Conoce los procesos que intervienen en el proceso en el cual un manuscrito se convierte en un libro registrándote de forma gratuita en el siguiente formulario: forms.gle/VvpjPnt6qbwgTykf8
¿Quieres conocer más sobre el editing y la etapa en la que se forja el vínculo entre el autor y su editor? Y es que hablar sobre ello es referirse a una de las actividades determinantes del quehacer editorial.
De este modo te invitamos a participar en nuestro seminario «¿Qué es el editing?», en el que descubrirás este interesante ámbito del trabajo del editor. Te esperamos este miércoles 12 de febrero de 9:00 a 20:30 horas (Lima, Bogotá) / 21:00 a 22:30 horas (Buenos Aires).
El editor argentino Diego Barros dictará este seminario en línea y en directo. El ingreso es libre. Llena el siguiente formulario y participa: forms.gle/VvpjPnt6qbwgTykf8
Este seminario es la antesala al curso de Editing en el Proceso Editorial. Quienes participen en el evento recibirán un 10% de descuento en su matrícula.
¿Eres un apasionado por los libros? Entonces, este curso es para ti.En la Escuela de Edición de Lima hemos diseñado uno de los programas más completos que te ayudará a dar un gran paso hacia el sector editorial.
Trabajar con manuscritos y emprender el proceso correcto hasta darle forma a una publicación, qué duda cabe, es un oficio de orfebrería. En tiempos en los que la necesidad de generación de contenidos para distintos soportes ha sobrepasado la demanda, la figura del editor cobra especial relevancia, como aquel profesional que los gestiona y hace funcional cada parte que los compone.
Un gran paso hacia el rubro editorial
La Escuela de Edición de Lima presenta el Curso Integral de Edición de Publicaciones (CIEP) uno de los programas más completos (160 horas lectivas) de formación de editores capacitados para emprender proyectos vinculados al sector libro. A la fecha, cuenta con 22 promociones de editores egresados, quienes se encuentran laborando en distintas instituciones, empresas del rubro o han iniciado fructíferos proyectos propios. El CIEP está dirigido para todos los profesionales que busquen poner en marcha iniciativas editoriales propias o de terceros. Mediante sesiones teóricas y prácticas, los estudiantes conocerán los fundamentos que rigen la labor editorial, así como los distintos casos en los que interviene el editor durante el proceso de publicación. Asimismo, el curso ofrece también una serie de asignaturas que complementarán los principales saberes de la edición.
Las clases empiezan el lunes 25 de noviembre, en línea y en directo para todo Perú, Argentina, México e Hispanoamérica. A través de nuestra plataforma de transmisiones y el sistema de registro, las clases quedarán grabadas, por lo que los participantes podrán seguir el programa tanto de manera sincrónica como asincrónica. El curso está compuesto por cinco módulos repartidos en diez meses. Asimismo, cada alumno contará con un pase determinado para acceder a las grabaciones y descargar los materiales brindados por los docentes en clase. De este modo, el CIEP no solo se convierte en una interesante alternativa de perfeccionamiento profesional, sino también en un sistema de aprendizaje constante.
¿Cómo puedo participar?
Comunícate con nuestros asesores en línea, accede a nuestras promociones especiales de lanzamiento y separa tu vacante. Puedes escribirnos a los siguientes contactos: 🔗 WhatsApp: https://wa.me/51968788289 💌 [email protected] 🌎 México, Colombia, Ecuador, Argentina, Paraguay, Panamá, Chile, España: WhatsApp: https://wa.me/5215564945588 [email protected] 🌐 Página Web: https://bit.ly/3tZpYHM
La independencia es un valor muy disputado, ya sea por la libertad de decisiones por parte del editor o por la capacidad de publicar títulos de mayor preferencia. Sin embargo, la definición de este término es un poco más compleja de lo que se piensa. Víctor Malumián, cofundador de Ediciones Godot (Argentina), coautor del libro Independientes, ¿de qué? y docente de la Escuela de Edición de Lima, define la independencia del editor en la siguiente entrevista, tomando como punto de partida los elementos intervinientes en el proceso editorial.
Nos compete en esta conversación definir la independencia editorial, que parece ser la panacea al que todo mundo aspira. Pero pareciera que, en el sector editorial, ser independiente es pertenecer a una casta reivindicadora y, en cierto modo, ser un «sangre pura» del medio.
El término para definir con mayor capital simbólico y agrupar a las editoriales pequeñas y medianas ha sido redefinido infinidad de veces. Se habla de editoriales «autogestivas», «a pulmón», «independientes», «pequeñas», «con pocos recursos». La discusión por el término es lo menos importante. Uno puede reivindicar un término u otro, pero a mí me interesa más la definición. Cuando escribimos el libro Independientes, ¿de qué? con Hernán López Winne, mi socio, lo que pensamos fue en una «zona», si no parecería que hay una regla que te mide y exactamente te dice que estás al 100 % o al 0 % de la independencia. De golpe, una editorial está orbitando en el centro y es comprada por un grupo y orbita un poco más lejos de la periferia. El primer punto para empezar a definir lo que entendemos por esta zona de independencia es más un modo de hacer que una variable en particular. Y por modo de hacer puedes englobar una cantidad de cosas: cómo te relacionas con las otras personas con las cuales trabajas, si elaboras contratos justos y equitativos, cómo es la forma en la que piensas tu catálogo; ¿lo asumes simplemente como una nuez que flota en el océano de las modas? Que seas pequeño no quiere decir que no puedas publicar en torno a una moda de mercado. Y eso tampoco te convierte en una persona maligna: simplemente estás tomando ese camino. Hay algo de independencia ahí que se pierde. La independencia editorial toma en cuenta, por sobre todas las cosas, el criterio de edición y el mercado.
En ocasiones se asume la independencia como un sacrificio de recursos, de energía, incluso de la propia visión del editor. Es decir, sacrificar muchas veces la salud económica y artística sobre el acto de publicar.
En cada país, por supuesto, es distinto. Por lo menos en Argentina, México y Chile, que los veo más de cerca, hay una discusión interna en torno a la profesionalización de la edición. Y, de nuevo, a mí no me interesa mucho el término, o si es que se utiliza «profesionalización» u otro. A mí lo que me interesa es el contenido. En la discusión significante/significado, me quedo con el contenido. Para mí, hacer las cosas cada vez un poco mejor y que sean rentables tiene sentido. Se puede ir en detrimento de la anchura física del libro, con tal de ahorrarse unos centavos y hacerlo mejor; ¿se puede hacer en detrimento de la corrección para no pagar a un corrector y ganar más plata? No. Todo eso me parece que atenta contra lo que estamos hablando. Ahora, la mirada opuesta es donde hay una negligencia al distribuir o cuando el catálogo no posee un balance entre un libro que tiene una pequeña apuesta de romper el círculo más duro de lectores o lectoras versus publicar lo único que se me ocurre, lo que me gusta a mí y que no tendrá ningún tipo de recorrido. Ahí debe haber un equilibrio en el cual convivan libros que tienen una mayor posibilidad de ventas con uno de menor posibilidad. Dentro de esto se abre como una minifisura de cierto automatismo estilístico. Es decir, si publico lo que a mí me gusta, probablemente les guste a quinientas o trescientas personas. Generalmente, detrás de una venta casi nula se esconde un problema de logística, de prensa o de comercialización. Es muy sacrificado, como probablemente lo sean otros rubros. El gran aporte de una editorial es su capital simbólico anclado en su catálogo. Hasta que no se construya una identidad de catálogo y haya una comunidad que palpita en torno a las novedades que publica ese catálogo será mucho más duro dar a conocer las novedades.
Tal vez el término no sea tan importante, como mencionas, y sabemos que puede ser hasta un despropósito definirlo. Pero, si tratásemos de acercarnos un poco a la definición de independencia, ¿cuál sería tu propuesta?
Es una zona delimitada por cinco o seis variables. La primera es cierta libertad en los criterios antes de publicar. Y eso se puede definir en la posibilidad que posee el editor, la editora o la persona que lleva adelante al sello de decir no a un tema con total libertad. A veces eso está cruzado por un montón de problemas. Por ejemplo, estás en la universidad y le tienes que decir que no a un profesor, obviamente no se puede. Si diriges la editorial de un partido político y, por determinados lineamientos u objetivos de esa editorial, deseas publicar a alguien que piensa lo contrario a la ideología que tiene ese partido político sin importar cuál sea, no podrías hacerlo. O a lo mejor eres de una editorial religiosa y claramente no vas a poder publicar textos ateos. Esa es la versión de las editoriales comercialmente activas. Vamos viendo como editoriales de determinado tamaño van dejando libre ese espacio porque la rentabilidad y la cantidad de ejemplares que se pueden vender en esa área temática no pagan los costos para mover la maquinaria. Entonces, en todo ese mundo —y podemos seguir definiéndolo y ampliando, pero creo que se entiende el norte—, en esa zona de acción hablamos de libertad de criterios para elegir qué quieres publicar y qué no. La segunda variable es que el norte esté en la calidad del lector o la lectora y no en la rentabilidad económica. El tercero, tranquilamente puede ser un estándar de diseño y de calidad. Muchas veces vemos determinados ejemplos de diseño o de colección que están mucho más anclados en la velocidad, el tiempo y demás, que en tomarse el tiempo de la respiración que necesita ese libro, esa tapa, esa maqueta, etc. Así podríamos seguir definiendo otros. Para mí es imposible decir: «La edición independiente es…». No es blanco y negro. Es más, una zona de grises. Hay cosas que se acercan más al negro o más al blanco.
En tu libro se menciona que la independencia «es una zona tensa donde hay varios actores en pugna por ella» ¿A qué se hace alusión esta premisa?
En el fondo, puedes tener dos lecturas. Por un lado, cuando viene toda esta discusión por la nomenclatura de la categoría, hay una lucha de fuerzas por apropiarse de este capital simbólico. Si hablamos entre los participantes del rubro, las multinacionales son malas y las independientes son buenas. Hay editores y editoras independientes que mejor es perderlos que encontrarlos. Hay editores dentro de las multinacionales que son grandes editores y viceversa. Hay una pugna por qué grupo logra conquistar y quedarse con el capital simbólico, poniendo esa categoría. Generalmente no coinciden entre los mismos grupos, un término u otro. Por otro lado, hay una discusión que es un poco más amplia, a dónde van a parar los lectores. En este sentido, seguramente hay un rango de lectoras y lectores que le compran tanto a la multinacional como a las independientes. Decirles, por ejemplo, “multis”, en realidad, engloba un montón de sellos editoriales donde se publica una vastedad de cosas que, para mí pueden ser malísimas o buenísimas. Ahora, también es cierto que lo que para mí estaba buenísimo, para otro puede ser soporífero y viceversa. Esa pugna por cómo se establecen estos sellos editoriales en torno a las lectoras y lectores no es ni simpática ni amena. Por algo, si miras la lista de las diez autoras y autores más vendidos, por lo menos en el caso argentino y ni qué decir del caso latinoamericano, nueve publicaron su primer libro y el segundo en una editorial pequeña y los siguientes en una de las grandes. Eso te está hablando de un montón de cuestiones y tensiones.
Derribemos algunos mitos sobre la independencia. Por ejemplo, «soy independiente porque publico lo que me venga en gana». ¿Cierto o falso?
Un punto es cierto. La independencia es un modo de hacer, por ende, no es un objetivo llegar ahí. Puedes autodenominarte como quieras y publicar lo que te da la gana. Pero si a los colaboradores que trabajan contigo no les ofreces un trato justo, me parece que estás por fuera de la lógica de independencia y de lo que busca. Porque hay allí una relación de poder, sobre la cual no estarías siendo crítico con tu postura dentro de esa relación. Yo no quiero hablar en nombre de la independencia, sabe Dios que eso es como un político que predica aquello de «La gente dice». Pero, por lo menos como lo entendemos nosotros, hay algo ahí de que ese tratamiento tiene que ser justo. No va tanto si publicas lo que se te da la gana o no, sino en la forma que te relacionas con el ecosistema del libro. Si algo tenemos claro todos es que, cuando hablamos de ecosistema, estamos todos interrelacionados. Volviendo a esta particularidad de «las multis son malas, los independientes somos buenos», ambas tienen muchas más conexiones de las que parecen. No solo en la puja por quien tiene a determinado autor o por los espacios de exhibición en las librerías, sino por un montón de cuestiones que tienen que ver con la macroeconomía de un país, el papel, las imprentas y un montón de cuestiones. Seguro, una editorial independiente y chiquita tiene más que ver con un productor artesanal de miel que con una gran multinacional. Pero también tiene cosas que ver ahí. No en vano están en el mismo rubro.
Segundo mito: «A mayor cantidad de libros en el catálogo, menor capacidad de independencia».
Eso de «capacidad de independencia» me hace pensar en los caballos de fuerza de un motor. Como si fuera algo muy medible. Puedes tomar el caso de alguna editorial española que era señera en lo que se consideraba la independencia, después fue comprada por un grupo y no se podría decir que en algún momento era 100 % independiente. Pero no porque tenía muchos títulos en su catálogo. No va por cuántos libros tienes en el catálogo, ni tampoco por la estructura. Porque si no, independiente sería todo lo que no es multinacional. Y no funciona así. Tenemos editoriales de autor muy pequeñas que trabajan bajo la lógica del negocio de una imprenta. Ganan plata cuando el libro está impreso, no cuando está vendido. Tampoco me parece que sea muy independiente eso. La persona que lleva adelante esa empresa te dirá: «Soy superindependiente, mis autores son independientes». No va por ese lado, sino por la forma en que uno se relaciona con el resto del ecosistema.
El último mito: «soy independiente porque jamás en la vida ni en cualquier plano de la existencia voy a permitir ser absorbido por las multinacionales, porque eso me limita y me hace pasar al lado ‘oscuro». Muchos puristas podrían decir que jamás en la vida virarán hacia el otro lado, porque estamos en esa delgada línea de los malos y los buenos.
Tiene sentido porque lamento decirte que son pocos los experimentos que se pueden hablar de independencia cuando son comprados por un gran grupo. Esa es una línea que no hay que cruzar. Ahora, lo de malo o bueno, yo me permito ponerle un montón de comillas. Es más compleja la realidad que una idea binaria. Por otra parte, ¿qué sucede si te compran? Lo interesante es que, si no hay tentación real de compra, lo de la independencia se convierte en una declaración muy tribunera, como para hacer un exabrupto. Para que esta sentencia, ya que estamos en este juego de mito o verdad, tenga sentido y vos te puedas inflar el pecho, golpeártelo y decir que llegaste a lo más alto de independencia, alguien debe desear comprarte. Si nadie te quiere comprar es muy fácil decir que no estás a la venta.
Hace un momento hablábamos del catálogo y cómo es que se manejan los contenidos dentro de las llamadas editoriales independientes. ¿En esta zona se sigue una línea rígida o se puede optar por seguir alguna tendencia o algún patrón imperante en el mercado?
Mientras el libro no desentone con el catálogo, la editora o el editor tiene toda la libertad de hacer lo que venga en gana. Si el libro que creaste, publicaste y tradujiste, si esa publicación pone en juego la sociedad como editor o editora, si se nota que pertenece al catálogo o dialoga con otros libros, no hay ningún problema. Puede abordar la temática que uno quiera. Hay ejemplos de editoriales donde el mismo editor o editora te dice: «Ningún lector o lectora puede leer todos los libros de mi editorial. Soy tan ecléctico para elegir que no hay problema». Sin ir muy lejos, el caso de Adelphi. Pero sí hay un tratamiento dentro de los temas que era muy Adelphi. Y así puedo pensar también en otras editoriales como Sigilo en Argentina; el tratamiento es muy Sigilo y, sin embargo, han sabido publicar libros de muy distinta índole. Lo que tiene haber por sobre todas las cosas es coherencia en el catálogo, que no se tuerza la apariencia del catálogo por un negocio o por los resultados económicos en última instancia, sino que uno tenga la capacidad de, quizás si hay un tema de moda y te interesa, abordarlo desde un lugar en el cual sigues siendo fiel a tu catálogo.
¿Independencia, zona de independencia es sinónimo de un trabajo editorial genuino?
Para mí, sí. También es cierto que todas las editoras y editores cuando empezamos editábamos cien veces peor de lo que hacemos ahora con más trayectoria. Tienes que ser muy genio para arrancar editando desde cero espectacularmente bien. Para mí, independencia es sinónimo de calidad. Por otro lado, yo miro lo que hicimos los primeros años de Godot y muchas cosas me parecen imperdonables. En eso debemos tener cierto nivel de autocrítica sobre lo que hacemos, pues, de lo contrario, no podremos mejorar ni avanzar. Dicho esto, creo que sí hay una voluntad de excelencia en la edición independiente. Tiene que ser rentable o al menos aspirar a ello, para que puedas vivir de y con la editorial. Pero en ese medio uno apunta hacia la excelencia. Tratas de que las cosas salgan lo mejor posible. Por eso te remarcaba algunas cuestiones como si el rendimiento en última instancia es solo lo económico, y te ves tentado de recortar un corrector o una correctora y dices: «Bueno, vemos cómo lo corregimos». Quizás ahí es donde está el peor error para recortar, porque si arrancaste una editorial independiente o una editorial pequeña para publicar lo mismo que ya está publicando una multinacional, eso es muy mal negocio. La multinacional tiene mucha más capacidad de logística, de prensa, de marketing y difusión para hacer lo mismo, por tanto, no tiene sentido. Si vas a hacer algo distinto, probablemente apuntes a un lector más refinado. Con más refinamiento no digo necesariamente la última literatura eslovena o un nicho muy particular que puede sonar grandilocuente. Quizás quieres hacer libros de empresas, pero con un toque distinto. A lo que me refiero con esto, es que se supone que debes ser obsesivo en este tema y querer crear algo que no exista en el mundo, aunque eso se puede discutir. Por lo menos tienes que estar convencido de que eso funcionará y que tu catálogo será único.
Diego Barros, sociólogo de la Universidad de Buenos Aires y docente del curso Edición de Libros y Materiales Educativos de la Escuela de Edición de Lima, define algunos conceptos básicos acerca de la edición de productos del sector educativo, así como la complejidad implícita que eso supone.
Por Diego Barros
Fue tal vez Oscar Wilde quien mejor definió el rol del editor al sentenciar que «… no es más que un intermediario útil». Con la sagacidad y la ironía que siempre lo caracterizó, el escritor no hizo sino ir al hueso de la incumbencia más decisiva del oficio editorial: la de la intermediación. En efecto, ubicado exactamente en el medio entre el autor y lector, el editor se define, tal como lo hace el historiador del libro y la lectura Roger Chartier, «…por su papel como coordinador de todas las selecciones que llevan a un texto a convertirse en libro, y al libro en mercancía intelectual, y a esta mercancía intelectual en un objeto difundido, recibido y leído».
En tanto práctica intelectual, la edición logró consolidarse en las últimas décadas como un campo teórico y metodológico propio dentro de las ciencias humanas, aunque siempre bajo una mirada pluridisciplinar. Si bien dicha consolidación del saber editorial lo habilitó para aplicar su «caja de herramientas» más allá de los productos de que se trate, no puede dejar de reconocerse que cada uno de ellos tiene también sus propias especificidades.
Este es el caso de la edición de libros y materiales destinados a la escuela, en la que entre otras características propias se encuentra el particular lugar que ocupan los procesos de intermediación. De allí que los libros de texto, los de literatura infantil y juvenil de prescripción escolar y las plataformas digitales educativas —la llamada edición escolar—sea uno de los segmentos más complejos del variado universo de productos editoriales.
Una complejidad bien compleja
En primer lugar, la edición escolar impone una complejidad única y tiene que ver con el hecho de que sus productos deben pasar por el tamiz de la currícula que impone la autoridad educativa. Como ningún otro producto del variado universo editorial, sus contenidos —científicos o literarios— deben atravesar por una doble “aduana”. Por un lado, deben responder a los lineamientos curriculares pero, además, sus contenidos —especialmente los científicos— deben ser intervenidos didácticamente —porque serán utilizados en situaciones de enseñanza-aprendizaje— y también procesados o adaptados a las diferentes edades de los lectores a lo largo de la vida escolar.
Sean los libros cuya finalidad es la de enseñar a leer y a escribir o los de materias como Matemática, Física o Química propias de la escuela secundaria; sea la necesidad de cubrir —también según las edades— la variedad de los géneros propios de la literatura, todo catálogo de materiales destinados a su uso en las aulas plantea exigencias específicas que los editores deben atender.
En segundo lugar y por lo dicho anteriormente, todos los productos editoriales escolares demandan un atento cuidado de sus aspectos visuales y materiales. Así, por ejemplo, la enseñanza de las ciencias exige que la edición intervenga no solo sobre los textos sino que también opere con la amplísima gama de recursos visuales indispensable para ello (ilustraciones, cartografía, fotografías, documentos, gráficos, cuadros, tablas, etc.).
Por su parte, la literatura infantil reclama siempre la convocatoria a ilustradores, lo cual le exige al editor cuidar los aspectos visuales tanto como los textuales. En ambos casos, la incorporación de estos recursos gráficos debe contemplar un envase, o maqueta, que los contenga funcional y estéticamente y, a su vez, una cuidada plasmación material final de los productos, sea física o digital.
Pero la complejidad que convierte a la edición para la escuela en una de las más exigentes —también desde el punto de vista de su inversión económica—, reside en la particularidad única de su lector, como se sabe, razón última tanto de autores como de editores. También aquí, cualquiera de los géneros editoriales destinados a la escuela plantea a sus editores la particularidad de pergeñar un producto e intervenir editorialmente en él teniendo delante de sí la paradoja de que el lector final de sus productos no será quien lo elija.
En efecto, en todos los productos de la edición escolar existe un lector final (el alumno) pero, también, el que podría denominarse como “lector interviniente”. Se está haciendo referencia aquí al docente —individual, grupal o institucionalmente considerado según los casos—, que es quien selecciona el material que considera más adecuado para el trabajo con sus alumnos, los lectores finales.
Sea por expresar el indispensable encuentro entre contenido científico adaptado editorialmente con perspectivas didácticas; sea por la demanda que pesan sobre sus piezas desde el punto visual y material o, finalmente, por la complejidad en la figura de sus lectores, la edición escolar reúne característica que le son bien propias.
Conocer sus implicancias puede resultar de gran utilidad tanto para los autores como para los usuarios. Pero analizar y tener presente la significación de sus «razones editoriales», resulta decisivo para quienes deben ponerlas en práctica: los editores.
Todo contenido escrito necesita a una persona especializada que lo revise, a fin de evitar errores en los distintos niveles de redacción. Por ello, resulta importante adquirir habilidades que nos permitan llevar a cabo esta tarea.
La labor profesional de un corrector de estilo se ha vuelto imprescindible, ya que permite optimizar la estructura, pertinencia y comprensión de los contenidos. Es importante sentar las bases para el oficio de la corrección de textos, así como obtener los conocimientos fundamentales de las normas del castellano, en cuanto a ortografía, ortotipografía y gramática.
El Curso Integral de Corrección de Estilo aguzará tu sentido crítico y te brindará las herramientas necesarias para aplicar conceptos lingüísticos en textos de terceros y propios. Por tanto, la Escuela de Edición de Lima abre las inscripciones para este curso, dirigido a todos aquellos profesionales que busquen profundizar en el trabajo y corrección de textos. Nos respaldan catorce promociones de correctores egresados que ya se encuentran laborando en el rubro.
El curso cuenta con un total de 192 horas lectivas y 12 materias repartidas en 6 módulos bimestrales. Las clases serán en línea y en directo, en una plataforma interactiva en la que estudiante y docente entablarán un vínculo dinámico que trascenderá el aula de clases. En dicho sistema, los alumnos recibirán material didáctico y podrán revisar las sesiones en cualquier momento, pues serán grabadas.
Las clases empiezan este sábado 21 de octubre de 9:00 a 13:00 horas. Para más información sobre matrículas y todos los detalles acerca de nuestro curso, comunícate con nuestra asesora a través de este link: wa.link/gb8ory. También puedes comunicarte al teléfono 968788289 y al correo [email protected].
La muerte de Roberto Calasso es un duro golpe para el mundo editorial, pues deja un vacío en quienes se aproximan al libro con pasión y saben deleitarse con el cuidado en los detalles propios del oficio. He aquí un pequeño homenaje a Roberto Calasso.
Nunca lo conocí en persona y, sin embargo, cuando recibí temprano la noticia de su muerte —un lacónico mensaje por WhatsApp de un amigo, también editor— sentí, después de la sorpresa, una profunda tristeza que, aunada a mi decepción por la situación política en Perú, me hizo preguntarme —mientras hojeaba un libro suyo— qué pasaba en este mundo. ¿Por qué los que mejor representan la modernidad, la curiosidad, la cultura, el riesgo, la tolerancia se van y solo quedan los que representan el lugar común, la mediocridad, los prejuicios?
El gran editor italiano Roberto Calasso, quien falleció este último jueves en Milán a los 80 años, «representaba» en esta época de confusión contemporánea aquel eslabón que aún vincula la gran literatura y la alta cultura —¿por cuánto tiempo más?— con el lector de a pie, aquel como tú y como yo. Su muerte es un mal augurio para todos quienes amamos los libros.
Nació en Florencia en 1941, vivió siempre en un ambiente intelectual —su familia pertenecía a la clase alta de la región de Toscana—. Su abuelo materno fue profesor de filosofía y editor, su madre traductora italiana y su padre decano de la facultad de Derecho de la Universidad de Roma, donde Calasso estudió Filología Inglesa, punto de partida de una vida dedicada a las letras.
Heredó de su abuelo materno, Ernesto Codignola, la vocación editorial, así como sus primeras lecturas juveniles tan bien complementadas por otro peso pesado italiano: el crítico y gran lector literario Roberto Bazlen. Ellos lo acercaron a la literatura centroeuropea, al igual que a la mitología clásica, piedra angular de su obra, tanto literaria como editorial.
En una columna escribí sobre las reseñas que, a la manera de cartas, escribió para varios libros que publicó como editor de la prestigiosa editorial italiana Adelphi, labor que de alguna forma lo emparenta con los clásicos editores europeos y estadounidenses del siglo xx. Aquellos publicaban lo que les gustaba, lo que percibían como bello —entiéndase belleza en el amplio sentido que le daba Albert Camus—, lo que detectaban en peligro de desaparición; independientemente de las modas, ideologías o prejuicios, construyendo un catálogo —«un libro único» lo habría llamado— para aquel «lector desconocido». Después de todo, para él la edición era también un género literario.
Calasso entendió que las nuevas tecnologías no eran culpables de drenar potenciales lectores a la literatura. Eran otros los factores como la banalización de la cultura, la caída de los niveles educativos, entre muchas otros. Entendió también que existe una suerte de rechazo contemporáneo hacia los intermediarios, malentendido producto de aquella idea demagógica sobre una relación directa entre autor y lector. A ello se suma la autocensura practicada por muchos editores quienes ven en lo que no da resultado comercial algo dudoso, cuando justamente la esencia de un catálogo es también apostar por lo menos convencional, lo que no está de moda. Sin ese espíritu nunca hubiéramos leído a Hemingway o a Fitzgerald.
Elegante, sobrio, inteligente, de gusto personal exquisito, contrario al predominio cultural de la izquierda —representada en ese entonces por la editorial Einaudi—, creó Adelphi como contrapeso a aquella propuesta. Tradujo a Nietzsche y a Kafka, publicó a Milan Kundera y a Hermann Hesse, así como a Joseph Roth y Karl Kraus; a autores perseguidos por el comunismo como Vasily Grossman o al premio Nobel de 1980, Czesław Miłosz ; autores despreciados como el escritor de género policial Georges Simenon, uno de los favoritos de su maestro Bazlen, o autores contemporáneos como el italiano Leonardo Sciascia. En lo que se refiere a América Latina, recordemos que gracias a él los italianos pueden leer al argentino Jorge Luis Borges.
Además de editor fue también un extraordinario escritor, capaz de teorizar sobre su actividad en libros como La marca del editor o Cien cartas a un desconocido, exponer su visión sobre la cultura y la mitología griegas en La ruina de Kasch o Las bodas de Cadmo y Harmonía, revisitar a creadores como Kafka en K o el pintor Giambattista Tiepolo en El rosa Tiepolo, abordar la cultura védica en El ardor, la mitología hinduista en Ka, la modernidad europea en Los cuarenta y nueve escalones, la sociedad contemporánea en La actualidad innombrable, las formas de comunicación entre lo humano en El cazador celeste hasta la reflexión que establecemos con los libros en Cómo ordenar una biblioteca. Sus obras se han traducido a 25 idiomas y se publican en similar número de países.
Vuelvo a hojear La marca del editor, título que tengo entre mis libros de cabecera, aquellos que relees para salir de la rutina embrutecedora y constatar que aún estás vivo, y encuentro lo siguiente: «Se puede entonces llegar a la conclusión de que, además de ser una rama de los negocios, la edición siempre ha sido una cuestión de prestigio, cuando menos por tratarse de un género de negocios que es a la vez un arte. Un arte en todos los sentidos, y seguramente un arte peligroso porque, para practicarlo, el dinero es un elemento esencial. Desde este punto de vista bien se puede afirmar que muy poco ha cambiado desde los tiempos de Gutenberg. Sin embargo, si echamos un vistazo a cinco siglos de edición tratando de pensar en la edición misma como un arte, enseguida vemos surgir paradojas de todo tipo. La primera podría ser esta: ¿según qué criterios se puede juzgar la grandeza de un editor? Sobre esta cuestión, como solía decir un amigo mío español, “no hay nada escrito”».
Una rara avis como editor y como escritor, Roberto Calasso dejó una profunda huella en el siglo xx. Con él se va un grande, aunque él no habría aceptado ese adjetivo. Una manera de entender la edición y una manera de encontrar al lector que difícilmente será continuada por las nuevas generaciones.
De él se puede escribir lo que Mario Vargas Llosa dijo ante la muerte del gran crítico uruguayo Ángel Rama, cambiando solo el sustantivo: los editores, sabemos que su muerte ha empobrecido de algún modo nuestro oficio.