Luis Miguel Espejo, docente de la Escuela de Edición de Lima y del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, reflexiona acerca de dos conceptos que si bien pueden ser considerados como cuestiones menores están muy presentes en el quehacer diario del redactor.
Son comentarios entre amigos, entre profes y alumnos, en la calle: «Fulanito o Menganita escriben bien» y «Fulanita o Menganito escriben bonito». A veces así, indistintamente, como quien prefiere no elegir entre las dos opciones. ¿Bueno o bonito? ¿Cómo funciona esta distinción, si acaso la hay? ¿Cuándo aplicamos la categoría ‘bueno’ en redacción de textos? ¿Y qué calificamos como ‘texto bonito’? ¿Son lo mismo, algo parecido o entendemos en el fondo que se trata de dos apreciaciones distintas? Esta es una breve exploración (y reflexión) sobre estas dos palabritas tan presentes en la lengua coloquial, pero no siempre tan claras cuando nos referimos a la lengua escrita.
Lo primero que me atrevo a postular es que tanto ‘bonito’ como ‘bien’ comparten rasgos positivos. Se distancian de lo malo. Se ubican en el hemisferio óptimo del quehacer humano. Pero también es cierto que ambos términos dependen de la percepción de las personas, de los valores y, en última instancia, de su subjetividad. Y recordemos que las percepciones cambian con el tiempo. Por tanto, me animo a decir que es muy difícil aplicar estas categorías como si fueran absolutos. En suma, es complicadísimo ser objetivos.
Si calificamos a Moby Dick como un texto bueno por su profundidad, su maestría en los diálogos o la configuración psicológica de sus personajes, no estaríamos faltando a la verdad. Es una buena novela. ¿Y si aplicamos ‘bonita’? ¿Sentiríamos algo distinto? Hagamos la prueba: «Moby Dick es una novela bonita». ¿Acaso no parece que esta obra maestra hubiera bajado un escalón en el ránking de calificaciones?
Dejemos las obras y pasemos ahora a las personas. ¿J.K. Rowling escribe bien o bonito? ¿Y Ricardo Palma, bien o bonito? ¿Y Agatha Christie? ¿Arlt? ¿Arguedas…? Como podemos ver, estas dos categorías dependen de nuestras percepciones, y de nuestra experiencia con el estilo de los autores.
Antes de entrar en el fondo de esta reflexión, es pertinente recordar que ambas palabras, ‘bueno’ y ‘bonito’, están emparentadas. Originalmente, ‘bonito’ se construyó como un diminutivo de ‘bueno’; sin embargo, ya desde el siglo XVI el significado de cada palabra se había distribuido en esferas diferentes. De este modo, ‘bueno’ quedó en el reino de la moral y ‘bonito’, en el de la estética. Por tanto, en el habla coloquial normalmente usamos el término ‘bueno’ como calificativo de las cualidades morales y reservamos ‘bonito’ para los criterios estéticos, aunque es cierto que muchas veces ambos significados se diluyen y hasta se confunden.
Uno de mis maestros nos llamaba la atención respecto de esta distinción, y usaba para sus ejemplos la lengua italiana y la culinaria: una bella mangiata se refiere a lo que, en castellano, en cambio, llamamos una buena comida. En los dos casos nos estamos refiriendo a lo mismo, pero los hispanohablantes damos preferencia a un criterio moral, y los italianos, a uno más cercano a la belleza. Las explicaciones históricas y culturales de estas preferencias escapan al tema de esta nota, pero no dejan de ser interesantes para cualquier mente curiosa e indagadora.
En mis clases en la Escuela de Edición de Lima suele surgir la consulta sobre cómo escribir bien. Yo suelo rehuir de términos como ‘lo bueno’ y ‘lo malo’, y recomiendo a los alumnos interesados a buscar las respuestas en el ámbito de la ética. Para la redacción, yo animo a los alumnos a que reflexionen sobre esta distinción y prefiero que se concentren en la búsqueda de una expresión clara y limpia. El objetivo de la redacción está en la comunicación efectiva, en encontrar el modo de plantear nuestras ideas, opiniones, deseos, etcétera, a un público que no tendremos al frente cuando nos lean. Adelantarse a las dudas de los lectores, organizar la información adecuadamente y adecuar las palabras a nuestra audiencia es de suma importancia para lograr esa comunicación efectiva. Por supuesto, a estas labores se les puede «condimentar» con recursos retóricos, ornamentos de la lengua y otros chispazos de genialidad lingüística, pero en esencia, los cursos de redacción de la Escuela apuntan a lograr una expresión esencialmente clara y ordenada. Así, nuestro público podrá comprender nuestra intención a la primera lectura.
Nota aparte: Existe actualmente una discusión sobre el uso apropiado del superlativo de ‘bonito’ (‘bonitísimo’), que muchos desaprueban y otros defienden. Es cierto que suena raro, pero se trata solo de una palabra, como cuando pronunciamos palabras como esternocleidomastoideo o capsaicina muchas veces: al final, ya no suenan tan raras, ¿verdad?