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Victoria Guerrero: «La poesía siempre ha tenido un lugar marginal dentro de los géneros de la literatura»

Entrevista de Talía Chang

Fotografía de Victoria Guerrero por Rosana López-Cubas

[…] el hecho de que la palabra vuelva al espacio público y vuelva a la voz de los y las jóvenes, junto con este sentido de dignidad que es tan importante, le devuelve cierto fuego y el poder subversivo que había perdido por este uso retórico y deshonroso que había hecho el poder de ella.

Conversamos con Victoria Guerrero acerca de Y la muerte no tendrá dominio (Fondo de Cultura Económica, 2019), libro ganador del premio Nacional de Literatura 2020 en la categoría de No Ficción. Asimismo, hace un recuento de su poesía desde el inicio de su carrera, la forma en que esta ha ido cambiando, el feminismo presente en su poética y en su activismo y algunos de sus escritores más queridos. También remarca la fuerza que volvió a ganar la palabra a raíz de las últimas protestas por la crisis política.

Victoria Guerrero Peirano nació en Lima el 14 de marzo de 1971. Es escritora, investigadora, activista feminista y docente universitaria. Es fundadora del Comando Plath, una plataforma virtual que, junto a otras escritoras, artistas e intelectuales, define su campo de acción desde la expresión artística y la visualización del trabajo de creadoras peruanas. Ha publicado los poemarios De este reino (Los Olivos, 1993), El mar, ese oscuro porvenir (Santo Oficio, 1996), Berlín (Intermezzo Tropical, 2011), Cuadernos de quimioterapia (Paracaídas, 2012), la plaqueta Diario de una costurera proletaria (2013) y el libro compartido con Raúl Zurita llamado Zurita+Guerrero (Fondo de Animal, 2014). También es autora de la novela Un golpe de dados. Novela sentimental pequeñoburguesa (Kodama Cartonera, 2015).

Tu poesía ha abarcado desde la resistencia y las luchas en los primeros poemarios, y luego un poco sobre el desencanto, la muerte y el dolor de la pérdida en el último libro. ¿De qué manera han cambiado tus libros a lo largo del tiempo?

En primer lugar quisiera aclarar que el libro ganador del último premio es un libro mixto, hibrido, de ensayo, se nutre de varias artes, como de la fotografía, y también tiene poesía. Pero como tengo muchos amigos poetas, en cierta forma todos buscan que sea un poemario. Se adapta a la lectura de cada uno, pero no es propiamente un poemario.

¿Cómo ha ido cambiando mi poesía? Yo empecé a escribir en los años noventa. Publiqué mi primer libro a inicios de esa década, se titula De este reino, y está basado en personajes de la Biblia, pero los temas que plantea son temas sociales. Hace visibles las injusticias. Es un poemario más polifónico, de un estilo más conversacional, más narrativo. Y cuando me fui a estudiar a los EE. UU. mi poesía comenzó a cambiar por las lecturas, las bibliotecas a las que puedo acceder, y porque me conectó más con mis propios deseos. También era una escritora joven en los noventa, lo que escribía se confrontaba con lo que había escrito antes, en los ochenta, época en la que hubo todo un boom de la poesía escrita por mujeres, y los centros y ejes eran el cuerpo, aunque cada una tenía sus propios temas. En los años noventa queríamos dar una mirada distinta y creo que cuando uno se aleja de este contexto del Perú, que puede llegar a ser un poco encorsetado —hay muchas demandas sobre la poesía peruana, ya que es muy importante en América Latina y tiene una tradición grande en el siglo xx—, tenía todo el peso de la tradición. Entonces el hecho de que viajara y tomara esa distancia del país y de mis profesores fue importante para mí porque empecé a escribir otros libros. Uno que fue una especie de bisagra fue El mar, ese oscuro porvenir, y luego vinieron otros libros más densos, como Ya nadie incendia el mundo, que tiene como eje central la violencia política, pero también el cuerpo de la mujer como una metáfora. Luego vino Berlín y Cuadernos de quimioterapia cuando ya estoy de vuelta en el Perú. Pero ya esa poética había cambiado totalmente, creo que tenía un carácter, una voz que en los noventa no se había afianzado de esa manera; en esa época creo que era más titubeante, de explotación.

Mi último poemario, Diarios de una costurera proletaria, es quizás otro tipo de experiencia dentro de todo ese recorrido. La poesía es como la música para mí, uno puede tener diferentes líneas donde puede desarrollar un proyecto, y creo que ese gran proyecto fue Ya nadie incendia el mundo, Berlín y Cuadernos de quimioterapia, que se encuentran en este libro llamado Documentos de barbarie, porque estos tres poemarios tienen un hilo narrativo que está condensado en esa publicación. Este también contiene algo de El mar, ese oscuro porvenir, por lo que se puede decir que son tres libros y medio. Son poemarios publicados a inicios del siglo xxi. Y creo que se cerró con ellos el ciclo de ese tipo de poética.

Y la muerte no tendrá dominio (FCE, 2019), libro ganador del Premio Nacional de Literatura 2020.

¿Qué temas exploras en este libro nuevo?

El tema de la relación madre-hija, exploro el tema de la muerte, la burocratización de la muerte en los hospitales, la seguridad social, y también, digamos, la muerte en su sentido más amplio: la relación de poder, la figura materna ideal frente a la materna real, y todos estos arquetipos que se han construido sobre esta figura materna en occidente. Pero, sobre todo, exploro el pasar por ese duelo y cómo este duelo va adquiriendo ciertas dimensiones a partir de ciertas lecturas que hice sobre ese tema. Por ejemplo, Barthes tiene un libro sobre la muerte de su madre. Muchos autores hablan de la muerte del padre, pero yo quise hablar de la muerte de la madre, que era la que más me preocupaba y obsesionaba por mi propia experiencia. Y luego la frustración por esta muerte a causa de la burocracia y la frialdad de ella, la injusticia de estos procesos fue algo que también afloró en este texto.

¿La visión feminista está siempre presente en tu escritura?

Creo que fue cuando viajé a los EE. UU.; me acerqué otra vez al feminismo allí. Cuando entré a la universidad lo sentí muy cercano, pero cuando ingresé a la facultad me volví a alejar de ello, y eso ocurrió en los años noventa. La universidad es como una pequeña visión del universo, y es sabido que en los noventa hubo una total despolitización de la gente: la gente estaba harta, y también había una represión muy fuerte, hubo lo que se llamó «apagón cultural». Todavía había rezagos de las movidas contracultura de los ochenta, y luego después del autogolpe, desde el año 92 en adelante; no es que no se produjeran libros, pero el fervor con el que había comenzado esta época no estaba presente. Hacia principios de los noventa estaba muy conectada, pero luego se fue perdiendo, no solo por mi parte sino que en general ya no hubo tanto interés. Además, para ese tiempo el feminismo dejó un poco las calles y pasó a una vida más institucional, se creó el Ministerio de la Mujer en la época de Fujimori. Más bien, quedabas como un personaje aislado frente a esas reivindicaciones. Pero cuando fui a EE. UU. hubo nuevamente una conexión, estaba en un espacio bastante democrático en muchos sentidos. También tuve la oportunidad de leer mucha teoría y eso hizo que mi poesía, de alguna manera muy intuitiva ―porque no metía directamente la teoría en mi poesía― fuera un canal para interiorizar estas lecturas. Mis lecturas de Monique Wittig, Hélène Cixous y de Judith Butler, fueron entrando de alguna u otra manera para pensar el poemario Ya nadie incendia el mundo, para pensar en el cuerpo femenino como una escisión, pero también en el cuerpo de la nación. Esas reflexiones que se habían hecho en estos libros pudieron asentarse bien en mi poética. Así fue como me volví a conectar. Tiempo después, cuando hubo esa vuelta a Perú y América Latina, en general, de las mujeres a la calle, de salir de las instituciones para exigir reivindicaciones, es en ese contexto que surge el Comando Plath para, sobre todo, revisar el material y las relaciones diferenciadas entre los géneros en el campo de la literatura y la invisibilización de las mujeres en este ámbito.

De la mayoría de escritores y escritoras de los últimos años (década de los ochenta y noventa), los que son más conocidos y difundidos son hombres. Estas historias tratan sobre la existencia, la vida y la experiencia masculina. Casi no hay experiencias femeninas en narrativa.

En los años ochenta y noventa recién aparecen algunas voces femeninas en narrativa, pero muy al final, y son muy pocas. En poesía hay muchas más, aparece Carmen Ollé, Mariela Salas, pero no se comparan con el número de voces de hombres que hay. Recién en estos tiempos se está rescatando a Pilar Dughi, Laura Riesco. Ellas no escribieron mucho, pero lo que escribieron no tuvo la difusión que sus pares hombres.

Hablemos un poco sobre Louise Glück. ¿Crees que el hecho de que una poeta haya ganado el premio Nobel le da un impulso comercial a la poesía? ¿Consideras que esto le devuelva la mirada a la poesía?

La poesía siempre ha tenido un lugar marginal dentro de los géneros de la literatura por diferentes razones. En los últimos años, la poesía ha sido puesta en el banquillo del repechaje a partir del siglo xxi por otras cuestiones que habría que analizar, que tienen que ver con el mundo editorial, las grandes trasnacionales y los grandes conglomerados que terminan engullendo a las pequeñas editoriales donde se producía literatura y poesía muy diversas. Aunque la poesía siempre sigue su camino, siempre sigue el camino de la autogestión, siempre está presente.

Sí es cierto que ha perdido un poco de su poder simbólico, porque la poesía en el siglo xx tuvo mucho poder simbólico, nunca poder económico pero sí un poder simbólico muy potente. Entonces, el hecho de poner en el centro la poesía y la palabra creo que es importante, porque otra vez se dimensiona esta fuerza y este poder disruptivo que puede tener la palabra. No es necesario entenderlo al cien por ciento, los poemas no siempre se entienden al cien por ciento porque parte de otras leyes, de otras intuiciones; es muy subjetivo. Y por eso decía en otras entrevistas que, por ejemplo, en estas marchas me ha llamado mucho la atención la forma en que se construyeron los carteles de las protestas. Muchos tienen poesía, otros juegan con las metáforas, con las ironías. Otra vez la palabra tiene un peso. Siento que la palabra ha sido totalmente desgastada con la política, porque para muchos jóvenes desde los noventa en adelante, la palabra del poder no valía ni servía, y la palabra del otro no era importante. Pero el hecho de que la palabra vuelva al espacio público y vuelva a la voz de los y las jóvenes, junto con este este sentido de dignidad que es tan importante, le devuelve cierto fuego y el poder subversivo que había perdido por el uso retórico y deshonroso que había hecho el poder de ella. Siento que se está dando ese proceso, y quizá dentro de este proceso el hecho de que Louise Glück haya ganado el Nobel también adquiere otro sentido. Significa este volver a la palabra, a su densidad, a su peso, y que se ponga antes que toda esta arrolladora y muchas veces aplanadora que pueden ser muchas de las ficciones que leemos, que salen al mercado en masa, y en verdad muchas veces estas ficciones no nos dicen nada. ¿Cuántas ficciones en verdad tienen peso, tienen densidad, realmente nos conectan con las cosas que están pasando? Realmente no hay muchas. El hecho de que el mercado y la economía sean quienes dirijan el mundo nos ha metido en este túnel, y siento que ahora veo esa luz donde la palabra está otra vez volviendo, y vuelven los poemas de Vallejo en plena plaza San Martín, están en el jirón Quilca, están en estos altares para Inti, para Bryan, para nuestros jóvenes que han fallecido —o han asesinados, más bien—, entonces eso me parece valioso, la poesía no era inútil finalmente, tiene valor.

Entonces, tal vez no va a cobrar más valor comercial, pero ha vuelto a tomar un lugar en la sociedad.

No, nunca ha tenido un valor comercial. Siempre se ha fotocopiado, se ha pasado de mano a mano, sobre todo entre los poetas. Pero quizá podría recuperar su valor simbólico, el que obtuvo en el siglo xx. Cualquier persona más o menos leída sabía quién es Vallejo, quién es Blanca Varela, y por diversos motivos eso se ha ido perdiendo en los últimos treinta años. Entonces creo que ahora puede volver a tener esa posibilidad.

¿Y cuáles son los poetas que más admiras y qué poetas nacionales actuales puedes resaltar?

Una poeta que para mí es como una madre literaria es Carmen Ollé. Yo he leído no solo Noches de adrenalina, sino casi toda su obra narrativa. Es una poeta con la que hago clic en todo, es una poeta que se lanza en el campo literario, se conecta con su cuerpo, se conecta con las palabras, es una poeta muy valiosa, muy importante, como poeta y como prosista. Para mí ha sido una poeta muy importante en mi literatura.

Podría nombrar a muchos otros porque soy muy ecléctica, como Emily Dickinson, Silvia Plath y también a otros que caen en tu vida. Por ejemplo, en una época leía a Juan Ramírez Ruiz, un poeta de Hora Zero, que estuvo muy cercano a mí durante el tiempo en que escribía Berlín. Ahora puedo decirte que leo un poco de Anne Carson, una poeta muy interesante; aunque mi poesía no va mucho por su línea, me dice muchas cosas a partir de ciertos versos.

Sobre los poetas nacionales actuales, a mí me gustan en particular dos poetas jóvenes: una es Myra Jara y otra es Valeria Román Marroquí. Valeria es muy joven, muy potente, además es activista, es política y es una gran poeta. Tiene veinte años y es una filósofa de San Marcos, dentro del campo de la poesía es muy conocida, el año pasado ganó el premio de la Asociación Cultural Peruano Japonesa. Es muy joven y muy talentosa.

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