En la siguiente entrevista, ingresaremos a la trastienda de César Augusto Osorio, corrector egresado de las aulas del Centro de Desarrollo Editorial, quien comenta acerca de su vocación como lector, escritor y corrector, oficio sobre el cual ofrece algunas reflexiones.
Háblanos un poco acerca de tus lecturas y cómo surge tu vínculo con las letras
Diría que todo empezó en la secundaria. Por fortuna, tuve a profesores que encendieron mi curiosidad sobre las incontables historias que pueden ofrecer los libros. A partir de los doce años fui muy receptivo con los conocimientos que impartían mis docentes de Literatura, Lenguaje y Razonamiento Verbal. Al contrario de lo que mis padres esperaban, terminé escogiendo las letras como mi forma de vincularme con la vida. Por otro lado, mi interés por la literatura no se limitaba al placer de las buenas historias, sino que necesitaba entender los procesos con que opera la ficción de los libros que tanto me gustaban. Fue esa inquietud intelectual la que me impulsó a leer más, a escribir mis primeros cuentos, también a estudiar Literatura.
Sobre mis lecturas, fueron Julio Ramón Ribeyro y Gabriel García Márquez mis primeros grandes referentes cuando era adolescente. Sobre todo el primero, al que conocí gracias a una antología escolar de sus cuentos; él es el culpable de que la mayoría de mis escritos hayan sido relatos breves. De García Márquez adoré el estilo, el ritmo, el color de su narrativa desde mi primer acercamiento a su obra, mediante Relato de un náufrago. Con el paso del tiempo, descubrí a más escritores fantásticos como Natsume Soseki, Samuel Beckett, Camilo José Cela, Dostoievski, Hemingway, Borges, Mann, Kafka, Yourcenar.
Respecto a la labor del corrector, ¿cuál crees que es su tarea principal?
La principal labor de un corrector es auxiliar al texto. Con esto me refiero a que el corrector debe estar dispuesto a ayudar a un texto para liberarlo de posibles errores ortográficos, ortotipográficos, gramaticales, sintácticos, de formato. Ojo que hablo de ayudar a eliminar fallos, que a un corrector no le consta meterse con su material de trabajo como si fuera el autor (a menos que el cliente diga lo contrario, por supuesto). La pertinencia para intervenir siempre dependerá de factores como la tipología textual, los criterios normativos de la institución donde se trabaja, en ocasiones incluso de las exigencias específicas del cliente. En mi opinión, un corrector debería adaptarse a todos esos requerimientos de su contexto profesional para suprimir los diferentes errores o erratas en los textos donde opera.

¿Cuál consideras es la principal destreza de un corrector?
Pienso que su principal destreza es la capacidad de adaptarse a cada situación. El lenguaje escrito admite un sinnúmero de posibilidades, las mismas que deslizan una infinita variedad de errores. Por más conocimientos teóricos que un corrector pueda albergar, es más importante saber responder a las circunstancias variopintas al corregir. Más de una vez hay casuísticas rebuscadas, soluciones inciertas o alternativas múltiples para resolver un error. Entonces, tener la cabeza para decidir bien en la corrección de textos es una virtud que se construye con la experiencia. Dicha virtud, por cierto, importa también porque sirve para sustentar la corrección con los demás colegas de profesión, con el cliente, con el equipo de trabajo.
¿Cómo surgió tu interés por incursionar en el tema de la corrección?
Mi interés se despertó en el último año de mi carrera. Buscaba formas de diversificar mi perfil profesional, en especial para ampliar mis horizontes laborales. Me atraía bastante la idea de trabajar en el sector editorial, y la corrección de textos apareció como una vía espléndida para ingresar a dicho sector, aunque requería respaldar esa chance con una formación más dedicada en la materia. Pues no solo veía la conveniencia de una latente opción de trabajo, sino que me llamaba un genuino interés por perfeccionar mi capacidad de corregir escritos, así como de lograr una mejor escritura.
Coméntanos un poco acerca de tu experiencia en el Curso Integral de Corrección de Estilo.
Hallé información cuando estaba a pocos meses de egresar de la universidad. Me pareció un programa bastante conveniente para mis objetivos a corto y mediano plazo (nuevas oportunidades de empleo y extensión de mi perfil profesional), por lo que me inscribí con antelación. Debido a que las clases fueron virtuales y se impartían los fines de semana, disponía de una gran comodidad para ajustar mis horarios sin que hubiera cruces problemáticos. Logré trabajar y estudiar a la vez (lo cual no es nada fácil), haciendo posible seguir aprendiendo mientras iniciaba mi trayectoria laboral. En cuanto al curso en sí mismo, guardo un sincero respeto y una inmensa gratitud a los profesores con los que llevé clases a lo largo de los seis módulos del programa. Su conocimiento, experiencia y amabilidad me ayudaron muchísimo a encontrar mis limitaciones, subsanar varios fallos que cometía al corregir y a ser más consciente de lo complejo que es la labor de escribir bien. Aunque no se queda solo en esos aspectos, sino que, gracias a los maravillosos docentes del CICE, aprendí la fundamental lección de que la corrección de textos es una labor humana. Con esto me refiero a que no basta con saber arreglar fallos en los textos. Un buen corrector también maneja una comunicación transparente con los demás agentes alrededor de su oficio. Entiende las implicaciones éticas de sus decisiones con los escritos, así como su lugar dentro de la cadena editorial.

¿Cuál crees que es la principal fortaleza del CICE?
En mi opinión, su principal fuerte es que brinda accesibilidad para la adecuada formación de correctores profesionales. Su oferta académica está bajo la dirección pedagógica de docentes altamente cualificados; por ello, la malla curricular se ha confeccionado atendiendo a una evolución progresiva de los saberes normativos, lingüísticos y prácticos de los alumnos. Además, las clases gozan de modalidades flexibles (la virtualidad es un punto a resaltar), y se mantienen actualizadas de acuerdo a las necesidades del mercado laboral. Por lo que el CICE abre las puertas a los profesionales interesados para que adquieran sólidas destrezas con que operar de mejor modo con los textos.
Si tuvieses que dejar un consejo para quienes quieran sumarse a la labor de corrección, ¿cuál sería?
les aconsejaría que piensen su futura especialidad como una especie de mediación entre el texto y el autor. Muchas veces los autores cometen fallos de todo tipo al escribir, lo cual no necesariamente signifique que ellos escriban “mal”. Nunca falta un descuido o un desliz producto de la costumbre, incluso en los escritos de autores con grandes dotes de redacción. Por lo que hay que conservar la modestia y no pretender que vamos a reconstruir siempre todo de pies a cabeza. En cambio, estamos ayudando a los autores, desde nuestro oficio, a que sus obras alcancen una mayor pulcritud. Tal vez ese detalle resulta inspirador: estar detrás de muchos textos maravillosos, sabiendo que de cierta forma les hemos marcado nuestro sello de calidad. O les hemos dado de alta, como quiera que se le mire.