El Flaco es uno de los escritores más celebrados y admirados de la literatura peruana. Decenas de lectores promueven la obra de Ribeyro (1929-1994) como uno de los más grandes cuentistas del país. Y es que el universo ribeyriano ha despertado vocaciones, su existencia ha sido causa de alegría y su impronta literaria una de las más admiradas en el mundo.
Razones sobran para querer a Julio Ramón Ribeyro. Acaso por su extrema sencillez, a lo mejor porque muchos se reconocen en esa timidez que, cuentan los que lo conocieron, era una característica indeleble de su personalidad. Quizás porque, de alguna manera, nosotros transitamos muchas veces por los senderos del fracaso, los mismos en los que Ribeyro encontró la senda de su propia salvación.
Debemos tener en cuenta que a pesar de la genialidad cuentística y novelesca que envuelve la literatura ribeyriana, también hay una especie de sufrimiento que, lejos de ir en contra de su propia obra, pareciera ser precisamente el gatillador de las piezas que hoy conocemos. Por ejemplo, en su segundo diario parisino de 1935, recogido en La tentación del fracaso, el 11 de septiembre a la una de la mañana Ribeyro escribe:
He renunciado a proseguir con mi novela. Su bello título El amor, el desorden y el sueño es todo lo que perdurará de este inmenso naufragio. Tal vez quede flotando aquí y allá una que otra escena bien construida, que archivaré para aprovecharla en su oportunidad. La única conclusión que he sacado de esta experiencia es que debo mantenerme aún dentro de los límites del relato corto (…) Tiene razón Roland Barthes cuando sostiene que una novela es «una forma de muerte» porque «convierte la vida en destino».
En este pequeño fragmento encontramos a un Ribeyro derrotado por su propio proceso creativo, sin embargo, es posible encontrar entre líneas un espíritu resiliente, una redención y aprendizaje que, como pocos, el Flaco solo era capaz de evidenciar. Y también es posible hallar un matiz festivo, el triunfo del gozo literario sobre el fracaso, pues como bien apunta Daniel Titinger « Julio Ramón Ribeyro tenía la imagen de un tipo triste, pero no lo era, o al menos no lo era todo el tiempo. Sí era un hombre tímido, pero no apesadumbrado». Por eso, si hablamos de Ribeyro, seria un despropósito encasillarlo únicamente como un escritor obsesionado con la derrota: en tanto, podríamos decir que esos chascos representan una celebración en sí mismos.
El autor español Enrique Vila-Matas considera que Ribeyro es un «fracasista profesional» el cual considera «muy cómico en el fondo, una persona que cree que no ha triunfado y ha triunfado». Pero, ¿qué es el triunfo, en términos ribeyrianos? Me atrevería a pensar que es algo más intangible: el cariño, la admiración, la devoción de legiones de lectores que intentan mantener vivo su legado.
Por ejemplo, el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique señala que en los lejanos años del boom latinoamericano, «terminé sintiéndome más culpable que nunca, el resplandor de los maestros del boom me llegó a cegar y paradójicamente el tiempo perdido en conversar con algunos malos escritores me resultó utilísimo para tomar una distancia que al fin de cuentas me acerco a mí mismo». Lo interesante de ello es que el mismo señala que, en medio de esa efervescencia, la amistad con Ribeyro estuvo presente en «aquellos años parisinos en los que tanto aprendí de un escritor aparentemente nada ejemplar, aparentemente poco disciplinado, descuidado y negligente. Digamos que Julio Ramón era el escritor menos resplandeciente con que uno podía toparse». Es decir, Bryce había encontrado a su maestro. Por eso no duda en afirmar que en Ribeyro encontró la iluminación más allá del boom y sus consecuencias.
Escritores como Guillermo Niño de Guzmán y el mexicano Juan Villoro han declarado la trascendencia que la obra de Ribeyro impregnó en las suyas. El primero, dice deberle muchísimo al Flaco en cuanto al descubrimiento de su vocación literaria, mientras que el segundo declara que el universo literario de Ribeyro fue determinante en su formación como escritor.
Con ello, ¿es posible no querer a Ribeyro? El amigo, el maestro, el cuentista, el triunfador, el derrotado, el fracasista, un tipo que aún si haberlo conocido se hace querer tanto que solo podemos imaginarlo a través de sus cuentos más entrañables. En el Club Ribeyro, liderado por el músico y escritor Pedro Arriola, tienen un lema que dice «Ribeyro vive, leámoslo siempre». Cuánta verdad en una sola frase.