A propósito del octavo aniversario del fallecimiento de escritor piurano, el crítico literario, antologador y poeta peruano Ricardo González Vigil rescata la destreza de Gutiérrez para capturar la esencia kafkiana en el ensayo Kafka: Seres inquietantes, así como las lecturas que realizó respecto a la obra del autor checo.
Quiero agradecer de modo muy especial a los que han hecho posible esta edición de Kafka seres inquietantes, ensayo de Miguel Gutiérrez. Para mí es una doble celebración. En principio, para Miguel, pues está siempre presente la vigencia de lo escrito por él como creador literario y como ensayista. Ambos terrenos se nutren mutuamente porque tienen algunos híbridos. Por ejemplo, el ensayo Celebración de la novela está compuesto por textos que tienen cierto aire narrativo, colocados en la frontera con la creación literaria. En algunos pasajes de sus novelas—como La violencia del tiempo— se puede entender casi como reflexivo. Entonces tenemos a un híbrido narrador-ensayista, cualidades que Miguel Gutiérrez evidencia en grado superlativo.
En segundo lugar, es una ocasión magnífica para rendirle homenaje a este gigante que es Franz Kafka, uno de los más grandes autores de la literatura del siglo XX. Para Miguel, el autor más genial de ese siglo. Lo dice muy claro en este ensayo, colocándolo incluso por encima de Proust, aun cuando admite que En busca del tiempo perdido podría ser la novela individual más importante del siglo. Pero, el mundo kafkiano, es decir la mirada y el universo plasmados en dichos textos, le hacen elevar la figura literaria de Kafka. Y lo prefiere—me siento adolorido por esto, pues soy un fanático—por sobre Joyce. Sin embargo, acepto la genialidad de Kafka.
Proust y Joyce son las cumbres mayores del siglo XX respecto a la prosa narrativa y la ensayística. Por ello es importante resaltar que no estoy hablando de la escritura poética, aunque también tiene algo de eso. Estoy seguro que a Kafka le chocaría la conmemoración del centenario de su muerte. Recuerden que el autor quería no solo que no publicasen los textos inéditos, sino que no se estudie todo lo que ya había sido publicado. A pesar de este terrible deseo, lo hemos conmemorado, cosa que a él le ofendería. Ahora hablaré directamente acerca de lo que esto significa en Miguel Gutiérrez.
Juan José del Solar, uno de los más grandes traductores peruanos fallecido hace algunos años—y que incluso lo recordaron en Europa por ser una de las cumbres de la traducción del alemán al español—aseveró que la obra maestra de Kafka debió titularse La transformación. Juan José discrepaba respecto al hecho de que se trató de un error de traducción el haberle apostillado La metamorfosis.
Debemos respetar la traducción original. Lógicamente puede costar un poco, pues conocimos a la novela bajo el nombre de La metamorfosis. Por eso, bien me dijo Juan José que existe un equivalente en alemán para el término «metamorfosis». Si Kafka no lo usó fue a propósito, pues quería una palabra muchísimo más general y cotidiana como es «transformación» en español. Con ello quiso quitarle los aires míticos y mágicos de las metamorfosis que encontramos en las obras de Ovidio. La gente olvida que en El asno de oro— o La metamorfosis— de Apuleyo, se aprecia la gran transformación, por lo que Kafka quiso introducir ese proceso a la vida cotidiana, como si fuese algo que hacemos todo el rato de corrido. Recordemos que el mundo onírico es el espacio de las transformaciones permanentes. Nos hemos acostumbrado desde niños a llamar a la novela La metamorfosis, pero no se llama así. Más bien, rescatamos la riqueza connotativa que tiene el libro si utilizamos el título La transformación.
Kafka es el gran narrador del siglo pasado—los poetas son otro cantar—, que ha suscitado el mayor número de interpretaciones discrepantes y contrapuestas entre sí. Asimismo, continúa constatando todo, es el que te saca de las casillas y produce asombro. Un escritor con tal capacidad amerita que una persona con sensibilidad, cultura y talento expositivo tenga el gozo de leerlo. Ese fue Miguel Gutiérrez, un lector de Kafka como pocos. En mi vida he conocido pocos buenos lectores como Miguel, muy aparte de que fue un creador a carta cabal. No creo que sea necesario que una persona así busque introducirse en un universo desconcertante; porque en Kafka es muy fácil entrar en su laberinto, pero lo difícil es encontrar la salida.
Kafka: Seres inquietantes no es solo un ensayo, sino también una antología breve pero jugosa de páginas acerca de la obra de Kafka y sobre él, lo cual permite comprobar y expandir lo que señala en capítulos previos. Por otro lado, ofrece un material de introducción en el que uno puede leer como se ordena el complejo mundo kafkiano. Kafka escribió bastante: papeles sueltos, anotaciones marginales, ¡su diario! Permítanme decirles que para muchos el diario es la obra maestra de Franz Kafka; para muchos especialistas—yo no estoy de acuerdo—el epistolario del autor es el verdadero mundo kafkiano. Todos los días, Kafka trataba de escribir algo. A pesar de tener todo apuntado, sentía un amargo sabor por haber perdido el tiempo en un lugar tan insoportable como es un estudio jurídico, donde no existe la justicia, dicho sea de paso; en medio de ese imperio corrupto y esa nación sin identidad cultural, política e idiomática, con su cruce entre checo, alemán y judío. Él tiene unas anotaciones en las que dice: «Estoy tan harto y cansado que solo tengo tiempo para escribir estas líneas apestando al día que ha pasado». Lo curioso es que no deja de decirlo. Ese es el compromiso de la persona que solo existe cuando escribe. Escribe para ser, no para que lo lean. No le importa, pues necesita existir.
Una figura como la de Kafka hace que Miguel tenga que escoger únicamente textos donde presenta a estos seres que no están en una antología normal ni establecida. Estos seres que no forman parte de una biología normal ni una zoología convencional. De estos seres limítrofes, Gregorio Samsa es el más conocido, pero hay muchos en el libro. Miguel toma un aspecto de Kafka lo suficientemente introductorio, lo cual resulta magnífico y muy didáctico, ya que resuelve problemas e invita a observar el carácter perturbador del autor. Por ejemplo, Miguel cuenta que cuando leyó por primera vez la novela—la cual le impresionó por el tema de las transformaciones—esperó encontrar una lectura terrorífica, en cambio, halló algo perturbador e inquietante en todo sentido. El relato va adquiriendo un aire cotidiano—recuerden que la familia está preocupada por evitar que los vecinos se enteren del evento, ya que si no la hermana no encontraría novio—. ¿Cómo encontraría un pretendiente, si tiene por hermano a un insecto?
Ante una cosa tan concreta, Kafka trata con normalidad un hecho insólito y produce una mezcla de ese efecto con el humor. A decir verdad, no todos captan el humor de Kafka, el cual es bastante espeso. Recuerdo haber asistido una vez a un cineclub a ver El proceso, una estupenda película de Orson Wells. Yo era el único que me reía de ese humor absurdo, irónico, metafísico y expresionista.
Por otra parte, es interesante encontrar en el ensayo cómo es que el estilo de Kafka influye en los narradores peruanos y no solo en los que son muy kafkianos. Hay un Ribeyro «súper kafkiano» y notemos que en la novela El hablador, de Mario Vargas Llosa, el narrador es un escritor judío que decide dejar el mundo occidental para dirigirse hacia lo insólito e inverosímil. ¿Cómo se puede convertir en un hablador que transmite la cultura machiguenga? Es algo tan difícil como convertirse en otro. Es decir, es una transformación. Incluso hay un loro que se llama Gregorio Samsa, un guiño clarito de Mario hacia Kafka. Lo más parecido a la Biblia sería la tradición oral de los machiguengas. Es una cuestión bastante connotativa. De hecho, alguien tan curtido como Vargas Llosa tiene su lado kafkiano, uno que parece decirle «aquí estoy, no existes sin mí». Es algo muy interesante.
El primer ensayo importante que conozco sobre Kafka lo produjo Bruno Herrera, escritor absolutamente kafkiano de la generación del cincuenta. Él sí era un epígono de Kafka. Vivía para escribir ese tipo de cosas, porque si no «no me llama la atención», decía. Es un homenaje perpetuo hacia Kafka. En el caso de Miguel Gutiérrez, era un lector omnívoro y como creador quería ser todos los novelistas, tal como asegura en varios textos: «Yo viviría encantado de escribir como todos los novelistas que he admirado». En ese sentido, hay una apertura absoluta que permite, por ejemplo, que obras como Babel, el paraíso sea un texto kafkiano. Además, Miguel tenía una ironía digna del mejor Borges. La contradicción que encontramos entre Babel y el paraíso es una cuestión tan kafkiana como el laberinto y la incomunicación. Uno piensa mucho en Borges, pero en realidad la obsesión por los laberintos proviene de Kafka. En cambio, ese paraíso se vuelve algo absolutamente insólito y estupendo en la novela de Miguel Gutiérrez.
¿Cómo es que posee esa actitud de lector? Aunque en el plano consciente e ideológico, Miguel siempre se acentuó en la cosmovisión marxista, más aún en la tendencia maoísta, en un momento determinado. Nunca dejó de ser abierto ni fue sectario ni dogmático. Eso se nota cuando uno lee sus novelas, pero como los lectores a veces no saben descifrar lo connotativo lo encuentran más claro en sus ensayos. Uno debe leer sin prejuicios. Es palpable notar un espíritu abierto en Miguel, en la misma tradición de Mariátegui, quien es ejemplo de heterodoxia; podía valorar lo estético sin anteojeras ideológicas, debido a su gran capacidad de apertura. Este es un ejemplo clarísimo del por qué Kafka es el narrador más grande del siglo pasado.
Recuerdo que en una de las tantas conversaciones que tuve con Miguel—fuimos muy amigos—me dijo: «Ricardo, a mí me preocupa, ¿por qué hay grandes poetas marxistas como Vallejo y la poesía dialéctica de Poemas humanos, pero no encuentro nada así en la novela? De los que más me gusta, nada que ver: Kafka, Faulkner, muy alejados». Entonces yo le decía: «Miguel, aunque no es tan grande, García Márquez no está tan mal». Y es marxista, pero la gente no se da cuenta del juego connotativo que hay detrás de su narrativa. Miguel también me decía que Cortázar era marxista y que en realidad había un marxismo hispanoamericano muy creativo, y yo le respondía que en esas estamos, pues con la gente no se puede. Es decir, se puede intentar ser Vallejo y obtener un relato que tenga como esencia una visión dialéctica de las cosas. Eso es más importante que tener una posición sectaria de un partido.
En este ensayo tienen la prueba. Hay un pasaje muy bueno en el que Miguel discrepa con el gran filósofo, pensador y crítico Georg Lukács, quien era revisionista. Si bien no era un marxista dogmático, con su revisionismo y todo tiene un famoso texto en el que corona a Thomas Mann como el gran representante del realismo crítico. En cambio, Gutiérrez considera que Kafka se dejó llevar por las tendencias antirrealistas de la era del imperialismo, mientras que Mann era el gran continuador. Kafka no era malo, pero no era tan importante. Vean la fuerza con la cual Miguel demuestra tener un marxismo muchísimo más inteligente que el de Lukács, respetándolo y acusándolo de sofista. Por eso sostiene que Kafka, en un sentido más profundo, recoge lo esencial de nuestra época más que Mann. Si alguien ha tomado lo más profundo de la realidad subyacente de la época, ese es Kafka. Aparte, tuvo una influencia mucho mayor que la de Mann en las décadas siguientes. El único que consigue una influencia similar a la de Kafka es Joyce, pero la suya tiene que ver más con el lenguaje de la novela, los recursos y no tanto con la óptica y la visión del mundo.
Kafka ha sido más fecundo para producir, por ejemplo, un Borges. Y, a decir verdad, no habría Borges sin Kafka. Ahí, Miguel coincide con Lukács—lo acabo de mencionar— en considerar a Kafka como el hombre que mejor captaba la época. En una cita del libro se señala que «si alguien tuvo una relación con su época, parecida a la que en otro momento tuvo una generación con Dante fue Kafka». Al escritor checo nadie nunca lo ha asediado porque no lo han desconcentrado y porque no lo terminan de entender; en cambio, con Miguel se ha producido una cosa inversa y tonta: crear un Miguel reducido, restringido, realizándose una lectura miope de su obra, sin ver nunca el terreno estético.
Ni como lector, ni como creador, Miguel nunca cayó en actitudes propias de una visión dogmática, al igual que Mariátegui y Vallejo —este último tal vez un poquito—. A mí me gusta ser sincero, por eso, Vallejo emprendió una gran polémica contra los surrealistas, cosa que no he encontrado en Mariátegui, pues él admiraba el surrealismo, a parte de toda una pose ideológica al respecto. Vallejo, en su época, escribió los textos más parecidos a Kafka. No sé si han leído Contra el secreto profesional, de los años veinte. Pues bien, posee algunas cosas de Kafka.
Siento cariño, emoción y agradecimiento por haber tenido el privilegio de conocer a Miguel Gutiérrez y compartir con ustedes la visión de uno de los más grandes novelistas y ensayistas no solo del Perú, sino de Hispanoamérica. En tal sentido, el Perú es un país privilegiado. Mencionaré al otro, a Mario Vargas Llosa. Pues, menciónenme a otro narrador importante en Hispanoamérica que haya escrito tantos ensayos en los que hable sobre Kafka. Ambos son dos grandes fanáticos de la novela, pero ya es hora de colocar a Miguel Gutiérrez en el lugar literario que se merece. Ya es hora de abandonar tanta mezquindad, tanta debilidad. Espero que esta ocasión, muy oportuna, por cierto, para reeditar este ensayo, sirva para reeditar también otros ensayos. Que esto permita también ver la vigencia de Miguel Gutiérrez en general como lector y creador.
Lean a Kafka, lean el ensayo y, más aún, relean a Miguel Gutiérrez. La relectura es la clave.