Tras la partida de uno de los más grandes narradores peruanos, a modo de tributo, les preguntamos a algunos de los docentes de la Escuela de Edición de Lima y del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos lo que significó para ellos la vida y obra de Antonio Gálvez Ronceros. Aquí sus respuestas.
Fue la llave que abre el alma y revela sus temores, inseguridades y más densas tinieblas. Con su incorregible forma de escribir pretendió, quizás, despejar esas tinieblas que impiden reconocer la luz de todo ser humano. — Katherine Pajuelo Lara (traductora, correctora y docente)
Con sus historias nos trajo un pedacito de su tierra, llena de pasiones, costumbres, ternura, odios y magia. Gálvez Ronceros fue un orfebre del lenguaje. Sus relatos, producto de la experiencia vivida, son una invitación para contemplar su prosa llena de humor, ironía y matices extraordinarios. De esta manera, nuestro genial narrador y maestro universitario nos acercó, sin preciosismos ni sentimentalismos lugareños, a la visión del mundo del afrodescendiente y del campesino costeño, personajes que se muestran tal como son, con un realismo sincero y descarnado, fina ironía y momentos mágicos. Conozcamos un poquito más del Perú y su gente, gracias a la obra narrativa de este genial artesano de la palabra. — Pedro Salazar Wilson (corrector y docente)
Así como, en pocas líneas, Juan Rulfo construyó un universo inagotable en Pedro Páramo y El llano en llamas, Antonio Gálvez Ronceros construyó una fuente inagotable de saber en Monólogo desde las tinieblas. A despecho de lo que Mariátegui mencionó sobre la «nula» herencia africana en Perú, este libro demuestra con maestría la hondura de la reflexión, desde la percepción de sus personajes y la perspectiva universal del sentir; un cuestionamiento desde la vida cotidiana y el humor de la misma como elemento crítico. Así, la oralidad interviene en la letra, y le permite susurrar y cantar, incluso, a los lectores que pueden acompañar de cerca a voces que piensan, se piensan, y manifiestan que el ser, esa ficción occidental, muchas veces excluyente, es un patrimonio para todo aquel que cuenta con la palabra y se testimonia con la libertad de la vida entre los vivientes. —César López (escritor y docente)
Descansa el maestro. Don Antonio Gálvez Ronceros ha legado al mundo que conoció un trabajo delicado de palabras finamente urdidas, estampas de hombres reunidos, perros abandonados y cómplices, protestas e injusticias vistas desde los ojos del poblador humilde y abatido. Don Antonio, paciente y minucioso, ha dedicado su vida al oficio literario, tanto en su labor de escritor como en sus largos años como docente. Don Antonio nos ha dejado una obra magnífica de talla superior. Por eso nunca dejaremos de agradecerle esa dedicación profesional de una vida plena. Debemos recordar, entre sus grandes obras de narrativa breve, títulos como Los ermitaños, Monólogo desde las tinieblas, Historias para reunir a los hombres y Perro con poeta en la taberna, la novela que publicó con el sello de nuestra escuela. Ahora descansa el maestro, no su palabra. — Luis Miguel Espejo (escritor, corrector y docente)
Conocí a Antonio Gálvez Ronceros como «papá de una amiga» (una gran amiga, por cierto). Siempre he pensado que al comienzo no le caía bien, quizás porque yo tenía 17 años. Nunca se lo pregunté. Un día, luego de haber empezado yo a hacer la revista Mesa Redonda, se me acercó y, según lo que ahora recuerdo, me dijo: «Mabel me enseñó tu revista… Quería saber si estuvieras dispuesto a publicar un breve relato mío ahí. Por favor, no te quiero comprometer. Es un cuento muy breve que nunca he publicado en ningún lado». ¡Vaya! Era increíble: primero que me hablara, luego, que el maestro Gálvez Ronceros me estuviese ofreciendo un cuento para una revista que era, casualmente, mi primer paso en el mundo editorial, el cual ignoraba casi por completo. Ese fue el punto de partida de una amistad, largas conversaciones, muchos vinos, un sinfín de consejos y varias mesas compartidas con su familia. Luego, ya más asentado en el oficio editorial, tuve la suerte de publicarle un par de libros. Y, como editor puedo decir que no hay mayor placer que publicar a un autor de quien su obra se admira y, si es tu amigo, el placer se multiplica. Se hará extrañar mucho. — Juan Miguel Marthans (editor y director de la Escuela de Edición de Lima)
El primer relato que leí de Antonio Gálvez Ronceros fue «Jutito». Estaba en primero de secundaria y creí, debo admitirlo, que era un cuento mal escrito. ¿Qué es eso de «compaire», «palaibra», «quiedo», «yo te vuagará» o «ta jorío»? Ya en la universidad, cayó en mis manos Los ermitaños, por recomendación de un profesor. Lo terminé en un par de horas, no dejé de reír y maravillarme con esos diálogos salerosos y cargados de sabiduría. Y es que, si algo comprendí aquel día, fue que Gálvez Ronceros había confeccionado un puente de comunicación efectivo entre lectores y el mundo de los campesinos costeños: con ese Perú profundo del cual muchos hablan, pero pocos comprenden. De pronto, recordé a ese jovencito de uniforme que hablaba del «cuento mal escrito» y quise darle un par de cocachos. La literatura de Gálvez Ronceros no solo queda en el mero humor o en la anécdota de un par de cuentos memorables, sino que es experimentación del lenguaje, técnica destilada hasta el último punto y devoción confesa por la escritura. Me queda una amarga sensación al pensar que el maestro tenía mucho que ofrecer todavía. Lo extrañaremos siempre. — Marco Fernández (editor adjunto del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos)