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Jorge Eduardo Eielson: cien años después

Hoy, en el centenario del nacimiento de uno de los artistas mayores del Perú, realizaremos un breve repaso por su obra, la cual ha generado seguidores devotos tanto de su poética, narrativa y legado plástico.

Resulta un despropósito destacar a Eielson solo como poeta, como narrador, como artista plástico, como dramaturgo. Y es que al referirnos a él hacemos alusión a todo un repertorio integrado. Un solo gran nudo, si se quiere, cuyas amarras son precisamente las artes que exploró a lo largo de su trayectoria. Sería más conveniente, de algún modo, calificarlo por encima de todo como creador.

Si abordamos el plano literario, quizás el frente más recurrente, la figura de Eielson es fundamental en la gestación de la Generación del 50, la cual reuniría también a poetas como Carlos Germán Belli, Javier Sologuren, Washington Delgado, entre otros.

En los albores de su producción lírica —es decir, de la cual se tiene registro, porque desde muy joven mostró afición por la escritura, las artes y la música—, Eielson demuestra predilección por el simbolismo, por ende, es notaria la influencia de autores como Rilke y Rimbaud en sus primeros trabajos.

De esta admiración, junto con la lectura intimista de los mitos griegos, surgen poemarios como Ájax en el infierno (1945) y Reinos (1944), el más importante de sus trabajos tempranos. Y es que, con solo 21 años, Eielson obtiene por estos poemas el Premio Nacional de Poesía en 1945.

La trascendencia de Reinos no solo radica en el entusiasmo que generó en la palestra literaria por la obra de Eielson, sino que mostró una ruptura y reforma de la estética y las convenciones líricas, tal como sucedió con Vallejo tras la aparición de Trilce (1922) dos años antes del nacimiento de Eielson.

Poeta en tierra extranjera

La visión artística de del poeta no solo se limita a la observación y compromiso con el paisaje natal. Y si bien con él se rompe aquella creencia de los profetas negados en su tierra, es el mismo Eielson quien decide exiliarse por cuenta propia.

Pero ello no es un acto gratuito, sino un manifiesto. El mundo necesita ser transformado a través de las palabras y el compromiso del artista, según su visión, es mirarlo y abordarlo más allá de la formación artística misma.

Tal vez por ello, y el mismo espíritu místico y cosmopolita que lo inquietaba lo llevo a continuar su producción en Italia, específicamente en la Roma milenaria, en donde se gestan las obras Habitación en Roma (1952), Noche oscura del cuerpo (Roma, 1955) y Arte poética (Roma, 1965).

En esta etapa se hace patente la religiosidad y múltiples guiños a los clásicos, pero sobretodo el culto al cuerpo, lo cual marcaría claramente la perspectiva y el devenir de la producción eielsoniana. Otra de las características plasmadas de esta etapa es también el alejamiento de la lírica, para recaer en piezas en prosa o fragmentos que trabajan una idea hasta secarla por completo.

Los nudos eternos

Las últimas etapas de Eielson están marcadas por la observación plena del drama humano, aquel que se desarrolla bajo el manto de la cotidianeidad. De esta visión íntima nace Nudos, la cual es el testimonio pleno de la problemática del hombre frente al mundo.

Dejemos de hacer poesía (literalmente hablando) y abordemos también la faceta plástica del autor. Muchos recuerdan a Eielson por sus famosos quipus y los nudos, que son más que nada una manifestación personal de su visión artística. Pero sobre los quipus mucho se dice e interpreta. Y, quizás por ello, se hace más interesante su apreciación.

En un artículo del diario El Comercio de marzo del 2016, se dice que los quipus tal vez fue la manera en la que Eielson decidió mirar al Perú desde las tierras lejanas que habitaba, acercándose de alguna manera hacia el país que lo vio partir a los 25 años.

También se hace mención a José María Arguedas, quien fue su maestro de secundaria, y quien probablemente jamás le perdono que abandonase el Perú. Si esta fue o no una forma de hacer las paces con él, lo cierto es que el compromiso del artista es únicamente con su visión del mundo y la de Eielson traspaso su propia tierra.

A cien años de su nacimiento, y a lo mejor dentro de cien años más, seguiremos encontrando nuevas lecturas, nuevas interpretaciones y símbolos en su obra.



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