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Inteligencia artificial y correctores: un desafío (y una oportunidad)

Juan Carlos Almeyda, docente del curso IA para correctores de la Escuela de Edición de Lima, nos presenta en este artículo algunos planteamientos respecto a la inteligencia artificial y el desafío que representa para los correctores integrar esta tecnología en su labor.

Cuando nos referimos a la integración de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito de la corrección de estilo y la edición de textos, es habitual que esta se piense en términos de sustitución de los seres humanos en la asignación de tareas. En ese contexto catastrofista, es coherente la lectura que se le dio al difundido estudio «GPTs are GPTs», que supuestamente aseguraba la extinción de los empleos cognitivos no rutinarios.

No era así. Es más, aunque no profundicemos en esta investigación sobre el impacto generalizado que tendrían modelos como ChatGPT en el mercado laboral, sí es menester destacar la hipótesis de los evaluadores acerca de que los trabajos centrados en la ciencia y el pensamiento crítico tienen menos riesgo antes estos modelos de IA, en comparación con los relacionados a la programación y la escritura. Resaltamos esa última idea porque dicha afirmación parece contraponer estos dos grandes campos. ¿Acaso los trabajos vinculados al lenguaje, la redacción y la escritura nunca implican el ejercicio del pensamiento crítico?

La corrección, de acuerdo con Juan Luis Blanco, es el proceso de detección y eliminación de las interferencias que impiden o dificultan que el texto alcance su máxima eficacia comunicativa. En ese sentido, para que el texto logre su propósito, además de las competencias lingüísticas formales —el manejo de la gramática y la ortografía—, el corrector debe comprender el entorno comunicativo, las intenciones del autor, las expectativas del lector ideal, el género, registro o formato de la publicación, el funcionamiento del proceso editorial… Es decir, implica que el corrector haga uso de su criterio o juicio para distinguir lo relevante de lo que no lo es, en un contexto determinado, para lo cual el pensamiento crítico es ineludible. En este punto, cabe recordar que las palabras «criterio» y «crítica» comparten la misma raíz, el verbo griego krineín, que significa «juzgar»; es decir, desde sus orígenes estos conceptos estaban vinculados.

Si en la corrección de estilo debemos rechazar la visión del corrector «como un ser antipático, cerrado y autoritario» —en palabras de Nuria Gómez—, también es necesario tomar distancia del «tecnopesimismo» que asume que toda utilización de herramientas de IA supone sustitución laboral. En efecto, el uso de estas nuevas tecnologías, siguiendo a Carlos Scolari, debería entenderse en tanto «integración crítica» y no como «exclusión acrítica», lo que derivaría en una escritura caligráfica, manual, artesanal. Ahora bien, esto tampoco debe implicar la «integración acrítica» de la IA, propia de los tecnoptimistas, puesto que, en el campo de la edición y corrección de textos, la intervención humana es imprescindible.

La presencia del corrector, al interactuar con modelos conversacionales como ChatGPT, Copilot, Gemini o Claude, debe manifestarse tanto en la producción de textos de entrada o prompts, como en la interpretación de los textos de salida o respuestas del sistema. Por un lado, existen técnicas para que los algoritmos respondan de manera más eficiente y el usuario consiga aquello que está buscando específicamente; esto es lo que se conoce como «ingeniería de prompts».

Por el otro, los productos de los chatbots deben pasar por los procesos de evaluación —respecto a la construcción de los argumentos— y verificación —en cuanto al contraste de datos factuales—, como indica Lluís Codina, antes de ser tomados como las versiones finales de nuestros textos. Asimismo, en la actualidad, nadie más que el corrector humano será capaz de interpretar con minuciosidad matices y subtextos; detectar y corregir contenidos que puedan ser culturalmente sensibles o inapropiados; o personalizar el texto y adaptarlo al propósito comunicativo específico.

En la medida en que el criterio humano sea indispensable para trabajar con modelos de IA, podemos referirnos a la integración crítica de estas tecnologías. Sin embargo, esta no es la única forma para considerar esta relación entre la inteligencia artificial y el ámbito de corrección de estilo. ChatGPT y otros asistentes conversacionales similares están teniendo efectos en la edición, la búsqueda de fuentes académicas, la redacción académica, la escritura creativa.

En fin, sus consecuencias se irán apreciando en la misma concepción de escritura y lenguaje. Jorge Carrión, en su libro Los campos electromagnéticos, propone la idea de escritura artificial o automatizada, en tanto intervención cultural colectiva que implica una liberación racional. Al contrario, el historiador Yuval Noah Harari ve con sospecha cómo la inteligencia artificial ha adquirido capacidades de generación de textos, «hackeando» el sistema operativo de nuestra civilización. Por su parte, el filósofo Éric Sadin, en La inteligencia artificial o el desafío del siglo, cuestiona el valor de verdad oracular que se le otorga a las respuestas que ofrecen los nuevos sistemas de IA.

Los correctores, como celadores del lenguaje y garantía de que este cumpla eficazmente su propósito comunicativo, también debemos prestar atención a estas reflexiones. Asimismo, tenemos que ser conscientes de los cambios en nuestro contexto. En la actualidad, por ejemplo, vivimos una exagerada profusión de libros creados con IA y publicados en plataformas digitales de venta sin explicar su origen verdadero. De otro lado, en el Perú se ha establecido un sistema paralelo de compra-venta de artículos y tesis académicas de escaso valor científico-humanístico, pero útil para los fines extracadémicos de quienes los solicitan.

El empleo de herramientas de IA en un sistema perverso como el descrito podría ponernos en una situación aún más complicada que en la que estamos. Por ello, una vez más, los correctores de estilo debemos obrar con criterio y responsabilidad ética. La inteligencia artificial implica una revolución tecnosocial y, por lo tanto, requiere de los trabajadores de la edición el conocimiento de estas tecnologías y el pensamiento crítico para saber cómo utilizarlas.

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