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La llamada del abismo

Escribe Ricardo Meinhold

La realidad del Perú se aleja mucho de lo que todos los políticos prometen: una sociedad libre, democrática y con igualdad de oportunidades para todos. Como consecuencia, se tiene un país fragmentado en el que cada uno cuida sus propios intereses y olvida a los demás. Estas últimas elecciones han sido un gran reflejo de ello.

Cuando voté por primera vez en una elección sentí una indescriptible emoción. No solo porque tener en las manos mi flamante libreta electoral de tres cuerpos (aún no existía el DNI) me hizo sentir por fin como un adulto ꟷequivocación garrafalꟷ, también porque mi mayoría de edad coincidió con la campaña municipal y sobre todo presidencial liderada entonces por Mario Vargas Llosa, a quien conocía, en esa prehistoria mía, solo por los libros de texto del colegio.

Aquella emoción de mis dieciocho años fue producto de lo que percibí de la política siendo todavía un niño de siete u ocho. Porque, aunque nunca me interesó la política, siempre la relacioné con la libertad: La Asamblea Constituyente de 1979 y las elecciones presidenciales de 1980; y ꟷaunque no entendía bien ese adjetivoꟷ con los intelectuales: gentes que parecían saber lo correcto, creer lo que decían y cuyo esfuerzo, a pesar de las largas discusiones que mostraba la televisión o reporteaban los periódicos, era alcanzar ꟷal menos así lo veía yoꟷ la felicidad para todos los peruanos. Periodistas, abogados, sociólogos, arquitectos, economistas; muchos de ellos habían publicado libros y pertenecían a partidos políticos cuyos nombres eran reconocibles. No entendía nada puesto que escuchar hablar a mis padres de política era como oír a los adultos en la serie El show de Charlie Brown y Snoopy, y no era el momento para preocuparme.

Cuando lo experimenté fue decepcionante: las elecciones están más cerca de la ficción jurídica que de la realidad, y al entenderlo empecé a preocuparme. De hecho, lo que sucedió entre 1989 y 1990 fue el origen que explica el actual escenario político tras las elecciones del domingo 11 de abril. Comprendí que la política en el Perú nunca tuvo la dimensión que yo creí percibir de niño. Al contrario, fue gracias a esas elecciones, y a las clases de economía de mi delirante profesor del centro preuniversitario, que entendí que una cosa es «lo que debería ser» y otra «lo que crudamente es».

El tema es complejo, pero si creemos que la aspiración del político es usar el poder obtenido en las urnas, gracias a una campaña de ideas, para alcanzar aquella sociedad justa que anhelamos, nada es más lejano a la realidad. El poder tiene su propia lógica, y fue explotando hasta el cansancio el populismo practicado por todos los políticos peruanos desde que somos una república, que lograron fracturar y dividir más a nuestra ya fracturada y dividida nación, dando como resultado el resentimiento social de los peruanos más desfavorecidos y haciéndolos vulnerables a extremismos ideológicos como el terrorismo que sufrimos en el pasado o la izquierda más dura en la actualidad.

Por otro lado, la clase alta, responsable antaño de liderar a la sociedad, ahora es ciega a nada que no sea ella misma. En el centro, la clase media esta pagando caro su indiferencia; y alrededor de todos nosotros, acercándose cada vez más, el abismo. Y empujándonos al borde, los partidos políticos, numerosos, irresponsables y efímeros, sin ideas ni ideología, que solo dividen el espectro político: en Estados Unidos la derecha es representada por un partido, mientras que en el Perú, por cinco o seis.

Vivimos en la civilización del espectáculo donde la banalización no solo es cultural, también política y social. Nunca estuvo el Perú tan dividido como ahora. De hecho, lo estuvo siempre, pero había una noción de responsabilidad en las clases dirigentes que a partir de la dictadura de Velasco empezó a extinguirse hasta desaparecer.

En lo referente al mundo editorial, los libros y las revistas ya no contribuyen como antes a estimular las ideas y la crítica. Más todavía, el aparato editorial parece haber olvidado que no existe solo un público objetivo, sino muchos y contradictorios. Concentrándose en unos (principalmente de la costa) y olvidando a los otros, se dejó sin espacio a un publico que finalmente no se siente reflejado en las publicaciones existentes o nunca se entera que dichas publicaciones existen, y dejó solo al Estado (que rara vez administra bien las cosas) con esa labor. Es verdad que el difícil acceso dificulta y encarece la distribución hacia las zonas más alejadas, y la insuficiente educación pública no es un buen abono para potenciales lectores, pero lo cierto es que el «Perú profundo», como lo describe Jorge Basadre, rara vez figura en las preocupaciones, agendas, iniciativas o solicitudes de las editoriales ꟷgrandes y pequeñasꟷ al gobierno, al congreso o al sector privado; solo aparece el «Perú oficial».

La gente vota por pulsiones, resentimientos, percepciones, no por ideas. No queremos asumir nuestras responsabilidades como individuos, es mejor echar la culpa al «otro», cuyo perfil lo delinean nuestras emociones, nunca nuestro conocimiento, y dejamos que el estado decida por nosotros. Al permitirlo, ese «estado» termina desnaturalizando las instituciones y tarde o temprano, acabando con la democracia. Esa siempre ha sido la receta para el subdesarrollo.

Mi reflexión no es optimista. Pero creo que, para poder mejorar, primero hay que aceptar que algo está mal para poder cambiarlo. Y desde nuestro rol en la sociedad, contribuir a ese cambio. Porque de alguna forma todos somos responsables, como hijos, padres, profesores, abogados, editores.

Pocos años después de aquella primera elección, discutiendo con mi papá sobre lo decepcionado que estaba mi generación me dijo: «Tienes razón, pero ¿qué propones para cambiar las cosas?»

Aunque sin hacerme ilusiones ꟷsobre todo después de estas eleccionesꟷ, creo que es el momento de responder aquella vieja pregunta.


Ricardo Meinhold Gálvez nació en Lima en 1971. Es editor y escritor. Ha colaborado para revistas como SOHO Perú y URL, Una revista de libros. Ha sido editor de la revista Beppo de la Escuela de Edición de Lima. Es especialista en finanzas y considera la edición como una manera de influir, para bien, pero sobre todo para mal, en la sociedad.

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