Hoy inició la recepción de candidaturas para la obtención del máximo galardón de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Entérate de los detalles en la siguiente nota.
El Premio FIL reconoce la trayectoria de escritores que ofrezcan una valiosa obra de creación en poesía, novela, teatro, cuento o ensayo en español, catalán, gallego, francés, italiano, rumano o portugués. Los escritores que deseen participar tienen hasta el viernes 4 de julio para presentar sus trabajos.
Asimismo, las postulaciones al premio pueden ser hechas por instituciones, agrupaciones y asociaciones culturales o educativas, así como personas interesadas en la literatura. Las candidaturas deberán ser presentadas en el formato de postulación disponible en el portal www.fil.com.mx, siendo la única vía de participación.
El jurado estará integrado por escritores y críticos literarios de destacada trayectoria, cuyo fallo será inapelable. El primer lugar será anunciado el 1 de septiembre de 2025.
El ganador se hará acreedor de 150 mil dólares, los cuales serán entregados durante la inauguración de la edición 39 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el próximo 29 de noviembre.
Cabe mencionar que el Premio FIL de Literatura ha sido entregado a diversos autores a lo largo de los años. Entre los más importantes destacan el poeta chileno Nicanor Parra (1991);Julio Ramón Ribeyro (1994); Augusto Monterroso (1996); Sergio Pitol (1999); Alfredo Bryce Echenique (2012); Enrique Vila-Matas (2015); Ida Vitale (2018); entre otros.
En una entrevista hablamos con Teo Pinzás, director editorial de Pesopluma, quien nos compartió su pasión y admiración por la obra del poeta Luis Hernández, la cual forma parte de su catálogo, así como los libros del autor que ha trabajado desde su empresa.
Luis Hernández, ¿por qué consideras que hasta hoy es tan popular y querido entre la juventud?
Es un poeta que supo establecer con sus lectores una relación genuina de cercanía, una complicidad. Muchos lectores lo consideran casi un amigo y le dicen «Luchito», con una familiaridad y cariño inéditos para un autor. Es decir, hablamos de un vínculo personal. Para lograr esa compenetración, el poeta usa algunas estrategias. Por ejemplo, suele referirse a un «tú» indefinido a la manera de la lírica, acortando la distancia con el lector, que asume esa posición. También utiliza un lenguaje coloquial, con humor, luminoso; emplea colores, elementos musicales y dibujos; y usa máscaras o alter egos para ocultarse y desdoblarse. También es un poeta desacralizador, que aproxima la poesía al llano, al día a día, y la abre a la cultura pop. Por otro lado, tenemos la definición «hernandiana» de la poesía como un quehacer paliativo: «poesía es aliviar el dolor». Tiene sentido que Hernández haya desarrollado una obra que busca deslumbrar y emocionar y distraer y entretener al lector, como si el libro fuera un dispositivo para mejorar el ánimo o un placebo para la imaginación.
El poeta Luis La Hoz señala que Hernández «era un espíritu que acontece cada cien o doscientos años». ¿Qué crees que diferencia a Luis Hernández de otros poetas de su generación?
Por un lado, su ostracismo. En una época en que la participación política era tan fuerte, con gran predominancia de la izquierda, Hernández —que era de izquierda— fue un disidente. Su idea del arte y del quehacer político simplemente lo colocaron en otra ribera. Él no pensaba en la lucha armada, sino en una revolución a través de la cultura, acaso en la línea de la revolución romántica. Quería creer en una transformación del espíritu de la época —o, cuando menos, de la nación— a través de la creatividad, aunque hacia el final de su vida mostró pesimismo. Él había perdido a su amigo, Javier Heraud, a consecuencia de su participación en la guerrilla y creo que eso lo distanció de la figura predominante del poeta-guerrillero. Por otro lado, la idea de obra en Hernández congenia con lo que Eco llama «obra abierta». La suya es una obra en movimiento, adrede amorfa, sin principio ni fin claro. En esa obra continua, construida por piezas tramadas una sobre otra, cada cuaderno suele contener pedazos de otros «libros» del poeta. Es una obra hecha con retazos y vacíos, llena de vasos comunicantes, que exige al lector una lectura activa para ordenar, conectar, completar, seleccionar, etc.
Incluso el mismo La Hoz señala que Hernández había soportado belleza, dolor y soledad. ¿En ello reconocemos la figura arquetípica del poeta?
La del poeta romántico, tal vez. Hay sin duda algo byroniano en Hernández y en la fabricación de su personaje como autor, así como una raigambre trágica como corriente de fondo. Este proceso de automitificación parte, creo, de la idea nietzscheana de amor fati, de la vida entendida como obra de arte. Es más, como LA obra de arte. Y también tenemos la nostalgia por el paraíso perdido, que desemboca en el poeta como un cazador de imágenes y sensaciones que experimenta el mundo con avidez y se mantiene abierto, receptivo a otros lenguajes, como los del mundo natural o el reino de los sueños, en la línea de Novalis. También tenemos el arquetipo del poeta niño, que se remonta a la figura de Apolo (niño dios) y toma ideas de libros como el Emilio de Rousseau. Este también se puede constatar en su afinidad con poetas-niños peruanos, como Oquendo de Amat y el Martín Adán de La casa de cartón; y en la idea general de que el poeta fue un puer aeternus. No obstante, como siempre con Luis Hernández, el poeta le da una vuelta de tuerca a los arquetipos y evade el lugar común. Zambra dio en el clavo cuando dijo que “Hernández no se parece demasiado a nadie, y ese es, finalmente, el motivo principal para leerlo”.
Teo Pinzás, director editorial de Pesopluma
El mar, ¿qué representa para Luis Hernández en su obra?
Encuentro en el mar una connotación relacionada con el absoluto. El mar, espejo del cielo, es una de las pocas entidades en el planeta que mantiene su misterio y nos vincula con una inmensidad, la del cosmos, que solemos olvidar. Es casi un punto de referencia, de perspectiva. También lo veo como el espacio de lo cíclico, en tanto es donde se oculta el sol; un espacio liminal, intermedio como la orilla, que puede ser tanto espacio de paz como potencia destructora. Además, tiene un componente nostálgico, porque la edad de oro hernandiana se ubica en la infancia, detenida frente al mar.
Las constelaciones, ¿representa la madurez de su obra?
No, pero sí la apertura del autor a nuevos riesgos e influencias que antes no estaban presentes. El argot callejero, el humor, el juego idiomático y el dato culto, entre otras cosas, ya afloran ahí y abren nuevos caminos expresivos. Pero, para mí, la etapa «madura» de Hernández está en los cuadernos que se elaboran entre 1970 y 1975. Y entrecomillo «madura» porque murió a los 35 años y siempre nos quedará la duda de qué más pudo haber escrito.
Tras el abandono del circuito institucional y de las publicaciones por parte del poeta, ¿son esos cuadernos autógrafos una especie de protesta?
No sé si dejar de publicar convencionalmente fue una especie de protesta, porque Hernández ya hacía cuadernos años antes de que le dieran el segundo puesto del Premio El Poeta Joven del Perú (1965), que es cuando adviene su «silencio editorial». Piensa que sus tres libros publicados en vida, Orilla, Charlie Melnik y Las constelaciones, existieron en versiones preliminares en cuadernos que han quedado registradas. También hay otros cuadernos que son centones; es decir, recopilaciones de fragmentos ajenos que el poeta iba transcribiendo y que después usaba en sus creaciones. Y, finalmente, tenemos los cuadernos de “madurez” del poeta, donde da rienda suelta a su impulso creativo. Entonces, podemos decir que hay una variedad de materiales autógrafos y ológrafos, y que no todos tenían el mismo propósito. Partiendo de lo dicho, creo que los cuadernos fueron sobre todo una respuesta a una necesidad de libertad artística y expresiva de Hernández. Durante su estancia en Alemania, él estuvo expuesto, por ejemplo, al movimiento Fluxus, que experimentó con el formato del libro de artista, por lo que es posible que haya aprendido ciertas cosas de este. La estudiosa Diana Rodríguez-Vértiz ha analizado este tema. Pero lo cierto es que Lucho ya tenía experiencia haciendo ediciones artesanales, como la minirevista Ágape, confeccionada a cuatro manos con Javier Heraud; o por su proximidad con revistas como Girángora (experimental) y Collage (artesanal). En resumen, creo que los cuadernos fueron la manera que encontró de ser absolutamente libre y fiel a sí mismo, creando sin tapujos y «sin segundas intenciones». A la par, ello le permitió tener una postura crítica ante la industria editorial de su tiempo y poner en discusión nociones como las de autor y autoría, poesía y obra, y un montón de cosas más. No ha habido muchos poetas con el potencial desestabilizador de Luis Hernández en nuestra literatura.
Vox horrísona, una de las grandes apuestas editoriales de Pesopluma
Un editor habla a través de su catálogo, ¿qué significa tener en el tuyo a Luis Hernández?
A Luis Hernández lo queremos muchísimo en Pesopluma. Es el poeta sobre el que construimos nuestra identidad, en buena medida, al punto de que nuestro nombre surge de un juego con unos versos de él que dicen: «Soy Luchito Hernández / Excampeón de peso welter». Está en la base de nuestro ADN porque moviliza valores con los que comulgamos, como el gusto por lo contracultural, nuestra preferencia por las voces disidentes y la amplitud experimental, la debilidad por lo lúdico, y la creencia en que la poesía y los libros pueden ser para todos. Luis Hernández es nuestro autor de bandera y por eso tenemos una colección entera dedicada a él.
Coméntanos un poco acerca del trabajo que se realizó con las ediciones de los distintos poemarios publicados.
De Hernández publicamos primero Las islas aladas, que reúne sus tres primeros libros. Acto seguido, pasamos al trabajo con los cuadernos, para lo cual hemos examinado y registrado casi 60 cuadernos originales —alrededor de 5000 páginas— de diversas fuentes. En ese proceso, fuimos entendiendo mejor el contenido y decidimos publicar un puñado de ellos en formato facsimilar, a saber: El estanque moteado, El sol lila, Survival Grand Funk y Preludios y fugas. Cada uno privilegia un aspecto de la obra: en el primero, la organicidad narrativa; en el segundo, la relación texto-imagen; en el tercero, el uso del collage; y en el cuarto, la relación texto-música. Estas publicaciones son, asimismo, un intento por «deseditar» a Hernández y presentarlo como él quería ser leído: escrito a mano, a todo color y en cuadernos espiralados. También publicamos Vox horrísona, volumen compilatorio —parcial— de su obra, siguiendo la edición original de Nicolás Yerovi, que fue respetuoso de los textos y contó con el apoyo del poeta para su edición. Nosotros actualizamos dicha edición al corregir erratas, pero también le añadimos un cuaderno que estaba inédito, sus poemas publicados en revistas, sus traducciones, y renovamos el aparato de notas. Una impecable soledad también fue reeditado en 2020, pero en una edición ampliada que reúne el doble de materiales que la original y en la que el orden fue reorganizado, siguiendo la propuesta del joven crítico Diego García Flores. Este es, en mi opinión, uno de los libros más lindos que hemos hecho, e incluye detalles como un inserto gráfico, una playlist e, incluso, un mapa. Por último, tenemos una serie de textos «laterales» sobre Hernández. Me refiero a dos estudios: Cuartetos de Beethoven —en coedición con la Redalit— y O algo tan sencillo como su nombre —en coedición con el Sistema de Bibliotecas PUCP—, ambos libres para descarga en nuestra web; y a La música de las esferas, del periodista Rafael Romero Tassara, la biografía oficial del autor. Todos los libros mencionados están reunidos en la colección Universo Luis Hernández.
Luis Hernández, uno de los poetas mayores de la literatura peruana
La poesía de Hernández está llena de color, no solo en sus versos sino también en sus cuadernos. ¿A qué nivel crees que lleva la obra de Hernández esta coexistencia de trazo, dibujo y poema?
Su vocación gráfica lo coloca en la estirpe de los poetas que pintan, junto a figuras como el español Pedro Casariego —que también hacía cuadernos—, e.e. cummings o Eielson. En Hernández, la poesía y la gráfica se complementan para darnos un tercer producto artístico, híbrido, que aumenta sus potencialidades expresivas sin dejar de ser texto. Es poesía expandida. Algunas páginas de cuaderno son obras de colorismo, “cuadros para exposición”, como dijo Edgar O’Hara; mientras que en otros casos solo encontramos detalles visuales decorativos. A veces, el texto es solo una filacteria en la esquina de una pintura y otras es en sí mismo una obra plástica, casi como si Hernández pronunciara sus poemas con las manos. ¿Y qué significa esto? Pues que su obra incluye una simbología visual compuesta de atardeceres y puentes y cactus y alambres y animalitos. Tenemos entonces que pensar cómo se articulan esos elementos entre sí y con la poesía, cómo funcionan las codificaciones cromáticas y caligráficas (recordemos Hernández escribía con varios colores y letras variadas). Definitivamente, la parte relativa al aspecto gráfico es la más relegada en el estudio de su obra. Aparte, en Pesopluma consideramos a Hernández un diseñador editorial, pues él mismo hizo en muchos casos sus propias portadas, contraportadas y guardas, decoró los interiores, estableció la distribución visual de la información, etc. Esos cuadernos eran, en realidad, una forma artesanal de publicar; no eran diarios privados, sino que estaban destinados a ser leídos. Y, en ese proceso, Hernández experimentó mucho con el formato del libro, interviniendo la materialidad al unir cuadernos con alambres, pegar plástico burbuja en la cubierta, añadir portadas en interiores, etc.
¿En qué poetas actuales consideras que se mantiene con más fuerza la herencia de Hernández?
Creo que Hernández impactó en poetas como Roger Santiváñez, Luis La Hoz u Omar Aramayo, cercanos a su época, pero que su influencia real en la poesía peruana viene a partir del noventa, varios años después de la publicación de Vox horrísona (1978) y Obra poética completa (1983). Del 2000 en adelante, muchos poetas jóvenes buscaron imitar la naturalidad de Lucho sin mucha suerte, aunque hay excepciones como Tilsa Otta, especialmente en su primera etapa. Ella supo capturar ese espíritu indie y naif, algo pueril y underground, junto con el aire de complicidad con el lector, pero sin perder su propio estilo. Luego, tengo mencionar a Lizardo Cruzado. Autodenominado creador del «realismo chistoso», este poeta trujillano ha sabido hacer suya la premisa del humor como recurso poético, aunque con un giro grotesco y existencialista. A pesar de ello, la esencia del juego con la poesía —y de la poesía como juego— está ahí, intacta. Y, encima, ambos son médicos. No en vano el segundo libro de Lizardo lleva por título un verso de Hernández: No he de volver a escribir. Si pienso en poetas nuevecitos, hay una que continúa ciertos aspectos formales de la obra hernandiana. Se llama Fabiana Caballero y acaba de publicar La niña del archivo, un libro objeto en el que veo las huellas de la poética de los cuadernos de Hernández, su intimidad brutal y la inclusión de documentos personales en el poema. Muy interesante, diferente.
Y bueno, claro, yo, que le escribo poemas a mi gato que jamás publicaré.
Cesar Augusto López, docente de la Escuela de Edición de Lima, nos presenta una interesante reseña sobre la más reciente obra de la autora piurana Erika Aquino.
Cuando caen las aves, cae también el universo todo.
Demolición de las aves es el segundo poemario de la piurana Erika Aquino. Cuenta con treinta poemas caracterizados por presentar sus títulos hacia el final de cada pieza. Esta no es una disposición común, pero puede responder al título del conjunto. Después del fin de las aves, la caída es inevitable. Para aproximarnos a la presentación de la poética de Aquino, nos parece necesario meditar sobre la ascendencia de lo teológico en su escritura y cómo la mirada femenina construye una continuidad y crítica de sus formas, aún presentes en la escritura y con su expansión poética.
¿Qué quedaría después de las aves? Al parecer la caída e incluso la perdición o como menciona la voz poética sobre estos animales: «tropiezan estrepitosamente» (p.10). Lo que sucede después de la caída es imprecación, inasibilidad y devenir. El poemario es un canto dedicado a un tipo de final que no se tematiza, como se esperaría de modo clásico, sino que atiende a una suma de precipitaciones en la que aparecen más de una veintena de seres vivos entres animales, insectos y plantas.
La experiencia de la abolición del vuelo se aúna o hermana a la visión femenina que cuenta con su cuerpo, pero también el reclamo, ya sin la divinidad como garante: «¿Por qué no hundiste mi cabeza en el vientre materno/ y me ahogaste con su agua estancada?» (p.11). Sin duda, la presencia del doliente Job es inevitable en sus versos del diez al trece del capítulo tres del libro bíblico dedicado a su historia: «Porque no me cerró las puertas del seno materno ni ocultó a mis ojos tanta miseria. ¿Por qué no me morí al nacer? ¿Por qué no expiré al salir del vientre materno? ¿Por qué me recibieron dos rodillas y dos pechos me dieron de mamar? Ahora yacería tranquilo, estaría dormido y así descansaría…». El parecido es innegable, pero el devenir femenino no se ciñe a la mirada de lo humano-masculino, sino que, a través del cuerpo, amplía la experiencia junto con toda la creación, quizá como San Pablo mencionaba en su carta a los Romanos: «Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto» (8, 22).
¿Cuál sería la poética que se nos presenta en Demolición de las aves? A cuenta de riesgo, consideramos que, fuera de un posible nihilismo en los poemas, es la caída misma la que se encuentra presente en los poemas; el reconocimiento de su inevitabilidad en el que la memoria juega un papel preponderante como en la imagen del cuidado de la leche y la relación con la madre en el poema «La teoría de las cuerdas es una vibración en las hornillas». La caída también se encuentra en la culpa, un tópico clásico de la poesía que enlaza a Aquino con Vallejo, incluso. La conciencia de la caída es siempre más de una sola percepción, ya que la voz poética nos dice que «Rasgarse es la forma milenaria/ de resistir la culpa de ese otro/ que nos devuelve nuestra propia mirada» (p. 19). Hasta en la experiencia cinematográfica es posible percibir una huella de aquella ausencia de armonía que atraviesa la poética del libro; la belleza del fracaso, tal vez.
Imposible no reconocer la presencia clara de lo erótico y lo orgásmico como algo más que solo una marca solitaria o culposa, sino como un registro del pasado que se actualiza junto a animales, insectos y prostitutas: «Desmembrada así/ castigué a dios en una esquina/ y aprendí a acariciar con mi boca» (p. 27). Lo sagrado es tomado por asalto desde la particularidad de la perspectiva poética. No es una rebeldía o crítica mecánica, sino que todo está sujeto a una invasión de muchas presencias como en el poema «El Bing bang asfixiándose por las gaviotas» (p. 29).
No es, pues, lo teórico aquello que se enfrenta a lo divino o a lo cósmico, sino lo sensible y su constante relación con el recuerdo de diversas intensidades. Por ende, es un recorrido que también acoge a un demiurgo derrotado con el que se puede establecer una conexión emocional y, acaso, problemática en torno a una relación fracasada con todo, incluso con la divinidad cuando se menciona que «dios impreca su creación demente/ Acá el mismo dedo/ escribe las imprecaciones de dios» (p. 31).
Creemos, así, que la demolición de las aves podría ser el derrumbamiento de lo trascendente, aquello que va más allá de uno y por lo que se pugna en el mito cristiano. El más allá de la propuesta de Aquino puede ser un más acá en el que la derrota podría ser un paso hacia una especie renovación, aunque no se puede percibir tal realidad en el poemario. Esta es solo una observación o casi sugerencia de quien escribe la reseña, pero que nada tenga que ver con los versos del conjunto presentado en esta ocasión.
Es posible encontrar el desdoblamiento de un nuevo orden en el libro, siempre a partir de la dispersión o derrumbamiento de la inocencia, de lo equilibrado, de los primeros momentos, de la propia luminosidad. No es un nacimiento feliz, muy por el contrario, es la divergencia de un mundo que ya no contaría con el garante teológico y, por ese motivo, tocaría reconocer las sensaciones, darles su lugar, aunque sea por oposición después de que se nos comparte lo siguiente: «Afligir la advertencia del dedo/ en la decimocuarta estación/ en la que un hombre me levanta la falda/ y hunde su cruz en el sepulcro» (p. 49).
A pesar del aliento modernista o vallejiano del verso citado, se nos confiesa un hecho específico de violencia en un contexto de cierto carácter de expiación, pero para el que queda solo la muerte como prenda. No se nos conduce hacia el odio, sino al reconocimiento del fin y un nuevo régimen claro en el poema «Manifiesto de una piedra», en el que se nos dice «Soy la guardiana del arrecife/ y también la otra Eva» (p. 51). Se desdoblaría, así, la visión de una sola narración mítica, sino que se recurre a la actualidad de Lilith y su presencia como toda una exterioridad a la versión oficial de la primera historia.
Insistimos que en Demolición de las aves no se nos presenta una visión lastimera o de víctima, sino que se reconoce el desmoronamiento causado por la incapacidad de retomar el vuelo (¿una ficción no tan precisa o insuficiente para la muy mortal contemporaneidad?). Se emprende así una evaluación total cuando se nos propone que el acabose fuera «como si los siglos me golpearan estrepitosamente/ y odiara el devenir del mundo» (p. 55). Aquella experiencia de la caída no es grata y consta a lo largo del poemario esa situación tensa de una sucesión infinita de finales en cada una de las piezas poéticas.
No es en vano el título del libro que invita al lector a preguntarse, creo que, en primer lugar, ¿por qué acabar con los pájaros? Creemos haber esbozado alguna respuesta en nuestra reseña, pero hay más por descubrir en el libro, el cual recomendamos, por reconocer su valor y muchos de sus despliegues sugerentes. Solo el lector podrá decidir su respuesta a esa destrucción que el libro invoca y por el cual no hay pierde, si nos adentramos en él, además de agradecer a Aquino por ser coherente en acompañarnos, sin mordazas o razonamientos exagerados, con una poética, también, de la crisis.
Hoy se cumplen 105 años del fallecimiento de uno los poetas franceses más importantes de la literatura, debido a su obra revolucionaria y su entrega completa al arte.
La azarosa vida de Apollinaire bien pudo haber contribuido a ese espíritu inquieto perceptible en su escritura. Tras ser abandonado por su padre, junto a su madre se movilizaron hacia Mónaco y luego a Niza, para después asentarse definitivamente en París en 1900. Las carencias económicas de su familia hicieron que trabajase en distintos lugares, hasta que se decantó por la crítica, colaborando así con varias revistas.
Este fue el primer escalón de lo que más tarde sería un nuevo estilo dentro de la lírica. Apollinaire defendía en sus escritos el surgimiento de nuevos movimientos artísticos. Por ello, una de sus contribuciones máximas al mundo del arte es el haber definido, teóricamente, al surrealismo, movimiento de vanguardia por excelencia.
De este modo, en 1909, publica El encantador en putrefacción, libro de relatos de corte fantástico, que darían pie a diversos poemarios de corte simbolista, tales como Alcoholes y Bestiario, publicados entre 1911 y 1913. A la par de estas publicaciones, la pradera se encendió con la aparición de Los pintores cubistas, con lo que Apollinaire empieza una férrea defensa hacia el cubismo y una íntima amistad con el pintor Pablo Picasso.
Caos y creación en las trincheras
La Primera Guerra Mundial causó un gran impacto entre los artistas de la época. Un ferviente sentimiento patriótico y de compromiso inflamaba los espíritus de intelectuales, escritores, pintores, entre otros. En 1914, Guillaume Apollinaire se enlistó como voluntario del ejército francés, siendo derivado a las trincheras de las campiñas de Verdún.
Durante su permanencia en el frente de batalla, pasa los días patrullando y escribiendo. Es en este periodo en que surgen los poemas conocidos como caligramas, estilo que revolucionaría la poesía, debido a que se abandona por completo la tradición estética de la lírica, para dar paso a una nueva concepción poética que combina formas y letras.
En 1916, en uno de los tantos combates, Apollinaire es herido en la cabeza. Debido a su estado, es trasladado a París para que se le realice una trepanación.
Últimos años
Reinstalado en la ciudad, empieza a publicar los poemas compuestos en el periodo de trincheras. Les mamelles de Tirésias (1917) y Calligrames (1918) representan la etapa creativa más fructífera de Apollinaire. Y es que, en el caso de los caligramas, suponen la experimentación llevada al más alto nivel, pues rompe con todas las convenciones del poema tradicional.
Falleció en 1918, debido al deterioro de su salud a causa de las heridas de la guerra. Una anécdota cuenta que el poeta italiano Giuseppe Ungaretti, amigo cercano a Apollinaire, lo visitó el mismo día en que las tropas francesas regresaban victoriosas de la guerra. Ungaretti traía consigo unos cigarrillos toscanos, los favoritos de su amigo, y lo encontró postrado en una cama.
De pronto, en las calles comenzaron a gritar, «Mort de Guillaume», pidiendo la muerte del kaiser Guillermo II de Alemania. El poeta Ungaretti cuenta que cuando Apollinaire escuchó eso, pensó que lo estaban ovacionando a él, pues ambos compartían el mismo nombre.
El 9 de noviembre de 1953 fallece uno de los máximos exponentes de la literatura británica. Exploró diversos géneros, debido a su pasión por la literatura y la creación. Bohemio y entregado al oficio creativo, la leyenda de Thomas perdura en nuestros días, como uno de los prodigios que aparecen al paso de un cometa.
A penas tenía cuatro años cuando empezó a recitar las líneas de Ricardo II de Shakespeare. Algunos pensarán que se trata de los dotes propios de la genialidad. En cambio, otros dirán que son los primeros atisbos del histrionismo. Lo cierto es que la trayectoria de Thomas no fue convencional.
Rebelde por naturaleza, eligió el oficio de periodista pese a la oposición de su padre, un escritor a quien el éxito le fue esquivo. De esta manera, el joven Dylan volcó sobre las páginas del South Wales Evening Post obituarios y críticas de arte que causaron gran polémica en la sociedad galesa de la época. Durante 18 meses, el periodismo aplacó sus inquietudes, más no así su sed. Y es que Thomas compensaba sus arduas jornadas visitando bares.
Cuando el periodismo colmó sus expectativas, optó por seguir el camino de la poesía. Si bien su pluma exploró los géneros del cuento y la crítica, se le reconoce más por su incursión en la lírica. A partir de 1933, empezó a publicar sus primeros poemas en el New English Weekly. Al año siguiente, sale publicado su primer poemario: Eighteen Poems, con el cual ganó un concurso organizado por The Sunday Referee.
Su poesía se caracteriza por poseer una musicalidad latente, así como un lirismo apasionado, rescatando lo mejor de la tradición poética inglesa. Pero también encontramos vestigios de tradiciones milenarias como la celta o la bíblica, lo que infunde un soplo de misticismo a sus versos. Muchos de poemas y prosas se basan en la experiencia del autor, así como en el sentido del placer y el disfrute a través del arte.
Se dice que el autor murió a causa de un derrame cerebral, debido a un presunto suicidio. Aunque muchos prefieren creer que el autor falleció de la misma manera que vivió: bebiendo. A 70 años de su muerte, quizás sea más exquisito continuar creyendo en esa última frase que entonó antes de fallecer: «He bebido 18 vasos de whisky. Creo que es todo un récord».
La última representante viva de la llamada generación del 45 , a la cual perteneció también Mario Benedetti, cumple hoy cien años. Su poesía está marcada por un fuerte acercamiento a los clásicos y a la literatura universal. Aquí te dejamos un breve repaso sobre la obra de una de las poetas uruguayas más importantes.
Para Vitale, todo ya ha sido dicho, sin embargo, no todo ha sido escrito. Su poesía sigue la trayectoria de las vanguardias latinoamericanas , pasando por un marcado simbolismo que toma lo más impactante de la naturaleza para generar sensaciones. Vitale demuestra en su poesía que las palabras, incluso el verso se encuentra en constante cambio, no por nada una de las características más resaltantes de su obra es la búsqueda estética y existencial de las palabras.
Repetición constante (pero original)
Uno de los tópicos más importantes de su obra es la constante intertextualidad literaria, que no es más que la conexión con otras literaturas. Por ello es que la poeta señalaba que la repetición constante de temas en la literatura es algo natural, lo cual lleva a plantearse diversas conjeturas sobre la originalidad.
Si nos remontamos a lo dicho por el escritor argentino Abelardo Castillo, quien señala la desnudez como una representación concreta de lo «original», las teorías de Vitale sobre la originalidad calzarían bien con los cuestionamientos sobre este concepto. Por ello es que la poeta insiste en que todo debe volver a decirse, de diferente manera pero vuelto a decir.
Ida universal
La poeta uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) durante la entrevista con EFE en Madrid, en la que ha hablado de su poemario «Tiempo sin claves» .EFE/ Fernando Alvarado
Si seguimos con la intertextualidad de Vitale, su obra dialoga constantemente con la mitología griega. En el poema La grieta en el aire, vemos una referencia sustancial a la figura de Penélope, símbolo de la fidelidad matrimonial y la espera paciente. Obligaciones diarias trae consigo la figura de Ariadna.
Y, no solo encontramos referencias a los clásicos, sino también a autores de la talla de Mallarmé, Constantino Cavafis, entre otros, con los que los poemas de Vitale se interconectan y rinden una especie de tributo que, lejos de ser una copia desmedida, termina cogiendo la esencia de cada uno de ellos para formar un estilo propio e inimitable.
¿Cómo empezar a leer a Ida Vitale?
La primera etapa de la poeta puede ser leída en poemarios como La luz de esta memoria, Palabra dada, Cada uno en su noche y Paso a paso. Por otro lado, en la web podemos encontrar poemas esenciales de la autora para acercarnos un poco más a su obra, como lo son «En el dorso del cielo», «Cuadro», «Penitencia», «Residua», entre otras.
Hoy se celebra el Día del poeta en Colombia, país que ha dado grandes autores al mundo entero. Por ello, te dejamos nuestro top 5 de poetas colombianos para conmemorar esta fecha. ¡A tomar nota!
Jorge Isaacs
Poeta, escritor y novelista. Curiosamente, es un autor de culto para muchos lectores, aunque su obra se reduce a una novela (María) y a un poemario publicado en 1864. Sin embargo, la gran calidad de su trabajo hizo que fuese suficiente para consagrarlo como uno de los autores colombianos más importantes.
Álvaro Mutis
Considerado uno de los autores colombianos más importantes de la literatura hispanoamericana contemporánea, la poesía de Mutis alcanzó su punto cumbre con la aparición del personaje de Maqroll el Gaviero en 1953, en el poemario Los elementos del desastre. En adelante, Maqroll pasaría a formar parte de una saga de novelas, consideradas hoy en día como uno de los hitas de la literatura latinoamericana.
Rafael Pombo
Poeta, narrador y diplomático colombiano. Se dice que Pombo se rehusaba a publicar sus poemas, sin embargo, cedía por pedido de sus amigos. Pese a ello y a su dispersa obra, en 1905 se le condecoró como Poeta Nacional de Colombia.
Piedad Bonnett
A los 14 años empezó a escribir sus primeros poemas. Su primer poemario, De círculo y de ceniza, fue publicado en 1989 y recibió una mención de honor en el Concurso Hispanoamericano de Poesía Octavio Paz. Su consolidación como una de las voces más representativas de Colombia ocurrió en 1996, tras la publicación de Ese animal triste. Sus poemarios han sido traducidos a diversos idiomas, como el italiano, francés, sueco, griego y portugués.
Juan Manuel Roca
De su obra existen diversos comentarios que lo colocan como una de las voces más frescas y audaces de la lírica colombiana. Asimismo, el autor ha declarado en diversas entrevistas que su obra se ha visto influenciada por los trabajos de César Vallejo y Juan Rulfo. Los críticos lo ubican como representante de la llamada generación desencantada de 1940, junto a poetas de la talla de José Manuel Arango, Daría Jaramillo, entre otros.
El 25 de agosto de 1923, en la ciudad de Bogotá, nace uno de los escritores hispanoamericanos más importantes de la literatura contemporánea. Su vida fue una constante cosecha de premios y reconocimientos a su obra y vocación literaria. En el marco del centenario de su natalicio, te dejamos un breve repaso de su trayectoria.
Hasta los nueve años, Mutis vivió en la ciudad belga de Bruselas, en dónde registró los mejores recuerdos vividos junto a su padre, el diplomático Santiago Mutis. Según comentó el autor en una entrevista, de él heredó el gusto por los buenos libros y su admiración ferviente por la figura de Napoleón.
Y es que, Mutis fue un monárquico confeso. Tal vez se deba a que nació en el día de San Luis IX de Francia; de hecho, el mismo escritor refirió que su patrón había ejercido cierta influencia en dicha postura. Tras el fallecimiento de su padre, Álvaro regresa a Colombia junto con su madre, lo cual le causó un impacto considerable. Europa era su hogar, Colombia, un lugar de recreo durante sus vacaciones.
Sin embargo, fue allí donde la vena literaria surgiría. Tuvo como maestro de literatura española al poeta Eduardo Carranza, quien despertó en él la fascinación por la lírica. Influenciado por la corriente surrealista, en 1947 publica su primer poemario titulado La balanza. Tras lanzarse a la palestra, vinieron luego diversas publicaciones que fortalecieron su imagen como referente del verso colombiano.
Es así como en 1953 aparece uno de sus libros más importantes: Los elementos del desastre, poemario donde por primera vez aparece Maqroll el Gaviero, personaje central de la obra de Mutis, desde el poema «Oración de Maqroll», hasta la saga de siete novelas Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero.
En 1973 publica La mansión de Araucaíma, su primera novela y, como era de esperarse, continúa fortaleciendo la figura de su personaje más querido con la presentación del poemario Summa de Maqroll el Gaviero. Pero no fue sino hasta 1986 en que le llegaría el reconocimiento como novelista, tras la publicación de La nieve del almirante, historia que abre la saga de Maqroll el Gaviero. A partir de este momento, Mutis se dedicaría solo a escribir, leer y cosechar lo sembrado.
En 1988 recibe el Premio Xavier Villaurrutia, mientras que, al año siguiente, en Francia, se le otorga el Premio Medicis Étranger, por sus novelas La nieve del almirante e Ilona llega con la lluvia, protagonizadas por Maqroll el Gaviero. En 1997, Álvaro Mutis recibe en España el Príncipe de Asturias de las Letras, así como el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, con lo cual empezaría la leyenda en torno a su trayectoria.
Poeta, ensayista, filósofo, cuentista, novelista, dramaturgo, guionista, músico, acuarelista, físico y matemático, la figura de Verástegui solo puede ser colocado en el altar de las leyendas. A cinco años de su partida, lo recordamos así.
De ascendencia africana por la rama paterna y tusán-china en línea materna, lo cierto es que Enrique Verástegui salió más limeño que cualquiera y cañetano de formación. Desde muy joven encendió la pasión por la literatura y el arte. Corría el año 1970 y el joven Enrique dirigía y redactaba artículos para una revista económica de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Al año siguiente, empezaría el ascenso literario. Con la publicación de En los extramuros del mundo, su voz empieza a resonar en Latinoamérica. En 1975, graba sus primeros poemas para la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, haciendo que su nombre se esculpa en conversaciones y comentarios.
Curiosamente, la pluma de Enrique Verástegui se paseó por todos los diarios de Lima, no solo para ocuparse del quehacer literario, sino de temas de diversa índole. Asimismo, trabajó para revistas de la Amazonía y fue seleccionado para participar del homenaje al poeta Allen Ginsberg en París, por parte de intelectuales de todo el mundo.
El aporte más significativo de Verástegui al corpus literario nacional fue la fundación del movimiento Hora Zero, junto a poetas de la talla de Carmen Ollé (con quien estuvo casado) Jorge Nájar, entre otros. Ya en 1978, representando a la comunidad peruana, da lectura a sus poemas ante la tumba del poeta César Vallejo, lo cual dejó admirado al escritor Julio Ramón Ribeyro, quien por aquel entonces era cónsul del Perú ante la Unesco.
La cumbre de su carrera llegaría en 1992, tras la publicación de la trilogía novelesca Terceto de Lima. Dicha obra está conformada por tres nouvelles diferentes, aunque unificadas por el estilo, en la que se pone de manifiesta la experiencia y pasiones de toda una generación de intelectuales en la capital. Dicha obra fue elogiada por el mismo Riberyro, Alfredo Bryce Echenique y Mario Vargas Llosa, por su riqueza estilística y significativa.
Fotografía de Victoria Guerrero por Rosana López-Cubas
[…] el hecho de que la palabra vuelva al espacio público y vuelva a la voz de los y las jóvenes, junto con este sentido de dignidad que es tan importante, le devuelve cierto fuego y el poder subversivo que había perdido por este uso retórico y deshonroso que había hecho el poder de ella.
Conversamos con Victoria Guerrero acerca de Y la muerte no tendrá dominio (Fondo de Cultura Económica, 2019), libro ganador del premio Nacional de Literatura 2020 en la categoría de No Ficción. Asimismo, hace un recuento de su poesía desde el inicio de su carrera, la forma en que esta ha ido cambiando, el feminismo presente en su poética y en su activismo y algunos de sus escritores más queridos. También remarca la fuerza que volvió a ganar la palabra a raíz de las últimas protestas por la crisis política.
Victoria Guerrero Peirano nació en Lima el 14 de marzo de 1971. Es escritora, investigadora, activista feminista y docente universitaria. Es fundadora del Comando Plath, una plataforma virtual que, junto a otras escritoras, artistas e intelectuales, define su campo de acción desde la expresión artística y la visualización del trabajo de creadoras peruanas. Ha publicado los poemarios De este reino (Los Olivos, 1993), El mar, ese oscuro porvenir (Santo Oficio, 1996), Berlín (Intermezzo Tropical, 2011), Cuadernos de quimioterapia (Paracaídas, 2012), la plaqueta Diario de una costurera proletaria (2013) y el libro compartido con Raúl Zurita llamado Zurita+Guerrero (Fondo de Animal, 2014). También es autora de la novela Un golpe de dados. Novela sentimental pequeñoburguesa (Kodama Cartonera, 2015).
Tu poesía ha abarcado desde la resistencia y las luchas en los primeros poemarios, y luego un poco sobre el desencanto, la muerte y el dolor de la pérdida en el último libro. ¿De qué manera han cambiado tus libros a lo largo del tiempo?
En primer lugar quisiera aclarar que el libro ganador del último premio es un libro mixto, hibrido, de ensayo, se nutre de varias artes, como de la fotografía, y también tiene poesía. Pero como tengo muchos amigos poetas, en cierta forma todos buscan que sea un poemario. Se adapta a la lectura de cada uno, pero no es propiamente un poemario.
¿Cómo ha ido cambiando mi poesía? Yo empecé a escribir en los años noventa. Publiqué mi primer libro a inicios de esa década, se titula De este reino, y está basado en personajes de la Biblia, pero los temas que plantea son temas sociales. Hace visibles las injusticias. Es un poemario más polifónico, de un estilo más conversacional, más narrativo. Y cuando me fui a estudiar a los EE. UU. mi poesía comenzó a cambiar por las lecturas, las bibliotecas a las que puedo acceder, y porque me conectó más con mis propios deseos. También era una escritora joven en los noventa, lo que escribía se confrontaba con lo que había escrito antes, en los ochenta, época en la que hubo todo un boom de la poesía escrita por mujeres, y los centros y ejes eran el cuerpo, aunque cada una tenía sus propios temas. En los años noventa queríamos dar una mirada distinta y creo que cuando uno se aleja de este contexto del Perú, que puede llegar a ser un poco encorsetado —hay muchas demandas sobre la poesía peruana, ya que es muy importante en América Latina y tiene una tradición grande en el siglo xx—, tenía todo el peso de la tradición. Entonces el hecho de que viajara y tomara esa distancia del país y de mis profesores fue importante para mí porque empecé a escribir otros libros. Uno que fue una especie de bisagra fue El mar, ese oscuro porvenir, y luego vinieron otros libros más densos, como Ya nadie incendia el mundo, que tiene como eje central la violencia política, pero también el cuerpo de la mujer como una metáfora. Luego vino Berlín y Cuadernos de quimioterapia cuando ya estoy de vuelta en el Perú. Pero ya esa poética había cambiado totalmente, creo que tenía un carácter, una voz que en los noventa no se había afianzado de esa manera; en esa época creo que era más titubeante, de explotación.
Mi último poemario, Diarios de una costurera proletaria, es quizás otro tipo de experiencia dentro de todo ese recorrido. La poesía es como la música para mí, uno puede tener diferentes líneas donde puede desarrollar un proyecto, y creo que ese gran proyecto fue Ya nadie incendia el mundo, Berlín y Cuadernos de quimioterapia, que se encuentran en este libro llamado Documentos de barbarie, porque estos tres poemarios tienen un hilo narrativo que está condensado en esa publicación. Este también contiene algo de El mar, ese oscuro porvenir, por lo que se puede decir que son tres libros y medio. Son poemarios publicados a inicios del siglo xxi. Y creo que se cerró con ellos el ciclo de ese tipo de poética.
Y la muerte no tendrá dominio (FCE, 2019), libro ganador del Premio Nacional de Literatura 2020.
¿Qué temas exploras en este libro nuevo?
El tema de la relación madre-hija, exploro el tema de la muerte, la burocratización de la muerte en los hospitales, la seguridad social, y también, digamos, la muerte en su sentido más amplio: la relación de poder, la figura materna ideal frente a la materna real, y todos estos arquetipos que se han construido sobre esta figura materna en occidente. Pero, sobre todo, exploro el pasar por ese duelo y cómo este duelo va adquiriendo ciertas dimensiones a partir de ciertas lecturas que hice sobre ese tema. Por ejemplo, Barthes tiene un libro sobre la muerte de su madre. Muchos autores hablan de la muerte del padre, pero yo quise hablar de la muerte de la madre, que era la que más me preocupaba y obsesionaba por mi propia experiencia. Y luego la frustración por esta muerte a causa de la burocracia y la frialdad de ella, la injusticia de estos procesos fue algo que también afloró en este texto.
¿La visión feminista está siempre presente en tu escritura?
Creo que fue cuando viajé a los EE. UU.; me acerqué otra vez al feminismo allí. Cuando entré a la universidad lo sentí muy cercano, pero cuando ingresé a la facultad me volví a alejar de ello, y eso ocurrió en los años noventa. La universidad es como una pequeña visión del universo, y es sabido que en los noventa hubo una total despolitización de la gente: la gente estaba harta, y también había una represión muy fuerte, hubo lo que se llamó «apagón cultural». Todavía había rezagos de las movidas contracultura de los ochenta, y luego después del autogolpe, desde el año 92 en adelante; no es que no se produjeran libros, pero el fervor con el que había comenzado esta época no estaba presente. Hacia principios de los noventa estaba muy conectada, pero luego se fue perdiendo, no solo por mi parte sino que en general ya no hubo tanto interés. Además, para ese tiempo el feminismo dejó un poco las calles y pasó a una vida más institucional, se creó el Ministerio de la Mujer en la época de Fujimori. Más bien, quedabas como un personaje aislado frente a esas reivindicaciones. Pero cuando fui a EE. UU. hubo nuevamente una conexión, estaba en un espacio bastante democrático en muchos sentidos. También tuve la oportunidad de leer mucha teoría y eso hizo que mi poesía, de alguna manera muy intuitiva ―porque no metía directamente la teoría en mi poesía― fuera un canal para interiorizar estas lecturas. Mis lecturas de Monique Wittig, Hélène Cixous y de Judith Butler, fueron entrando de alguna u otra manera para pensar el poemario Ya nadie incendia el mundo, para pensar en el cuerpo femenino como una escisión, pero también en el cuerpo de la nación. Esas reflexiones que se habían hecho en estos libros pudieron asentarse bien en mi poética. Así fue como me volví a conectar. Tiempo después, cuando hubo esa vuelta a Perú y América Latina, en general, de las mujeres a la calle, de salir de las instituciones para exigir reivindicaciones, es en ese contexto que surge el Comando Plath para, sobre todo, revisar el material y las relaciones diferenciadas entre los géneros en el campo de la literatura y la invisibilización de las mujeres en este ámbito.
De la mayoría de escritores y escritoras de los últimos años (década de los ochenta y noventa), los que son más conocidos y difundidos son hombres. Estas historias tratan sobre la existencia, la vida y la experiencia masculina. Casi no hay experiencias femeninas en narrativa.
En los años ochenta y noventa recién aparecen algunas voces femeninas en narrativa, pero muy al final, y son muy pocas. En poesía hay muchas más, aparece Carmen Ollé, Mariela Salas, pero no se comparan con el número de voces de hombres que hay. Recién en estos tiempos se está rescatando a Pilar Dughi, Laura Riesco. Ellas no escribieron mucho, pero lo que escribieron no tuvo la difusión que sus pares hombres.
Hablemos un poco sobre Louise Glück. ¿Crees que el hecho de que una poeta haya ganado el premio Nobel le da un impulso comercial a la poesía? ¿Consideras que esto le devuelva la mirada a la poesía?
La poesía siempre ha tenido un lugar marginal dentro de los géneros de la literatura por diferentes razones. En los últimos años, la poesía ha sido puesta en el banquillo del repechaje a partir del siglo xxi por otras cuestiones que habría que analizar, que tienen que ver con el mundo editorial, las grandes trasnacionales y los grandes conglomerados que terminan engullendo a las pequeñas editoriales donde se producía literatura y poesía muy diversas. Aunque la poesía siempre sigue su camino, siempre sigue el camino de la autogestión, siempre está presente.
Sí es cierto que ha perdido un poco de su poder simbólico, porque la poesía en el siglo xx tuvo mucho poder simbólico, nunca poder económico pero sí un poder simbólico muy potente. Entonces, el hecho de poner en el centro la poesía y la palabra creo que es importante, porque otra vez se dimensiona esta fuerza y este poder disruptivo que puede tener la palabra. No es necesario entenderlo al cien por ciento, los poemas no siempre se entienden al cien por ciento porque parte de otras leyes, de otras intuiciones; es muy subjetivo. Y por eso decía en otras entrevistas que, por ejemplo, en estas marchas me ha llamado mucho la atención la forma en que se construyeron los carteles de las protestas. Muchos tienen poesía, otros juegan con las metáforas, con las ironías. Otra vez la palabra tiene un peso. Siento que la palabra ha sido totalmente desgastada con la política, porque para muchos jóvenes desde los noventa en adelante, la palabra del poder no valía ni servía, y la palabra del otro no era importante. Pero el hecho de que la palabra vuelva al espacio público y vuelva a la voz de los y las jóvenes, junto con este este sentido de dignidad que es tan importante, le devuelve cierto fuego y el poder subversivo que había perdido por el uso retórico y deshonroso que había hecho el poder de ella. Siento que se está dando ese proceso, y quizá dentro de este proceso el hecho de que Louise Glück haya ganado el Nobel también adquiere otro sentido. Significa este volver a la palabra, a su densidad, a su peso, y que se ponga antes que toda esta arrolladora y muchas veces aplanadora que pueden ser muchas de las ficciones que leemos, que salen al mercado en masa, y en verdad muchas veces estas ficciones no nos dicen nada. ¿Cuántas ficciones en verdad tienen peso, tienen densidad, realmente nos conectan con las cosas que están pasando? Realmente no hay muchas. El hecho de que el mercado y la economía sean quienes dirijan el mundo nos ha metido en este túnel, y siento que ahora veo esa luz donde la palabra está otra vez volviendo, y vuelven los poemas de Vallejo en plena plaza San Martín, están en el jirón Quilca, están en estos altares para Inti, para Bryan, para nuestros jóvenes que han fallecido —o han asesinados, más bien—, entonces eso me parece valioso, la poesía no era inútil finalmente, tiene valor.
Entonces, tal vez no va a cobrar más valor comercial, pero ha vuelto a tomar un lugar en la sociedad.
No, nunca ha tenido un valor comercial. Siempre se ha fotocopiado, se ha pasado de mano a mano, sobre todo entre los poetas. Pero quizá podría recuperar su valor simbólico, el que obtuvo en el siglo xx. Cualquier persona más o menos leída sabía quién es Vallejo, quién es Blanca Varela, y por diversos motivos eso se ha ido perdiendo en los últimos treinta años. Entonces creo que ahora puede volver a tener esa posibilidad.
¿Y cuáles son los poetas que más admiras y qué poetas nacionales actuales puedes resaltar?
Una poeta que para mí es como una madre literaria es Carmen Ollé. Yo he leído no solo Noches de adrenalina, sino casi toda su obra narrativa. Es una poeta con la que hago clic en todo, es una poeta que se lanza en el campo literario, se conecta con su cuerpo, se conecta con las palabras, es una poeta muy valiosa, muy importante, como poeta y como prosista. Para mí ha sido una poeta muy importante en mi literatura.
Podría nombrar a muchos otros porque soy muy ecléctica, como Emily Dickinson, Silvia Plath y también a otros que caen en tu vida. Por ejemplo, en una época leía a Juan Ramírez Ruiz, un poeta de Hora Zero, que estuvo muy cercano a mí durante el tiempo en que escribía Berlín. Ahora puedo decirte que leo un poco de Anne Carson, una poeta muy interesante; aunque mi poesía no va mucho por su línea, me dice muchas cosas a partir de ciertos versos.
Sobre los poetas nacionales actuales, a mí me gustan en particular dos poetas jóvenes: una es Myra Jara y otra es Valeria Román Marroquí. Valeria es muy joven, muy potente, además es activista, es política y es una gran poeta. Tiene veinte años y es una filósofa de San Marcos, dentro del campo de la poesía es muy conocida, el año pasado ganó el premio de la Asociación Cultural Peruano Japonesa. Es muy joven y muy talentosa.