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La claridad textual

En el siguiente artículo, Luis Miguel Espejo, docente de la Escuela de Edición de Lima, define una serie de conceptos respecto a la claridad y otros aspectos que deben revestir a un texto, en favor de los lectores.

Por Luis Miguel Espejo

Tratamiento del léxico y la expresión

Todos sufrimos al leer textos defectuosos por una serie variada de motivos. En ocasiones, algunos de estos motivos pueden ser solucionados de un modo sencillo, pero siempre que hayamos detectado dónde está la raíz del problema. Para redactar textos aceptables y efectivos, debemos concentrarnos en la búsqueda de la claridad. Sin embargo, la experiencia nos muestra que a veces estamos obligados a releer un párrafo, una idea o un artículo completo (y ciertamente no porque sean hermosos o de factura superior). ¿Por qué ocurre esto? ¿A qué debemos prestarle atención cuando planificamos, redactamos o corregimos nuestros textos? Veremos estas y otras cuestiones relacionadas en las siguientes líneas, y pondremos especial atención a la expresión escrita sencilla y un léxico adecuado.

La comunicación escrita puede ser efectiva o defectuosa, según cómo hayamos planificado nuestro texto. Por supuesto, esto no nos exonera de caer en ciertos vicios del lenguaje (involuntarios). Ambigüedades, arcaísmos, cosismos, cacofonías, barbarismos, muletillas y pleonasmos se encuentran entre los más populares, pero esto aún no nos debe preocupar.

Al comunicarnos por medios escritos, estamos obligados a hacer un checklist esencial que siempre recuerdo a mis estudiantes en la EEL: (i) ¿qué quiero decir?, (ii) ¿a quién se lo quiero decir?, (iii) ¿por dónde me va a leer? Con esta información básica es mucho más sencillo definir el texto completo, pues definiendo el tema, el lector ideal y el medio por donde leerá nuestras ideas, la elección del formato y el tratamiento del contenido nos facilitará enormemente la redacción.

También conviene recordar el propósito de la redacción: que nuestros lectores nos comprendan a la primera lectura. Para lograrlo, necesitamos apostar por la claridad, la mejor garantía de cumplir con este propósito. Una redacción clara es muestra de generosidad, de consideración… es una manera de decirles a los lectores: «Estimados, he estado pensando en ustedes y por eso he planificado, escrito y editado estas palabras; para que no sea necesario que las relean». Un texto «desconsiderado», en cambio, obliga a desentrañar el sentido de las palabras y, a veces, deja a los lectores en una oscuridad cavernaria, insalvable.

La revisión del texto

Para mejorar un texto poco claro debemos revisar el léxico. Sí. Es casi el nivel más básico de la escritura, pero muchos de los vicios en la redacción se resuelven en este nivel: las palabras adecuadas garantizan la comprensión inmediata y, al contrario, las palabras comodín, «gaseosas», indefinidas o los rodeos o circunloquios solo aportan confusión o, en el peor de los casos, sugieren la inseguridad de los autores y de sus contenidos. Si en lugar de «Tenemos que hacer muchas cosas urgentes» dijéramos «Debemos entregar estos archivos antes de la una», ningún lector tendrá dudas. Tenemos suficientes palabras en nuestra lengua para decir exactamente lo que queremos decir; no hay excusa. Así dejaremos de recurrir a los conocidos «el tema de», «la cosa que», la fórmula «poder + V», «lo que es…», y un largo etcétera de combinaciones que a la larga no dicen nada.

Los lugares comunes, por su parte, también operan como muletillas que le dejan al lector una sensación de clichés trillados, que han perdido su sentido a punta de tanta repetición. Frases como «a lo largo y ancho del país», «se hizo un silencio sepulcral» o refranes populares pueden parecer recursos muy usados, pero en el fondo delatan que los autores carecen de creatividad o sinceridad. ¿Cómo evitarlos? Con una revisión cuidadosa y con lecturas habituales de calidad estaremos mejor preparados para pulir algunas secciones que caigan en estas frases hechas.

Recomendaciones finales

Un lenguaje directo debería evitar, pues, rodeos, pleonasmos, ambigüedades y eufemismos (excepto cuando el decoro así lo exija). En suma, evitar —si se me permite— las evasiones. De este modo, descubriremos que muchos textos necesitaban menos palabras para decir casi lo mismo.

Por último, así como debemos alejarnos de la expresión simplona o facilista de palabras «baúl», conviene también estar prevenidos contra el lenguaje excesivamente afectado y la expresión huachafa. Vamos por partes: el exceso y el defecto van en contra de la claridad en la redacción. Hemos visto que se pueden evitar vicios derivados de un léxico pobre, pero también podríamos pecar por un léxico o una expresión demasiado ornamental, llena de fórmulas grandilocuentes que recuerdan a las fachadas barrocas del siglo XVII. Los términos rebuscados como «occiso», «insulso», «onomástico» o «sempiterno» quizás puedan sorprender a lectores desprevenidos, pero lo que consiguen estos textos es atarantar al lector y obligarle a hacer una pausa en su lectura, que debería ser fluida. No se trata de llamar la atención sobre lo que nosotros queremos, sino de poner por delante lo que necesitan los lectores. Recordemos que la idea es ser generosos con los lectores, y la generosidad va en sentido opuesto a la mezquindad y al ego.

Todos ganamos con este cuidado en la expresión clara: redactores, lectores, correctores, editores… Debemos estar atentos a (o más bien “vacunados contra”) estos vicios que reproducimos por aparentar un estilo culto que no siempre dominamos, y que los lectores casi nunca piden ni agradecen. Procuremos la expresión directa, amable y considerada que está al alcance de todos.

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