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Un breve repaso sobre la Ley de Chandler

Uno de los recursos narrativos más recurrentes por guionistas, novelistas e incluso cuentistas es la intensificación del conflicto. ¿En qué consiste esta técnica?

Por Marco Fernández

Hace poco empecé a releer algunos cuentos de Stephen King, específicamente los de la colección Pesadillas y alucinaciones. Si me lo preguntan, considero que es su mejor producción cuentística. Quisiera detenerme en uno de mis cuentos favoritos: «El último caso de Umney».

Podría decirse que es una versión yanki de la novela «Niebla», de Miguel de Unamuno. En la historia, el detective Umney Clyde se entera de que es un personaje ficticio cuando su creador, Sam Landry, acude a su despacho para revelarle los secretos de su origen.  

Landry afirma que, a menos que ponga las cosas por escrito, no hay manera de que Umney sepa siquiera el año en que nació. Lo curioso es que al escritor no le importa temporizar sus historias. Pues, «podríamos llamarlo Tiempo Americano Chandler. Funcionó a las mil maravillas con la mayoría de mis lectores y facilitó mucho las cosas desde el punto de vista de la copia y la modificación, porque resulta imposible precisar con exactitud el paso del tiempo».

Este fragmento llamó mi atención, pues se trataría de una de las tantas adaptaciones de la famosa Ley de Chandler. En principio, el concepto del tiempo americano no existe como tal, pero, cualquiera que haya leído a Raymond Chandler puede afirmar que las descripciones de este autor bastan para contextualizar sus historias —Los Ángeles de los años 30, del detective Phillip Marlowe—. Este recurso puede beneficiar a un escritor diestro en describir personajes y ambientes.

Lo interesante es que la Ley de Chandler tiene otros usos dentro del proceso de escritura. Uno de ellos sirve para romper los bloqueos argumentales, mediante la introducción de un elemento sorpresa en forma de amenaza —un hombre con un arma, por ejemplo, o un nuevo villano al acecho—.

En ocasiones se equipara este recurso con el diabolus ex machina, en el cual la trama se complica a favor del villano. Sin embargo, el objetivo principal de la Ley de Chandler es continuar con el relato de manera funcional. El riesgo es que la historia se alargue de forma innecesaria. Por lo general, los guionistas utilizan esta técnica para generar los famosos capítulos de relleno en una serie —ejemplos sobran, probablemente recuerden unos cuantos— cosa que no siempre termina bien.

El peligro y la destrucción son elementos que, bien colocados, pueden enriquecer los conflictos de los personajes y atrapar el interés del lector. Complicar al héroe, fortalecer al villano, intercambiar roles mediante situaciones extremas es una buena apuesta para quienes gustan componer relatos de largo aliento.

Un escritor avispado sabrá en qué momento abrir su caja de herramientas —parafraseando a King— para emplear la más adecuada. Así no sobrarán páginas, el lector obtendrá una historia bien construida y uno, como autor, ganará la experiencia necesaria para enfrentarse a futuras lides literarias.  

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