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A setenta años del nacimiento Santiago Papasquiaro

Si en la historia hubo un poeta salvaje y “enfermo” de poesía, sin duda fue el mexicano José Alfredo Zendejas Pineda, verdadero nombre de Mario Santiago. Si bien publicó pocos poemarios en vida, tuvo una obra prolífica que al día de hoy continúa admirando a lectores jóvenes y curtidos en lides líricas.

Para el poeta, solo había un José Alfredo y ese era el cantautor y actor mexicano José Alfredo Jiménez. Por ello, decidió cambiar su nombre a Mario Santiago. Y se adjudicó “Papasquiaro”, debido al lugar de nacimiento del escritor y revolucionario José Revueltas. No por algo, el autor chileno Roberto Bolaño dijo que «Mario Santiago parecía un ser recién bajado de un platillo volador». Un tipo original, único en su especie, de esos que llegan y se van al paso de un cometa.

El infrarrealismo

Y es que era casi imposible que un autor de su talante pasase desapercibido. Junto a Roberto Bolaño, su mejor amigo, fundaron el movimiento infrarrealista a finales de los 70. Ambos eran los líderes de la agrupación, que contaba con jóvenes poetas como Bruno Montané, Ramón Méndez Estrada, Rubén Medina, Vicente Anaya, entre otros.

El entusiasmo de Mario Santiago por el infrarrealismo lo llevó a participar de todas las antologías poéticas propulsadas por el grupo, como Pájaro de calor y Ocho poetas infrarrealistas (1976) y en la revista de un solo número Correspondencia infra, revista menstrual del movimiento infrarrealista (1977).

Tras la publicación de la revista, Mario Santiago decide dejar México para radicar en Jerusalén. Quienes lo conocieron afirman que el poeta se marchó para no sufrir por un amor no correspondido, aunque también se cree que lo hizo para satisfacer sus apetitos cosmopolitas. También en 1977, Bolaño se retira a Barcelona. Para el chileno, estos hechos marcaron el final del infrarrealismo, cosa que no es del toda precisa, ya que Mario Santiago, al retornar a México en 1979, reactivó a la agrupación y se mantuvo como líder del mismo.

Papasquiaro, el poeta

Bolaño solía decir que quien tuviese la osadía de leer a Lautréamont terminaba quemándose. Pues, quien asome la mirada hacia un solo verso de Mario Santiago, terminara con los ojos arrancados de las cuencas. Y es que la complejidad de sus poemas, las metáforas cargadas de erudición, las referencias constantes a los viajeros y a los caminantes vuelven su obra enigmática, más no incomprensible.

Beso eterno (1995) y Aullido de cisne (1996) fueron los dos únicos poemarios que publicó en vida. Sin embargo, su obra no se limita solo a los poemas que contienen estos libros; fue tan prolífico que mucha de su poesía se perdió en libretas de notas o servilletas de bares, donde solía escribir. Tras una recopilación hecha por Rebeca López García, su viuda, y Mario Raúl Guzmán, se recuperaron 161 poemas, de entre 1500 piezas, en una antología llamada Jeta de Santo (2008) publicada bajo el sello del Fondo de Cultura Económica.

Un detective y los últimos años

Escribía poesía en las paredes, llamaba a sus amigos a altas horas de la noche para leerles sus composiciones, se convirtió en un buscapleitos de bares y en caminante profesional y temerario. Todo esto ocurrió tras el regreso de Mario Santiago de Israel. Precisamente, el hecho de andar por las calles de México sin mirar a los lados por si venían autos, derivó en un primer atropello en 1980. El 9 de enero de 1998, sufrió otro accidente de tránsito, el cual le causó la muerte.

Bolaño se enteró de la muerte de Mario Santiago poco después, mientras corregía la magna novela Los detectives salvajes. El poeta jamás llegó a leer el manuscrito de su amigo, aunque era un personaje activo en la historia. Y es que Bolaño tomó la figura y características de su amigo para crear a Ulises Lima, amigo de Arturo Belano (alter ego de Bolaño) y cofundador del movimiento “realvisceralista” en la novela.

La muerte de Mario Santiago causó una profunda tristeza entre sus seguidores y en el mismo Bolaño quien, como dijimos, lo consideraba su mejor amigo. Un retazo de esa pena puede notarse en el cuento inconcluso Muerte de Ulises, de la colección póstuma de relatos El secreto del mal (Anagrama, 2007) en el que Bolaño imagina a Belano regresando a México y enterándose de la muerte de Lima.

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