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Gracias, Mario. Te vamos a extrañar

Incontables son los homenajes y tributos que vienen apareciendo en diversos medios a Mario Vargas Llosa. En el siguiente artículo, les presentamos el testimonio de Ricardo Meinhold, corrector y editor egresado del Centro de Desarrollo Editorial, quien se despide de Varguitas con un escrito que demuestra ese cariño que se forja entre lector y autor.

La noche del domingo me encontraba releyéndolo cuando me enteré de la noticia. Por alguna razón me sentía triste, desanimado. Para remediarlo recurrí, como casi siempre hago, a la lectura. Y si me siento realmente deprimido a causa de la especie humana, a la relectura. Y tal vez por alguna extraña intuición de lector me encontraba hojeando entre aquellos libros suyos sus memorias y columnas más personales. Textos escritos con una prosa cristalina y elegante, porque para él la claridad era una cuestión ética además de estética. Fue un golpe para mí: Mario Vargas Losa había muerto ese domingo. Sin embargo, me tranquilizó saber que falleció en compañía de sus seres queridos y, sin duda alguna, de sus libros. 

Ahora me siento solo. No sabría explicarlo, pero lo que me asalta ahora es un sentimiento de orfandad. Es absurdo lo sé. Aunque, en realidad no lo es tanto. Empecé a leerlo a los veinte años, cuando el Perú sufría la peor crisis económica de su historia y la política salvadora del gobierno de turno pensaba que el fin justificaba los medios.

En ese momento, el cinismo ganaba a mi generación, ganó a las que vendrían después, y no había quien respondiera las preguntas que me hacía en ese momento: ¿Por qué hay tanta violencia? ¿Qué hago? ¿Hacia dónde voy? Era entonces un nobel lector y leía sobre todo a escritores del siglo XIX y principalmente a Ricardo Palma, con quien descubrí un refugio y me enseñó que la ficción es la manera de reinventar la realidad para que calce con nuestros deseos.

Pero fue Mario quien respondió aquellas preguntas que me hacía y me ayudó a tener siempre una actitud critica hacia mi realidad. A entender que el poder tiene su propia lógica y que como joven y ciudadano me correspondía cuestionarlo, señalarlo, incluso condenarlo. A ser critico con nuestros gobiernos y entender que es uno mismo el responsable de su destino. Que de nosotros depende encontrar el éxito o el fracaso. A seguir tu vocación por encima de todo.

Textos como La literatura es fuego. El poder de la mentira. Sebastián Salazar Bondy y la situación del escritor en el Perú, Albert Camus y la moral de los límites, o El país de las mil caras (muchos de cuyos párrafos releo a mis hijos) se volvieron textos de cabecera en esos años.

Si uno busca sus precursores, como escribió Borges alguna vez, entonces fue gracias a Vargas Llosa que empecé a encontrar a los míos. Desde el mismo Borges hasta escritores y ensayistas imprescindibles para mí como André Malraux, Ernest Hemingway, George Orwell, Albert Camus, Octavio Paz, críticos como Cyril Connolly o Edmund Wilson y pensadores como Raymond Aron y Jean Francois Revel.

Aprendí que uno es su lenguaje. Que corromper tu lenguaje es corromper tus valores. Decir lo que se piensa y hacer lo que se dice debería ser la regla y no la excepción. Que en política los medios no deben justificar los fines sino al revés. Y que la gran desgracia de la historia moderna ha sido ver como aquellos hermosos fines fueron traicionados o destruidos por los terribles y bárbaros medios que el hombre usó para justificarlos.  

La literatura vino después. Dejo para otro momento el impacto que su literatura tuvo y tiene para mí no solo como lector sino como escribidor. Solo baste decir que la primera secuencia de Conversación en La Catedral te enseña más sobre como escribir ficción que muchos libros y talleres de escritura. Y que Los cachorros sigue siendo una pequeña obra maestra que no envejece y que recomiendo leer o releer.

En estos momentos que leo como aquí y en todas partes escriben qué a Vargas Llosa hay que leerlo, pero no escucharlo, que solo hay que recordarlo como el gran novelista que fue, descubro como la intolerancia, la descalificación, la inercia y el lugar común siguen siendo moneda corriente entre mis contemporáneos. Yo sé, parafraseando algún texto suyo, que mi vida hubiera sido peor sin los libros que escribió Vargas Llosa.

Ahora me siento solo y con la tristeza de saber que no volveré a leer nada nuevo de su pluma. Quedan sus libros y su figura ejemplar tanto en sus aciertos como en sus equivocaciones. Pero voy a echar de menos sobre todo su sonrisa particular, aquella con la que remataba algún comentario que lo alegraba o irritaba. Ni mas ni menos que lo que sentía por mi padre o mi abuelo.

Gracias, Mario. Te vamos a extrañar.

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