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César Osorio: «La principal labor de un corrector es auxiliar al texto»

En la siguiente entrevista, ingresaremos a la trastienda de César Augusto Osorio, corrector egresado de las aulas del Centro de Desarrollo Editorial, quien comenta acerca de su vocación como lector, escritor y corrector, oficio sobre el cual ofrece algunas reflexiones.

Háblanos un poco acerca de tus lecturas y cómo surge tu vínculo con las letras

    Diría que todo empezó en la secundaria. Por fortuna, tuve a profesores que encendieron mi curiosidad sobre las incontables historias que pueden ofrecer los libros. A partir de los doce años fui muy receptivo con los conocimientos que impartían mis docentes de Literatura, Lenguaje y Razonamiento Verbal. Al contrario de lo que mis padres esperaban, terminé escogiendo las letras como mi forma de vincularme con la vida. Por otro lado, mi interés por la literatura no se limitaba al placer de las buenas historias, sino que necesitaba entender los procesos con que opera la ficción de los libros que tanto me gustaban. Fue esa inquietud intelectual la que me impulsó a leer más, a escribir mis primeros cuentos, también a estudiar Literatura.

    Sobre mis lecturas, fueron Julio Ramón Ribeyro y Gabriel García Márquez mis primeros grandes referentes cuando era adolescente. Sobre todo el primero, al que conocí gracias a una antología escolar de sus cuentos; él es el culpable de que la mayoría de mis escritos hayan sido relatos breves. De García Márquez adoré el estilo, el ritmo, el color de su narrativa desde mi primer acercamiento a su obra, mediante Relato de un náufrago. Con el paso del tiempo, descubrí a más escritores fantásticos como Natsume Soseki, Samuel Beckett, Camilo José Cela, Dostoievski, Hemingway, Borges, Mann, Kafka, Yourcenar.

    Respecto a la labor del corrector, ¿cuál crees que es su tarea principal?

    La principal labor de un corrector es auxiliar al texto. Con esto me refiero a que el corrector debe estar dispuesto a ayudar a un texto para liberarlo de posibles errores ortográficos, ortotipográficos, gramaticales, sintácticos, de formato. Ojo que hablo de ayudar a eliminar fallos, que a un corrector no le consta meterse con su material de trabajo como si fuera el autor (a menos que el cliente diga lo contrario, por supuesto). La pertinencia para intervenir siempre dependerá de factores como la tipología textual, los criterios normativos de la institución donde se trabaja, en ocasiones incluso de las exigencias específicas del cliente. En mi opinión, un corrector debería adaptarse a todos esos requerimientos de su contexto profesional para suprimir los diferentes errores o erratas en los textos donde opera.

    ¿Cuál consideras es la principal destreza de un corrector?

    Pienso que su principal destreza es la capacidad de adaptarse a cada situación. El lenguaje escrito admite un sinnúmero de posibilidades, las mismas que deslizan una infinita variedad de errores. Por más conocimientos teóricos que un corrector pueda albergar, es más importante saber responder a las circunstancias variopintas al corregir. Más de una vez hay casuísticas rebuscadas, soluciones inciertas o alternativas múltiples para resolver un error. Entonces, tener la cabeza para decidir bien en la corrección de textos es una virtud que se construye con la experiencia. Dicha virtud, por cierto, importa también porque sirve para sustentar la corrección con los demás colegas de profesión, con el cliente, con el equipo de trabajo.

    ¿Cómo surgió tu interés por incursionar en el tema de la corrección?

    Mi interés se despertó en el último año de mi carrera. Buscaba formas de diversificar mi perfil profesional, en especial para ampliar mis horizontes laborales. Me atraía bastante la idea de trabajar en el sector editorial, y la corrección de textos apareció como una vía espléndida para ingresar a dicho sector, aunque requería respaldar esa chance con una formación más dedicada en la materia. Pues no solo veía la conveniencia de una latente opción de trabajo, sino que me llamaba un genuino interés por perfeccionar mi capacidad de corregir escritos, así como de lograr una mejor escritura.

    Coméntanos un poco acerca de tu experiencia en el Curso Integral de Corrección de Estilo.

    Hallé información cuando estaba a pocos meses de egresar de la universidad. Me pareció un programa bastante conveniente para mis objetivos a corto y mediano plazo (nuevas oportunidades de empleo y extensión de mi perfil profesional), por lo que me inscribí con antelación. Debido a que las clases fueron virtuales y se impartían los fines de semana, disponía de una gran comodidad para ajustar mis horarios sin que hubiera cruces problemáticos. Logré trabajar y estudiar a la vez (lo cual no es nada fácil), haciendo posible seguir aprendiendo mientras iniciaba mi trayectoria laboral. En cuanto al curso en sí mismo, guardo un sincero respeto y una inmensa gratitud a los profesores con los que llevé clases a lo largo de los seis módulos del programa. Su conocimiento, experiencia y amabilidad me ayudaron muchísimo a encontrar mis limitaciones, subsanar varios fallos que cometía al corregir y a ser más consciente de lo complejo que es la labor de escribir bien. Aunque no se queda solo en esos aspectos, sino que, gracias a los maravillosos docentes del CICE, aprendí la fundamental lección de que la corrección de textos es una labor humana. Con esto me refiero a que no basta con saber arreglar fallos en los textos. Un buen corrector también maneja una comunicación transparente con los demás agentes alrededor de su oficio. Entiende las implicaciones éticas de sus decisiones con los escritos, así como su lugar dentro de la cadena editorial.

    ¿Cuál crees que es la principal fortaleza del CICE?

    En mi opinión, su principal fuerte es que brinda accesibilidad para la adecuada formación de correctores profesionales. Su oferta académica está bajo la dirección pedagógica de docentes altamente cualificados; por ello, la malla curricular se ha confeccionado atendiendo a una evolución progresiva de los saberes normativos, lingüísticos y prácticos de los alumnos. Además, las clases gozan de modalidades flexibles (la virtualidad es un punto a resaltar), y se mantienen actualizadas de acuerdo a las necesidades del mercado laboral. Por lo que el CICE abre las puertas a los profesionales interesados para que adquieran sólidas destrezas con que operar de mejor modo con los textos.

    Si tuvieses que dejar un consejo para quienes quieran sumarse a la labor de corrección, ¿cuál sería?

    les aconsejaría que piensen su futura especialidad como una especie de mediación entre el texto y el autor. Muchas veces los autores cometen fallos de todo tipo al escribir, lo cual no necesariamente signifique que ellos escriban “mal”. Nunca falta un descuido o un desliz producto de la costumbre, incluso en los escritos de autores con grandes dotes de redacción. Por lo que hay que conservar la modestia y no pretender que vamos a reconstruir siempre todo de pies a cabeza. En cambio, estamos ayudando a los autores, desde nuestro oficio, a que sus obras alcancen una mayor pulcritud. Tal vez ese detalle resulta inspirador: estar detrás de muchos textos maravillosos, sabiendo que de cierta forma les hemos marcado nuestro sello de calidad. O les hemos dado de alta, como quiera que se le mire.

    Reyna Domínguez: «Incluso en tiempos de IA se requiere que haya alguien que guíe el proceso editorial en todos los ámbitos»

    Editora formada en las aulas del Centro de Desarrollo Editorial, Reyna Domínguez, desde México, comenta en la siguiente entrevista acerca de la figura del editor en el trabajo con publicaciones, la formación que debe recibir, así como su experiencia en uno de los cursos más solicitados de nuestra institución.

    En tiempos de inteligencia artificial y avances tecnológicos diarios, ¿cuál es el papel que juega la figura del editor?

    Es de gran importancia, porque incluso en tiempos de IA se requiere que haya alguien que guíe el proceso editorial en todos los ámbitos, sea impreso o digital.  El editor tiene una gran responsabilidad no solo al dirigir a los equipos de trabajo, pues él mismo realiza diversas funciones. Además, se cree que el editor es aquel que únicamente ve las cuestiones relacionadas con los libros; sin embargo, el asunto va más allá, porque justo en estos tiempos, en los que lo digital —como las plataformas y redes sociales— ha cobrado gran relevancia, el trabajo del editor sigue siendo necesario.

    ¿Es imprescindible que un editor opte por formarse profesionalmente? Partimos del punto en que muchas veces este trabajo inicia de forma empírica.

    Por supuesto, ya que los cursos, especialidades o maestrías darán mayor valor a su trabajo. Me parece que hay que celebrar las acciones que se han realizado en diversas universidades y centros de estudio de muchos  países, México incluido, para profesionalizar la labor editorial. Como bien dicen, muchas veces el editor se forma de manera empírica y, aunque no está mal, la profesionalización permite mayor calidad, estandarización y mejores procesos.

    ¿En qué momento decidiste formarte como editora?

    En el momento en que la gente creyó que hacer una revista es copiar y pegar, incluso para el consumo interno en una organización como en la que trabajo. Además, formarme como editora me permitió estandarizar procesos y eso fue de gran ayuda.

    Cuéntanos un poco acerca de tu experiencia en el Curso Integral de Edición de Publicaciones

    La verdad fue una experiencia muy buena. Aprendí muchas cosas que no veía en mi trabajo, porque lo que editamos no se vende. Sin embargo, me será de gran ayuda para mis proyectos independientes.

    ¿Cómo aplicaste lo aprendido en tu quehacer profesional?

    Es muy interesante porque conocí muchísimo acerca de la planeación, lo cual estoy aplicando, pues me permite aprovechar mejor los tiempos. También el curso me ayudó a comprender mejor a todas las partes involucradas en los procesos editoriales.

    ¿Recomendarías el curso a quienes deseen formarse como editores?

    Sin dudarlo, ya que abarca los procesos editoriales de manera integral y hace un repaso del universo editorial, lo que nos permite tener una panorama completa. Además, porque si no eres de Perú te permite aprender un poco de lo que sucede ahí en  materia editorial y eso también amplia la mirada.

    Si deseas participar del Curso Integral de Edición de Publicaciones da clic aquí: wa.me/51968788289

    Luis Hernández , la poesía y una artística devoción : una entrevista con Teo Pinzás, director editorial de Pesopluma

    En una entrevista hablamos con Teo Pinzás, director editorial de Pesopluma, quien nos compartió su pasión y admiración por la obra del poeta Luis Hernández, la cual forma parte de su catálogo, así como los libros del autor que ha trabajado desde su empresa.

    Luis Hernández, ¿por qué consideras que hasta hoy es tan popular y querido entre la juventud?

    Es un poeta que supo establecer con sus lectores una relación genuina de cercanía, una complicidad. Muchos lectores lo consideran casi un amigo y le dicen «Luchito», con una familiaridad y cariño inéditos para un autor. Es decir, hablamos de un vínculo personal. Para lograr esa compenetración, el poeta usa algunas estrategias. Por ejemplo, suele referirse a un «tú» indefinido a la manera de la lírica, acortando la distancia con el lector, que asume esa posición. También utiliza un lenguaje coloquial, con humor, luminoso; emplea colores, elementos musicales y dibujos; y usa máscaras o alter egos para ocultarse y desdoblarse. También es un poeta desacralizador, que aproxima la poesía al llano, al día a día, y la abre a la cultura pop. Por otro lado, tenemos la definición «hernandiana» de la poesía como un quehacer paliativo: «poesía es aliviar el dolor». Tiene sentido que Hernández haya desarrollado una obra que busca deslumbrar y emocionar y distraer y entretener al lector, como si el libro fuera un dispositivo para mejorar el ánimo o un placebo para la imaginación.

    El poeta Luis La Hoz señala que Hernández «era un espíritu que acontece cada cien o doscientos años». ¿Qué crees que diferencia a Luis Hernández de otros poetas de su generación?

    Por un lado, su ostracismo. En una época en que la participación política era tan fuerte, con gran predominancia de la izquierda, Hernández —que era de izquierda— fue un disidente. Su idea del arte y del quehacer político simplemente lo colocaron en otra ribera. Él no pensaba en la lucha armada, sino en una revolución a través de la cultura, acaso en la línea de la revolución romántica. Quería creer en una transformación del espíritu de la época —o, cuando menos, de la nación— a través de la creatividad, aunque hacia el final de su vida mostró pesimismo. Él había perdido a su amigo, Javier Heraud, a consecuencia de su participación en la guerrilla y creo que eso lo distanció de la figura predominante del poeta-guerrillero. Por otro lado, la idea de obra en Hernández congenia con lo que Eco llama «obra abierta». La suya es una obra en movimiento, adrede amorfa, sin principio ni fin claro. En esa obra continua, construida por piezas tramadas una sobre otra, cada cuaderno suele contener pedazos de otros «libros» del poeta. Es una obra hecha con retazos y vacíos, llena de vasos comunicantes, que exige al lector una lectura activa para ordenar, conectar, completar, seleccionar, etc.

    Incluso el mismo La Hoz señala que Hernández había soportado belleza, dolor y soledad. ¿En ello reconocemos la figura arquetípica del poeta?

    La del poeta romántico, tal vez. Hay sin duda algo byroniano en Hernández y en la fabricación de su personaje como autor, así como una raigambre trágica como corriente de fondo. Este proceso de automitificación parte, creo, de la idea nietzscheana de amor fati, de la vida entendida como obra de arte. Es más, como LA obra de arte. Y también tenemos la nostalgia por el paraíso perdido, que desemboca en el poeta como un cazador de imágenes y sensaciones que experimenta el mundo con avidez y se mantiene abierto, receptivo a otros lenguajes, como los del mundo natural o el reino de los sueños, en la línea de Novalis. También tenemos el arquetipo del poeta niño, que se remonta a la figura de Apolo (niño dios) y toma ideas de libros como el Emilio de Rousseau. Este también se puede constatar en su afinidad con poetas-niños peruanos, como Oquendo de Amat y el Martín Adán de La casa de cartón; y en la idea general de que el poeta fue un puer aeternus. No obstante, como siempre con Luis Hernández, el poeta le da una vuelta de tuerca a los arquetipos y evade el lugar común. Zambra dio en el clavo cuando dijo que “Hernández no se parece demasiado a nadie, y ese es, finalmente, el motivo principal para leerlo”.

    Teo Pinzás, director editorial de Pesopluma

    El mar, ¿qué representa para Luis Hernández en su obra?

    Encuentro en el mar una connotación relacionada con el absoluto. El mar, espejo del cielo, es una de las pocas entidades en el planeta que mantiene su misterio y nos vincula con una inmensidad, la del cosmos, que solemos olvidar. Es casi un punto de referencia, de perspectiva. También lo veo como el espacio de lo cíclico, en tanto es donde se oculta el sol; un espacio liminal, intermedio como la orilla, que puede ser tanto espacio de paz como potencia destructora. Además, tiene un componente nostálgico, porque la edad de oro hernandiana se ubica en la infancia, detenida frente al mar.

    Las constelaciones, ¿representa la madurez de su obra?

    No, pero sí la apertura del autor a nuevos riesgos e influencias que antes no estaban presentes. El argot callejero, el humor, el juego idiomático y el dato culto, entre otras cosas, ya afloran ahí y abren nuevos caminos expresivos. Pero, para mí, la etapa «madura» de Hernández está en los cuadernos que se elaboran entre 1970 y 1975. Y entrecomillo «madura» porque murió a los 35 años y siempre nos quedará la duda de qué más pudo haber escrito.

    Tras el abandono del circuito institucional y de las publicaciones por parte del poeta, ¿son esos cuadernos autógrafos una especie de protesta?

    No sé si dejar de publicar convencionalmente fue una especie de protesta, porque Hernández ya hacía cuadernos años antes de que le dieran el segundo puesto del Premio El Poeta Joven del Perú (1965), que es cuando adviene su «silencio editorial». Piensa que sus tres libros publicados en vida, Orilla, Charlie Melnik y Las constelaciones, existieron en versiones preliminares en cuadernos que han quedado registradas. También hay otros cuadernos que son centones; es decir, recopilaciones de fragmentos ajenos que el poeta iba transcribiendo y que después usaba en sus creaciones. Y, finalmente, tenemos los cuadernos de “madurez” del poeta, donde da rienda suelta a su impulso creativo. Entonces, podemos decir que hay una variedad de materiales autógrafos y ológrafos, y que no todos tenían el mismo propósito. Partiendo de lo dicho, creo que los cuadernos fueron sobre todo una respuesta a una necesidad de libertad artística y expresiva de Hernández. Durante su estancia en Alemania, él estuvo expuesto, por ejemplo, al movimiento Fluxus, que experimentó con el formato del libro de artista, por lo que es posible que haya aprendido ciertas cosas de este. La estudiosa Diana Rodríguez-Vértiz ha analizado este tema. Pero lo cierto es que Lucho ya tenía experiencia haciendo ediciones artesanales, como la minirevista Ágape, confeccionada a cuatro manos con Javier Heraud; o por su proximidad con revistas como Girángora (experimental) y Collage (artesanal). En resumen, creo que los cuadernos fueron la manera que encontró de ser absolutamente libre y fiel a sí mismo, creando sin tapujos y «sin segundas intenciones». A la par, ello le permitió tener una postura crítica ante la industria editorial de su tiempo y poner en discusión nociones como las de autor y autoría, poesía y obra, y un montón de cosas más. No ha habido muchos poetas con el potencial desestabilizador de Luis Hernández en nuestra literatura.

    Vox horrísona, una de las grandes apuestas editoriales de Pesopluma

    Un editor habla a través de su catálogo, ¿qué significa tener en el tuyo a Luis Hernández?

    A Luis Hernández lo queremos muchísimo en Pesopluma. Es el poeta sobre el que construimos nuestra identidad, en buena medida, al punto de que nuestro nombre surge de un juego con unos versos de él que dicen: «Soy Luchito Hernández / Excampeón de peso welter». Está en la base de nuestro ADN porque moviliza valores con los que comulgamos, como el gusto por lo contracultural, nuestra preferencia por las voces disidentes y la amplitud experimental, la debilidad por lo lúdico, y la creencia en que la poesía y los libros pueden ser para todos. Luis Hernández es nuestro autor de bandera y por eso tenemos una colección entera dedicada a él.

    Coméntanos un poco acerca del trabajo que se realizó con las ediciones de los distintos poemarios publicados.

    De Hernández publicamos primero Las islas aladas, que reúne sus tres primeros libros. Acto seguido, pasamos al trabajo con los cuadernos, para lo cual hemos examinado y registrado casi 60 cuadernos originales —alrededor de 5000 páginas— de diversas fuentes. En ese proceso, fuimos entendiendo mejor el contenido y decidimos publicar un puñado de ellos en formato facsimilar, a saber: El estanque moteado, El sol lila, Survival Grand Funk y Preludios y fugas. Cada uno privilegia un aspecto de la obra: en el primero, la organicidad narrativa; en el segundo, la relación texto-imagen; en el tercero, el uso del collage; y en el cuarto, la relación texto-música. Estas publicaciones son, asimismo, un intento por «deseditar» a Hernández y presentarlo como él quería ser leído: escrito a mano, a todo color y en cuadernos espiralados. También publicamos Vox horrísona, volumen compilatorio —parcial— de su obra, siguiendo la edición original de Nicolás Yerovi, que fue respetuoso de los textos y contó con el apoyo del poeta para su edición. Nosotros actualizamos dicha edición al corregir erratas, pero también le añadimos un cuaderno que estaba inédito, sus poemas publicados en revistas, sus traducciones, y renovamos el aparato de notas. Una impecable soledad también fue reeditado en 2020, pero en una edición ampliada que reúne el doble de materiales que la original y en la que el orden fue reorganizado, siguiendo la propuesta del joven crítico Diego García Flores. Este es, en mi opinión, uno de los libros más lindos que hemos hecho, e incluye detalles como un inserto gráfico, una playlist e, incluso, un mapa. Por último, tenemos una serie de textos «laterales» sobre Hernández. Me refiero a dos estudios: Cuartetos de Beethoven —en coedición con la Redalit— y O algo tan sencillo como su nombre —en coedición con el Sistema de Bibliotecas PUCP—, ambos libres para descarga en nuestra web; y a La música de las esferas, del periodista Rafael Romero Tassara, la biografía oficial del autor. Todos los libros mencionados están reunidos en la colección Universo Luis Hernández.

    Luis Hernández, uno de los poetas mayores de la literatura peruana

    La poesía de Hernández está llena de color, no solo en sus versos sino también en sus cuadernos. ¿A qué nivel crees que lleva la obra de Hernández esta coexistencia de trazo, dibujo y poema?

    Su vocación gráfica lo coloca en la estirpe de los poetas que pintan, junto a figuras como el español Pedro Casariego —que también hacía cuadernos—, e.e. cummings o Eielson. En Hernández, la poesía y la gráfica se complementan para darnos un tercer producto artístico, híbrido, que aumenta sus potencialidades expresivas sin dejar de ser texto. Es poesía expandida. Algunas páginas de cuaderno son obras de colorismo, “cuadros para exposición”, como dijo Edgar O’Hara; mientras que en otros casos solo encontramos detalles visuales decorativos. A veces, el texto es solo una filacteria en la esquina de una pintura y otras es en sí mismo una obra plástica, casi como si Hernández pronunciara sus poemas con las manos. ¿Y qué significa esto? Pues que su obra incluye una simbología visual compuesta de atardeceres y puentes y cactus y alambres y animalitos. Tenemos entonces que pensar cómo se articulan esos elementos entre sí y con la poesía, cómo funcionan las codificaciones cromáticas y caligráficas (recordemos Hernández escribía con varios colores y letras variadas). Definitivamente, la parte relativa al aspecto gráfico es la más relegada en el estudio de su obra. Aparte, en Pesopluma consideramos a Hernández un diseñador editorial, pues él mismo hizo en muchos casos sus propias portadas, contraportadas y guardas, decoró los interiores, estableció la distribución visual de la información, etc. Esos cuadernos eran, en realidad, una forma artesanal de publicar; no eran diarios privados, sino que estaban destinados a ser leídos. Y, en ese proceso, Hernández experimentó mucho con el formato del libro, interviniendo la materialidad al unir cuadernos con alambres, pegar plástico burbuja en la cubierta, añadir portadas en interiores, etc.

    ¿En qué poetas actuales consideras que se mantiene con más fuerza la herencia de Hernández?

    Creo que Hernández impactó en poetas como Roger Santiváñez, Luis La Hoz u Omar Aramayo, cercanos a su época, pero que su influencia real en la poesía peruana viene a partir del noventa, varios años después de la publicación de Vox horrísona (1978) y Obra poética completa (1983). Del 2000 en adelante, muchos poetas jóvenes buscaron imitar la naturalidad de Lucho sin mucha suerte, aunque hay excepciones como Tilsa Otta, especialmente en su primera etapa. Ella supo capturar ese espíritu indie y naif, algo pueril y underground, junto con el aire de complicidad con el lector, pero sin perder su propio estilo.  Luego, tengo mencionar a Lizardo Cruzado. Autodenominado creador del «realismo chistoso», este poeta trujillano ha sabido hacer suya la premisa del humor como recurso poético, aunque con un giro grotesco y existencialista. A pesar de ello, la esencia del juego con la poesía —y de la poesía como juego— está ahí, intacta. Y, encima, ambos son médicos. No en vano el segundo libro de Lizardo lleva por título un verso de Hernández: No he de volver a escribir. Si pienso en poetas nuevecitos, hay una que continúa ciertos aspectos formales de la obra hernandiana. Se llama Fabiana Caballero y acaba de publicar La niña del archivo, un libro objeto en el que veo las huellas de la poética de los cuadernos de Hernández, su intimidad brutal y la inclusión de documentos personales en el poema. Muy interesante, diferente.

    Y bueno, claro, yo, que le escribo poemas a mi gato que jamás publicaré.

    Ediciones Arlequín: treinta años de libros y resistencia editorial

    Alternativo, único y agradable. Así se define Arlequín, editorial mexicana fundada en 1994. ¿Cómo empezó esta travesía? ¿A qué hace alusión el concepto del arlequín? ¿Qué libros ofrece Ediciones Arlequín a los lectores? Felipe Ponce, cofundador y codirector de la editorial, y docente de la Escuela de Edición de Lima, narra en esta entrevista los inicios de su empresa y cómo es convivir en el mismo ecosistema de una de las ferias libreras más importantes del mundo.

    Nos convoca hablar acerca de los treinta años de Ediciones Arlequín, así como de la trayectoria y el significado de la editorial en todo este tiempo. ¿Cuál fue la génesis de este proyecto?

    Me gusta decir que nació de una manera muy natural, como un emprendimiento cultural. Éramos jovencísimos escritores con experiencia en talleres literarios y ese tipo de bohemia creativa muy juvenil de los 17, 18 o 19 años. En ese momento ya había libretas repletas con poemas y diversidad de escritos que querían salir, vamos a decirlo así, ¡ya!, para darse a conocer. Claramente había una aspiración autoral. Queríamos ser autores. Yo quería ser autor. Pero lo difícil era en dónde. Tocar puertas, pero, ¿qué puertas nos iban a abrir? En aquel momento eran principios de los noventas, mientras que la fundación de la editorial se dio en 1994. Vivíamos en una realidad completamente análoga, despojada de los artilugios con los que convivimos hoy en día, que son todos esos aparatos electrónicos y esta capacidad que nos da la era digital. No existía nada de aquello; o, si existía, no era masivo. Los programas de edición apenas empezaban a comercializarse. La formación tipográfica la conocían unos pocos a través de las computadoras. En ese momento, hicimos nuestros libros utilizando estos nuevos equipos de forma muy rudimentaria. Decía que nació y se gestó de una forma muy natural porque aspirábamos, siendo muy jóvenes, a convertirnos en autores. Nos pareció natural crear un medio y no estar tocando esas puertas que probablemente no se abrirían. Decidimos tomar algunos pequeños programas de edición por asalto y hacerlo nosotros mismos. Esa era la intención de aquel momento.

    Supe que surgió como pasatiempo. Eran jóvenes que buscaban ser autores, hasta que empezaron a llegar los títulos. Lo demás es historia.

    Un pasatiempo un poco extraño porque demandaba mucho tiempo. Nos reunimos para hacer una rifa, es decir, una tanda por sorteo. Pusimos papelitos en una taza, un vaso o una copa y empezamos a sacar el orden de los autores y cómo serían publicados estos diez que nos reuníamos en una especie de cooperativa informal, para dar inicio a esta editorial. A raíz de eso estábamos obligados a cumplir esa expectativa. Eso nos llevó a ejercer ese dinero que se juntaba en común para comprar el papel y trabajar en la imprenta. La encuadernación, la formación tipográfica y el cuidado editorial lo manejábamos de forma manual. En ese momento, el quemado de placas salía de unos negativos fotosensibles que se velaban si les daba la luz. Se grababa lo que pasaba por esos negativos y eso era finalmente lo que se imprimía. Esos procedimientos también lo hacíamos nosotros; excepto la impresión como tal, es decir, la operación de las máquinas. Era un pasatiempo muy singular porque realmente implicaba una serie de aprendizajes, conocimientos, dedicación y muchas horas de trabajo no remunerado. Evidentemente, esta sofisticación de estas tareas y del aprendizaje cotidiano obligó realmente a que pensáramos la idea de formalizar los procedimientos. Esos pasatiempos no se podían prolongar en un tiempo largo, o incluso infinito. Debíamos hacer otras cosas, comer y trabajar. Ninguno de nosotros era hijo de empresarios o tenía solvencia para estar promoviendo este tipo de asuntos. Había que dedicarse a las cosas cotidianas.

    Podría parecer algo muy lúdico y hasta indiscreto, pero el nombre de la editorial es bastante curioso. ¿Por qué Arlequín? ¿Cuál es el espíritu de este nombre que ha caracterizado a la editorial?

    Había un casino en Tlaquepaque, en Guadalajara. Era un sitio de descanso en aquel tiempo y era el barrio donde vivíamos mis amigos y yo. En el centro estaba este casino llamado Arlequín. Pero no era un espacio de apuestas, sino más bien un sitio de baile. Ahí tocaban grupos de rock cuando el género estaba desterrado o proscrito en el país durante los setentas u ochentas. Entonces, en el casino Arlequín pasaba algo muy singular. Había música tradicional para parejas de adultos que iban a bailar danzón o música de orquesta, algo más familiar y había algunas horas que intercalaban con el rock más propositivo, más underground, más fuerte. Además, se alternaba en santa paz. No había disturbios, no había problemas y se atendía a dos públicos distintos a la vez. A mí no me tocó vivirlo, eso lo leí después. Pero veía los cartelones en la calle del Casino Arlequín y, por supuesto, vi ese casino por fuera. De un anuncio que tenía, pendía una efigie de un arlequín prácticamente de tamaño natural. Muy impresionante. Esa figura fue muy poderosa. Después comprendimos que ese arlequín, de la Commedia dell’Arte, era muy parecido a nosotros. ¿Cómo? ¿Por qué? El prototipo del arlequín, que era del teatro callejero italiano en los siglos XIV y XV, era el de un personaje desobediente, licencioso, siempre en pos de la conquista de la hija del patrón o del doctor; hambriento, sediento, con ganas de obtener alguna ganancia para satisfacer necesidades inmediatas y no para acumularlas. ¿Cuáles eran estas? Saciar su hambre y sus deseos. Era pobre y harapiento. Pues eso éramos realmente nosotros: jóvenes en aquella época con mucha hambre y muchos deseos. ¿De qué? Pues de una diversidad de cosas, desde lectura, conocimientos y también de conquistas femeninas. En fin, nos identificamos inmediatamente con el arlequín a secas. Por eso Ediciones Arlequín no tiene un solo adjetivo nada más. El significado lo da la misma palabra. Además, eso se transmite al tipo de textos. Nos interesaba algo jocoso, poco formal, no muy académico, con una visión que contuviese cierta sorna, algo que ha caracterizado a la literatura que publicamos en Arlequín.

    Jorge Esquinca, Ricardo Castillo, Dante Medina y Raúl Bañuelos fueron de los primeros autores publicado en Ediciones Arlequín. También publicaron al poeta cubano Ramón Fernández Larrea, que era disidente del régimen castrista. Era prácticamente una poesía crítica con la realidad cubana de aquel entonces. Todo esto marcó de alguna manera el rumbo de Arlequín para la elección de sus autores y del catálogo que en esos momentos se estaba formando.

    Todos esos autores mexicanos que has mencionado son de origen jalisciense o tapatío, es decir, nacieron en Jalisco o Guadalajara. Tienen una presencia nacional absolutamente poderosa y dominante. La literatura de Jalisco siempre ha sido un referente en el país y ha estado presente. Pero, ¿qué pasaba con estos autores, muchos de ellos nuestros maestros directos? Tenían un reconocimiento y prestigio notables, sobre todo Ricardo Castillo que todavía es considerado un parteaguas de la poesía mexicana posterior a la década del setenta, pero no estaban publicados en su ciudad de origen. No había posibilidad de conseguir sus libros. No llegaban los libros editados en la Ciudad de México o del extranjero. Había que tener mucho dinero o ser muy pacientes para esperar a que llegasen—solo llegaban uno o dos ejemplares—. Era penoso. No se leía realmente a esos autores. Se sabía que eran famosos. Hay fotocopias por aquí, por allá. Los leíamos, sabíamos historias. Pero no había ediciones locales. ¿Qué hizo la editorial? Hacer las ediciones de ellos. Preparamos unas ediciones dignas, bonitas, poderosas para ellos después de haber publicado por primera vez en su ciudad veinte años antes. Se volvía a publicar de una manera muy decorosa desde su ciudad. Eso fue muy importante para la consolidación de la editorial.

    Trataste de hacerlos profetas en su tierra, cosa que nunca se da. Me llama la atención el concepto de ser «orilleros», porque se encuentran en la periferia de la cultura oficial. En ese sentido, y esto lo he escuchado en múltiples entrevistas tuyas, hablas de ser muy propositivo. De algún modo, eso supone un riesgo porque llámese libros de aforismos, microrrelatos, ensayos o cuentos, comercializarlos en un mercado tan contraído como el editorial, supone una especie de resistencia.

    Es un riesgo. Como aquí decimos, esto no se vende como si fueran jitomates, una verdura de uso totalmente diario en la gastronomía mexicana y que todo el mundo compra. Los libros no se venden como eso. Nunca se venderán así. Ya es un riesgo añadido y todavía mayor si, además, apostamos por géneros híbridos o poco definidos como la dramaturgia, el aforismo, microrrelato, novelas extrañas y rescates de autores que pocos conocen. Sí, es difícil. Pero tampoco hemos fundamentado nuestra editorial en el éxito rotundo ni en el boom extraordinario que nos dé casa, vestido o sustento. Esa nunca ha sido la intención. Por su puesto, siempre nos ha interesado el tema empresarial. En algún momento tuvimos que ponernos los uniformes de los empresarios. Pero más que un fin en sí mismo es un medio para acceder a beneficios para los propios libros. Una editorial que funcione correctamente como empresa y que controle bien sus mecanismos internos puede acceder a buenas distribuciones. Nosotros siempre hemos apostado por el tema tecnológico. Te puedo decir ahora que, muchos de nuestros libros, no todo el catálogo, están en vía de colocarse al alcance de diversos lectores y se puede comprar en sistemas de producción a demanda en muchos países. Es una apuesta maravillosa de la cual me siento muy contento. No es que sea una novedad en sí misma lo que digo. Tiene muchos años de conversación, de espera y de prueba. Si hubiéramos sido una empresa poco formal, no hubiésemos llegado a estos puntos. Y si hubiéramos sido una empresa cerradita, donde no se conciben los temas de la tecnología, no estaríamos hablando de esto. Pareciera contradictorio, pero es que sí hay empresas que todavía piensan solamente en la edición en papel.

    El hecho de que no soslayes el tema digital y mantenerte en esa resistencia tradicional del libro se condice con lo que mencionas en otras entrevistas. Dicen que uno es esclavo de sus palabras, aunque lo dijiste alguna vez con total autoridad: «en Arlequín se hacen libros para que se compren y se lean. Es decir, se evita hacer libros que se compren por impulso». ¿Cómo haces esto posible en un mercado que es, muchas veces, tirano con las editoriales?

    Somos una editorial de nicho. Obviamente no podemos halagar a todo el mundo. Sabemos que vamos a cierto segmento de los lectores. Poniéndonos del otro lado, a los lectores que encantamos por las imágenes de nuestras cubiertas, por alguna lectura que escucharon o algún autor que les recomendaron, vuelven. Vemos eso como editores y encontramos que hay correspondencia y cierta fidelidad. Sin embargo, es difícil de medirlo o comprobarlo. En las citas anuales, como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la cita anual por antonomasia para nosotros, nos damos cuenta de ello. Pasa un año y nos pregunta por las novedades que tenemos y se las llevan. Ellos saben que no les damos gato por liebre. A veces les presentamos un libro del que no tienen referencia del autor, pero será algo interesante por descubrir. Y, en un porcentaje alto, no serán defraudados como lectores. Eso es lo que con el paso del tiempo hemos visto. Además, siempre existe la posibilidad de tener nuevos lectores, en la medida en que nos comunicamos con personas jóvenes o lectores que ya están un poco cansados de las fórmulas empleadas en el mercado tradicional para vender lo mismo. Las trasnacionales son muy insistentes. Nosotros, no. Tenemos cosas muy distintas a lo que se vende en el mercado y en Arlequín, esta editorial que es de Isabel, mía y de otros colegas que hacen un trabajo más o menos similar, corremos con la suerte de que podemos contar con esos otros lectores que se sientan saturados o decepcionados de leer una continua sucesión de sucedáneos.

    No solo son orilleros en Arlequín, sino también aventureros, cual argonautas. El viaje a Eslovenia, que fue determinante en tu carrera como editor al conocer autores periféricos de allá como Mojca Kumerdej y otros tantos.

    De hecho, me maravillaba en su momento y me sigue maravillando que sea una ciudad tan pequeña, con algo de dos millones de habitantes, y que tenga esta capital tan linda y pequeñita que se llama Liubliana. Su literatura es tan propia y particular, con una historia parecida a nuestras literaturas que comienzan en el siglo xv con la consolidación de la literatura nacional. Ellos necesitaban ser escuchados y leídos en otras latitudes. Curiosamente ellos bebían mucho de nuestras tradiciones hispánicas, no en la literatura, sino en los medios. La cultura latinoamericana estaba presente en Eslovenia y causaba mucha curiosidad. Cuando estuvimos allí en el 2004 había bares que se llamaban Hombre o México 1857. Había muchas referencias a lo mexicano y latinoamericano. Hubo un interés mutuo con los jóvenes autores eslovenos que conocimos ahí, quienes querían ser leídos en otras geografías. Y empezamos a hacer traducciones. Fue un viaje de dos días y algo de nuestra literatura también empezó a mostrarse allá. Hubo interés en traducir poesía—César Vallejo, por ejemplo—, literatura contemporánea argentina y la afroperuana que ya se ha publicado allá. Eso fue un punto importante de vínculo con esos países.

    Guadalajara es como un páramo cultural todo el año. Sin embargo, es considerada como la Capital Mundial del Libro y tiene una de las ferias más grandes. ¿Cómo se sostiene una editorial en medio de todo este encuentro cultural que durante todo el año es muerto, excepto cuando llega la feria y todo se anima?

    Yo he sido muy duro y no voy a bajar la intensidad en esta entrevista con Guadalajara. Digo que es un páramo no cultural, sino editorial. Aunque en esos días maravillosos que es el paraíso de la feria se convierte en el infierno. Cuando llegamos al décimo día, que ya no es FIL y toca recoger el stand y los libros, empieza la vida ordinaria. Todo vuelve a la normalidad. Guadalajara muestra su verdadera cara: una ciudad que no tiene una red importante de librerías. La imprenta llegó en 1792, es decir, hay una gran tradición, pero lo que no hay es el mercado del libro real y activo. Nunca lo hubo. Hay personas que aseguran que sanarán el sistema y el tejido editorial. No vamos a sanar nada porque nunca lo hubo. Y cuando mejor nos fue, en los sesentas y setentas, era muy pequeñito. Me parece muy difícil sanar o tejer algo que realmente nunca estuvo ni sano ni tejido. Yo pienso al revés. Qué bueno que existan estas pequeñas librerías y boutiques hermosas que quieren ser librerías de barrio. Pero, en realidad, no lo son porque no están en los barrios. En los barrios de Guadalajara lamentablemente no hay librerías. Estarán en algunos sitios del centro de la ciudad, pero nada más. Por eso, esto lo engancho con el tema de las tecnologías. La gente ya no compra ni va a librerías a buscar novedades, sino que las encuentran en las pantallas. Y en cuanto a la accesibilidad del libro, lo va a comprar a través de una cuenta electrónica. Eso es inevitable. Pero eso no priva del placer de ir a una librería a comprar algo. En esta Guadalajara, un tanto anómala, es donde está la editorial. Nos ha tocado trabajar de esta manera. En el ámbito gubernamental que debería ser un aliado natural, pues casi nunca hemos encontrado eco. Hay una ignorancia, a veces pienso deliberada, en cuanto a los temas editoriales. Es imposible establecer alianzas más allá del amiguismo, el compañerismo o de alguna situación particular. Cuando en ocasiones hay algún beneficio es porque una entidad gubernamental se ocupó de un tema muy específico que le interesa promover y ya. No se crean realmente políticas públicas que pudieran posibilitar que el libro esté al alcance de más personas, tanto el libro electrónico como el de papel. El tema de las bibliotecas es un asunto completamente olvidado y en abandono criminal. Pese a esta situación, Guadalajara se convirtió en la Capital Mundial del Libro. Obviamente sabemos que no por lo que estoy explicando, sino por la maravilla de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

    ¿Es una especie de espejismos lo que se vive en estos nueve días que dura la feria?

    Si tenemos la fortuna de hablar nuevamente en diez o quince años, las cosas seguirán más o menos igual. No creo que mejore el número de librerías o que mejoren las bibliotecas. Pero sí puede haber una mejor accesibilidad—como la hay ahora—a los contenidos. Eso es innegable. En este momento hay más libros en potencia de ser atendidos y leídos como nunca antes en la historia de la humanidad. Así de simple y extraño. Estamos a dos pulsos del ratón de la computadora y de poder realizar un pago en efectivo o con una tarjeta para acceder a contenidos que pueden transformar vidas. Claro, irremediablemente hay un montón de cosas infumables y de basural que se encuentran, como todo en la vida. Pero hay que saber buscar y encontrar. En la medida que nosotros sigamos existiendo, existiremos como editores que publicamos algunas cosas propositivas. No digo que seamos la panacea ni nada. Es más, adoro a otras editoriales grandotas y muy comerciales que hacen un trabajo inmejorable, que también están gozando de esas circunstancias y eso es una gran ventaja. Existiremos como editores mientras estos medios y canales sean conocidos y apreciados por públicos que opten por la lectura. La competencia es dura: los sistemas de televisión están haciendo cosas incesantemente. La verdadera batalla es captar la atención de las personas.

    Para cerrar, te pido que me respondas en dos o tres palabras cuál es la esencia de Ediciones Arlequín

    Alternativo, único y agradable. Con eso puedo definir esta literatura que nos gusta.

    Luisa Fernanda Arris: «Cuando obtenemos un libro legible, en el que una idea especifica es entendida por cualquier lector, conseguimos una victoria para el mundo académico»

    ¿Cómo viene desenvolviéndose el rubro de la edición académica? ¿Qué habilidades y destrezas debe tener un editor académico? Luisa Fernanda Arris, editora de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y editora del libro 25 apuntes de la edición universitaria, responde a estas interrogantes y nos cuenta detalles de su más reciente publicación.

    La edición académica, universitaria, es un campo que tiene otro manejo, a diferencia de la edición tradicional. Es decir, ¿posee otra concepción, así como una óptica distinta?

    Así es. Hay más pasos de verificación, más ojos en las revisiones, por pares externos y expertos en cada uno de los temas de los libros.

    Las universidades son creadoras y transmisoras de conocimiento. Bajo esta premisa, surge esta necesidad de que las universidades publiquen constantemente. ¿Esto complementa la labor universitaria?

    Claro que sí, los fondos editoriales son una especie de vitrina y promotoras del conocimiento que se crea no solo dentro de las aulas de la universidad, sino también de la comunidad académica en general. Hay algunas universidades que solo publican a su comunidad. En el caso de las editoriales universitarias peruanas, sé que la Universidad del Pacífico solo publica a sus alumnos y profesores. Por el lado de la UPC, esto se da de otra manera.

    El objetivo es que la comunidad académica se haga visible a través de sus publicaciones.

    La comunidad es el brazo comunicante hacia la sociedad porque en las aulas, incluso los profesionales en su vida laboral y académica, se genera conocimiento constantemente. Es a través de los libros y, en este caso, de la editorial universitaria que comunicamos y vamos más allá. Por ejemplo, la motivación que tiene la editorial de la UPC es comunicar el conocimiento de una forma amigable, sencilla y directa. Nos encargamos mucho del cuidado del libro como objeto, desde la portada —porque también queremos comunicar a partir de ese aspecto— hasta el lenguaje que utiliza cada académico o profesional para narrar y contar la motivación de su obra.

    Podríamos pensar que la edición académica se circunscribe únicamente a los proyectos de investigación, pero, de algún modo, abarca un espectro más grande. ¿Cómo surge la idea en un editor académico de desarrollar una publicación de este tipo, llámese una tesis o un proyecto de investigación?

    En el caso de la universidad, nosotros recibimos manuscritos completos, eso quiere decir que el autor o la autora ya ha culminado su investigación. También recibimos proyectos de manuscritos. En cualquiera de los dos casos, nosotros los ayudamos desde la concepción de la obra a esquematizar, darle una estructura, de repente otorgarle un sentido narrativo. Definimos el público —con el autor— y reformulamos algunos párrafos o capítulos. Es un trabajo bien completo y con naturalezas muy variadas. La editorial UPC no solo hace libros de ensayo, sino también, por ejemplo, manuales, que están orientados más hacia el ámbito profesional. Dentro de la edición universitaria, la tipología de libros es amplia. Incluso, dentro del mundo académico, también se hacen diccionarios que son libros mucho más pensados y que toman un poquito más de tiempo.

    El sentido de publicar un libro en el ámbito académico va más allá de un concepto, digámoslo así, meramente estético. En tu opinión, ahora que hablamos de los tipos de libros que existen en el sector, ¿cuál crees que sería el detonante principal de un editor que busca fomentar o propulsar este tipo de publicaciones académicas?

    La principal consigna dentro de la editorial es que todos los libros sean entendibles, es decir, que posean un lenguaje directo, que cualquier persona, relacionada o no al tema que se toque, pueda comprenderlo. Cuando obtenemos un libro legible, en el que una idea especifica es entendida por cualquier lector, conseguimos una victoria para el mundo académico. Y es que el público le tiene algo de temor a los libros académicos, justamente porque piensan en la edición antigua proveniente de las universidades. Pero nuestro propósito es otro: ser divulgadores. Como te decía, forjar una vitrina de conocimiento que se pueda hacer dentro del mundo académico. Al menos desde nuestra trinchera.

    Y desde esa trinchera en la que nos encontramos podemos hablar acerca de cuáles son las cualidades del mundo académico.

    En primer lugar, un editor académico debe ser muy riguroso. Hay que entender que es imposible conocer todos los contenidos que editemos. Hay materiales muy específicos o terminología muy técnica con la cual probablemente no estemos familiarizados. Lo segundo es entablar una alianza profesional con los expertos, con el objetivo de realizar revisiones externas exhaustivas —llamadas también de doble ciego— que se hacen dentro del mundo académico. El tercer punto es conseguir que este tipo de libros sean lo más legibles posible.

    Mencionaste que el editor académico apoya su trabajo en los expertos. Entonces, entran a tallar ciertas habilidades blandas para articular el trabajo con otros especialistas. Es decir, es necesaria la intervención de otras disciplinas.

    En nuestra editorial, lo que hacemos son libros de ensayo, sobre todo, de humanidades. Es nuestro fuerte. Ahora estamos trabajando en fortalecer nuestro sello de libros sobre derecho. En cierta ocasión nos llegó un manuscrito sobre lenguaje de señas. Convenimos en que, al ser un tema muy específico, no estábamos preparados para trabajar dicho material.  Dentro de nuestro proceso de producción hacemos la revisión; la primera lectura, que la hago yo; luego se envía a los expertos y estos a revisores externos; después lo evalúa un comité editorial y ahí vemos si cada una de las temáticas es pertinente a lo que quiere comunicar el fondo de la universidad. También analizamos si podremos trabajar o no en ese libro. En el caso anterior, decidimos que no porque ese libro debía ser trabajado con mucho respeto por el conocimiento que se está capturando en esa publicación. En principio, deberíamos tener cierto conocimiento para producirlo, corregirlo, incluso para diagramarlo. Un diccionario en lengua de señas no solamente es una descripción teórica, también necesita una descripción ilustrativa. Pensamos que, por el momento era un texto para el cual no estábamos preparados. Hay que saber qué proyectos desarrollar y cuáles no.

    Esto me hace pensar en un artículo del editor Gregory Britton titulado «Pensar como editor académico». Él mencionaba que los editores académicos son como emprendedores que corren muchos más riesgos que un editor de otro rubro. ¿Compartes esta visión?

    Hay más responsabilidad. También he editado libros de literatura, en el que el trabajo es casi unilateral. Yo acudo al creador, en este caso al escritor, y él resuelve mis dudas. O viene hacia mí, yo lo produzco y lo convierto en libro. En el caso de una obra académica es totalmente diferente. No es que el autor simplemente me entregue su conocimiento en un manuscrito y yo lo vuelva libro, sino que ese material debe ser evaluado. No solo en el sentido editorial, sino también en cuestiones de fondo. Incluso, en la editorial contamos con un software de similitud. Tenemos mucho respeto por las ideas y el conocimiento de cada uno de los autores. Para hacer llevar a cabo una publicación académica o de investigación, estas se basan en el conocimiento de otro investigador. Entonces, todo este trabajo debe ser sumamente respetuoso. No solamente por la labor en sí, sino también por la creación y el conocimiento que se toca en cada uno de los temas.

    Me atrevería a decir que la edición académica, por lo que hemos conversado, tiene un objetivo mucho más allá de las ganancias que puede suscitar el producto. Como tú lo mencionas, va más por un tema de responsabilidad y divulgación.

    Hay que recordar que, en las universidades y escuelas de nuestro país y del mundo entero, hay mucha responsabilidad por lo que se quiere transmitir y comunicar. Cada vez existe un mayor respeto con el conocimiento del otro. Me refiero específicamente al plagio, las similitudes, las referencias no consignadas, que pueden oscurecer los conocimientos que traen las publicaciones. Efectivamente, hay mucha responsabilidad detrás, no solo por parte de los académicos, sino también de las universidades. Nosotros desde la editorial tenemos misiones y objetivos alineados a toda la línea de investigación de la universidad. No es que cada publicación las suscriba la universidad. Para ponerlo en contexto, la UPC está alineada con las 8 ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenido) así como nosotras también —digo «nosotras» porque la mayoría somos mujeres en la editorial—. Bajo el paraguas de estas ODS que están siendo motivadas por la universidad, tenemos una convocatoria llamada Mujeres académicas latinoamericanas. Su único propósito es darle mayor visibilidad al trabajo de las académicas. En la primera edición fueron solo peruanas, pero ya en la segunda y en la tercera que estamos haciendo este año se abrió la convocatoria a nivel latinoamericano. No es que la universidad piense y nosotras nos desligamos. Es todo un trabajo en conjunto para tener un mismo discurso, propósitos y objetivos. Eso es lo que tratamos de hacer: que se sienta el espíritu de la universidad en nuestros libros y en el trabajo que hacemos.

    Es bajo este espíritu y entusiasmo que surge la publicación 25 apuntes de la edición universitaria.

    En principio soy lingüista y nunca estudié la carrera de Edición, de hecho, me formé mientras iba trabajando. He sido editora de libros de literatura en otra universidad y en una asociación. Aprende con la práctica, pero no sabía formalmente qué era la edición. Con los continuos viajes a ferias internacionales uno descubre otro mundo, otro lenguaje, lo que se está haciendo profesionalmente en el sector editorial en otras partes del mundo. Fui conociendo a varios editores y la realidad es prácticamente la misma. La mayoría de editoriales universitarias lucha, sobre todo, por hacer libros de calidad. Y no me refiero por calidad al material o al objeto, sino al nivel de las investigaciones y la rigurosidad. Encontrar pares ciegos o evaluadores que den la talla de nuestras investigaciones es bastante difícil. Entre estas conversaciones vi muchas similitudes y algunas diferencias. Entonces, propuse hacerles algunas preguntas a veinticinco editores entre latinoamericanos y europeos. Eso me pareció muy emocionante — sinceramente, nunca pensé que nos iban a hacer caso—.  Tenemos las opiniones de grandes editores dentro del libro. Respeto mucho el trabajo de Sayri Karp, la admiro totalmente. Ella es la editora de la Universidad de Guadalajara. Ha hecho muchas colecciones muy interesantes, como una que trata sobre el tema de los libros, así como otras en varias universidades. Ella es capaz de agrupar distintos temas y distintas universidades a nivel de Latinoamérica para hacer grandes proyectos. Nosotros también hemos editado con ellos. Ella tiene una larga trayectoria, también ha sido presidenta de la EULAC (Asociación de Editoriales Universitaria de América Latina y el Caribe). También están editores colombianos de gran renombre y trayectoria que conocimos en las ferias internacionales. Hay editores españoles, costarricenses y brasileños. En Brasil, por ejemplo, trabajan mucho con el acceso abierto. Es otro mundo. Tienen otro enfoque sobre la edición universitaria. Por ello, pensamos que ese tipo de edición y objetivos debían estar en este libro. También se habla sobre la inteligencia artificial para los libros; sobre la edición y el medio ambiente. De nuestro lado está Lisbeth Alvarado, editora de la Universidad Cayetano Heredia. Para nosotros es un gran referente para las ediciones sobre género. Nuestro libro está en acceso abierto. También hay cinco ensayos que inician cada conversación y batería de preguntas, para reflexionar cómo es que el editor vive esa realidad. Esta es una invitación para seguir pensando en la edición universitaria, a sentirla.

    Ahora que hablamos sobre pensar en la edición y cómo es que los editores independientes tienen esa constante lucha por promover sus trabajos, supongo que, aunque tienes el apoyo de la universidad, fue todo un reto sacar adelante esta publicación.

    Fue un gran desafío porque, además, ellos son cabezas de otras editoriales, de otras asociaciones dentro de sus países. Son personas que no están en una industria editorial como la nuestra, en la cual se publica poco. Son verdaderamente industrias editoriales. Pueden hacer en un año más de cien libros.

    Estamos frente a un material que puede servir para visualizar el trabajo editorial en conjunto en el ambiente universitario, a través de la visión de los editores que mencionaste. Por lo menos en el Perú, no hay muchas publicaciones que traten la edición desde distintas ópticas. Hablando del país, ¿ves un panorama alentador sobre este tipo de edición en Perú?

    Nos estamos profesionalizando. Si no hubiera un espíritu positivo y propositivo sobre el mundo académico, y sobre el mundo editorial académico específicamente, no existiría esta publicación. Estamos cubriendo nuestras necesidades porque reflexionamos sobre eso. Cuando hay reflexión sobre el tema es que el ambiente editorial académico está dando más pasos. Como te decía, desde la editorial UPC estamos dando esta convocatoria para mujeres académicas, que fue la primera iniciativa para tratar de visibilizar sus obras. Nuestra intención era que más editoriales universitarias se unan a esta consigna. Hemos visto que este año la Cayetano lanzó también una convocatoria para las mujeres investigadoras en salud. Estamos creando libros de ciencias sociales, humanidades, ahora también de ciencias de la salud. Es un gran paso para el mundo editorial académico peruano. Vamos por un muy buen camino.

    Marcela Robles: «Creo que Armando fue uno de esos hombres ‘one of a kind’. No era solo lo que hacía, sino su forma de hacerlo, su manera de estar en el mundo, de ser siempre íntegro, polémico, revoltoso, atrevido y apasionado».

    El 7 de febrero se cumplen 100 años del nacimiento de Armando Robles Godoy. Fue el primer cineasta peruano en haber alcanzado reconocimiento internacional, y logrado elevar la calidad artística y técnica. Con motivo de esta conmemoración, entrevistamos a la poeta y periodista Marcela Robles, hija del director.

    Entrevista de Gabriela Pretel

    Armando Robles Godoy fue el precursor del cine de autor en el Perú. Su propuesta destacó por ofrecer un lenguaje artístico y de vanguardia, plagado principalmente por los simbolismos y metáforas. Sin haber tenido una sólida tradición cinematográfica peruana previa, logró renovar el lenguaje del cine en el país. Las cintas En la selva no hay estrellas, La muralla verde y Espejismo fueron los primeros filmes peruanos en obtener premios internacionales. Debido a su naturaleza polifacética, Robles Godoy también incursionó en la literatura. Entre sus obras, destacan la novela Veinte casas en el cielo y la colección de cuentos La muralla verde y otras historias. En 2020, el crítico de cine Emilio Bustamante publicó el libro La batalla por el buen cine, en el que hace una selección de artículos del cineasta, en los que se resalta su concepción del cine como arte.

    Para conmemorar el centenario del nacimiento de Armando Robles Godoy, conversamos con su hija, la poeta y periodista Marcela Robles.

    Armando Robles Godoy fue una persona polifacética: cineasta y narrador. ¿Qué consideras que es lo más grande que Armando ha dejado como parte de su obra?

    Bueno, esto puede sonar algo extraño porque podría elegir una de sus películas. Quizás, La muralla verde, que ha sido considerada la mejor película peruana de todos los tiempos; o algunos de sus cuentos, que son maravillosos. Pero además de su obra, creo que Armando fue uno de esos hombres one of a kind. No era solo lo que hacía; sino su forma de hacerlo, su manera de estar en el mundo, de ser siempre íntegro, polémico, revoltoso, atrevido y apasionado. ¡Ha pasado tanto tiempo y la gente lo sigue recordando! Amaba todo lo que hacía, y lo dejaba todo de sí en las batallas que emprendía. Igual que la batalla por el buen cine, parafraseando el título del magnífico libro de Emilio Bustamante, que sabe más de mi padre que yo misma.     

    Las películas de Armando traspasaron las fronteras. ¿Cuál crees que es el mayor legado que dejó para el cine peruano?

    Además de sus filmes —que hoy hablan por sí mismos y que las nuevas generaciones de cineastas y cinéfilos siguen viendo con interés—, creo que su mayor legado fue la enorme enseñanza que dejó tras de sí, y que sigue viva y vigente. Por algo le decían —y le siguen diciendo— maestro. Muchos realizadores de hoy fueron sus alumnos y manifiestan estar muy agradecidos. Su amor y pasión por el cine era tal que dedicó gran parte de su vida a compartirlo, difundirlo, y tratar de desentrañar y transmitir los misterios que encerraba ese lenguaje.     

    Tú eres escritora. ¿Sientes que ha habido una influencia de Armando en tu obra?

    Curiosamente (porque sería lógico), no. Mi padre era un gran narrador, y yo soy poeta y periodista (él también lo fue). Definitivamente, tenemos lenguajes muy distintos. Pero yo disfrutaba muchísimo de su obra literaria y cinematográfica; y él, de mis poemarios y artículos. Creo que se trataba de una admiración mutua; aunque a veces también muy crítica, por cierto. Quiero decir que el cariño no empañaba nuestra visión profesional o creativa. 

    ¿Nos podrías contar un grato recuerdo de Armando en su faceta como padre?

    ¡Son tantísimos! Muy difícil elegir solo uno. Pero hay una dedicatoria que atesoro. Cuando me entregó un ejemplar de uno de sus libros, había escrito: «A Marcela, con amor, imposible que ella ha hecho posible».

    Felipe Ponce: «Los libros viajan por medio de una serie de asociados utilizando las bondades tecnológicas. Todos estos aspectos modernos se han ido sumando al trabajo editorial; contrastando con los comienzos, no existía nada de esto».

    *Foto de portada: Elizabeth Alvarado

    Felipe Ponce estudió Letras en la Universidad de Guadalajara. Es fundador y codirector de Ediciones Arlequín y Página Seis. También, es docente de los cursos de corrección y diseño editorial en el Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara y en la Escuela de Edición de Lima. Desde 2020, colabora en el área editorial del Instituto Electoral y de Participación Ciudadana del Estado de Jalisco.  

    Entrevista de: Gabriela Pretel

    Ediciones Arlequín tiene alrededor de treinta años en el mercado. ¿Cuáles consideras que son los cambios más relevantes que la editorial ha tenido en este tiempo?

    Son muchos realmente. Estamos viviendo cambios muy agradables. Actualmente, la editorial tiene las posibilidades de vender los libros a impresión bajo demanda en distintos países, teniendo como intermediarios a varias librerías y Mercado Libre. Es maravilloso. No tengo que enviar un contenedor de libros hacia Sudamérica o España. Los libros viajan por medio de una serie de asociados utilizando las bondades tecnológicas. Todos estos aspectos modernos se han ido sumando al trabajo editorial; contrastando con los comienzos, no existía nada de esto.

    En los años noventa, el objetivo era consolidar Ediciones Arlequín, pasar de los cuatro o cinco ejemplares, tras los cuales muchas editoriales renunciaban. Distribuíamos con nuestros amigos. Yo era estudiantes en ese momento. Mochila al hombro, iba a las librerías y entregaba ejemplares para su venta. Ahora, se ha transformado. Estoy muy feliz de estar explorando estos nuevos terrenos vinculados a la tecnología.

    Guadalajara cuenta con la segunda feria más grande del mundo. En esta ciudad específicamente, ¿cómo ha afectado al desarrollo de la industria editorial tapatía?

    En cuanto a una retrospectiva y una crítica, la influencia ha sido parcial en el ramo profesional. Sin embargo, sí ha incidido en las nuevas generaciones de lectores. La ciudad tiene una pujanza enorme y la Feria Internacional del Libro concita muchas personas. Asimismo, la venta en la feria supone una de las mejores ventas del año no solo para nuestra editorial, sino también para otras editoriales. Eso lo logra la ciudad.

    Por otro lado, aunque hay una efervescencia y Guadalajara se ha convertido finalmente en un polo editorial, esta situación es reciente. Se ha tardado mucho. Las condiciones en el mercado mexicano no son muy propicias para que los emprendimientos puedan sobresalir. Ha costado mucho esfuerzo para que empresas como la mía y la de otros colegas salgan adelante. Hay un germen propicio, pero muchas cosas en contra. Sobre todo, temas de políticas públicas, economía, desigualdad social, carencias de libreras, entre otros factores que impiden que haya un desarrollo más grande. Por eso, siempre busco alternativas que puedan paliar estos temas.

    Finalmente, la feria es una gran vorágine anual que atrae a muchas cosas. Es una maravilla durante los nueve días que sucede. Pero, de pronto, la ciudad se queda como en una especie de páramo durante el resto del año.     

    ¿Cuáles son los principales obstáculos que tienen que atravesar las editoriales independientes en Guadalajara?  

    En Guadalajara y en el país, primero se debe acercar los libros a los lectores. En México, es apabullante el poder de las transnacionales. En las cadenas de librerías, tienen copado todo el espacio y las mesas de las novedades. Lo que se les da a ellos con mucha facilidad, se presenta a nosotros con muchas dificultades. Si bien, se pueden presentar casos aislados de una editorial que logra distribuir bien por medio de pactos de comercialización, la inmensa mayoría no los tiene. Lo que se evidencia es que no hay una posibilidad de apoyo o políticas públicas propicias. Además, está la desorganización dentro de todos nosotros. Para lo editores pequeños, ha sido muy complejo poder organizarnos. Veo países con propuestas atractivas. Por ejemplo, Chile con La Furia del Libro, una iniciativa con mucha pujanza. También, hay una valoración al trabajo de las editoriales pequeñas independientes. Eso no lo veo para nada en México. 

    Portada del libro de Felipe Ponce publicado por Ediciones Arlequín. Foto: Felipe Ponce

    Acabas de publicar el libro Letra bastarda sobre la industria editorial mexicana entre 2015 y 2019. Respecto a esos años, ¿cuáles consideras que han sido los cambios dentro del mercado del libro?

    En el libro, compilé mis columnas de opinión que aparecieron en un diario local. Hablaba de todo un poco. De lo que iba aconteciendo en el momento. De pronto, cuando la información era un poco más fría, hablaba de cuestiones mías o de mi formación. Me centro en Guadalajara, pero no dejo de ver la actualidad editorial mexicana y latinoamericana de ese periodo.

    Esos años corresponden a un periodo corto de tiempo para que se den cambios significativos. Sin embargo, en ese entonces, estaba muy presente la preocupación por el libro electrónico. Esta se centraba en el precio o las dificultades de los lectores para llegar a estas plataformas. Ahora es un tema superado, porque la pandemia nos hizo dependientes de esta alternativa ante el cierre de las librerías. Estas nuevas modalidades de lectura no son tan ajenas. Es un falso debate el hecho de que se lee mejor en papel. Se puede leer en electrónico maravillosamente. Estas dos formas no están para nada reñidas. En ese sentido, finalmente lo que nos importan son las historias que nos cuentan. Quizás, ese es el cambio que más percibo. Actualmente, es más natural comprar en línea contenidos electrónicos que físicos. 

    ¿Qué se espera al mediano plazo en el desarrollo del mercado editorial en Guadalajara?

    Acá tenemos el Gremio de Editores de Guadalajara. En las reuniones, pensamos en las políticas públicas o los gobiernos que nos dejaron insatisfechos. Cabe resaltar a la Universidad de Guadalajara que sumó e hizo distintas actividades notables; pero, en términos generales, los actores del libro no fuimos invitados. A los editores no nos benefició, salvo alguna coedición que se hizo. No hay un trabajo activo en las bibliotecas, tampoco una política editorial que pueda hacer una sinergia con los editores independientes. Todo está por construirse. Tenemos que trabajar para que se mejoren las legislaciones y pugnar para que haya instituciones que existen en otros sitios, que en nuestro caso no las hay. Por mencionar algunos, no tenemos museo del libro, ni hay una legislación estatal en torno al libro.

    Clemencia Granados: «Espero que mi caso sea el primero de muchos y que, en cinco o diez años, haya muchas sagas distópicas, de ciencia ficción o de literatura romántica juvenil».

    *Foto de portada: Clemencia Granados

    Clemencia Granados es abogada y escritora. Estudió Derecho en la Universidad de Lima y ha trabajado en los campos del derecho minero y ambiental. Este año, publicó su primera novela Pangea, un espía en el Palatino (Cross Books). Se ha presentado en la Feria Internacional del Libro de Lima y en el festival de literatura juvenil Kokoro Book Fest. 

    Entrevista de Gabriela Pretel

    Tú estudiaste Derecho, ¿en qué momento decidiste enfocarte a la creación literaria?

    La carrera de Derecho dura seis años y, luego, hice mi tesis en dos años. El desarrollo de la tesis jurídica y la forma en la que se estructura el proyecto de investigación, toma un año y medio. Esto me hizo pensar en un proceso de estructuras a largo plazo; en vez de ser una tesis jurídica, que sea una novela. Dije: «Si lo hice una vez, lo puedo hacer dos veces». No tenía mucho tiempo, por lo que avanzaba un poco lento. Pero mi motivación fue ver que, si pude hacer una tesis, podía repetir ese mismo proceso con una obra.

    ¿Crees que ambas carreras se complementan? 

    Yo creo que sí están conectadas. Aparte de haber estudiado Derecho, yo siempre leí muchísimo desde muy pequeña. Leía más los libros que me gustaban a nivel personal, que los que me pedían para la universidad. Nunca dejé que la carrera me separara del gusto por la lectura. Siento que, en el aspecto metodológico, el crear un horario de trabajo y la organización, es muy parecido. Cuando resuelves un caso de derecho, tienes que ver cómo lo vas a enfocar antes de redactar un informe. El proceso de creación de una obra es lo mismo. Tienes que crear el mundo, la estructura y los personajes antes de sentarte a escribir. Me entrenó para ir generando costumbres que, al momento de escribir una novela, se me hizo mucho más fácil.    

    Este año publicaste tu primera novela, Pangea, de ciencia ficción. ¿Qué te llevó a explorar este género?  

    Pangea es una novela distópica futurista. También, se le puede catalogar como fantasía; hay personas que le dicen ciencia ficción. Pero como los protagonistas tienen alrededor de veinte años, se le llama literatura juvenil. Como he leído tantas veces en mi vida, sentía mucha curiosidad por ver cómo yo podía escribirla. Mientras más lees, te inspiras. En mi caso, que no he estudiado literatura o escritura creativa, fue explorar cómo otras personas habían estructurado sus novelas respecto al tema. Más que nada he leído novelas históricas, misterios policiales y distopía fantástica; aunque quiero ampliar mi rango de géneros. En un futuro, me gustaría escribir una novela histórica.   

    Estuviste como invitada en la Feria Internacional del Libro de Lima y, recientemente, en el Kokoro Book Fest. ¿Cómo es la conexión con los lectores de novelas juveniles?

    Cuando terminé Pangea, solo la había leído yo y un grupo pequeño de personas. Luego, firmé con Grupo Planeta y la habían revisado los editores. Pero había sido muy reducido. Cuando se publicó, estuve nerviosa. A la Feria Internacional del Libro de Lima va mucha gente, sobre todo la prensa. Es todo muy grande. Ha sido increíble ver la recepción del público que suele leer novelas juveniles o distopías. Son personas que se emocionan mucho. Fue sorprendente ver los mensajes que me enviaban a las redes sociales.

    Pero he notado la diferencia. En la FIL, como recién se había publicado y era mi primer libro, muchos lectores se sentían atraídas por la portada, o vieron la presentación y les interesó. Eran personas que lo iban a leer por primera vez. En cambio, en el Kokoro Book Fest y, ahora, en la Feria Ricardo Palma, los asistentes han leído la novela. Es un enfoque totalmente diferente. Recibo mensajes por Instagram preguntándome cuándo va a salir la segunda parte. Incluso, hay personas que me comentan que mi libro les ha inspirado para comenzar a escribir. Mientras más pasa el tiempo, la experiencia se vuelve más personalizada y es más entretenido estar en contacto con las personas.   

    Pudiste estar en contacto con otras escritoras del rubro. ¿Cómo fue esta experiencia?  

    En la Feria del Libro, me presentó Ximena Renzo, una escritora peruana de literatura juvenil. En el Kokoro Book Fest, conocí a varias autoras, pero son extranjeras; entre ellas estaban Angie Ocampo de Colombia y Lily del Pilar de Chile. La gran mayoría de ellas vienen de boom de Wattpad. Cuando fui al festival, pude notar que muchas de las personas del público las conocen desde que escribían en internet. En esa plataforma, tienen millones de visualizaciones. Es increíble. Al hablar con las lectoras se establece una conexión personal. Comenzaban leyendo a las escritoras desde el celular y, años después, ellas habían firmado con editoriales importantes como Planeta. Lo que me gusta de todo este fenómeno es que son escritoras jóvenes y latinoamericanas. A pesar que yo era nueva, todos fueron muy amables y receptivos. Las personas que les gusta este tipo de novelas tienen mucha energía.    

    ¿Crees que en el Perú se están abriendo las puertas para que haya una literatura juvenil local?

    Yo creo que sí. Espero que mi caso sea el primero de muchos y que, en cinco o diez años, haya muchas sagas distópicas, de ciencia ficción o de literatura romántica juvenil. Pienso que va a haber sorpresas el próximo año. Este boom recién está comenzando y la pandemia ha impulsado el gusto por la lectura.

    Aarón Alva: «Pienso que en el universo ficcional es difícil concebir algo completamente exitoso, sea una ciudad o un personaje».

    *Foto de Portada: Aarón Alva

    Aarón Alva es músico licenciado por la Universidad Nacional de Música. Ha lanzado los álbumes Matices clásicos (2015) y Valiente (2020). De forma paralela a su carrera musical, es editor en el medio digital cultural Cuenta Artes, donde realiza reseñas literarias y entrevistas. En el 2017, publicó su primer conjunto de relatos titulado Cuentos ordinarios. Este año regresa a la escena literaria con el libro de cuentos Un buen taxista es difícil de encontrar (Editorial Colmillo Blanco), que se presentará este 22 de octubre en a las 6:00 p. m. en la Biblioteca Municipal de Barranco.   

    En tus cuentos se menciona la ciudad de Iliana, como lugar de éxito para algunos personajes. ¿Consideras que el concepto de ciudad «exitosa» aún es posible en la literatura?

    Pienso que en el universo ficcional es difícil concebir algo completamente exitoso, sea una ciudad o un personaje. Mucha de la literatura del siglo XX tuvo a la ciudad como escenario central, señalando un campo de oportunidades; pero también los peligros que traía su crecimiento y sobre todo su formato unidireccional, incapaz de tomar en cuenta las condiciones y posibilidades de todos. Por los años cincuenta, Enrique Congrains describió en su obra a Lima como una «bestia con un millón de cabezas», en clara referencia al anonimato y enajenación que engendrar en mucha gente. Lo mismo ocurre con John Dos Passos, Chuck Palahniuk y un largo etcétera. En mi caso, traté de plantear a Iliana como un lugar ideal —ilusorio quizás— del que los personajes hablan y aspiran a llegar, pero que no es del todo claro. Pues, respondiendo tu pregunta, yo mismo no sabría cómo sería una ciudad «exitosa». En todo caso, me animo a cuestionar: ¿Será que la literatura podrá inventar alguna vez una ciudad del todo exitosa? Porque, al menos en la vida real, esta no parece existir aún.      

    De los cuatro cuentos, dos protagonistas son hombres y dos son mujeres. ¿Fue una decisión premeditada?

    Para nada. Incluso hubo textos que descarté, con personajes hombres y mujeres. De acuerdo con las ideas que iba concibiendo en el proceso de escritura, los personajes llegaron solos. Cada cual requería un tipo de narrador distinto (omnisciente o personaje narrador en primera persona), lo cual obligó a una perspectiva y enfoque particulares. En mi libro anterior escribí un cuento muy corto desde una visión femenina; pero esta vez el reto fue mayor, pues los personajes mujeres tienen vidas abismalmente distintas a las mías. Solo quedaba perfilarlos de acuerdo a lo que sus propias emociones y situaciones me iban dictando. Como decía Raymond Carver: «Tú no eres tus personajes, pero tus personajes sí son tú». Espero que mis personajes sepan mejor que yo de lo que pueden hablar y hacer. Llega un punto de la escritura en que ya no puedes responsabilizarte por ellos.      

    Quitando a Iliana como ciudad prometida, tu literatura se acerca al realismo. ¿Crees que todavía es factible abordar este género?

    Entendiendo el realismo como base de lo subjetivo, puede que sí. Me explico. Si se piensa en la realidad, puede confundirse con lo que muchas veces se toma por objetivo. Hace más de medio siglo, las teorías e investigaciones sociológicas han descartado ese término como un factor fijo e inamovible. Desde un paradigma crítico, lo objetivo no existe y cada cultura crea su realidad, sus costumbres, sus reglas —aunque me desagrade un poco esta última palabra—. El ejemplo más grande de aquella subjetividad es la naturaleza cambiante y nunca estática del lenguaje. Nada es fijo ni lineal. Una parte del realismo como movimiento literario de antaño estaba, en cierto modo, ligado a la objetividad ortodoxa del positivismo, imposible en tiempos modernos. 

    ¿Qué ha cambiado entre el Aarón Alva de Cuentos ordinarios y el de Un buen taxista es difícil de encontrar?

    Muchas cosas. Pero, por suerte, no ha cambiado en nada mi gusto por caminar y pasear en bicicleta. Mientras más lejos, mejor.    

    Stefano Romanini: «Al tratar con un autor, muy a menudo, hay que quitarse la ropa de un redactor-jefe y necesariamente debe usar la de un psicólogo».

    Stefano Romanini es licenciado en Ley por la Università di Roma Tor Vergata (Italia) y cuenta con doce años de experiencia en derecho de autor. Tiene experiencia como docente de escritura de novelas gráficas e historietas y derecho de autor. También es editor-in-chief y administrador para Edizioni NPE (Editorial de Novelas Gráficas de Autores), y consultor editorial para diferentes editoriales internacionales. Como guionista ha publicado algunas adaptaciones al italiano de los cuentos de H. P. Lovecraft en historieta: H. P. Lovecraft: La tomba (2018) y H. P. Lovecraft: La musica di Erich Zann e altri racconti (2019).    

    Trabajando en el género de la novela gráfica, la figura del editor-in-chief es una de las más complejas en el equipo editorial. ¿Con qué figuras tiene que lidiar el editor en su día a día y cuáles son sus principales funciones?

    La figura del redactor-jefe debe conjugar necesariamente varios aspectos de la editorial. Ante todo, es el primer lector real de una propuesta. Incluso, antes de seguir paso a paso las fases de su realización —coordinando el trabajo del autor con el del servicio editorial que luego se encargará de la corrección y creación de la maquetación final—, deberá conciliar su gusto personal con el de la editorial y con la orientación de su catálogo —debiendo elegir también en función de la mayor o menor adaptabilidad del producto con lo que suele publicar su editor—. Esta evaluación no solamente protege un resultado efectivo en términos de ventas para el editor, sino que también permite elegir al propio autor en función de algunas características. Un editor de una editorial que se enfoca mayormente en libros para niños no puede escoger o enfocarse en un ensayo sobre la novela grafica; por muy válido que sea el contenido del volumen. Así como una editorial que se enfoca en historias de terror tendrá dificultades para realzar una propuesta de cómic humorístico.

    ¿Cómo es la relación de un redactor-jefe con los autores de novela grafica y qué criterios debe considerar al momento de trabajar con este tipo de publicaciones?

    Al tratar con un autor, muy a menudo, hay que quitarse la ropa de un redactor-jefe y necesariamente debe usar la de un psicólogo. Muchos autores no tienen una idea clara de la perspectiva «comercial» de su producto; apoyándose en valoraciones personales que no tienen en cuenta la facilidad de venta de su propuesta. Corresponde al redactor-jefe tener el tacto de mantener vivo el entusiasmo del autor, adaptándolo o estandarizándolo a unas necesidades editoriales que mejoren el proyecto y garanticen así una mayor facilidad de venta al editor, pero ante todo al propio autor. Una portada hecha de cierta manera, una tapa dura en lugar de una tapa blanda, un precio bajo, pueden ser armas ganadoras a tener en cuenta que los autores suelen sacrificar en nombre del carácter artístico de su proyecto; proponiendo quizás volúmenes con grandes foliaciones, con formatos bizarros, o con guiones inútilmente complejos y poco fluidos.

    Un redactor-jefe es quizás el primer crítico y el primer «amigo» del autor. ¿Qué tipo de intervenciones requiere un texto de novela gráfica en comparación con otros géneros y qué habilidades se necesitan para ser un editor de textos de este tipo de trabajo?

    El trabajo del editor y del redactor-jefe es recibir la propuesta, evaluarla y finalmente aprobarla. Luego de la aprobación, la propuesta es seguida paso a paso en su realización, hasta la entrega final por parte del autor. En ese momento, el proyecto pasa al servicio editorial que se encargará de la creación gráfica de la maquetación. Esta fase también deberá ser supervisada por el redactor-jefe en todos sus aspectos. Cada una de estas etapas es igualmente desafiante.

    Debido a que la novela gráfica es un género muy particular y quizás más «nicho» que otros, ¿qué tan difícil es poder promover este tipo de género en el mercado y cómo eliges actuar cada vez que tienes que publicar un texto?

    El trabajo en mi editorial (Edizioni NPE, NdR) es muy «instintivo». Elegimos y publicamos los volúmenes que nos gustan —los que, si fuéramos los lectores, nos apresuraríamos a comprar sin dudarlo—. Puede parecer complicado promocionar novelas gráficas, pero cuando crees en la propuesta y en su fuerza comercial, la promoción se vuelve casi automática. Ciertamente, el apoyo del gabinete de prensa y la promoción, a través de las redes sociales hoy día, son básicos para dar a conocer un producto editorial que se considera un producto de nicho como es el cómic y ademas la novela gráfica.