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Julio Cortázar: algunos aspectos del cuento*

El universo cortazariano, aparte de Rayuela, encuentra su culmen en la producción cuentística del autor. En ese sentido, Cortázar dedicó gran parte de su vida al estudio, reflexión y escritura del cuento. Aquí les dejamos un fragmento de una conferencia que data de 1970, en la que el escritor argentino hace algunas precisiones sobre el relato corto.

(…) Pero además de ese alto en el camino que todo escritor debe hacer en algún momento de su labor, hablar del cuento tiene un interés especial para nosotros, puesto que casi todos los países americanos de lengua española le están dando al cuento una importancia excepcional, que jamás había tenido en otros países latinos como Francia o España. Entre nosotros, como es natural en las literaturas jóvenes, la creación espontánea precede casi siempre al examen crítico, y está bien que así sea.

Nadie puede pretender que los cuentos solo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco encasillable; en segundo lugar los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquellos solo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades. En América, tanto en Cuba como en Méjico o Chile o Argentina, una gran cantidad de cuentistas trabaja desde comienzos de siglo, sin conocerse entre sí, descubriéndose a veces de manera casi póstuma.

Frente a ese panorama sin coherencia suficiente, en el que pocos conocen a fondo la labor de los demás, creo que es útil hablar del cuento por encima de las particularidades nacionales e internacionales, porque es un género que entre nosotros tiene una importancia y una vitalidad que crecen de día en día. Alguna vez se harán las antologías definitivas—como las hacen los países anglosajones, por ejemplo— y se sabrá hasta dónde hemos sido capaces de llegar. Por el momento no me parece inútil hablar del cuento en abstracto, como género literario. Si nos hacemos una idea convincente de esa forma de expresión literaria, ella podrá contribuir a establecer una escala de valores para esa antología ideal que está por hacerse. Hay demasiada confusión, demasiados malentendidos en este terreno.

Mientras los cuentistas siguen adelante su tarea, ya es tiempo de hablar de esa tarea en sí misma, al margen de las personas y de las nacionalidades. Es preciso llegar a tener una idea viva de lo que es el cuento, y eso es siempre difícil en la medida en que las ideas tienden a lo abstracto, a desvitalizar su contenido, mientras que a su vez la vida rechaza angustiada ese lazo que quiere echarle la conceptualización para fijarla y categorizarla. Pero si no tenemos una idea viva de lo que es el cuento habremos perdido el tiempo, porque un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia.

Solo con imágenes se puede trasmitir esa alquimia secreta que explica la profunda resonancia que un gran cuento tiene entre nosotros, y que explica también por qué hay muchos cuentos verdaderamente grandes.

*Conferencia publicada en Revista “Casa de las Américas”, nº 60, julio 1970, La Habana.

Consejos del maestro Cortázar a un fanático del cuento

El 12 de febrero de 1984 fallece Julio Cortázar, uno de los escritores más importantes de la literatura latinoamericana del siglo XX. A cuarenta años de su muerte, muchos escritores continúan admirando sus concepciones respecto al cuento. Si eres de los que componen relatos cortos, aquí te dejamos diez consejos de Cortázar que seguramente te brindarán nuevas luces en la ardua batalla por dominar la técnica del cuento.

1. No hay leyes para escribir un cuento, solo puntos de vista.

Según Cortázar, los cuentos no están regidos por teorías, leyes o cualquier otro patrón narrativo. A lo mucho, refiere que solo existen distintos métodos y formas personales de abordarlos, lo que equivale a la suma de diferentes puntos de vista.

2. El cuento siempre tiene una unidad de impresión de una historia.

«Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el “clímax” de la obra, en una fotografía o en un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sea significativo».

3. A diferencia de las novelas el cuento debe ser contundente.

De este consejo nace la mítica frase pugilística-narrativa de que «mientras la novela gana por rounds, el cuento debe ganar por Knock out». Incluso, Cortázar incide en que los cuentos deben marcar buenos golpes desde el inicio, sin lugar a relleno o elementos decorativos.

4. En un cuento solo existen los buenos y malos tratamientos.

Cualquier tema es válido para un cuentista, siempre y cuando sepa como abordarlo. Por ello es que Cortázar asegura que en la literatura no existen temas o buenos o malos, sino que todo depende de cómo lo trata el cuentista: la dirección por donde llevará la historia, los personajes, la voz del narrador, entre otros aspectos. Incluso, el autor refiere que «Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes».

5. En un buen cuento se deben de saber manejar tres aspectos: significación, intensidad y tensión.

«El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo (…) La idea de significación no puede tener sentido si no la relacionamos con las de intensidad y de tensión, que ya no se refieren solamente al tema sino al tratamiento literario de ese tema, a la técnica empleada para desarrollar el tema. Y es aquí donde, bruscamente, se produce el deslinde entre el buen y el mal cuentista».

6. El cuento es un mundo propio.

La esencia de la literatura. El autor como creador de mundos particulares que existen únicamente para el desarrollo de los personajes y la historia. Un mundo hecho de palabras que el buen cuentista sabe domar y hacer creer a su lector.

7. El cuento debe tener vida.

Vinculado al sexto consejo. Cortázar manifiesta que al crear un cuento intenta desembarazarse de este para que tenga vida propia, de modo que sea el lector quien explore ese mundo y lo convierte en una realidad.

8. El narrador no debe dejar a los personajes al margen de la narración.

«Siempre me han irritado los relatos donde los personajes tienen que quedarse como al margen mientras el narrador explica por su cuenta (aunque esa cuenta sea la mera explicación y no suponga interferencia demiúrgica) detalles o pasos de una situación a otra».

9. Lo fantástico de un cuento solo se logra con la alteración de lo normal.

La creatividad, la fantasía que parte de una realidad alterada. Sin embargo, Cortázar hace hincapié en que el problema está cuando se suplanta la realidad por completo, olvidando las reglas que la rigen para suplantarla con un «cotillón sobrenatural» en todo el escenario.

10. El oficio del escritor es imprescindible para escribir buenos cuentos.

Cerramos esta tanda de consejos con uno de los planteamientos más importantes de Cortázar: «(…) es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con sus circunstancias de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse este secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión… tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del relato son el producto de lo que antes llamé el oficio de escritor».

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Polémica perpetua: a sesenta años de la publicación de Rayuela

El 28 de junio de 1963 se terminó de imprimir la tirada inicial de tres mil ejemplares de la obra cumbre del escritor argentino Julio Cortázar, en los talleres de la Editorial Sudamericana.

Terminado el proceso de impresión, tal cual consta en el colofón, la obra llegó hasta París, donde se encontraba Cortázar en aquel entonces. La reacción del autor fue de suma complacencia, lo cual comunicó de inmediato en una carta a su editor Paco Porrúa.

Sesenta años después, Rayuela continúa siendo tema de discusión entre entendidos, críticos y admiradores del universo cortazariano. De hecho, resulta interesante conocer las distintas posiciones tomadas en torno a esta pieza literaria.

Por ejemplo, en una ocasión Mario Vargas Llosa declaró ante los micrófonos del Diario Clarín que Rayuela «no era el mejor trabajo de Cortázar». Por el contrario, consideró que fue un cuentista excepcional y que precisamente es esa figura la que reviste su obra por completo.

El escritor argentino Damian Tabarovsky fue mucho más polémico al afirmar, en declaraciones al diario El País, que«para mí y para muchos de mi generación, Rayuela nació ya cursi, remanida, llena de recursos demagógicos y, casi me animaría a decir, sociológica».

Por el lado de los defensores de la novela, como el español Agustín Fernández Mallo, funciona bien por partes y destaca una esencia poética muy aparte de su tono narrativo. Asimismo, precisa que la novela «abre una vía al experimentalismo y al uso de la cultura popular sin tapujos, sin esa condescendencia que se usa para quedar bien. En Cortázar era algo vívido, real».

Posiciones encontradas en ambos frentes, sin embargo, es innegable que Rayuela supuso un punto de quiebre en la literatura de Cortázar. Tras el éxito, sus obras fueron traducidas a varios idiomas y París, escenario principal de la novela, fue asumida como la cuna de la cultura por parte de la clase media argentina y en Latinoamérica.

Si nos fijamos bien, Rayuela no es más que la historia de amor entre Horacio Oliveira y La Maga, pero contada de una forma un tanto caótica. Y es que los 155 capítulos que componen la novela pueden leerse indistintamente al orden de todo libro convencional. De alguna forma llegaremos siempre al mismo desenlace, aunque pasemos por distintos enfoques.

En tanto, se dice que la obra ha perdido brillo, debido a las múltiples imitaciones de su estilo, la aparición de nuevas técnicas de escritura y la discusión inagotable en torno a ella. Pero, la influencia y tono narrativo de Rayuela permanece aún después de sesenta años.

Caleidoscopio (2023) una de las más recientes producciones de Netflix, utiliza el libre albedrío del espectador —tal como lo hace Rayuela con el lector—, para que construya un orden particular de los capítulos que componen la historia, obteniéndose distintas ópticas de una misma trama.

¿Genio? ¿Historia efectista? ¿Un golpe de suerte editorial? De lo que estamos seguros es que pasarán décadas y la polémica renacerá en torno a Cortázar y a Rayuela, su hija predilecta.

¿De qué hablamos cuando hablamos de corrección de estilo?

Al referirnos a la corrección de estilo, abarcamos una amplia gama de herramientas, conceptos y áreas de acción. Es necesario conocer estos aspectos del oficio para comprender cuál es la magnitud del trabajo que se realiza. Katherine Pajuelo, correctora de estilo, traductora y docente del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos y la Escuela de Edición de Lima, responde a esta pregunta y nos comenta acerca de otros detalles propios del trabajo del corrector de textos así como el perfil que debe tener.

1 ¿A qué hacemos referencia al mencionar «corrección de estilo»?

Primero, es necesario definir los límites de la pregunta y asignarle un punto de partida: el texto escrito. Dicho esto, hacemos referencia a la «corrección de textos». Con esta respuesta terminaría el uso de la primera persona en plural y pasaría a la del singular, pues no soy la voz cantante de los correctores. Lo que viene ya es un tête à tête.

Al hablar de «corrección» doy por entendido que se va a trabajar sobre algo que está mal hecho. Al decir que está mal hecho pareciera que el otro lo hizo sin ganas o de manera descuidada (aunque hay casos, ojo). Sin embargo, también me topo con textos bien escritos y solo necesitan un retoque. El corrector, en efecto, corrige errores, sean estos ortográficos, ortotipográficos, sintácticos o gramaticales. Lo que hace después con el texto es pulirlo, darle forma y dejarlo listo para que pueda cumplir su función: ser inteligible. En principio, esa sería la función. Una de las preguntas de arranque que se le debe hacer al autor sería cuál es su intención con el texto y qué quiere que haga yo como corrector.

2 ¿Podría decirse que la corrección de estilo es exclusiva de un sector de profesionales provenientes del campo de las letras o la lingüística?

No. Nada de exclusividad. Puede ser corrector quien se lo proponga. Una de mis compañeras de aula en la Fundación Litterae trabajaba atendiendo al público en una relojería de la Av. Corrientes y muchas otras eran secretarias, es decir, no necesariamente habían cursado letras. Los lingüistas no tienen por qué dedicar su vida a la corrección de textos ni tampoco los literatos. El año pasado, un maestrista de literatura me dijo que él no necesitaba escribir bien, que para eso estaban los correctores. Lo dejo ahí. Con esto no estoy diciendo que los estudios lingüísticos no sean necesarios, claro que lo son. No en vano, en Litterae, nos hicieron llevar dos años de gramática, uno de normativa y otro de latín. Pero esto no implica que solo los de letras sean los futuros correctores, te puedes convertir en el camino. Hay que estudiar, eso sí. Y hay que comprometerse con las letras, además.

3. En tal sentido, ¿qué herramientas del trabajo de la corrección de estilo nos sirve para el quehacer profesional del día a día?

En un curso integral de corrección se adquieren las herramientas que serán esenciales en la práctica profesional. Esto no quiere decir que se termina el curso y, listo, nos convertimos en correctores. El aprendizaje, como en toda profesión, es constante. Reitero, uno mismo se va formando. Con el tiempo y las lecturas, irás viendo dónde poner el ojo, «cómo detectar mentiras», diría Paul Ekman, o cómo identificar los «copipegas» de un autor apurado. Por último, dudarás. El día que dejes de dudar será que estás totalmente equivocado (acéptenme la exageración).

4 ¿Cuál es el perfil del profesional de la corrección de estilo?

Para mí (hago énfasis en que es mi opinión y no hablo en nombre de la comunidad de correctores), el profesional que se dedique a la corrección de estilo está obligado a ser lector; no queda de otra. Primero, porque se va a dedicar a leer el trabajo de terceros. Segundo, porque, según el tipo de texto que aborde, será necesario ver cómo trabajaremos esa gramática, esa ortografía o ese ortotipo. Es probable que nos enfrentemos a textos donde lo «incorrecto» sea precisamente lo «correcto».

5. Sobre esta última acotación, respecto a lo «incorrecto» que termina siendo «correcto», ¿en qué casos se suscita?

Por ejemplo, en obras literarias donde los nombres propios se escriben con inicial minúscula, como en la nouvelle de Filonús Gonzáles (2023), Un delicado temblor. En otros donde no encontramos punto y coma, o que después de una coma empiecen con mayúscula, como en El hombre duplicado de Saramago; que tengan párrafos extensos donde varias voces, sin rayas de diálogo que las identifique, hablan entre sí o piensan ensimismadas, como en El otoño del patriarca de don Gabriel García Márquez. Quién podría corregir literatura, ¿un literato? Después de la respuesta de aquel maestrista que dijo «no importa cómo escriba, después contrato un corrector», dudo que la respuesta sea que un literato sea idóneo para ello. Ni me quiero imaginar lo que habrá sido corregir la traducción al español de Yo he de amar una piedra, de Lobo Antunes, los desafío.

6. Entonces, es un error pensar que solo basta con tener ciertos conocimientos afines al oficio.

No basta conocer la ortografía, gramática y ortotipo del idioma; el corrector, a partir de la lectura, reconoce el texto como una unidad cohesiva y coherente. Si no lee, ¿cómo podría darse cuenta de los diferentes estilos que traen consigo los autores de literatura, académicos o administrativos? ¿Cómo podría asesorar en cómo expresar mejor una idea, en cómo lucir mejor el texto, en qué decir primero y qué después? El perfil del corrector se forma más allá del curso de corrección que el interesado siga. A decir verdad, parte del compromiso de cada futuro corrector, y ese compromiso comienza con la lectura.

7. En su opinión, ¿cuál sería el objetivo principal de un corrector de estilo?

El objetivo principal es entregar un texto limpio e inteligible. Para llegar a dicho objetivo, sería conveniente cumplir con unos pocos ideales como entrevistarse con el autor y conocer qué quiere transmitir, a quién, cómo se lo quiere decir y qué quiere conseguir. Después estaría investigar sobre el tema que se va a corregir y pedir material de referencia si es necesario. Por último, tener material de consulta lingüística confiable en internet y en físico, pues no cambiamos un texto partiendo del «no me gusta» o porque «lo prefiero así». Debemos ser capaces de justificar nuestros cambios.

8 ¿Cuál es el proceso de la corrección de estilo? ¿Existe algún método o pauta a seguir?

No creo que haya un método definitivo, cada corrector tendrá el suyo. Depende también del tipo de texto que tengamos que corregir. Por ejemplo, si tenemos un documento ya maquetado y hay que darle una última revisión, observo primero qué característica general tiene el texto. Si estuviera diseñado en columnas y con palabras cortadas con guion al final del renglón, encendería la alerta máxima y dirigiría mi atención a los extremos laterales de cada columna. He visto cómo cortaron «peruano» a final de línea: en la línea superior quedó «peru-», en la inferior, «ano», y no es lo recomendable.

Considero que la corrección de estilo no es una receta de cocina, mejor dicho, podemos crear nuestra propia receta según los ingredientes que tengamos a la mano y los utensilios con los que contemos. Es decir, usaremos hornilla a gas, eléctrica, ¿fogón? El método dependerá definitivamente del texto que se trabaje, aquí tenemos para hablar largo y tendido.

9 ¿Es lo mismo «editar un texto» que «corregir un texto»?

Cuando corrijo, edito. Salvo que el autor o la casa editorial me indiquen lo contrario, mi trabajo trasciende lo ortográfico, ortotipográfico y gramatical. Creo que la corrección de textos es un trabajo integral. ¿Cómo podría preguntarle al cliente si solo quiere que le corrija ortografía o gramática? ¿Cómo podría preguntarle si también quiere incluir ortotipografía sin que se le queden los ojos en blanco? «Señor cliente, puede agrandar su combo con una revisada de ortotipo si gusta. Claro, tiene que pagar más». Imposible, es integral, es el todo. Por eso empecé diciendo que dependerá de las instrucciones previas.

No tengo una lista de servicios: si quieres este servicio, tanto; si quieres esto otro, tanto… No podría trabajar así, ¿cómo podría frenar a mi cerebro y decirle que no mire o no preste atención a algo que está mal o que podría ir mejor? Yo no puedo, no soy tan robótica; estaría bueno, pero no puedo, tampoco lo recomiendo.

10 ¿Qué libros recomendaría a quienes desean incursionar en la corrección de estilo?

En las primeras respuestas, mencionaba que uno de los deberes de todo corrector es leer, esto implica que saber leer también; ser crítico con la lectura, no quedarse en el «me gusta» o «no me gusta». Una vez un joven sabio me dijo: «Sobre si te gusta o no, lo podemos conversar en un bar, aquí lo que importa es que te alejes del texto y tengas una percepción crítica». Saber leer y saber escribir van de la mano. Y es que, en el universo de las letras (cuyos agentes principales son el autor, corrector, lector), los correctores quedamos en el medio, en un lugar que nos exige saber de ambos oficios.

Dicho esto, no voy a recomendar libros sobre corrección de estilo propiamente dicho, pero sí libros vinculados con la literatura que nos pueden orientar en nuestro oficio. Mencionaré apenas cinco, pero, en realidad, el que quiere incursionar en la corrección tiene que haber pasado ya por varios libros.

Capítulo 112 de Rayuela, de Julio Cortázar (luego tiren la piedrita al casillero 99); Mientras escribo, de Stephen King; De qué hablo cuando hablo de escribir, de Haruki Murakami; Como una novela, de Daniel Pennac; El infinito en un junco, de Irene Vallejo, lectura recomendada para los amantes de los libros o para los que quieran hacer votos de amor con ellos. ¡Nos vemos en la Escuela!