Arlequín. Pero no era un espacio de apuestas, sino más bien un sitio de baile. Ahí tocaban grupos de rock cuando el género estaba desterrado o proscrito en el país durante los setentas u ochentas. Entonces, en el casino Arlequín pasaba algo muy singular. Había música tradicional para parejas de adultos que iban a bailar danzón o música de orquesta, algo más familiar y había algunas horas que intercalaban con el rock más propositivo, más underground, más fuerte. Además, se alternaba en santa paz. No había disturbios, no había problemas y se atendía a dos públicos distintos a la vez. A mí no me tocó vivirlo, eso lo leí después. Pero veía los cartelones en la calle del Casino Arlequín y, por supuesto, vi ese casino por fuera. De un anuncio que tenía, pendía una efigie de un arlequín prácticamente de tamaño natural. Muy impresionante. Esa figura fue muy poderosa. Después comprendimos que ese arlequín, de la Commedia dell’Arte, era muy parecido a nosotros. ¿Cómo? ¿Por qué? El prototipo del arlequín, que era del teatro callejero italiano en los siglos XIV y XV, era el de un personaje desobediente, licencioso, siempre en pos de la conquista de la hija del patrón o del doctor; hambriento, sediento, con ganas de obtener alguna ganancia para satisfacer necesidades inmediatas y no para acumularlas. ¿Cuáles eran estas? Saciar su hambre y sus deseos. Era pobre y harapiento. Pues eso éramos realmente nosotros: jóvenes en aquella época con mucha hambre y muchos deseos. ¿De qué? Pues de una diversidad de cosas, desde lectura, conocimientos y también de conquistas femeninas. En fin, nos identificamos inmediatamente con el arlequín a secas. Por eso Ediciones Arlequín no tiene un solo adjetivo nada más. El significado lo da la misma palabra. Además, eso se transmite al tipo de textos. Nos interesaba algo jocoso, poco formal, no muy académico, con una visión que contuviese cierta sorna, algo que ha caracterizado a la literatura que publicamos en Arlequín.
Jorge Esquinca, Ricardo Castillo, Dante Medina y Raúl Bañuelos fueron de los primeros autores publicado en Ediciones Arlequín. También publicaron al poeta cubano Ramón Fernández Larrea, que era disidente del régimen castrista. Era prácticamente una poesía crítica con la realidad cubana de aquel entonces. Todo esto marcó de alguna manera el rumbo de Arlequín para la elección de sus autores y del catálogo que en esos momentos se estaba formando.
Todos esos autores mexicanos que has mencionado son de origen jalisciense o tapatío, es decir, nacieron en Jalisco o Guadalajara. Tienen una presencia nacional absolutamente poderosa y dominante. La literatura de Jalisco siempre ha sido un referente en el país y ha estado presente. Pero, ¿qué pasaba con estos autores, muchos de ellos nuestros maestros directos? Tenían un reconocimiento y prestigio notables, sobre todo Ricardo Castillo que todavía es considerado un parteaguas de la poesía mexicana posterior a la década del setenta, pero no estaban publicados en su ciudad de origen. No había posibilidad de conseguir sus libros. No llegaban los libros editados en la Ciudad de México o del extranjero. Había que tener mucho dinero o ser muy pacientes para esperar a que llegasen—solo llegaban uno o dos ejemplares—. Era penoso. No se leía realmente a esos autores. Se sabía que eran famosos. Hay fotocopias por aquí, por allá. Los leíamos, sabíamos historias. Pero no había ediciones locales. ¿Qué hizo la editorial? Hacer las ediciones de ellos. Preparamos unas ediciones dignas, bonitas, poderosas para ellos después de haber publicado por primera vez en su ciudad veinte años antes. Se volvía a publicar de una manera muy decorosa desde su ciudad. Eso fue muy importante para la consolidación de la editorial.
Trataste de hacerlos profetas en su tierra, cosa que nunca se da. Me llama la atención el concepto de ser «orilleros», porque se encuentran en la periferia de la cultura oficial. En ese sentido, y esto lo he escuchado en múltiples entrevistas tuyas, hablas de ser muy propositivo. De algún modo, eso supone un riesgo porque llámese libros de aforismos, microrrelatos, ensayos o cuentos, comercializarlos en un mercado tan contraído como el editorial, supone una especie de resistencia.
Es un riesgo. Como aquí decimos, esto no se vende como si fueran jitomates, una verdura de uso totalmente diario en la gastronomía mexicana y que todo el mundo compra. Los libros no se venden como eso. Nunca se venderán así. Ya es un riesgo añadido y todavía mayor si, además, apostamos por géneros híbridos o poco definidos como la dramaturgia, el aforismo, microrrelato, novelas extrañas y rescates de autores que pocos conocen. Sí, es difícil. Pero tampoco hemos fundamentado nuestra editorial en el éxito rotundo ni en el boom extraordinario que nos dé casa, vestido o sustento. Esa nunca ha sido la intención. Por su puesto, siempre nos ha interesado el tema empresarial. En algún momento tuvimos que ponernos los uniformes de los empresarios. Pero más que un fin en sí mismo es un medio para acceder a beneficios para los propios libros. Una editorial que funcione correctamente como empresa y que controle bien sus mecanismos internos puede acceder a buenas distribuciones. Nosotros siempre hemos apostado por el tema tecnológico. Te puedo decir ahora que, muchos de nuestros libros, no todo el catálogo, están en vía de colocarse al alcance de diversos lectores y se puede comprar en sistemas de producción a demanda en muchos países. Es una apuesta maravillosa de la cual me siento muy contento. No es que sea una novedad en sí misma lo que digo. Tiene muchos años de conversación, de espera y de prueba. Si hubiéramos sido una empresa poco formal, no hubiésemos llegado a estos puntos. Y si hubiéramos sido una empresa cerradita, donde no se conciben los temas de la tecnología, no estaríamos hablando de esto. Pareciera contradictorio, pero es que sí hay empresas que todavía piensan solamente en la edición en papel.
El hecho de que no soslayes el tema digital y mantenerte en esa resistencia tradicional del libro se condice con lo que mencionas en otras entrevistas. Dicen que uno es esclavo de sus palabras, aunque lo dijiste alguna vez con total autoridad: «en Arlequín se hacen libros para que se compren y se lean. Es decir, se evita hacer libros que se compren por impulso». ¿Cómo haces esto posible en un mercado que es, muchas veces, tirano con las editoriales?
Somos una editorial de nicho. Obviamente no podemos halagar a todo el mundo. Sabemos que vamos a cierto segmento de los lectores. Poniéndonos del otro lado, a los lectores que encantamos por las imágenes de nuestras cubiertas, por alguna lectura que escucharon o algún autor que les recomendaron, vuelven. Vemos eso como editores y encontramos que hay correspondencia y cierta fidelidad. Sin embargo, es difícil de medirlo o comprobarlo. En las citas anuales, como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la cita anual por antonomasia para nosotros, nos damos cuenta de ello. Pasa un año y nos pregunta por las novedades que tenemos y se las llevan. Ellos saben que no les damos gato por liebre. A veces les presentamos un libro del que no tienen referencia del autor, pero será algo interesante por descubrir. Y, en un porcentaje alto, no serán defraudados como lectores. Eso es lo que con el paso del tiempo hemos visto. Además, siempre existe la posibilidad de tener nuevos lectores, en la medida en que nos comunicamos con personas jóvenes o lectores que ya están un poco cansados de las fórmulas empleadas en el mercado tradicional para vender lo mismo. Las trasnacionales son muy insistentes. Nosotros, no. Tenemos cosas muy distintas a lo que se vende en el mercado y en Arlequín, esta editorial que es de Isabel, mía y de otros colegas que hacen un trabajo más o menos similar, corremos con la suerte de que podemos contar con esos otros lectores que se sientan saturados o decepcionados de leer una continua sucesión de sucedáneos.
No solo son orilleros en Arlequín, sino también aventureros, cual argonautas. El viaje a Eslovenia, que fue determinante en tu carrera como editor al conocer autores periféricos de allá como Mojca Kumerdej y otros tantos.
De hecho, me maravillaba en su momento y me sigue maravillando que sea una ciudad tan pequeña, con algo de dos millones de habitantes, y que tenga esta capital tan linda y pequeñita que se llama Liubliana. Su literatura es tan propia y particular, con una historia parecida a nuestras literaturas que comienzan en el siglo xv con la consolidación de la literatura nacional. Ellos necesitaban ser escuchados y leídos en otras latitudes. Curiosamente ellos bebían mucho de nuestras tradiciones hispánicas, no en la literatura, sino en los medios. La cultura latinoamericana estaba presente en Eslovenia y causaba mucha curiosidad. Cuando estuvimos allí en el 2004 había bares que se llamaban Hombre o México 1857. Había muchas referencias a lo mexicano y latinoamericano. Hubo un interés mutuo con los jóvenes autores eslovenos que conocimos ahí, quienes querían ser leídos en otras geografías. Y empezamos a hacer traducciones. Fue un viaje de dos días y algo de nuestra literatura también empezó a mostrarse allá. Hubo interés en traducir poesía—César Vallejo, por ejemplo—, literatura contemporánea argentina y la afroperuana que ya se ha publicado allá. Eso fue un punto importante de vínculo con esos países.
Guadalajara es como un páramo cultural todo el año. Sin embargo, es considerada como la Capital Mundial del Libro y tiene una de las ferias más grandes. ¿Cómo se sostiene una editorial en medio de todo este encuentro cultural que durante todo el año es muerto, excepto cuando llega la feria y todo se anima?
Yo he sido muy duro y no voy a bajar la intensidad en esta entrevista con Guadalajara. Digo que es un páramo no cultural, sino editorial. Aunque en esos días maravillosos que es el paraíso de la feria se convierte en el infierno. Cuando llegamos al décimo día, que ya no es FIL y toca recoger el stand y los libros, empieza la vida ordinaria. Todo vuelve a la normalidad. Guadalajara muestra su verdadera cara: una ciudad que no tiene una red importante de librerías. La imprenta llegó en 1792, es decir, hay una gran tradición, pero lo que no hay es el mercado del libro real y activo. Nunca lo hubo. Hay personas que aseguran que sanarán el sistema y el tejido editorial. No vamos a sanar nada porque nunca lo hubo. Y cuando mejor nos fue, en los sesentas y setentas, era muy pequeñito. Me parece muy difícil sanar o tejer algo que realmente nunca estuvo ni sano ni tejido. Yo pienso al revés. Qué bueno que existan estas pequeñas librerías y boutiques hermosas que quieren ser librerías de barrio. Pero, en realidad, no lo son porque no están en los barrios. En los barrios de Guadalajara lamentablemente no hay librerías. Estarán en algunos sitios del centro de la ciudad, pero nada más. Por eso, esto lo engancho con el tema de las tecnologías. La gente ya no compra ni va a librerías a buscar novedades, sino que las encuentran en las pantallas. Y en cuanto a la accesibilidad del libro, lo va a comprar a través de una cuenta electrónica. Eso es inevitable. Pero eso no priva del placer de ir a una librería a comprar algo. En esta Guadalajara, un tanto anómala, es donde está la editorial. Nos ha tocado trabajar de esta manera. En el ámbito gubernamental que debería ser un aliado natural, pues casi nunca hemos encontrado eco. Hay una ignorancia, a veces pienso deliberada, en cuanto a los temas editoriales. Es imposible establecer alianzas más allá del amiguismo, el compañerismo o de alguna situación particular. Cuando en ocasiones hay algún beneficio es porque una entidad gubernamental se ocupó de un tema muy específico que le interesa promover y ya. No se crean realmente políticas públicas que pudieran posibilitar que el libro esté al alcance de más personas, tanto el libro electrónico como el de papel. El tema de las bibliotecas es un asunto completamente olvidado y en abandono criminal. Pese a esta situación, Guadalajara se convirtió en la Capital Mundial del Libro. Obviamente sabemos que no por lo que estoy explicando, sino por la maravilla de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
¿Es una especie de espejismos lo que se vive en estos nueve días que dura la feria?
Si tenemos la fortuna de hablar nuevamente en diez o quince años, las cosas seguirán más o menos igual. No creo que mejore el número de librerías o que mejoren las bibliotecas. Pero sí puede haber una mejor accesibilidad—como la hay ahora—a los contenidos. Eso es innegable. En este momento hay más libros en potencia de ser atendidos y leídos como nunca antes en la historia de la humanidad. Así de simple y extraño. Estamos a dos pulsos del ratón de la computadora y de poder realizar un pago en efectivo o con una tarjeta para acceder a contenidos que pueden transformar vidas. Claro, irremediablemente hay un montón de cosas infumables y de basural que se encuentran, como todo en la vida. Pero hay que saber buscar y encontrar. En la medida que nosotros sigamos existiendo, existiremos como editores que publicamos algunas cosas propositivas. No digo que seamos la panacea ni nada. Es más, adoro a otras editoriales grandotas y muy comerciales que hacen un trabajo inmejorable, que también están gozando de esas circunstancias y eso es una gran ventaja. Existiremos como editores mientras estos medios y canales sean conocidos y apreciados por públicos que opten por la lectura. La competencia es dura: los sistemas de televisión están haciendo cosas incesantemente. La verdadera batalla es captar la atención de las personas.
Para cerrar, te pido que me respondas en dos o tres palabras cuál es la esencia de Ediciones Arlequín
Alternativo, único y agradable. Con eso puedo definir esta literatura que nos gusta.