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Lecturas recomendadas para reflexionar sobre la corrección

La lectura es un hábito inherente a la labor del corrector de estilo. Sin embargo, no solo basta con ello: debemos saber qué leer. Katherine Pajuelo Lara, docente de la Escuela de Edición de Lima y del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, nos deja dos recomendaciones bibliográficas al respecto.

«El verbo leer no soporta el imperativo» (tampoco el verbo amar), con estas palabras comienza Daniel Pennac su hermoso librito Como una novela (Anagrama, 2017). De hecho, en su lista de derechos del lector, el primero es el derecho a no leer. El autor reflexiona sobre cómo se aborda la lectura en las escuelas y sí, pues, convengamos que leer a la fuerza es un acto contrario al placer.

En el caso de los correctores, el imperativo se aplica: tenemos que leer y, además, entender el texto que vamos a corregir. Pero también hay que leer (imperativo encubierto) textos que nos acompañen en el continuo aprendizaje y también que nos entrenen. Mencionaré, por ahora, un libro de aprendizaje y otro de entrenamiento.

El aprendizaje del escritor – Jorge Luis Borges

En El aprendizaje del escritor (Penguin Random House, 2015, trad. Julián E. Ezquerra), se reúnen tres seminarios (sobre ficción, poesía y traducción) que el autor dictó en la Universidad de Columbia, en 1971, para los estudiantes y los profesores del programa de escritura.

En el seminario sobre poesía, Borges señala que luego de escribir, abandona el texto por una semana o diez días. Esto puede aplicarse perfectamente a los trabajos de corrección (¿o solo le dan una leída?). Aunque difícilmente la realidad les permita abandonar un trabajo por ese tiempo, intenten «dejarlo» descansar (y, de paso, descansan ustedes de él). Vayan por un café, a mirar por la ventana, asalten la refri (típico). Sabemos que es necesario otro par de ojos para revisar un texto, pero sabemos también que, en la vida real, es poco probable: un solo corrector para todas las etapas. Con mayor razón, abandonen el texto por un tiempo; al retomarlo, el milagro sucederá: lo verán con otros ojos.

En el capítulo dedicado a la traducción, Borges dice que «ejecuta de oído» (p. 141), que no tiene reglas fijas de ninguna especie; esto me da pie a plantear las siguientes preguntas: ¿cómo lo corregimos?, ¿estamos preparados para intervenir un Borges?, ¿nos sentiremos «dignos»?

Norman di Giovanni, traductor de Borges sostiene que «el peor problema de la traducción es traducir algo que está mal escrito en el original» (p. 141). Se tenía que decir y se dijo. Correctores, ¿no les resulta familiar? Dicho esto, si le ponemos tildes, comas y puntos, ¿un texto mal escrito automáticamente estará bien escrito? Los signos de puntuación dan sentido a un texto, nadie lo duda, pero el trabajo grueso está cuando ni el corrector, con toda la experiencia que pueda tener, comprende el sentido de un texto que cae en sus manos. ¿Lo salvará la gramática, la ortografía o su experiencia lectora? Quizá los tres, a modo de nudo borromeo.

Borges decía que le gustaba que le corrigieran y afirmaba también que para romper las reglas, había que conocerlas antes. ¿Qué opinan? Creo que es el punto de partida a la hora de hablar de estilo. Seguro habrán recibido en algún momento ese encargo de corrección con la sutil advertencia: «No me vayas a cambiar el estilo». Cuál, ¿la no aplicación de las normas? Un libro de gran utilidad que nos lleva a la reflexión.

Monólogo desde las tinieblas – Antonio Gálvez Ronceros

Un verdadero reto para los correctores. Monólogo desde las tinieblas, de Antonio Gálvez Ronceros (Peisa, 2014), compila veintitrés relatos en los que se reproduce el habla de los trabajadores negros de distintos poblados de Chincha (Ica, Perú). En sus relatos, narrador y personajes nos revelan sus alegrías, sus amarguras, sus desdichas y su negativa a la desdicha.

En «Una yegua parada en dos patas», Palmerinda celebra su cumpleaños y un grupo de hombres empieza a discutir airadamente. Ella, «con esa voz tan inmesa que parecía de buro», los enfrenta: «¡Ningún jetón me va a vení a tumbá mi cumpleaño! Sepan, carajo, que aquí no sia venío a pelease. Aquí sia venío a bailase, a comese y a bebese» (p. 80). Tarea para la casa: qué se corrige, qué no, dónde fue a parar lo correcto, qué es entonces lo incorrecto.

En «El encuentro», el niño Raulitio escuchó que, por su color, los negros eran como gallinazos y que se convertirían en uno cuando murieran. Angustiado, se preguntó: «¿Entonce yo soy gainazo?». Y le contó a su tata que sintió «mucho ñiedo poque los gainazos son animale petosos, que comen caine pordrida y petosa». Y se miró el cuerpo y se dijo: «No, seguro que ya soy, y no me doy cuenta poque toy chiquito» (p. 75).

Gálvez Ronceros elimina el dígrafo ‘ll’ en «gainazos», pero conserva la ‘y’ en «toy» (‘estoy’). Entonces podríamos decir que prima la fonética, pues como «toi» y «toy» se pronuncian de la misma manera, el autor adopta lo más parecido a lo convencional. Entramos de lleno a esa rama de la lingüística que estudia los sonidos, la fonética, y advertimos así que el autor materializa la oralidad. Escribe como hablan, sí; pero entonces, ¿qué sucede con eso de que el código hablado es uno y el escrito, otro? Fíjense en la puntuación: las comas de vocativos están, los signos dobles están, todo está en su lugar.

Estemos preparados para distintos tipos de textos. Podrán decirme que no corrigen literatura, que no es su área, pero les dará nuevas perspectivas, nuevas herramientas… nuevas dudas.

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