Víctor Campos: «El gran aporte de Antonio Gálvez Ronceros ha sido dar voz a los pobladores afrodescendientes de la costa sur de nuestro país»

Este sábado 27 de abril se realizará un homenaje al cuentista peruano Antonio Gálvez Ronceros en la 7° Feria Internacional del Libro de Ica, en reconocimiento a uno de los autores más importantes de la literatura nacional. Víctor Campos Ñique, gestor cultural, comunicador social y docente de Chincha, participará en el evento y nos comenta algunos aspectos importantes de la obra de don Antonio.

¿Cuál fue el aporte principal de Antonio Gálvez Ronceros al canon literario peruano?

Sin duda alguna el gran aporte de don Antonio ha sido dar voz a los pobladores afrodescendientes de la costa sur de nuestro país.

¿Podríamos decir que con su obra el cuento peruano llegó a una cumbre?

No creo que el cuento peruano haya llegado a la cumbre con la obra de Antonio Gálvez Ronceros, pero sí le confirió un brillo especialísimo y único en la literatura peruana. El escritor Gregorio Martínez, autor del libro Cantos gregorianos, me comentó que el cuento Joché es uno de los mejores de la literatura peruana.

¿En Perro con poeta en la taberna encontramos el resumen de todo el universo de AGR?

De alguna manera sí, aunque percibo, como el caso de Gregorio Martínez, que su proyecto totalizador quedó trunco.

¿Cuál sería para ti la característica principal de esta novela?

Para mí la característica principal es su crítica corrosiva y vitriólica, revestida con fino humor y sarcasmo, a la vanidad y la soberbia.

¿En qué consistirá el homenaje que se le rendirá en la Feria Internacional del Libro de Ica Abraham Valdelomar?

Consistirá en compartir y expresar,  junto a Mabel, su hija, Marco Martos, gran amigo de Antonio Gálvez Ronceros, la importancia, significado y trascendencia de su obra. Además se promocionarán sus libros , que estarán al alcance de todos, para que así puedan disfrutar del extraordinario talento que puso en cada libro.

Homenaje a Antonio Gálvez Ronceros y presentación de la reedición de su novela «Perro con poeta en la taberna»

Katherine Pajuelo Lara, docente del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, participó como ponente en el homenaje a uno de los más grandes cuentistas peruanos, el cual se realizó en la Casa de la Literatura Peruana el pasado 5 de diciembre. Aquí te dejamos su presentación.

Quisiera empezar agradeciendo al Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos para esta presentación. Y, también, reconocer y felicitar el trabajo de esta reedición para el sello J.M. Marthans. Juan Miguel, haz hecho un excelente trabajo, la verdad que el libro-objeto es muy bonito y se lee bastante bien.

Quisiera empezar planteando la reflexión sobre el libro. ¿Cómo definimos hoy un libro? Les cuento que hace un par de años volví a la universidad y algo que me sorprendió fue cuando el profesor nos dijo: «Alumnos, los libros ya están colgados en la plataforma». Para mí todo era bastante nuevo. ¿Cómo que los libros están colgados en la plataforma? Es en ese momento en el que descubrí el libro PDF. La verdad que fue bastante incómodo leer en la pantalla (yo utilizo la pantalla para traducir, para corregir, en fin, para trabajar, no por el placer de leer) entonces mi recurso fue imprimir todos los libros que tenía que estudiar, porque era cada semana un libro, cada semana un libro y me gasté la vida en tinta (encima, había que comprar las celestes y las rosadas, cuando uno necesitaba el negro, era rarísimo). Pero, todo esto para llegar al libro como tal. Yo prefiero distinguir al libro-objeto; este es, para mí, un cofre del tesoro, un libro en general, a parte de este hermoso libro Perro con poeta en la taberna del maestro Gálvez Ronceros.

Es un cofre del tesoro que tiene una tapa, un lomito, una solapa, tiene papel adentro, no solamente páginas, porque el PDF también las tiene. El libro tiene papel, lo puedes tocar, uno tiene contacto. Además, las páginas del PDF no siempre coinciden con las de un libro y no hay nada como leer un libro físico, al menos para mí. Hay otros que utilizan Kindle o PDF… dependerá de cada gusto. Este libro (Perro con poeta en la taberna) podría decir que es ideal para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero; es ideal para lectores claustrofóbicos (soy una de ellas) y digo esto por sus márgenes, por su interlineado. Muchos lectores necesitamos tomar nota, escribir la definición de una palabra y, en ese sentido, mi forma de contacto con el libro es escribir al costado. Y, algunas veces, corregir, uno no pierde el vicio de la corrección; subrayar, el interlineado es generoso, el tamaño de letra es adecuado, es una letra chica, porque si fuera más grande sería un cuento para niños, es redondeada, es amigable, es cálida. El color del papel también nos transmite esa calidez. Es un placer realmente posar la mirada en el papel. El libro como tal está muy bien hecho y trabajado.

La obra de Antonio Gálvez Ronceros ha sido recientemente publicada en España.

En cuanto al tesoro que este lleva, yo lo califico no como un libro en PDF sino la obra, la cual trasciende a cualquier plataforma. Esta obra puede estar en un libro, la podemos leer por internet, en un Kindle. Esa es la obra, para mí el libro sigue siendo el objeto físico. Quisiera compartir con ustedes seis motivos (ya que he hablado ahora de lo físico, de lo tangible, que está un poco afeado por mis marcas, pero ese es el contacto que tengo con mis libros que realmente entusiasma al leer) para leer Perro con poeta en la taberna, si es que no lo han leído, o para reencontrarse con esta hermosa obra de don Antonio Gálvez Ronceros.

1. Por el puro placer de leer a don Antonio

Quienes lo hemos leído sabemos que vamos a pasar un muy buen tiempo rodeado de sus letras. Tiene unas palabras cálidas que nos aproximan a nuestra propia cultura, tan cercana y tan lejana a la vez. Y porque sabemos que nos vamos a reír: con él nos brotarán sonrisas y más de una risotada. Realmente es una invitación a la lectura, porque sabemos que la vamos a pasar bien.

2. Porque se lee de un tirón

Uno empieza a leer Perro con poeta en la taberna y no quiere parar hasta el final. A veces vemos libros que tienen 300 páginas, digamos Los miserables, por ejemplo, encima dos tomos y decimos: «¿Cuándo voy a terminar?». Hay algunas personas que se ponen nerviosas porque ven muchas páginas. Todo dependerá de la maestría del escritor, de la pluma, que nos lleve, que nos envuelva, que nos haga ir junto a él. El libro no se nos cae nunca de las manos.

3. Para descubrir

El escritor mexicano Rafael Pérez Gay cierra su programa La otra aventura, con la siguiente frase: «Abres una puerta y detrás de ella aparece un mundo: eso es un libro». Abrimos esta puerta y nos encontramos con un mundo mágico, un mundo distinto, un mundo lejano y que, sin embargo, está en Huancayo. Un mundo en el que un perro habla, un mundo en el que el perro se expresa, como decía Karen, piensa. Podría hablar disparates, pero es un perro que piensa, razona y que quiere salvar a alguien; es un perro al que le gusta la bebida, que es parroquiano en las tabernas y que encima paga «miti-miti» la cuenta.

Otra de las cosas que me llamó la atención es que no tiene, como en los cuentos, generalmente los animales que están personificados en los cuentos llevan el nombre con mayúscula. El Lobo Feroz, L con mayúscula, se distingue porque es un personaje principal. El perro es perro. El perro nunca va con mayúscula. El perro es un perro con la diferencia que se puede parar en dos patas, se apoya en un poste en el mercado, viste pantalón, chompa y chaqueta.

Pantalón, chompa y chaqueta. Repitamos eso. Prestemos atención cuando leamos a don Antonio, porque tiene esos sonidos en las palabras. No decimos casi nunca suéter, pero hubiese podido decir casaca. Pero es chompa y chaqueta, así es su sonoridad en lo verbal. A mí me llama muchísimo la atención. Además, este perro que se puede parar en dos patas y que está vestido, cuando camina lo hace en cuatro patas. No deja su naturaleza, no deja de ser perro. Muy particular.

4. Nos permite descubrir otros libros

Perro con poeta en la taberna, como cualquier otra gran obra literaria, nos permite descubrir otros libros. Se habrán dado cuenta los que ya la han leído, no quiero adelantarme a los que no, que podemos encontrar Las mil y una noches aquí. El perro es una suerte de Sherezade, y Sherezade quiere salvar su vida cada noche y le cuenta un relato distinto al sultán para salvarse. Y, ¿cómo termina Sherezade cada historia? «Bueno, y esto me recuerda a otra historia». Y el sultán le dice: «A ver, cuéntamela». «No, mañana». Entonces tiene que esperarse hasta mañana y ella salva su vida por muchas noches, porque si no las mandaban a decapitar.

El perro también relata una historia, pero no para salvarse así mismo, sino para salvar al otro. Y, ¿de qué lo quiere salvar al poeta? (Hay niños presentes en la sala…) Así que lo quiere salvar de ese «ismo», cojudismo que rodea muchas veces a las personas del medio artístico. Menciona a los poetas en primer lugar. ¿Quién no conoce a un poeta que sufra de este mal? Yo conozco, y no solamente poetas, narradores también, más de uno. Es ese ismo de la vanidad absoluta. Incluso el perro le recomienda: «Deberías dejar de ser poeta y dedicarte más a la poesía». La verdad que esas recomendaciones son bastante valiosas y las podemos aplicar. Regalen el libro a algún amigo que sufra de este mal.

Es más, el perro dice: «Decidí proseguir con historias de igual índole, porque me había propuesto ayudarlo a salir del cojudismo que lo tenía atrapado». Entonces, cada vez él le va contando una historia al poeta y muchas veces el poeta ni se da por aludido, porque él no acepta no ser reconocido. Y, al perro le importaba un rábano: él le contaba nuevamente otra historia. Yo detecté, en esta especie de Mil y una noches que tenemos en este maravilloso libro, once historias. La primera es a modo de anécdota: «Le conté, relaté tal cosa o me hizo acordar». Luego detecté otras diez, quizás ustedes detecten más.

Lo que me gustó mucho es esta suerte que en literatura le llaman muñecas rusas o cajas chinas: una historia dentro de otra. Mi historia número uno yo la tengo como 1.1 y luego retoma otra vez la historia principal y esto sucede en la historia uno (ustedes son libres como lectores de enumerar sus propias historias) en la tres y en la seis, que tienen subhistorias.

Es un encuentro, en efecto, con otros libros y también nos desternillamos al leer el resumen de Hamlet. Los que han leído el libro, ¿cómo resumen Hamlet?: «El príncipe que despeja sus dudas y, espada en mano, se despacha a casi todo el elenco». Uno lo lee y por más que en literatura se diga que ese es el narrador, no es el autor, el autor no está. No, tú te lo imaginas a don Antonio diciéndotelo, contándotelo, escribiendo y te ríes. Yo no lo conocí en persona, lo conocí a través de Monólogo desde las tinieblas; pero es como si lo viera, como si lo escuchara. No tuve la suerte que tú has tenido, pero para mí es leerlo y reconocerlo ese placer. Las referencias, además, no solamente tenemos acá a Hamlet o Las mil y una noches que les decía, sino también menciona a Vallejo, a Chocano (para bien o para mal los menciona) y, bueno, al corrector de estilo.

5. Para aprender

Como decía Karen hace un rato, y yo no sabía que eran palabras de don Antonio, me lo anoté aquí: «¿Quieres aprender a escribir? Lee. ¿Quieres ser mejor corrector? Lee. ¿Quieres estar mejor alimentado espiritualmente? Lee. El autor es un maestro de la escritura». Podemos leer el libro por puro placer, lo vamos a devorar. Todos somos, en primer lugar, lectores, y leemos porque se nos antoja y tenemos el derecho de dejar un libro que no nos gusta y podemos retomarlo años después. Miguel sabe lo que me pasó con Rayuela, no entendí Rayuela muchas veces, hasta que llegó el momento en que me encantó. Eso nos puede pasar con todos los libros, es nuestro derecho como lector.

Pero, para los futuros escritores, los que se dedican a la palabra, aprovechen en leerlo para aprender. Qué podemos aprender, podrían decirme, de un libro que físicamente es pequeño. Podrían decir qué hay. Bueno, hay todo un mundo. Por ejemplo, se sugiere que los párrafos no sean extensos. Vayamos a párrafos cortos porque no queremos perder al lector. En cualquier ámbito, una carta comercial, un correo electrónico, tus párrafos que sean cortos porque si no el lector se va a perder y se nos va a ir, y va a soltar el libro. Bueno, ¿qué tenemos en Perro con poeta en la taberna? ¡Tenemos un megapárrafo! No sé si lo notaron, comienza en la página 23, primera línea, y termina en la primera parte de la página 100. ¿De dónde sacamos que no se pueden utilizar párrafos largos? Ahí está la maestría del escritor. Claro, no es recomendable que cualquiera que no esté muy entrenado o que no haya leído lo suficiente (diría yo) se aventure a un párrafo tan extenso. Pero, uno no lee y no se pierde. Él nos atrapó en la lectura y nos lleva de la mano a través de señales. Por ejemplo, los diálogos en la primera parte, ¿cómo los distinguimos? ¿Con rayas de diálogo? Vemos al personaje A que habla con el B, ¿tenemos las rayas de diálogo? Dentro de este párrafo gigantesco, ¿cómo distinguimos los diálogos? Con comillas. Entonces, él nos avisa: «Ojo, acá hay un diálogo». Y nosotros lo vemos y eso permite que no nos perdamos, que continuemos en la lectura y que no se nos vaya el libro de las manos.

También hay unos puntos suspensivos que es como una especie de, no me animo a decir respiro, pero, no hay punto y aparte, salvo para mencionar algunas citas puntuales que están centradas, además, pero el párrafo es continuo. Además, hay momentos en que para describir ambientes no usa verbos, no sé si se dieron cuenta. Cito: «Lejos, muy lejos de la estridencia del centro de la ciudad de Lima y sus distritos aledaños, una urbanización que parecía un remanso. En el silencio y sosiego de la urbanización, un pequeño café de ambiente apacible». ¿Utilizó un verbo? No. ¿Qué pasa cuando escribimos así para un articulo universitario? Te dicen, el verbo, ¿dónde está? La literatura lo permite, la literatura nos da alas (como la bebida energizante) para escribir, alas para alzar el vuelo en nuestra imaginación. Sí, es verdad, pero siempre y cuando sepas escribirlo bien, porque hay que conocer las reglas para poder quebrarlas. Esa sí es toda una recomendación.

Las onomatopeyas de los ríos. Él es muy preciso en las descripciones. Es como si pintara un cuadro. Por ejemplo, cuando ubica al perro que está apoyado en el poste, en el mercado, parado en sus dos patas y al costado están las mujeres vendiendo papas. ¿Las mujeres vuelven a aparecer en el libro? No. Es un cuadro, nos ubica, podemos verlo. La literatura tiene eso: cuando uno lee no solamente utiliza los ojos, los sentidos todos se involucran. Imaginamos, vemos más allá del perro, vemos todo lo que sucede alrededor. No me digan que al leer que había una ruma de papas no sintieron de pronto ese olor que uno percibe en el mercado. ¿Quién no ha ido a la paradita de su barrio? ¿Quién no ha ido, no a un supermercado, al mercado, donde todos los olores se entremezclan? Papas, camotes, choclo, culantro. Todo ese olor es uno y uno puede sentirlo cuando lee. Todo eso transmite la obra. Reitero lo de las onomatopeyas, la lluvia al caer. Nunca se me hubiera ocurrido decir que sonaba chuc, chuc, chuc. Así que el oído también se involucra en la lectura. La lectura no solamente son ojos.

6. Para jugar

Ese es mi sexto motivo. Y, ¿cómo puedo jugar yo con un libro? Jugar a encontrar las similitudes, por ejemplo. Identificar lo mismo en el otro. Yo encontré al primer poeta más adelante en otro personaje, porque coinciden. El primer poeta tenía más o menos 22 o 23 años y más adelante hay otro personaje que también (oh, coincidencia) tiene 22 o 23 años. Tenemos a un charlatán en las primeras páginas, tenemos otro charlatán que podría haberlo denominado de otra manera, porque a él no le faltaba vocabulario para nombrar. Pedro, ¿quién fue Pedro? Pedro fue el mozo que ganó el premio nacional de poesía. Tenemos un Pedro corrector de estilo que lleva ese nombre, bueno el corrector de estilo tiene apellidos, no los tengo a la mano, pero también se llama Pedro. Qué coincidencia. Entonces, me pregunto: ¿Son coincidencias o simplemente son reencuentros de personajes en un extremo y el otro del libro?

De izquierda a derecha: Katherine Pajuelo Lara, Isabel Gálvez, Karen Calderón y Jorge Eslava.

Ojalá que este libro-espejo nos sirva para detectar si nosotros padecemos también de ese ismo tan insoportable y decadente (y dicen que es más decadente a medida que pasan los años. O sea, démonos cuenta a tiempo). Y también para ver si el compañero o amigo poeta, o escritor, lo sufre también. Ya les digo: regálenles el libro para que se puedan ubicar. Calculemos bien la ruta, para eso nos sirve también el libro: a fin de no desviarnos por el camino que lleva al hoyo profundo de la vanidad.

Feria del Libro e Industrias Culturales en Pueblo Libre

La librería Ciudad Librera llevará acabo el evento Ciudad con Cultura, el cual reunirá a diversas empresas del sector editorial. La feria se realizará del viernes 13 al domingo 22 de octubre de 11:30 a. m. a 9:30 p. m. en la explanada de Plaza Vea (Av. Sucre 550, Pueblo Libre). El ingreso es gratuito.

Más de 20 librerías, editoriales, distribuidoras y emprendimientos participarán en la feria, la cual contará con una serie de actividades recreativas, familiares y culturales. Asimismo, se ofertará una gran variedad de libros desde 5 soles. Entre las librerías y empresas editoriales participantes se encuentran Librería Época, Just, Tinta Fugaz, Minimundo Toys, Book Vivant, Ciudad Librera, Zona Books, Ojos de Papel, Uber Salcedo, Arte y Cultura Laurente, Ediciones Quipu, Pekitas Books, Deconemis, entre otras.

Asimismo, Chrisel Arquíñigo, gerente de Ciudad Librera manifestó que esta iniciativa, realizada en conjunto con la Municipalidad de Pueblo Libre, busca fomentar el acceso al libro y las artes, y que «como Ciudad Librera buscamos crear espacios para la difusión de la producción, mediación y gestión de diversos productos artísticos». En tanto, se encuentra asegurada la participación de reconocidos escritores, gestores culturales y artistas, así como la realización de presentaciones musicales, cuentacuentos, talleres, shows artísticos, exposiciones de cuadros, conversatorios, recitales de poesía, entre otros.

Entre las actividades culturales se encuentra el conversatorio Vida y obra de Antonio Gálvez Ronceros, a cargo de Angie Anticona y el autor peruano Jorge Eslava, este viernes 20 de octubre a las 5:00 p.m. Por otro lado, se llevarán a cabo presentaciones de libros, talleres de pintura, dibujo y escritura creativa. Finalmente, este domingo 15 de octubre a las 6:00 p.m. se llevará a cabo el recital de poesía en la feria, a cargo de la editorial Autómata.

Lecturas recomendadas para reflexionar sobre la corrección

La lectura es un hábito inherente a la labor del corrector de estilo. Sin embargo, no solo basta con ello: debemos saber qué leer. Katherine Pajuelo Lara, docente de la Escuela de Edición de Lima y del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, nos deja dos recomendaciones bibliográficas al respecto.

«El verbo leer no soporta el imperativo» (tampoco el verbo amar), con estas palabras comienza Daniel Pennac su hermoso librito Como una novela (Anagrama, 2017). De hecho, en su lista de derechos del lector, el primero es el derecho a no leer. El autor reflexiona sobre cómo se aborda la lectura en las escuelas y sí, pues, convengamos que leer a la fuerza es un acto contrario al placer.

En el caso de los correctores, el imperativo se aplica: tenemos que leer y, además, entender el texto que vamos a corregir. Pero también hay que leer (imperativo encubierto) textos que nos acompañen en el continuo aprendizaje y también que nos entrenen. Mencionaré, por ahora, un libro de aprendizaje y otro de entrenamiento.

El aprendizaje del escritor – Jorge Luis Borges

En El aprendizaje del escritor (Penguin Random House, 2015, trad. Julián E. Ezquerra), se reúnen tres seminarios (sobre ficción, poesía y traducción) que el autor dictó en la Universidad de Columbia, en 1971, para los estudiantes y los profesores del programa de escritura.

En el seminario sobre poesía, Borges señala que luego de escribir, abandona el texto por una semana o diez días. Esto puede aplicarse perfectamente a los trabajos de corrección (¿o solo le dan una leída?). Aunque difícilmente la realidad les permita abandonar un trabajo por ese tiempo, intenten «dejarlo» descansar (y, de paso, descansan ustedes de él). Vayan por un café, a mirar por la ventana, asalten la refri (típico). Sabemos que es necesario otro par de ojos para revisar un texto, pero sabemos también que, en la vida real, es poco probable: un solo corrector para todas las etapas. Con mayor razón, abandonen el texto por un tiempo; al retomarlo, el milagro sucederá: lo verán con otros ojos.

En el capítulo dedicado a la traducción, Borges dice que «ejecuta de oído» (p. 141), que no tiene reglas fijas de ninguna especie; esto me da pie a plantear las siguientes preguntas: ¿cómo lo corregimos?, ¿estamos preparados para intervenir un Borges?, ¿nos sentiremos «dignos»?

Norman di Giovanni, traductor de Borges sostiene que «el peor problema de la traducción es traducir algo que está mal escrito en el original» (p. 141). Se tenía que decir y se dijo. Correctores, ¿no les resulta familiar? Dicho esto, si le ponemos tildes, comas y puntos, ¿un texto mal escrito automáticamente estará bien escrito? Los signos de puntuación dan sentido a un texto, nadie lo duda, pero el trabajo grueso está cuando ni el corrector, con toda la experiencia que pueda tener, comprende el sentido de un texto que cae en sus manos. ¿Lo salvará la gramática, la ortografía o su experiencia lectora? Quizá los tres, a modo de nudo borromeo.

Borges decía que le gustaba que le corrigieran y afirmaba también que para romper las reglas, había que conocerlas antes. ¿Qué opinan? Creo que es el punto de partida a la hora de hablar de estilo. Seguro habrán recibido en algún momento ese encargo de corrección con la sutil advertencia: «No me vayas a cambiar el estilo». Cuál, ¿la no aplicación de las normas? Un libro de gran utilidad que nos lleva a la reflexión.

Monólogo desde las tinieblas – Antonio Gálvez Ronceros

Un verdadero reto para los correctores. Monólogo desde las tinieblas, de Antonio Gálvez Ronceros (Peisa, 2014), compila veintitrés relatos en los que se reproduce el habla de los trabajadores negros de distintos poblados de Chincha (Ica, Perú). En sus relatos, narrador y personajes nos revelan sus alegrías, sus amarguras, sus desdichas y su negativa a la desdicha.

En «Una yegua parada en dos patas», Palmerinda celebra su cumpleaños y un grupo de hombres empieza a discutir airadamente. Ella, «con esa voz tan inmesa que parecía de buro», los enfrenta: «¡Ningún jetón me va a vení a tumbá mi cumpleaño! Sepan, carajo, que aquí no sia venío a pelease. Aquí sia venío a bailase, a comese y a bebese» (p. 80). Tarea para la casa: qué se corrige, qué no, dónde fue a parar lo correcto, qué es entonces lo incorrecto.

En «El encuentro», el niño Raulitio escuchó que, por su color, los negros eran como gallinazos y que se convertirían en uno cuando murieran. Angustiado, se preguntó: «¿Entonce yo soy gainazo?». Y le contó a su tata que sintió «mucho ñiedo poque los gainazos son animale petosos, que comen caine pordrida y petosa». Y se miró el cuerpo y se dijo: «No, seguro que ya soy, y no me doy cuenta poque toy chiquito» (p. 75).

Gálvez Ronceros elimina el dígrafo ‘ll’ en «gainazos», pero conserva la ‘y’ en «toy» (‘estoy’). Entonces podríamos decir que prima la fonética, pues como «toi» y «toy» se pronuncian de la misma manera, el autor adopta lo más parecido a lo convencional. Entramos de lleno a esa rama de la lingüística que estudia los sonidos, la fonética, y advertimos así que el autor materializa la oralidad. Escribe como hablan, sí; pero entonces, ¿qué sucede con eso de que el código hablado es uno y el escrito, otro? Fíjense en la puntuación: las comas de vocativos están, los signos dobles están, todo está en su lugar.

Estemos preparados para distintos tipos de textos. Podrán decirme que no corrigen literatura, que no es su área, pero les dará nuevas perspectivas, nuevas herramientas… nuevas dudas.

¿Cómo recuerdas al escritor Antonio Gálvez Ronceros?

Tras la partida de uno de los más grandes narradores peruanos, a modo de tributo, les preguntamos a algunos de los docentes de la Escuela de Edición de Lima y del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos lo que significó para ellos la vida y obra de Antonio Gálvez Ronceros. Aquí sus respuestas.

Fue la llave que abre el alma y revela sus temores, inseguridades y más densas tinieblas. Con su incorregible forma de escribir pretendió, quizás, despejar esas tinieblas que impiden reconocer la luz de todo ser humano. — Katherine Pajuelo Lara (traductora, correctora y docente)

Con sus historias nos trajo un pedacito de su tierra, llena de pasiones, costumbres, ternura, odios y magia. Gálvez Ronceros fue un orfebre del lenguaje. Sus relatos, producto de la experiencia vivida, son una invitación para contemplar su prosa llena de humor, ironía y matices extraordinarios.  De esta manera, nuestro genial narrador y maestro universitario nos acercó, sin preciosismos ni sentimentalismos lugareños, a la visión del mundo del afrodescendiente y del campesino costeño, personajes que se muestran tal como son, con un realismo sincero y descarnado, fina ironía y momentos mágicos.  Conozcamos un poquito más del Perú y su gente, gracias a la obra narrativa de este genial artesano de la palabra. — Pedro Salazar Wilson (corrector y docente)

Así como, en pocas líneas, Juan Rulfo construyó un universo inagotable en Pedro Páramo y El llano en llamas, Antonio Gálvez Ronceros construyó una fuente inagotable de saber en Monólogo desde las tinieblas. A despecho de lo que Mariátegui mencionó sobre la «nula» herencia africana en Perú, este libro demuestra con maestría la hondura de la reflexión, desde la percepción de sus personajes y la perspectiva universal del sentir; un cuestionamiento desde la vida cotidiana y el humor de la misma como elemento crítico. Así, la oralidad interviene en la letra, y le permite susurrar y cantar, incluso, a los lectores que pueden acompañar de cerca a voces que piensan, se piensan, y manifiestan que el ser, esa ficción occidental, muchas veces excluyente, es un patrimonio para todo aquel que cuenta con la palabra y se testimonia con la libertad de la vida entre los vivientes. —César López (escritor y docente)

Descansa el maestro. Don Antonio Gálvez Ronceros ha legado al mundo que conoció un trabajo delicado de palabras finamente urdidas, estampas de hombres reunidos, perros abandonados y cómplices, protestas e injusticias vistas desde los ojos del poblador humilde y abatido. Don Antonio, paciente y minucioso, ha dedicado su vida al oficio literario, tanto en su labor de escritor como en sus largos años como docente. Don Antonio nos ha dejado una obra magnífica de talla superior. Por eso nunca dejaremos de agradecerle esa dedicación profesional de una vida plena. Debemos recordar, entre sus grandes obras de narrativa breve, títulos como Los ermitaños, Monólogo desde las tinieblas, Historias para reunir a los hombres y Perro con poeta en la taberna, la novela que publicó con el sello de nuestra escuela. Ahora descansa el maestro, no su palabra. — Luis Miguel Espejo (escritor, corrector y docente)

Conocí a Antonio Gálvez Ronceros como «papá de una amiga» (una gran amiga, por cierto). Siempre he pensado que al comienzo no le caía bien, quizás porque yo tenía 17 años. Nunca se lo pregunté. Un día, luego de haber empezado yo a hacer la revista Mesa Redonda, se me acercó y, según lo que ahora recuerdo, me dijo: «Mabel me enseñó tu revista… Quería saber si estuvieras dispuesto a publicar un breve relato mío ahí. Por favor, no te quiero comprometer. Es un cuento muy breve que nunca he publicado en ningún lado». ¡Vaya! Era increíble: primero que me hablara, luego, que el maestro Gálvez Ronceros me estuviese ofreciendo un cuento para una revista que era, casualmente, mi primer paso en el mundo editorial, el cual ignoraba casi por completo. Ese fue el punto de partida de una amistad, largas conversaciones, muchos vinos, un sinfín de consejos y varias mesas compartidas con su familia. Luego, ya más asentado en el oficio editorial, tuve la suerte de publicarle un par de libros. Y, como editor puedo decir que no hay mayor placer que publicar a un autor de quien su obra se admira y, si es tu amigo, el placer se multiplica. Se hará extrañar mucho. — Juan Miguel Marthans (editor y director de la Escuela de Edición de Lima)

El primer relato que leí de Antonio Gálvez Ronceros fue «Jutito». Estaba en primero de secundaria y creí, debo admitirlo, que era un cuento mal escrito. ¿Qué es eso de «compaire», «palaibra», «quiedo», «yo te vuagará» o «ta jorío»? Ya en la universidad, cayó en mis manos Los ermitaños, por recomendación de un profesor. Lo terminé en un par de horas, no dejé de reír y maravillarme con esos diálogos salerosos y cargados de sabiduría. Y es que, si algo comprendí aquel día, fue que Gálvez Ronceros había confeccionado un puente de comunicación efectivo entre lectores y el mundo de los campesinos costeños: con ese Perú profundo del cual muchos hablan, pero pocos comprenden. De pronto, recordé a ese jovencito de uniforme que hablaba del «cuento mal escrito» y quise darle un par de cocachos. La literatura de Gálvez Ronceros no solo queda en el mero humor o en la anécdota de un par de cuentos memorables, sino que es experimentación del lenguaje, técnica destilada hasta el último punto y devoción confesa por la escritura. Me queda una amarga sensación al pensar que el maestro tenía mucho que ofrecer todavía. Lo extrañaremos siempre. — Marco Fernández (editor adjunto del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos)

Un último regalo

Katherine Pajuelo Lara, correctora de estilo, traductora y docente del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos y la Escuela de Edición de Lima, nos cuenta cómo fue la despedida del escritor Antonio Gálvez Ronceros, una de las figuras más destacadas de la narrativa peruana.

Antonio Gálvez Ronceros descansaba finalmente en una amplia sala de la hermosa Casona de San Marcos, en el Centro de Lima; sus palabras, sin embargo, vivían en las bocas de quienes fuimos a decirle adiós. A los pies del ataúd había una foto suya, se lo veía contento, abrazaba a su gata.

Cuando estaba por irme, vi a una mujer sentada, pensativa. Su rostro se me hacía familiar y le pregunté si era la profesora María. ¡Era! Quién lo hubiera dicho, fui a despedirme de él y la conozco a ella. Hace dos años, la doctora María Chavarría fue mi profesora durante la virtualidad de los tiempos del covid. Como tarea de fin de curso debíamos presentar un breve ensayo y me sugirió trabajar sobre Monólogo desde las tinieblas. Fue así como la maestra a quien saludé ayer, por primera vez en persona, me había presentado al maestro de quien me despedía por última.

«Profesora, quizá ni me recuerde, pero fue usted quien me acercó a las letras de Gálvez Ronceros, se lo agradezco tanto». Hablamos de su habilidad para llevar al papel la oralidad de un pueblo. «Es fonética pura», me dijo ella. En efecto. Sus monólogos (pensamientos verbalizados) y diálogos están escritos como se habla, el autor convierte la letra escrita en un espejo de la voz. El maestro fue y lo sigue siendo, además, el altavoz de un pueblo discriminado, pero también feliz y orgulloso. Sus cuentos se disfrutan por la ingenuidad de sus niños («Ñito»), por el humor y la picardía adulta («Etoy ronca»), por la dura crítica a la sociedad («El encuentro»), por la autocrítica social («Una yegua parada en dos patas»), por su maravilloso génesis negro («La creación del mundo»).

La lectura será siempre oxígeno, inspiración y educación para quienes habitamos las letras y vivimos de ellas. Si no leyéramos, por ejemplo, Monólogo desde las tinieblas, cómo sabríamos que hay textos que exigen otro tipo de cuidado en su corrección, que son el «sí pero no» de nuestra intervención. Considero este libro en particular un verdadero desafío en el proceso editorial. Qué corregir, hasta dónde. Aquí no hay Academia que valga. Aquí no hay tinieblas, sino luz.

Avaro. Un cuento de Antonio Gálvez Ronceros

En el 2005, Antonio Gálvez Ronceros cedió este cuento —por aquel entonces aún inédito— a la revista Mesa Redonda. «Avaro» fue publicado en el número 5 de esta revista. Compartimos este rescate como homenaje a uno de los grandes narradores que ha tenido el Perú.

Yendo en el atardecer por la zona más sombría de una plazuela, un ladrón joven y en extremo supersticioso se dio de súbito con un mendigo de inconcebibles andrajos que lo miraba entristecido desde un rostro arruinado por la vejez y el sufrimiento. Tomando el encuentro como la revelación de que una desgarrada pobreza lo aguardaba al término de su juventud, el ladrón se sintió tan turbado que en su desesperación por conjurar esa desdicha, le dio al mendigo una de las antiguas monedas de oro que hacía unos días había robado en casa de un coleccionista con fama de extravagante. El mendigo sólo vio el oro y se inundó de un incitante ardor que fue a aplacar deprisa en una miserable taberna. Pero el coleccionista, que se hallaba ahí disfrazado de menesteroso, soportando con fingido deleite el horror de la taberna y el atroz fogonazo de una copa, reconoció la moneda, hizo prender al mendigo y durante cinco años el inocente tuvo que soportar de sus carceleros la palabra ladrón.

Apostado con la mano extendida en la primera plazuela que encontró una mañana a su salida de la cárcel, el mendigo sintió y vio que alguien le deslizó una de las monedas de oro que se hallaban en circulación y de la que sólo se percató del oro y que por ser de oro soltó al instante como si fuera una brasa, mientras le gritaba a su ocasional benefactor ¡ladrón, ladrón, ladrón!… Los gritos convocaron a los transeúntes y a una pareja de gendarmes. Pero como se trataba de un benefactor honrado, el mendigo expió su difamante lengua con cincuenta días de cárcel.

Los aires de libertad condujeron esta vez al mendigo a una plazuela diferente, pues sospechaba que aquellas otras dos lo esperaban con una nueva emboscada. Y a pesar de que su permanencia ahora en esta plazuela eran ya horas que transcurrían vacías hasta del más insignificante níquel, dudó cuando la caridad vino a ponerle en la palma de la mano una de las usuales monedas de oro. «Si esta moneda fuera robada y yo intentara comprar algo con ella —pensó—, me creerían ladrón y perdería mi libertad. Si la rechazo y quien me la ha dado es una persona honrada, tal vez por muy amable que sea mi rechazo ella se sienta ofendida y yo pague la ofensa con la cárcel. Está visto, pues, que si quiero conservar mi libertad, debo recibir cuantas monedas de oro me ofrezcan sin que yo siquiera intente disfrutar de su poder».

Durante los últimos diez años de su existencia, mientras se arrastraba como un lisiado por las escalinatas de los templos estirando la mano trémula, estuvo recibiendo innumerables monedas del odioso color, que luego arrojaba entre gruñidos y escupitajos en los rincones de su cuartucho. Un día algunos de sus vecinos repararon en que no se le había visto en los últimos cinco días y, preocupados, derribaron su puerta. Lo encontraron muerto. Estaba tendido en un estrecho espacio central del suelo, espacio a punto de ser inundado por cerros de monedas de oro que parecían avanzar desde las paredes.

El pueblo entero, asombrado, otorgó a la memoria del mendigo la triste, despreciable e irrisoria fama de avaro.

En el 2005, Antonio Gálvez Ronceros cedió este cuento —por aquel entonces aún inédito— a la revista Mesa Redonda. «Avaro» fue publicado en el número 5 de esta revista. Compartimos este rescate como homenaje a uno de los grandes narradores que ha tenido el Perú.

Yendo en el atardecer por la zona más sombría de una plazuela, un ladrón joven y en extremo supersticioso se dio de súbito con un mendigo de inconcebibles andrajos que lo miraba entristecido desde un rostro arruinado por la vejez y el sufrimiento. Tomando el encuentro como la revelación de que una desgarrada pobreza lo aguardaba al término de su juventud, el ladrón se sintió tan turbado que en su desesperación por conjurar esa desdicha, le dio al mendigo una de las antiguas monedas de oro que hacía unos días había robado en casa de un coleccionista con fama de extravagante. El mendigo sólo vio el oro y se inundó de un incitante ardor que fue a aplacar deprisa en una miserable taberna. Pero el coleccionista, que se hallaba ahí disfrazado de menesteroso, soportando con fingido deleite el horror de la taberna y el atroz fogonazo de una copa, reconoció la moneda, hizo prender al mendigo y durante cinco años el inocente tuvo que soportar de sus carceleros la palabra ladrón.

Apostado con la mano extendida en la primera plazuela que encontró una mañana a su salida de la cárcel, el mendigo sintió y vio que alguien le deslizó una de las monedas de oro que se hallaban en circulación y de la que sólo se percató del oro y que por ser de oro soltó al instante como si fuera una brasa, mientras le gritaba a su ocasional benefactor ¡ladrón, ladrón, ladrón!… Los gritos convocaron a los transeúntes y a una pareja de gendarmes. Pero como se trataba de un benefactor honrado, el mendigo expió su difamante lengua con cincuenta días de cárcel.

Los aires de libertad condujeron esta vez al mendigo a una plazuela diferente, pues sospechaba que aquellas otras dos lo esperaban con una nueva emboscada. Y a pesar de que su permanencia ahora en esta plazuela eran ya horas que transcurrían vacías hasta del más insignificante níquel, dudó cuando la caridad vino a ponerle en la palma de la mano una de las usuales monedas de oro. «Si esta moneda fuera robada y yo intentara comprar algo con ella —pensó—, me creerían ladrón y perdería mi libertad. Si la rechazo y quien me la ha dado es una persona honrada, tal vez por muy amable que sea mi rechazo ella se sienta ofendida y yo pague la ofensa con la cárcel. Está visto, pues, que si quiero conservar mi libertad, debo recibir cuantas monedas de oro me ofrezcan sin que yo siquiera intente disfrutar de su poder».

Durante los últimos diez años de su existencia, mientras se arrastraba como un lisiado por las escalinatas de los templos estirando la mano trémula, estuvo recibiendo innumerables monedas del odioso color, que luego arrojaba entre gruñidos y escupitajos en los rincones de su cuartucho. Un día algunos de sus vecinos repararon en que no se le había visto en los últimos cinco días y, preocupados, derribaron su puerta. Lo encontraron muerto. Estaba tendido en un estrecho espacio central del suelo, espacio a punto de ser inundado por cerros de monedas de oro que parecían avanzar desde las paredes.

El pueblo entero, asombrado, otorgó a la memoria del mendigo la triste, despreciable e irrisoria fama de avaro.