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Pedro Canelo: « Si bien en internet todo es inmediatez, la crónica tiene un atractivo para generar públicos en el ámbito digital»

Periodista del diario El Comercio y docente en la Escuela de Edición de Lima, Pedro Canelo se prepara para iniciar el curso de Herramientas Periodísticas, en el cual abordará los distintos géneros periodísticos y otros puntos importantes en la formación de los redactores. Descubre los detalles en la siguiente entrevista.

¿En qué consiste el curso de Herramientas Periodísticas que dictarás en la Escuela de Edición de Lima?

Tiene una base en la redacción, como la mayoría de los cursos relacionados al periodismo escrito, en el sentido de dar un estímulo y refuerzo a aquellas personas que tienen dificultad para comunicarse con mayor propiedad en ese ámbito. Al utilizar el término “periodísticas” le da un margen distinto a la materia, pues la vincula con los géneros periodísticos como la crónica, la entrevista o el reportaje. También tiene que ver con los criterios periodísticos, cómo que es noticioso y que no lo es; en este mundo de redes sociales, por ejemplo, identificar lo que pertenece al mundo público y lo que es privado. A partir de la segunda y tercera clase nos concentraremos en los géneros periodísticos, qué es la crónica, qué es la entrevista, qué es la columna de opinión, que es el periodismo informativo —que es mucho más directo y concreto—, qué es el periodismo interpretativo — que tiene que ver con lo narrativo y la crónica—. Esa es la idea del curso: darles a los alumnos las herramientas necesarias por si es que alguno de ellos desea incursionar en el ámbito impreso o digital del periodismo.

El periodismo, de alguna manera, ¿influye en aquellos que tienen una inclinación más literaria? Digamos que las herramientas que usted menciona podrían propulsar ese gusto en el alumno.

Sí, sobre todo si hablamos de géneros como el reportaje o la crónica, que tienen una base más narrativa y de amplio desarrollo. La literatura de no ficción, relacionada con el nuevo periodismo, definitivamente dota de herramientas para una formación integral vinculada a lo netamente literario. El nuevo periodismo es casi primo hermano de la literatura y al hablar de ello me refiero específicamente a la crónica, que es uno de los temas de mayor desarrollo en el curso.

Y si hablamos de nuevo periodismo quiere decir que en el curso revisarán a diferentes autores de esta corriente.

De todas maneras. Cada profesor y profesora tiene su cartera de autores inevitables. Yo también los tengo, como Juan Villoro, Martín Caparrós, Gay Talese, Norman Mailer, Tom Wolfe, Leila Guerreiro, Jon Lee Anderson, entre otros, sin dejar de mencionar al pionero, Ryszard Kapuściński. Todos ellos serán parte del acompañamiento en las clases, sin ninguna duda.

¿A qué hacemos mención cuando nos referimos a «herramientas periodísticas»?

Significa darle al estudiante todas las capacidades para que conozcan y puedan explorar el periodismo escrito o la escritura dentro del periodismo. Una herramienta puede ser la aplicación de un criterio periodístico para escribir, la identificación de la noticia o el momento preciso para aplicar las normas del periodismo informativo o en qué momento apelar al periodismo interpretativo — la crónica, la columna de opinión—. Para mí es importante inculcar en los alumnos estas capacidades. Hablar de herramientas es referirme a capacidades. En esa mochila de herramientas encontrarán criterio periodístico, sentido de la noticia, conocimiento integral de los géneros periodísticos, identificación de los distintos tipos de periodismo, entre otras.

En su experiencia, profesor, ¿cuál es el género que más le apasiona?

Definitivamente la crónica. Es curioso porque yo tengo poco más de veinte años dedicado al periodismo y la crónica estuvo muy presente en mis inicios. Luego, exploré otros géneros, como la entrevista. Pasé cinco o seis años realizando diversas entrevistas y casi una década dedicado íntegramente a elaborar columnas de opinión. Hoy en día estoy volviendo al camino de la crónica, como una especie de retorno a mis inicios. Creo que, en este tiempo digital, en el que se gesta un periodismo muy inmediato, debemos reforzar en los nuevos periodistas la posibilidad de que escriban crónicas. Si bien en internet todo es inmediatez, la crónica tiene un atractivo para generar públicos en el ámbito digital.

Mencionó el tema digital. Eso me lleva a pensar, en tiempos de inteligencia artificial, ¿supone un complemento al trabajo periodístico o una amenaza?

Puede ser una herramienta de complemento en cuanto a búsqueda de información. Quizás nadie lo dice, pero cuando se habla con un poco de horror sobre la inteligencia artificial, cabría preguntarse quien no ha entrado a Wikipedia para ubicar algún dato. Suena políticamente incorrecto o poco intelectual decirlo, pero todos lo hemos hecho. Por ahí podría darse el uso, pero no creo que suponga la sustitución de la labor. De repente para algunos géneros, como la nota informativa. Un ChatGPT puede elaborar una información que diga «Dina Boluarte declaró que el gobernador de Ayacucho le prestó un reloj», pero lo que no podría hacer es una crónica de guerra vivencial en Ucrania, no puede hacer una buena crónica acerca de un mundial de fútbol, no puede elaborar una crónica del concierto del Grupo 5. Puede intentarlo, pero no podrá competir contra un profesional que tenga estas herramientas y la formación de periodismo literario. Es un complemento, pero sobre ello debemos fomentar géneros como la crónica, la columna de opinión y la misma entrevista. Quizás el ChatGPT puede reemplazar lo inmediato, pero lo demás no.

¿Para quienes está dirigido el curso de Herramientas Periodísticas que dictará en la Escuela de Edición de Lima?

Es un curso que tiene dos tipos de público. En primer lugar, para aquellos profesionales directamente interesados en el periodismo escrito, pero también para quienes están llevando un curso integral en la Escuela de Edición, donde los módulos son multidisciplinarios, según lo que revisé hace algún tiempo. Sin embargo, siento que mi curso será un complemento o una posibilidad de desarrollo para ampliar el espectro de las distintas posibilidades que se tiene para redactar un texto. Es un curso base para los directamente interesados y si son alumnos del curso integral, que a lo mejor no están muy motivados con ello, haré todo lo posible para que se interesen desde la primera clase.

Coordina tu participación en el curso dando clic aquí.

Paulo César Peña: «Con la prosa se generan muchas posibilidades expresivas»

En la siguiente entrevista, Paulo César Peña, docente de la Escuela de Edición de Lima, define algunos conceptos sobre la prosa y su empleo, y da algunos detalles sobre el curso de Prosa Literaria que dictará a partir del 14 de mayo.

Por Marco Fernández

¿A qué llamamos prosa?

La prosa es una forma de lenguaje emparentada con el discurso oral, en el sentido de que ambos surgen de manera lineal y espontánea, lo cual lo distingue del verso que es más bien fragmentario y recortado. Con la prosa se ha tratado de reproducir la forma de pensar y sentir. Normalmente está pensada como algo más utilitario y racional, sin embargo, hay ejemplos de literatura desde el siglo xx, en el que la prosa da cabida a la parte más emocional. Con la prosa se generan muchas posibilidades expresivas.

Si hablamos de un valor utilitario, ¿en qué casos se utiliza comúnmente la prosa?

Aunque no lo crean, hay prosa en los diarios, en un documento administrativo o en la publicidad.

Roberto Bolaño decía que su poesía era «muy prosaica», o Jack Kerouac decía que utilizaba mucho la prosa espontánea en su literatura. En ese sentido, podríamos decir que la prosa está inmersa en muchos géneros.

Ahí hay un paradigma que estuvo vigente hasta inicios del siglo xx, pero que sigue presente en muchos profesionales, que es asociar a la prosa con lo menos valioso. Durante mucho tiempo se le asignaron labores más funcionales, por eso decía que hay ejemplos que dejan ver que la prosa puede servir para muchas otras cosas, pero eso no niega que aún exista este concepto que le da una connotación peyorativa, como algo no elaborado o de menor valor. Depende de las circunstancias y el tipo de texto para ampliar las posibilidades expresivas.

¿Qué implica el empleo de la prosa literaria?

Las clasificaciones de prosa mencionan la categoría literaria como el perfil más creativo, sin embargo, los recursos que se emplean pueden ser apropiados para otros ámbitos. De hecho, en el curso que dictaré en la Escuela de Edición de Lima, una parte estará dedicada a la reflexión sobre los factores que convierten en literaria a una prosa. Ahí influye mucho el contexto, las convenciones o la comunidad a la cual se dirige el texto. El curso apunta a eso: a que los participantes puedan darse cuenta a qué público se dirige el texto, que posición adoptan como autores o como se aprovechan las posibilidades expresivas en las distintas dimensiones de la palabra, sea la sintaxis, el sonido o las referencias.

¿Cree usted que cualquier profesional, medianamente interesado en escribir, podría acceder al curso que dictará en la Escuela de Edición de Lima?

Claro que sí. De hecho, el empleo de la prosa exige una formación, un bagaje, revisar otros textos, pues no es algo que ocurra de la noche a la mañana. Pienso que el curso puede servir para todos aquellos profesionales que quieran sentir más confianza al momento de escribir, o para quien quiera profundizar en los recursos y técnicas. El curso abordará la parte teórica en la primera sesión, para luego centrarnos en ejemplos de prosa poética, prosa narrativa y prosa argumentativa en las tres sesiones restantes.

¿Qué es lo más importante del curso de Prosa Literaria?

Lo importante es que los estudiantes se den cuenta de que los recursos son relativos en el sentido de que, dependiendo del contexto, las circunstancias y el tipo de texto, se determinará en qué momento mantener una sintaxis más o formal o en qué momento jugar con ella y alterarla; o en qué momento no darles tanta prioridad a los sonidos, o en que otras situaciones destacar algún sonido o priorizar el ritmo. La idea es que, con las lecturas y revisiones que hagamos durante las sesiones, los estudiantes puedan identificar estos recursos y adaptarlos a su propia escritura.

Mencionaste que se revisarán a diversos autores. ¿A quienes tomarán cómo ejemplos?

Por ejemplo, en el caso de prosa poética, Baudelaire o Rimbaud, que son epígonos importantes en la escritura de poesía en prosa, pero también autores en nuestro idioma como Octavio Paz, Blanca Varela, Alejandra Pizarnik, Martín Adán, entre otros. En el caso de narrativa nos detendremos en autores peruanos y latinoamericanos, al igual que en el tema argumentativo.

Cinco libros para conocer la obra de Bret Easton Ellis

Conocido como el enfant terrible de la literatura estadounidense, la obra de Easton Ellis ha sido traducida al menos a 27 idiomas y refleja la decadencia moral y espiritual de una sociedad norteamericana que parece caminar hacia el abismo. Hoy, el escritor cumple sesenta años. Si aún no lo has leído, te dejamos cinco libros con los que puedes empezar.  

Menos que cero (1985)

Novela con la Bret Easton Ellis debutó en la escena literaria. Se convirtió rápidamente en un best seller y refleja el primer esbozo suburbano que marcaría sus trabajos posteriores.

La historia narra el regreso del joven Clay a Los Ángeles, para pasar las vacaciones de Navidad. Allí se encuentra con Blair, su exnovia, quien lo envolverá en situaciones cargadas de alcohol, drogas y viejos amigos.

Si bien esta novela obtuvo críticas negativas —debido «a la prosa fría del autor, así como por el sensacionalismo de muchas escenas»—, hoy en día es tomada como obra de culto en muchos círculos de lectores.

American Psycho (1991)

Considerada como la obra maestra Easton Ellis, es su trabajo más controversial, debido al alto grado de violencia que contiene. Seguro la recuerdan por la adaptación cinematográfica del año 2000, protagonizada por Christian Bale y Willem Dafoe.

Aunque la novela es una crítica mordaz a los efectos del capitalismo, la forma en que se describen los crímenes del protagonista hizo que la historia tuviese otra lectura por un gran sector de lectores, quienes censuraron al autor.

Patrick Bateman, banquero de Manhattan, debate su vida entre los lujos y el éxito de Wall Street y los asesinatos que comete por las noches. A través de monólogos, Bateman describe y crítica la superficialidad de la vida neoyorquina, así como otros aspectos de la clase alta.

Lo interesante es que estos monólogos se ven interrumpidos por el mismo protagonista para dirigirse directamente al lector y criticar a artistas de la música pop de finales de los 80. La novela mantiene un alto grado de ambigüedad, debido a las contradicciones que presenta el narrador.

Compleja, violenta y de una técnica narrativa deliciosa, American Psycho supone un reto para cualquier lector curtido o principiante en lides literarias.  

Glamourama (1998)

A diferencia de sus primeros trabajos, el autor utiliza aquí una trama para narrar la historia. La novela es una crítica a la avaricia, la obsesión por la belleza y al consumismo de las celebridades. Como es característico en Easton Ellis, también encontramos altas dosis de violencia y humor negro.

Víctor Ward, mánager de un club nocturno de Nueva York, pasa sus días organizando la inauguración de un nuevo local y verificando que todas las celebridades que invitó asistan al evento.

Un día, Ward recibe la llamada de F. Fred Palakon, un misterioso personaje que se encuentra en busca de su exnovia. De este modo, Víctor Ward se involucra con una red de terroristas que fingen ser estrellas del mundo de la moda para pasar desapercibidos.

Como dato curioso, en esta novela desfilan personajes del universo literario de Bret Easton Ellis, como Patrick Bateman de American Psycho.

Lunar Park (2005)

Esta es, quizá, una de las mejores novelas del autor y una gran mentira. En ella, Easton Ellis narra una biografía ficticia de su propia historia.

En esta rama alternativa, el escritor Bret Easton Ellis tiene un hijo y le llega la fama cuando todavía se encuentra estudiando en la universidad. Fiestas glamourosas y millones de dólares llenan sus días, hasta que el protagonista decide poner punto final a esa vida y empezar de nuevo.

Afincado en un barrio residencial de ensueño junto a su familia, en una noche de Halloween, Bret Easton Ellis cree ver a uno de sus personajes más temibles conduciendo un auto y alguien le dice que una muñeca en su casa ha cobrado vida.

Las cosas van a peor cuando se entera de que una serie de asesinatos de niños de la edad de su hijo han ocurrido cerca de su casa. Sin duda, una novela en la que ficción y realidad se mezclan para borrar la existencia del propio autor.

Blanco (2020)

Luego de haber transitado por el universo literario de Bret Easton Ellis, aterrizamos con este libro en sus memorias, despojado de técnicas y engaños narrativos. Es decir, el autor al desnudo.

El libro recorre su infancia, su controvertida carrera literaria, así como los personajes y hechos ocurridos entre los 60 y 80 que marcaron su vida. Sin embargo, el libro no permanece únicamente en la orilla del recuento de experiencias.

A través de estas, Easton Ellis realiza una crítica al presente, especialmente a la autocensura impuesta por la sociedad, preguntándose cómo es que llegamos a este punto, a lo largo de los años.

El gabinete del Dr. Seuss

El 2 de marzo de 1904 nace Theodore Seuss Geisel (conocido mundialmente bajo el pseudónimo de Dr. Seuss) escritor y caricaturista estadounidense, autor de más de sesenta libros para niños y personajes entrañables. Aquí te dejamos un breve repaso de su vida y trayectoria literaria.

¿Quién no recuerda al problemático e iracundo Grinch? Tal vez te hayas preguntado quien creó al gato larguirucho a quien le decían El gato en el sombrero. Pues, todos ellos nacieron de la mente del prolífico Dr. Seuss. Sus cuentos, marcados por imágenes surrealistas, se caracterizan por tocar temas sensibles —cómo la problemática medioambiental o conflictos existenciales— sin perder la dinámica propia de la literatura infantil.

Por otro lado, el Dr. Seuss fue un orfebre de la palabra, Y es que sus constantes juegos de palabras, así como el uso constante de rimas y trisílabas, al día de hoy hacen casi intraducibles muchas de sus obras. El humor también es otro factor latente en su obra. De hecho, Seuss empezó su travesía literaria publicando artículos humorísticos en revistas como Vanity Fair, The Saturday Evening Post, Life y Liberty.

Su primera obra lleva por título Y pensar que lo vi por la calle Porvenir (And to Think That I Saw It on Mulberry Street) poema que se dice surgió cuando Seuss escuchó el ritmo del motor del barco en el que regresaba de un viaje por Europa en 1937. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el autor abandonó la temática infantil para dedicarse a elaborar caricaturas de corte político; terminado el conflicto, retomó la escritura de libros para niños, produciéndose así el auge de sus obras más conocidas.

Instalados en La Jolla (California), escribió sus trabajos más celebrados, tales como Si yo dirigiera el zoológico (1950), Súper huevos revueltos (1953), Si yo dirigiera el circo (1956) y ¡Cómo el Grinch robó la Navidad! (1957). En el caso de El gato en el sombrero, cuentan que esta obra nació luego de la que la revista Life publicase un reportaje en el que aseguraban que los niños de las escuelas se aburrían leyendo sus libros. Ante ello, el publicista de Seuss escribió 400 palabras que consideró elementales para el aprendizaje infantil. Luego, le pidió al autor que las redujera a 250 y que con estas escribiera lo que sería el relato de uno de los gatos más famosos de la literatura.

La creatividad del Dr. Seuss no tenía límites. Una leyenda narra que, en una ocasión, el editor y humorista Bennett Cerf hizo una apuesta con el autor, respecto a que no podría escribir una obra utilizando solo cincuenta palabras. Se cree que el resultado del desafío fue la obra Huevos verdes con jamón.

Muchas de las obras del Dr. Seuss han sido representadas en el teatro o llevadas a la pantalla grande. En 1991, el actor estadounidense Jim Carrey protagonizó la película de El Grinch. Por otro lado, en 2003, el actor Mike Myers encarnó al felino de El gato en el sombrero en el filme homónimo. Audrey Geisel, esposa de Seuss, no estuvo conforme con la adaptación de la película del gato, por lo que la secuela tuvo que ser cancelada. Por otro lado, el 2 de marzo del 2012, Universal Pictures e Illumination lanzaron el largometraje animado basado en otro de los personajes emblemáticos del Dr. Seuss: El Lórax.

La cocinita editorial. Analizamos «Lumen Christi», un cuento de Marco Fernández

No es lo mismo editar que corregir, y este espacio propone demostrarlo. Aquí, a partir de algunos textos cortos e inéditos de ficción y no ficción, nos ejercitaremos en la identificación de vicios retóricos y argumentativos dentro de cada párrafo. Todos están invitados a participar con sus publicaciones.

Por Carlos Chávarry Valiente

Resumamos lo que se va a encontrar aquí: un relato de ficción que, si bien tiene un inicio un tanto intrincado, se vuelve interesante conforme se desarrolla hasta llegar a un cierre certero. Esto último, el cierre, es lo que más justicia le hace al texto en sí, algo que explicaremos más adelante. Su autor, Marco André Fernández Risco, es comunicador, escritorha publicado Escala de grises, un libro de cuentos─ y exalumno de la Escuela de Edición de Lima. La versión original se puede encontrar aquí.

Lumen Christi

Las campanas de la iglesia repican inquietas. El resueno recorre los tejados en ruinas y desciende entre las callejuelas y la plaza dormida. Vencida la noche, se apodera del cielo un claroscuro; pronto alzarán vuelo las tórtolas, cantarán orgullosos los gallos galponeros y las campiñas recibirán el baño cálido del sol.

Junto con una ventisca, las campanadas penetran las entrañas de una de las tantas casas del pueblo de Orupe. Sobresaltada, Artidora abre los ojos. Le sostiene la mirada un cristo agonizante y de frio yeso que pende de una cruz, un poco más descascarado que ayer, pero con la divinidad intacta. Aparta el cobertor, se calza un par de chancletas, enciende una vela y la coloca sobre un pequeño altar. Junta sus manos y cierra los ojos. El viento se fortalece, como si alguien soplase a pulmón salido. La flama alumbra los pies del crucificado y provoca una penumbra tenue bajo los filos de unas estampitas.

Hilachas de agua se deslizan entre las grietas de sus mejillas. Se acomoda los rizos prietos, no hay mucho que embellecer en aquel rostro, en el cual caben todos los gestos, menos la sonrisa. Artidora sale del baño, hacia su habitación. Apoya la mano contra la pared; avanza, avanza, cada paso requiere su propio esfuerzo. Avanza, avanza, y la distancia entre ambos cuartos parece la de dos continentes.

La mañana ha tomado forma. Vientos recios mecen las copas de las palmeras que adornan la plaza. Se agitan las ropas de los tendederos y las ventanas se estrellan contra sus marcos. El canto de las pregoneras anuncia la salida de las primeras remesas de pan, los cuencos rebalsan de leche fresca y aparecen los primeros caminantes. Las campanadas de la iglesia resuenan otra vez. En el cuarto de Artidora, la llama de la vela es ya una lengua robusta. Nada que esté fuera de aquellos muros tiene sentido para ella. Es que el padre Humberto dice que solo un corazón silencioso y desentendido del mundo es capaz de escuchar al Señor. Pero, a veces se le olvida que creer en Dios supone también aceptar sus silencios.

El comentario

Es cierto que en un texto de ficción el autor puede permitirse enriquecer los detalles del contexto de los personajes todo lo que desee, y también es cierto que tiene licencia para alargar la introducción, pero en este caso específico ─y desde una apreciación muy subjetiva─ nos resulta demasiado extensa la enumeración de lugares. No es una regla en sí, pero muchas veces la descripción minuciosa ayuda a hablar de espacios inesperados o que cobrarán relevancia más adelante en el relato. Aquí, sin embargo, no parece cumplir esa función y, por el contrario, distrae de lo que debería ser un inicio poderoso que invite al lector a continuar. De hecho, cuesta identificar que se va a contar la historia de alguien llamada Artidora.

Para entender lo anterior, lo de cómo retratar lugares de manera puntual, utilizaremos un texto de no ficción ─queremos evitar comparaciones innecesarias─ de Martín Caparrós, quien tiene una frase bastante conocida con la que reseña un lugar tan árido y monótono como una metalúrgica: «Aquí, ahora, en este espacio enorme gris espeluznante hay rayos, fuego, truenos, materia líquida que debería ser sólida: el principio del mundo cuarenta y cuatro veces al día. Aquí, ahora, en este espacio de posguerra nuclear hay caños como ríos, las grúas dinosaurias, las llamas hechas chorro, sus chispas en torrente, cables, el humo negro, azul, azufre, gotas incandescentes en el aire, el polvo de la escoria, las escaleras, los conductos, los guinches como pájaros monstruosos, olor a hierro ardiendo, mugre, sirenas, estallidos, plataformas, calor en llamaradas, las ollas tremebundas donde se cuecen los metales». Uno lee esa descripción y prácticamente se puede ver la planta de fundición. Lo mejor es que el cronista argentino solo ha necesitado unas cuantas palabras para llevarnos a esa imagen.

Bloque 2

Artidora lleva varios días sin pronunciar palabra y contemplando únicamente la mirada moribunda de Cristo. Menea la cabeza y aprieta los dientes.

—Zambo so coudo, dice, casi en un susurro.

Un campanazo retumba en la habitación y ella se persigna tantas veces como puede. Le resulta imposible controlarse al pensar en su esposo Evaristo. El fuego de la vela continúa hinchándose, como si las plegarias y el recuerdo lo alimentasen. <<Zambo so coudo>>, piensa Artidora, tras concluir una salve por tercera vez. Es que su esposo no solo era un “so coudo”, sino “el cojudo”. Y, según ella, a los cojudos pertenece el reino de arriba.

Era un zambo de cabello blanco y rizoso, labios anchos, patilargo y de lomo encorvado. Un hombre hecho para el domingo, como solía decir el padre Humberto. Lo que nadie entiende es como un tipo de su talante tuvo tan mal ojo al momento de escoger una esposa. Pues, Artidora no solo tenía malgenio, sino que, además, era santera.

En un cuartucho, cerca de la plaza, Artidora recibía a los consumidos por el susto, el mal de ojo, o cualquier otra dolencia en el espíritu. Venían a buscarla de todos los rincones de La Milla: madres con niños llorones, solteras de pelo teñido, hombres sin trabajo que apestaban a mala suerte; avariciosos o bienechores, todos eran bienvenidos. Los que vivían cerca de aquel lugar aseguraban que la calle olía a flores rancias y que la santera acumulaba cuyes muertos en un corralón. A mitad de la noche, hacía una hoguera a las afueras del pueblo y quemaba los restos. Pese a todo, nunca se oyó decir que alguno de sus métodos fallase.

El comentario

En contraposición a los párrafos de inicio, con este bloque el autor ya entra de lleno a explicar la situación de los personajes principales, y lo hace de manera muy simple y precisa ─es decir, efectiva─. Se puede notar claramente la estructura que Marco André ha seguido: primero ─y con cierta dosis de humor─ explica los pensamientos de la protagonista Artidora, los que a su vez llevarán a la presentación del segundo personaje importante de la historia, Evaristo, para luego explicar el vínculo entre ambos y, en especial, el contraste que ellos representan ante los demás. En otras palabras, el autor concatena la información de una manera calculada pero nada forzada: todo en ese bloque fluye con naturalidad.

En este punto hacemos un pequeño salto dentro del texto ─la parte donde se explica cómo se enamoraron ambos personajes, y que también está narrada con propiedad─ para ir hacia lo que será el primer conflicto de la historia, el nudo que, a su vez, llevará a uno más grande.

Bloque 3

Una noche, mientras cenaban, Evaristo le pidió a su esposa que conversaran. Ella accedió de mala gana. Esperaba a un muchacho que aseguraba ser víctima de envidias y le había prometido una buena paga si lograba apartarle esa vibras. Evaristo siguió a Artidora hasta el cuartucho. Olía a hierbas, tierra húmeda y canela. Una bombilla pálida alumbraba el espacio y de las paredes colgaban santos y ángeles de rostros calmos y afeminados. Sobre un pequeño altar, dos cráneos eran velados. Artidora se sentó en un banquito y vertió un líquido amarillento con pétalos en una batea.

— Negita, quieo que tú me acompañe a misa, dijo Evaristo.

— ¿Qué tu tá loco?, mira, yo no te jodo con tu vaina de la glesia, no venga a moletame tú a mí, respondió Artidora y movió la batea para que se mezclasen las aguas.

—Pero, Doita, tienes que hablá con diosito pue, pa que sigas cuando a tus enfemitos y salves tu almita, dijo Evaristo e intentó acariciarle la mejilla. Ella lo apartó, dándole un manotazo.

—¿Y tú qué piensa? ¿Quel padecito ese va hace el milago? No seas buro, zambo so coudo. Acá la cosa es suelte, y lo que quiea la fotuna, no me venga con tonteas, dijo Artidora.

—Vamo pue negita, mira que no me guta que la gente hable mal de ti, pue, dijo Evaristo.

—Me impota tes pepinos ¿Qué haces caso tú, zambo coudo? Tú tas casao conmigo, no con la gente, respondió Artidora y tocaron la puerta.

¿Y si lo hubiese hecho tal como Evaristo decía? Artidora junta sus manos y agacha la cabeza. Solo necesita un milagrito. La flama baila al paso del viento que mece las cortinas y las estampas del altar. Las campanas otra vez. Artidora se levanta. Avanza, muy despacito, avanza hacia la ventana, segura de que algo sucede afuera.

Evaristo insistió. Ella lo amenazó con ponerle agua de raíces en su café, si no dejaba de hostigarla con eso de que fuese a la iglesia. Además, los domingos dormía hasta pasadas las ocho y las consultas de la semana la dejaban cansada. En cambio, Evaristo se vestía de gala ni bien amanecía. Un saco raído, una camisa amarillenta, que en algún tiempo debió ser pulcra y brillosa; un pantalón con tantas costuras como cicatrices tiene un acuchillado, y un par de zapatos de cuero opaco. Antes de salir, se acercaba a Artidora para darle un beso en la mejilla.

—Quita, quita, zambo fatidioso. Ande a baré la glesia con el cua, decía Artidora.

—Ahí te voa llamal, mi negita mocha, mocha, respondía Evaristo.

El comentario

Si seguimos la línea estructural del relato, notaremos que el autor introduce con equilibrio un diálogo ─quizá un poquito extenso─ para dar luces sobre el conflicto que servirá de telón de fondo de todo lo que se viene: la protagonista no solo se niega a ir a la iglesia a causa de sus creencias, sino que ─y aquí Marco André lo sugiere de manera muy sutil─ desprecia a su esposo por tenerlas y no obtener nada tangible ─rentable, un beneficio económico─ de ellas. Con este bloque, el autor muestra las motivaciones psicológicas y espirituales de Artidora y Evaristo sin necesidad de dar descripciones abstractas o subjetivas. Es decir, deja que los personajes se expliquen con sus propias palabras y reflexiones, algo que los lectores siempre agradecemos.

Otro detalle clave: el autor hace mención a la presencia de velas encendidas a lo largo del relato, y no dejará de señalarlas casi-como-quien-no-quiere-la-cosa, lo cual es muy importante porque, en algún punto, esas velas flameantes tendrán un efecto impredecible dentro de la historia. Ese recurso, que aquí está muy bien manejado al mantenerse constante en el texto sin ser demasiado ostentoso, también ayuda a que el lector visualice los ambientes donde se desenvuelven los personajes.

Por otro lado, si bien se entienden los intentos de realismo en el habla de los personajes, como autores también debemos ser cautelosos para no resultar machacantes y agotadores. En esa línea, es posible pulir el estilo que tiene Artidora y Evaristo para comunicarse y no insistir tanto con el recurso de recortar las palabras: este, al final de cuentas, no es más que un truco para que las frases suenen realistas, pero se requiere utilizarlo con precaución, pues de lo contrario hasta podría parecer que nos regocijamos en los estereotipos, lo que nos haría perder la autoridad necesaria como narradores ante el lector.

Bloque 4

Sin su compañero, Artidora terminó consumiéndose. No le quedaban fuerzas para responder a quienes la culpaban por la muerte de Evaristo, especialmente a los que aseguraban que Dios lo había premiado arrancándolo de su lado. Acudía a la iglesia todas las mañanas, pero al igual que ahora, no sabía cómo dirigirse ante los santos o a la más simple de las estampas. Cogió sus ahorros y compró la imagen del crucificado. Pensó que a Evaristo le hubiese gustado tener a su jefe en casa. A lo mejor, de ese modo aprendería a rezar y todo sería más fácil. Y, así continuó, hasta que la artritis devoró sus fuerzas.

Las campanas, repican, repican, repican.

¡Mochita, mochita! Sal, Doita, sal que tenemos que rezal a papalindo.

Y comprende que, mientras viva, tendrá que consolarse con esas campanadas, imaginando que es Evaristo quien la llama, ese hombre que solo buscaba salvarle el alma y enseñarle a conversar con Dios. Repican, repican, repican las campanas. Artidora junta las manos, “esponde, dioito”. Y, con esa sola esperanza, Artidora se persigna. Es un bonito día.

Sal, Doita, sal que tenemos que rezal a papalindo.

La flama de la vela ha consumido al crucificado, las estampitas, el altar y llega hasta la cama.

 El comentario

Aquí hacemos otro corte en la historia y nos vamos hasta el último bloque de párrafos. El recurso de apelar a frases sueltas de una sola línea ayuda muchísimo para graficar los picos que afloran en la conciencia de Artidora: no necesitamos saber todos sus pensamientos, solo aquellos que la torturan y la hacen arrepentirse de su forma de ser (y querer). De la misma manera, y luego de tener párrafos de varias líneas, el autor recurre a un cierre de una sola frase, corta y directa, lo que le da fuerza a la historia porque sugiere lo que sigue a continuación, y al mismo tiempo le otorga elegancia, porque ya no necesita narrar más de lo necesario.

Solo para terminar, una sugerencia que podría servir al autor es que intente recortar sus frases: sus historias ya son lo bastante potentes como para distraer al lector con párrafos largos. Mucho de lo que narra se podría escribir en corto, con economía de palabras. Esto le ayudaría a darle mayor énfasis a la composición de sus oraciones. Si Marco André Fernández hiciera este ejercicio, el texto original podría ahorrarse entre una página a página y media, aproximadamente.

Hasta aquí llegamos con el análisis del relato. Los invitamos a que ingresen al texto completo (el link está al inicio de esta página) para que puedan leer la versión original sin pausas.

No olviden que siempre pueden enviar sus publicaciones de ficción y no ficción para someter sus primeros párrafos a este breve ejercicio de edición. El correo de recepción de sus textos es [email protected]. Pueden enviarlos con sus nombres propios o seudónimos. Nuevamente, están todos invitados a participar, sea cual sea la edad y profesión.

Muchas gracias por la confianza. Revisa el ejercicio anterior: La cocinita editorial. Analizamos «Ceremonia», un cuento de Ana Akamine.

Una reseña sobre «Estos ensayos no tienen principio ni fin. Textos para perder la orilla sobre la obra de Jorge Eduardo Eielson», de Pamela Medina

Cesar Augusto López, docente del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, nos presenta una interesante reseña sobre la obra de la escritora Pamela Medina, quien a través de cinco ensayos intenta profundizar en la obra del poeta Jorge Eduardo Eielson.

Por Cesar Augusto López

Sin temor a equivocarnos, con las vanguardias, la pretendida relación directamente proporcional entre lenguaje y realidad fue puesta en cuestión de mil maneras. En ese sentido, la idea de representación o mímesis, en el burdo sentido de la imitación de la realidad fue minado, hecho trizas, porque se reconoció que los artistas siempre realizan variaciones con el material de sus producciones. La palabra, la pintura, la piedra, la madera, entre otros, y sus distintas junturas, serían suspensiones selectivas en torno a la inasible realidad. El arte no repetiría a las cosas ni serviría a fines políticos, tal como Platón indicaba, con no poco desprecio, sino que por su libertad pondría en tela de juicio una diversidad de cuestiones entendidas como inconmovibles. La fundación del arte moderno se ciñe a la expresión del artista, a su independencia y a la liberación de su práctica.

Sobre la base general que acabamos de explicar, intentaremos atender y entender el conjunto de trabajos, sobre Eduardo Eielson, que desplegaría Pamela Medina en Estos ensayos no tienen principio ni fin (Ediciones MYL, 2022). Valga aclarar que, fuera de los cinco textos, se cuenta con una presentación, agradecimientos y la respectiva bibliografía. En primer lugar, es importante destacar la factura del libro con su clara aspiración a ser un libro objeto y, por ende, un hecho estético. Sin duda, hubo un trabajo arduo en la construcción del mismo y el mayor valor del mismo tiene que ver con lo osado de su presentación en un espacio acostumbrado al academicismo como dejaría entrever la autora (p. 12). En otras palabras, el libro se revelaría ante la imposición o anquilosamiento de la formalidad universitaria, en resumidas cuentas. Definitivamente, esto se consigue con la forma del libro y con creces. Quizá ese es el objetivo principal del conjunto, tal como se anuncia en un epígrafe, tomado de Maurice Blanchot, en el que se menciona la relación entre lealtad metódica y claridad en los objetivos del libro. En otros términos, lo disruptivo o subversivo del libro tenga que ver con su forma como principal punto de apoyo a su crítica contra las limitaciones de los academicistas.

En el aspecto más saltante, Estos ensayos no tienen principio ni fin cumple con su razón de ser. No obstante, el contenido del texto adolece de ciertos principios básicos para abordar la obra de Eielson, tal como se lo propone o como pretende seguir en una expansión de la lectura y no de la literatura (p. 11). Así, se abandona el arte literario por un fin en que la letra desbordaría sus límites hacia otros campos de comprensión. Si la forma del libro clásico es desbordada, la cuestión de la letra no consigue compaginarse con ese deseo, desde la discusión que propusimos al inicio de nuestra reseña. El peso de la representación, como premisa de reflexión, de una u otra forma, vencería. Pero citemos in extenso:

El problema de expandir la lectura, y no de expandir la literatura, es que, en la relación entre la obra de un autor y su estudioso, o entre el lenguaje y el metalenguaje, solo nos hemos fijado en cuarto que el creador desordena, pero no en los pasos que intentan recomponer ese desorden que antes era orden o de ese orden que antes era desorden […] dudo mucho que la compleja obra de Eielson sea solo un objeto de estudio o admiración. Es, en realidad, la forma de entender un problema, que afecta a nuestros modos de leer y comprender… (pp. 15-16)

Fuera de lo enrevesado que puede ser el pasaje citado —no es el único, ya que el texto está plagado de muchos de estos y bastante oscuros, sobre los que faltó, con certeza, trabajo de edición—, queremos enfatizar que Medina busca reconstruir un proceso creativo que, al parecer, no ha sido tomado en cuenta. Sus ensayos, según entendemos, atienden al meollo del caos previo al objeto estético «eielsoniano». Sin embargo, aquello que se desprendería de su propuesta no va más lejos o no nos descubre nada en torno a los productos artísticos, puesto que son formas de entender o atender problemas y afectarían nuestra cognición; nuestra percepción del mundo. El arte, hace mucho tiempo, anda desprendido del ánimo cientificista o de la contemplación griega; el arte es en sí mismo una dimensión crítica por la exploración de sus materias, los cuales, en su ordenamiento estético, pondrían, inevitablemente, en tela de juicio la realidad.

Lo que acabamos de decir, es que el texto aún depende de una mirada conservadora del arte, porque incluso emplea la palabra «estético» como bello (p. 24) y no como sentir. De aquí nuestra observación inicial y nuestra concordancia con Eielson, más que con su estudiosa. A partir de lo mencionado, es posible que el lector pueda sentir una clara tensión en el discurso y en el proceso argumentativo de los ensayos, pero esto no tiene que ver con la obra del artista estudiado, sino con los límites de fondo que son el punto de partida del contenido del libro. Tenemos expuesta una visión poco problemática del arte y un autor que problematiza el mismo, pero desde los campos estéticos que transita.

Por este motivo, bajo su condición de entendimiento, la autora piensa el poema como ecuación (p. 33), a sabiendas de que la existencia de esta última parte del reto de la resolución. No se plantean problemas matemáticos para no convertirse en retos de explicación, contrario al poema que no anda interesado en ello. Al fin y al cabo, la palabra poética «no crea ni ordena o media, al contrario, permuta, desarma, confunde y escamotea lo que representa» (p. 26).

Repetimos que ni siquiera representa, en consonancia con la premisa de esta reseña. Incluso, se afirma que la poesía sería un puente entre matemática y lenguaje (p. 40). Podemos estar de acuerdo, pero también sucede lo mismo con otras disciplinas estéticas e, incluso, no estéticas. Se matematiza la poesía en el ensayo, pero ¿no será que la matemática se poetiza en realidad como se podría hacer lo mismo con la economía o la química? Hasta donde puede llegar nuestro entendimiento, el poema trastoca realidades, más que lo inverso. Cuídese, lo que afirmamos, de que las ciencias no tengan un grado de poeticidad, una estética particular. Eso también es obvio, por la necesidad de la metáfora en su explicación de realidades complejas.

Otro de los asuntos que se abre a la problematización en el libro es el estatuto de lo ontológico y su localización en la poética de Eielson (p. 53). Este tema requiere una batería potente de explicaciones y justificaciones, las cuales no se presentan. Por ende, el proceso interpretativo acumula una gran cantidad de términos y usos que pueden confundir al lector por la velocidad y poca minucia con las que se presentan. Incluso existe una confusión conceptual cuando se menciona al demiurgo, artesano por excelencia, y se le coloca como inferior a un editor, el cual se presenta con el mismo estatuto de aquel que trabaja de cerca con su material para, casi inmediatamente, saltar hasta el poeta como programador. Medina explica así: “Difícilmente, el poeta demiurgo podría ver sus poemas como siluetas sobre el papel o sus versos teñirse de amarillo” (p. 54). Al parecer, se nos presenta un demiurgo poco dispuesto a la labor manual cuando es todo lo contrario, si revisamos un poco el Timeo. Pero podemos estar equivocados, el asunto de fondo es que la ensayista no coloca una referencia a su afirmación, lo cual nos permite discrepar con ella.

En el tercer ensayo, sobre la novelística del autor, o el ensayo cuatro, sobre la corporalidad o la propuesta final, sobre la ensayística eielsoniana, siempre se rodea el asunto ontológico no sin ciertas contradicciones básicas, ocasionadas por un punto de vista clásico contra una clara exploración de las formas, tanto en el libro como en su razón de ser, la creación de Jorge Eduardo Eielson. Esto implica que, para cuestionar rotundamente un estamento, entiéndase el intelectual o, peor aún, el intelectualista, es necesario demostrar un manejo solvente de sus limitaciones; unas que ya fueron apuntadas a inicios del siglo XX, pero que Medina parece no reconocer como verdadera fuente de su postura y que solo roza de vez en vez.

Bajo lo mencionado, las oscilaciones o lo indecible de los ensayos no sería producto de un desprendimiento y riesgo interpretativo, sino las tensiones que se generan por no cruzar bien a la otra orilla de lectura que se nos propone. Vaste indicar la consideración de que la matemática (!) corporalizaría a la poesía (p. 54). Idea muy polémica, pero que no sería sospechosa, si hubiera un buen punto de partida en contra de la tradición representativa (término que se repite mucho en el quinto movimiento del libro) y jugara como Eielson hacía con la palabra. De esta forma, no encontraríamos una conclusión final que brilla por ser evidente (p. 155), sino una que se encuentre a la altura de la conformación material, muy elogiable, del conjunto de ensayos que el lector, más que nosotros, sabrá juzgar.

Cinco libros esenciales para celebrar a Alfredo Bryce Echenique

Hoy, el autor de Un mundo para Julius cumple 85 años. Es considerado como uno de los máximos representantes de la narrativa peruana, siendo sus historias retazos de humor, picardía y ternura. Lo recordamos con un recuento de sus mejores trabajos.

Un mundo para Julius

Sin lugar a duda, su obra más celebrada. Tras su publicación en 1970, el poeta Pablo Neruda señaló: «Con esta novela, Bryce Echenique entra al ruedo elegantemente vestido de luces, con una espada muy fina y con un corazón tan grande como el Perú».

La historia es una crítica mordaz a la alta clase limeña y a sus características predominantes como el racismo. A través de los ojos de Julius, un niño que crece solitario en una mansión de la avenida Salavery, se devela un mundo de apariencias, lleno de correrías y situaciones que el pequeño Julius irá conociendo mientras crece.

La vida exagerada de Martín Romaña

Consolidado en aquel entonces como uno de los escritores más importantes del Perú, así como heredero del famoso Boom latinoamericano, Bryce ofrece en esta una de sus obras mayores. Martín Romaña es un peruano que comparte su vida entre Lima y París, con el único deseo de convertirse en escritor.

De este modo, empezará con la redacción de su famoso «Cuaderno azul de navegación», en el que rescata diversos pasajes de su vida como los eventos de Mayo del 68, su militancia en un partido procomunista, su admiración por César Vallejo, su desencanto por París y su encuentro mágico y fatídico con Octavia de Cádiz, por quien empezará la redacción de su «Cuaderno rojo de fatídica navegación».

El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz

Continuación directa de La vida exagerada de Martín Romaña, narra la obsesión de Martín por los héroes de antaño y por el amor de Octavia de Cádiz, una muchacha que pretende convertirse en su alumna en la Universidad de Nanterre, al enterarse que allí enseña un profesor que en vez de dictar sus clases las lleva grabadas.

No me esperen en abril

Se dice que esta obra vendría a ser la culminación de Un mundo para Julius, debido a ese sentimiento nostálgico de un país oligárquico a punto de implosionar. Muchos pasajes de la obra están basados en la vida del mismo Bryce, como su expulsión del Colegio Santa María Marianistas. Destacan en la historia diversos personajes como el protagonista Manuel Sterne (Manongo), Teresa Mancini, Teddy Boy, Adán Quispe, Tyrone Power, entre otros.

El huerto de mi amada

El título de esta novela fue tomado de un vals compuesto por Felipe Pinglo, uno de los máximos exponentes de la música criolla. Una comedia romántica digna de la pluma hilarante de Bryce Echenique. Carlos Alegre se enamora de Natalia de Larrea, en una fiesta familiar de los Alegre de la que ambos se fugan para vivir en la casa de campo de ella.

En medio de situaciones cómicas (y en ocasiones, absurdas), la historia narra las consecuencias de este episodio, ya que la fuga de Carlitos con Natalia ha escandalizado a tal punto a sus familias, que el padre del muchacho piensa denunciar a la chica por corrupción de menores. De este modo, ambos deberán tejer diversos planes para salvaguardar la pasión que viven.

Los escritores también se enamoran

Muchos autores escribieron sus propias historias de amor, algunos con un final feliz y otros no tanto. Por San Valentín, te dejamos una lista de las parejas más célebres de la palestra literaria.

Paul Auster y Lydia Davis

Autor de obras entrañables como Diario de invierno y La invención de la soledad, Auster contrajo matrimonio con Lydia Davis, narradora y autora de cuentos cortos. Lamentablemente, se separaron en 1977 y, cuatro años después, Auster volvería a casarse, esta vez con la poeta y novelista Siri Hustvedt. Al día de hoy, permanecen juntos.

Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti

Considerados como parte de los escritores más importantes de Latinoamérica, el romance que vivieron fue uno de los más controversiales. Se dice que cuando Onetti conoció a la poeta, estaba casado, por lo que entablaron una relación de amantes. Vilariño declaró en una ocasión que su vínculo con Onetti fue «la más difícil e imposible». Incluso, refirió que pese a los momentos compartidos, jamás llegó a conocerlo, por lo que la relación no prosperó.

Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir

Se conocieron en París, en octubre de 1929, donde se enamoraron profundamente. Filósofos ambos, mantenían una estrecha colaboración intelectual, al margen de una relación que, para aquella época, era considerada escandalosa y poco convencional. Sartre y De Beauvouir no se casaron, por el contrario, decidieron mantener una relación abierta, con amantes en ambos lados. Pese a ello, se amaron hasta el final. Se dice que la muerte de Sartre dejó devastada a su pareja, al punto de que lloraba todos los días al no saber afrontar la soledad.

Vladimir Nabokov y Vera Slonim

La relación entre ambos estaba tan compenetrada que Vera respondía a los editores en nombre de Vladimir y atendía sus llamadas y correspondencia personal. Asimismo, escribían juntos un diario. Asimismo, Vera Slonim se convirtió en su biógrafa y, gracias a ella, es que la novela Lolita sobrevivió al fuego y la destrucción. Escribían y se corregían entre ambos, por lo que algunos allegados a la pareja creían que la verdadera escritora era Vera y no Nabokov. El mismo autor declaró en una entrevista que no habría sido capaz de escribir ni una sola obra de no ser por la asistencia infatigable de su esposa.

Mary Shelley y Percy Byshee

Una de las historias de amor más dulces. Shelley destacó tras la publicación de Frankenstein, su obra maestro, lo cual dejó relegado a Byshee, su esposo y poeta. Sin embargo, lejos de desanimarse, Byshee animó a su pareja a seguir el ascenso de su carrera literaria y, tras su muerte, Mary Shelley se dedicó a editar y publicar gran parte de su obra, a parte de citarlo constantemente en sus trabajos. Un amor que fue más allá de las páginas.

Consejos del maestro Cortázar a un fanático del cuento

El 12 de febrero de 1984 fallece Julio Cortázar, uno de los escritores más importantes de la literatura latinoamericana del siglo XX. A cuarenta años de su muerte, muchos escritores continúan admirando sus concepciones respecto al cuento. Si eres de los que componen relatos cortos, aquí te dejamos diez consejos de Cortázar que seguramente te brindarán nuevas luces en la ardua batalla por dominar la técnica del cuento.

1. No hay leyes para escribir un cuento, solo puntos de vista.

Según Cortázar, los cuentos no están regidos por teorías, leyes o cualquier otro patrón narrativo. A lo mucho, refiere que solo existen distintos métodos y formas personales de abordarlos, lo que equivale a la suma de diferentes puntos de vista.

2. El cuento siempre tiene una unidad de impresión de una historia.

«Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el “clímax” de la obra, en una fotografía o en un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sea significativo».

3. A diferencia de las novelas el cuento debe ser contundente.

De este consejo nace la mítica frase pugilística-narrativa de que «mientras la novela gana por rounds, el cuento debe ganar por Knock out». Incluso, Cortázar incide en que los cuentos deben marcar buenos golpes desde el inicio, sin lugar a relleno o elementos decorativos.

4. En un cuento solo existen los buenos y malos tratamientos.

Cualquier tema es válido para un cuentista, siempre y cuando sepa como abordarlo. Por ello es que Cortázar asegura que en la literatura no existen temas o buenos o malos, sino que todo depende de cómo lo trata el cuentista: la dirección por donde llevará la historia, los personajes, la voz del narrador, entre otros aspectos. Incluso, el autor refiere que «Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes».

5. En un buen cuento se deben de saber manejar tres aspectos: significación, intensidad y tensión.

«El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo (…) La idea de significación no puede tener sentido si no la relacionamos con las de intensidad y de tensión, que ya no se refieren solamente al tema sino al tratamiento literario de ese tema, a la técnica empleada para desarrollar el tema. Y es aquí donde, bruscamente, se produce el deslinde entre el buen y el mal cuentista».

6. El cuento es un mundo propio.

La esencia de la literatura. El autor como creador de mundos particulares que existen únicamente para el desarrollo de los personajes y la historia. Un mundo hecho de palabras que el buen cuentista sabe domar y hacer creer a su lector.

7. El cuento debe tener vida.

Vinculado al sexto consejo. Cortázar manifiesta que al crear un cuento intenta desembarazarse de este para que tenga vida propia, de modo que sea el lector quien explore ese mundo y lo convierte en una realidad.

8. El narrador no debe dejar a los personajes al margen de la narración.

«Siempre me han irritado los relatos donde los personajes tienen que quedarse como al margen mientras el narrador explica por su cuenta (aunque esa cuenta sea la mera explicación y no suponga interferencia demiúrgica) detalles o pasos de una situación a otra».

9. Lo fantástico de un cuento solo se logra con la alteración de lo normal.

La creatividad, la fantasía que parte de una realidad alterada. Sin embargo, Cortázar hace hincapié en que el problema está cuando se suplanta la realidad por completo, olvidando las reglas que la rigen para suplantarla con un «cotillón sobrenatural» en todo el escenario.

10. El oficio del escritor es imprescindible para escribir buenos cuentos.

Cerramos esta tanda de consejos con uno de los planteamientos más importantes de Cortázar: «(…) es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre muchas otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con sus circunstancias de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse este secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión… tanto la intensidad de la acción como la tensión interna del relato son el producto de lo que antes llamé el oficio de escritor».

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Sobre escritores, manías y costumbres

Cada autor maneja su propio ritmo de escritura, sus propios métodos, sus propias concepciones del oficio. A continuación, te les presentamos unos cuantos testimonios de escritores respecto a cómo afrontan el momento de escribir.

Mario Vargas Llosa

«Trabajo de una manera bastante disciplinada. Escribo todos los días, por lo menos me encierro frente al escritorio unas seis horas u ocho horas, depende como vaya el trabajo. Pero, en principio lo hago todos los días, de lunes a sábado, casi como un oficinista (…) Las mejores horas para mí son siempre las primeras, cuando comienza el día, esas son las horas más fértiles y en las que trabajo mejor. Después ya se me va haciendo todo cuesta arriba y nunca he podido escribir en las noches, por ejemplo. En las tardes o en la noche tomo notas, reviso y preparo un poco el trabajo del día siguiente. Me cuesta mucho trabajo retomar lo que escribo. Si es que lo interrumpo por unos días o por unas semanas después me resulta muy difícil. Generalmente el comienzo de una novela es muy dificultoso, tengo una gran inseguridad, muchas dudas y es la parte más fastidiosa. Una vez que tengo un borrador más o menos terminado, entonces, sí, el trabajo resulta muy excitante, dedico muchas más horas y ya tengo una confianza mucho mayor. Para mí, lo que resulta maravilloso de mi trabajo es ese momento en el que ya la historia parece tomar forma y comienza a tener una vida propia».

Juan Carlos Onetti

«Yo escribo por ataques: a veces me paso meses y meses y no se me ocurre nada. Pero siempre sé que va a volver, que siempre volverá. Y vuelve: en el momento más inesperado el tema llega y lo domina a uno. Cuando se pone a buscar el tema, como hacen algunos que no quisiera nombrar, pensando que está bien escribir esto y mal esto otro, entonces uno no es un artista. Podrá ser un correcto escritor, pero no un artista (…) La paz es necesaria para el escritor… Es malo estar angustiado por lo que pasa cada día. Escribir en estas circunstancias puede ser peligroso en cuanto lleva a dos posturas: o cruzarse en brazos y romper la pluma, o caer en el panfleto. Es una defensa pasiva o activa».

Gabriel García Márquez

«Lo he dicho varias veces (sobre el lugar ideal para escribir): una isla desierta por la mañana y la gran ciudad por la noche. Por la mañana, necesito silencio. Por la noche, un poco de alcohol y buenos amigos para conversar. Siempre tengo la necesidad de estar en contacto con la gente de la calle y bien enterado de la actualidad. Todo esto corresponde a lo que quiso decir William Faulkner cuando declaró que la casa perfecta para un escritor era un burdel, pues en las horas de la mañana hay mucha calma y en cambio en las noches hay fiesta».

Haruki Murakami

«Lo primero que requiero cuando me pongo a escribir es silencio. Ni siquiera echo mano de música de fondo, excepto cuando escribo otra cosa, algo no literario (…) En casos como este, suelo decantarme por la música clásica, más que por el jazz o el rock. Cuando no escribo mis propias obras, me dedico a traducir, algo que es muy bueno mientras espero: sí estoy escribiendo, pero no es mi propia novela».

Enrique Vila-Matas

«Para escribir un nuevo libro, siempre necesito entrar en conflicto con el anterior. Me ha pasado mucho en los últimos veinte años: al terminar una de esas novelas que acostumbraba a conducir a un cul de sac y ponían muy difícil la puesta en marcha de un siguiente proyecto, los amigos me preguntaban qué iba a hacer después de haber llegado a aquel callejón de salida. Me parece haber descubierto que escribo novelas para, al final de las mismas, iniciar lo que de verdad me interesa: desarrollar una esforzada y heroica búsqueda de una salida de ellas, un nuevo objetivo, que siempre acaba siendo el mismo. En la inevitable sesión de preguntas que sigue a la presentación del nuevo libro, una señora quiso saber cuándo dejaría de escribir sobre lo mismo. «Cuando me salga bien», le dije».

Richard Ford

«No creo en la esencia en lo que concierne a la literatura. Punto. Ésa es una noción platónica que simplemente nunca he seguido a la hora de describir con precisión la experiencia humana. En cuanto a eliminar o borrar, no borro mucho. Con cada golpe intento evaluar la importancia de todo lo que elijo poner en la página. Así que no necesito borrar mucho. Como sucede en la vida, cada cosa de cada frase no puede ser algo significativo. Pero el todo, al menos para mí, sí debe ser significativo. Así que intento negociar las cosas menos importantes que inevitablemente deben estar presentes para poder resaltar las más importantes (…) Nunca sé con mucha certeza cuál será la próxima palabra que escriba. Hago planes e intento seguirlos, pero, aún así, la escritura palabra por palabra siempre es sorprendente».

Stephen King

«En mi caso, el horario está bastante claro. Dedico las mañanas a lo nuevo, la novela o cuento que tenga entre manos y las tardes a la siesta o a la correspondencia. La noche pertenece a la lectura y la familia, a los partidos televisados de los Red Sox y a las revisiones más urgentes (…) Cuando he empezado un proyecto no paro, y sólo bajo el ritmo si es imprescindible. Si no escribo a diario empiezan a ponérseme rancios los personajes, con el resultado de que ya no parecen gente real, sino eso, personajes. Empieza a oxidarse el filo narrativo del escritor, y yo a perder el control del argumento y el ritmo de la narración. Lo peor es que se debilita el entusiasmo de crear algo nuevo; empiezas a tener la sensación de que trabajas, sensación que para la mayoría de los escritores es el beso de la muerte».

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