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Cinco años sin Enrique Verástegui

Poeta, ensayista, filósofo, cuentista, novelista, dramaturgo, guionista, músico, acuarelista, físico y matemático, la figura de Verástegui solo puede ser colocado en el altar de las leyendas. A cinco años de su partida, lo recordamos así.

De ascendencia africana por la rama paterna y tusán-china en línea materna, lo cierto es que Enrique Verástegui salió más limeño que cualquiera y cañetano de formación. Desde muy joven encendió la pasión por la literatura y el arte. Corría el año 1970 y el joven Enrique dirigía y redactaba artículos para una revista económica de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Al año siguiente, empezaría el ascenso literario. Con la publicación de En los extramuros del mundo, su voz empieza a resonar en Latinoamérica. En 1975, graba sus primeros poemas para la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, haciendo que su nombre se esculpa en conversaciones y comentarios.

Curiosamente, la pluma de Enrique Verástegui se paseó por todos los diarios de Lima, no solo para ocuparse del quehacer literario, sino de temas de diversa índole. Asimismo, trabajó para revistas de la Amazonía y fue seleccionado para participar del homenaje al poeta Allen Ginsberg en París, por parte de intelectuales de todo el mundo.

El aporte más significativo de Verástegui al corpus literario nacional fue la fundación del movimiento Hora Zero, junto a poetas de la talla de Carmen Ollé (con quien estuvo casado) Jorge Nájar, entre otros. Ya en 1978, representando a la comunidad peruana, da lectura a sus poemas ante la tumba del poeta César Vallejo, lo cual dejó admirado al escritor Julio Ramón Ribeyro, quien por aquel entonces era cónsul del Perú ante la Unesco.

La cumbre de su carrera llegaría en 1992, tras la publicación de la trilogía novelesca Terceto de Lima. Dicha obra está conformada por tres nouvelles diferentes, aunque unificadas por el estilo, en la que se pone de manifiesta la experiencia y pasiones de toda una generación de intelectuales en la capital. Dicha obra fue elogiada por el mismo Riberyro, Alfredo Bryce Echenique y Mario Vargas Llosa, por su riqueza estilística y significativa.

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