fbpx

Un curso para hacer de la palabra escrita la mejor carta de presentación

La Escuela de Edición de Lima y el Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos lanzan un curso que potenciará tus habilidades y destrezas de escritura, lo cual te permitirá elaborar textos correctos en todos los registros. Conoce todos los detalles en el siguiente artículo.

Uno se pregunta para qué perfeccionar la redacción si el trabajo que ejercemos —y donde nos movemos— dista mucho del ámbito de las letras. ¿Para qué conocer las reglas si tengo personas que hacen ese trabajo por mí? ¿Cuál es el uso práctico de la buena redacción? Pues bien, el Curso Integral de Escritura Eficaz (CIEE) está diseñado precisamente para atender estas y otras dudas, para que puedas desenvolverte con la palabra escrita de forma correcta en todo momento.

Esta asignatura está dirigida a todos los profesionales y estudiantes hispanohablantes que busquen perfeccionar sus técnicas de redacción, lo cual ayudará a plasmar lo que realmente se quiere decir en un escrito. Para lograr los objetivos, será necesario adquirir una serie de herramientas que te dotarán de la experiencia necesaria.

A lo largo de 160 horas teóricas y prácticas, comprenderás que una buena redacción es la mejor carta de presentación en todo ámbito, sobre todo el laboral, así como un recurso capaz de brindar soluciones en diversos momentos. A través del análisis de bibliografía especializada y el desarrollo de casos prácticos de redacción, obtendrás una base concreta sobre la cual aplicar la normativa castellana y la creatividad, elemento indispensable en todo proceso de escritura.

¿Estamos en la capacidad de redactar un texto sólido y coherente? Definitivamente, todos podemos aprender. Es así que este curso te permitirá conocer de primera mano los elementos que componen el proceso de escritura, interiorizándolos y adaptándolos a tu proceso personal.

El Curso Integral de Escritura Eficaz cuenta con diez materias, dictadas a lo largo de cinco módulos, de dos meses de duración cada uno. El CIEE se impartirá de manera sincrónica (en línea y en directo) a través de nuestra plataforma virtual.  

Para más información puedes contactarte al siguiente enlace: wa.link/gb8ory. También puedes escribirnos a comercial@escueladeediciondelima.com y a comercial@cdeyc.com

Comunicación personal: letras a una joven correctora

El trabajo del corrector de estilo es una carrera de largo aliento. Por ello, Katherine Pajuelo Lara, docente de la Escuela de Edición de Lima, nos entrega esta comunicación para aquellos que busquen consejos y recomendaciones en torno al oficio de la corrección.

Estimada X:

Agradezco infinitamente tu tiempo y paciencia con mi artículo. Me permito tutearte por este medio, aunque creo que también se me escapó en los comentarios formales en el Drive, espero no te moleste. Me parecieron brillantes todas tus observaciones; me pregunto si cada sugerencia tuya fue espontánea o, como dices cargada de humildad, representó para ti un desafío. Estamos iguales: escribirlo fue todo un desafío para mí. Si bien tus sugerencias de cambio en el estilo eran magníficas (y también fueron muchas, muchísimas), mi respuesta a casi todas fue «Sugerencia no aceptada», y esto se debió a que si las aceptaba, ese texto iba a dejar de ser mío. Una vez le dije a mi asesor de tesis que a mí me costaba mucho usar el estilo académico, peco de directa, quizás. Lo quiera o no, mi estilo en formación me ha hecho batallar en la redacción de mi tesis; no se escribe de la noche a la mañana, cuesta. A ti, sin embargo, como a él, te sale natural. No obstante, fuera de la tesis, me doy la libertad de vestir ideas con estructuras menos acartonadas.

En cuanto a las comas, esas cuya ausencia te espantaba (lo notaba) en las oraciones de orden envolvente, te diré que aprendí que había una puntuación cerrada y otra más flexible. Soy partidaria de esta última. Y es que con la literatura aprendí también que, en ocasiones, las comas estorban, que son como piedras en una acequia, bloquean la fluidez de las ideas. Espero no haber sido una libertina con mi falta de comas al inicio de mis enunciados, pero, sabes, interrumpían. Sentía que (im)ponerlas porque era lo estrictamente correcto le restaba sentido —sí, sentido— a lo que venía después.

Sobre tu estilo de corrección, ahora me toca a mí, si me lo permites, darte mis sugerencias: 1) corrige lo necesario. Si un enunciado funciona sin coma, déjalo. Léelo y reléelo, fíjate el matiz que le da la coma o le quita, entonces sabrás si la dejas o no. 2) Evita dejar comentarios al autor. Hazlo solo cuando el texto corra el riesgo de no ser entendido o percibes que le falta información, que hay información errada o cuando sospechas que un fantasma malo copipegó párrafos de otro texto mientras el autor dormía. Solo lo puntual. Olvídate del «Sugiero que le agregue un espacio», «Sugiero que justifique», «Sugiero…», porque si sugieres, entonces es optativo y estaríamos frente a una lucha de subjetividades. Reduce tus comentarios a lo estrictamente necesario (ojo, yo también agrego comentarios) y corrige de frente, sin miedo, sin pedir permiso por aquello que realmente está mal. 3) No me parece prudente que corrijas en el Drive, porque se vuelve un espiral. Mientras yo te contestaba, tú ya me estabas respondiendo. En esa inmediatez, a ti o al autor se les puede pasar un comentario, porque él también querrá responderte al instante. Que tú respondas mientras el autor responde es un elemento distractor.

Por último, la sugerencia que siempre doy sin que nadie me la pida es leer. Lee. Lee literatura. Por lo general, los expertos en lengua que se dedican a la corrección son cuadraditos: la norma dice, blanco y negro, punto, sanseacabó. Lee con la intención no solo de disfrutar de las letras, sino también de entender; pregúntate por qué el autor escribió así. Sé crítica. Lee los Monólogos de Gálvez Ronceros, pregúntate qué corregirías ahí. Lee a Saramago, por ejemplo, El hombre duplicado o Ensayo sobre la ceguera, por mencionar solo algunitas, y pregúntate cómo harías si te dan un texto suyo, donde escasean los puntos seguidos, los puntos y coma, las rayas de diálogo. Los diálogos los separa con comas, en un mismo párrafo y después de la coma empieza con mayúscula. Lee mucho. Sorpréndete con Yo he de amar una piedra, de Lobo Antunes, ódialo, ámalo, pregúntate qué se corrige. Lee El Espía del Inca, de Dumett, ¿cómo harías? ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo se hace? Qué se hace, qué se toca, qué se deja. Pero, sabes, sobre todo, disfruta del camino, que recién empiezas.

Por último, me honras al decirme que no sabías si ibas a estar a la altura de mi escrito. Exagerada. Tienes todas las herramientas a tu favor y un par de ojos de lince acechante. Estás muy bien encaminada, joven caminante. Habías escuchado eso de que para romper las reglas, primero hay que conocerlas, ¿verdad? Tú ya las conoces, date permiso a volar cada tanto. Esas alas te las da la literatura.

Agradecida,

Katherine

Gislene Coloma: «Después de llevar el Curso Integral de Corrección de Estilo, puedo decir que soy una correctora profesional»

Comunicadora, escritora y ahora correctora. Gislene Coloma comparte sus impresiones acerca del Curso Integral de Corrección de Estilo, el cual se encuentra pronto a concluir.

¿Cómo inició tu vínculo con los textos, la redacción y los libros?

Soy comunicadora de profesión y tengo un máster también en comunicación y dirección de contenidos. Leo desde muy chica, eso lo heredé de mi mamá, quien tenía una gran biblioteca. Era de las chicas «raras», a la que premiaban con libros. Cuando tuve que escoger una carrera, me di cuenta de que quería crear cosas distintas con las palabras. La redacción creativa me encantaba, pero no había una carrera dedicada solo a ello. Vi que en la carrera de comunicaciones podía desarrollar esa vocación y el talento que yo creía tener para escribir. Empecé trabajando como guionista y productora de dos programas en Univisión de Costa Rica. Luego regresé a Perú y entré a trabajar como redactora creativa en una multinacional, lo cual me permitió vivir tranquila, criar a mis hijos y estudiar otros temas relacionados a mis aficiones. Sin embargo, sentía que me faltaba una formación profesional, pues todo se basaba simplemente en mi destreza como lectora, pero no conocía las reglas exactas.

Actualmente estás cursando el Curso Integral de Corrección de Estilo en la Escuela de Edición de Lima. ¿Cuál es tu experiencia en el curso? ¿Cómo ha sido este perfeccionamiento y de qué forma lo vienes asimilado?

Me siento mucho más segura para sustentar lo que antes era instintivo. Empecé con un taller de corrección de estilo, el cual me abrió todo un mundo lleno de posibilidades. En aquel entonces yo ya había escrito un libro de haikus y quería escribir más. A decir verdad, me la paso corrigiendo todo lo que leo, así que pensé que tenía alma de correctora. Además, por lo que me enteré, la Escuela de Edición de Lima era la única que daba esa formación. En el 2022 entré al Curso Integral de Corrección de Estilo, que ofrece una formación de casi un año. Puedo asegurarles que me siento más segura al sustentar cualquier cambio hecho por el autor o cualquier variación en la redacción. Sabemos que los autores somos muy sensibles con nuestros textos, pero estoy en la capacidad de mejorarlos y sustentarlos con conocimiento de causa. Conozco las reglas, sé por qué se tiene que escribir de una manera y no de otra. Hoy en día trabajo como consultora de comunicaciones y he incursionado ya en el tema de la corrección profesionalmente. Estoy corrigiendo una novela para una autora que vive en Estados Unidos. A medida que corrijo aprendo más, practico más y me agrada el hecho de que puedo hacerles consultas a los profesores. Me falta muy poco para terminar el Curso Integral de Corrección de Estilo, pero puedo decir que ya soy una correctora profesional.

Dices que la plana docente de la Escuela de Edición de Lima te ha ayudado con tus consultas, es decir, ¿consideras que la formación y el vínculo con los profesores es algo que se ha fortalecido en este tiempo?

Estoy encantada con los profesores. Cada docente es una fuente de sabiduría que yo no me imaginaba que existía. Son muy buenos, la selección de profesores es extraordinaria e impecable. Tal es así que, si pierdo una clase, siento que se me escapa algo importante, porque cada clase descubro nuevas cosas. El nivel de los profesores es muy alto, lo cual me ha dejado gratamente sorprendida. Creo que todo aquel que trabaje con las palabras debería tomar esta formación en corrección de estilo. Lo recomiendo totalmente.

¿Cómo ha sido tu experiencia al llevar el curso de manera virtual?

Sí funciona. Hay algunos temas un poco más pesados que otros, porque hay que leer bastante. Ahora estamos en una etapa en la que leemos mucho, analizamos y corregimos sobre lo que está en pantalla, cosa un poco más densa. Pero más son las ganancias, porque, por ejemplo, cuando llevé el primer curso en la Escuela de forma presencial, me era difícil llegar a la hora. Con la virtualidad, en cambio, es excelente. No lo tomaría de otra manera.

En algunas promociones ingresan también estudiantes de otros países, quienes comparten sus experiencias en el salón.

Sí, es súper interesante. Tengo compañeros de México, de Chile, de Colombia y es muy enriquecedor compartir con ellos, lo cual no podría ser posible en la presencialidad.

Tú eres comunicadora y te asumes como una correctora de estilo profesional. ¿Qué importancia tiene redactar bien en el trabajo? ¿Cómo aplicamos el tema de la redacción y la corrección en el trabajo, después de adquirir las herramientas en el Curso Integral de Corrección de Estilo?

En principio, debemos entender que la corrección no es redactar. Pasa mucho que te dan textos mal redactados para corregir y eso supone ya otro trabajo, pues implica no solo revisarlos sino, en ocasiones, reescribirlos. Puedes corregirlos, obviamente, pero si la casa está mal construida, por más que la pintes, la tarrajees o le pongas un nuevo techo, la base seguirá endeble. Cuando recibo textos, los leo por completo para saber si voy a pintar la casa o a cambiar tuberías, pues encuentro que muchas personas no saben redactar, que es lo primero. El corrector está para descubrir lo errores sobre algo que está más o menos bien redactado. Este curso de corrección me ha servido para saber identificar esos puntos.

Hay personas que dicen: «Soy de otra carrera, por lo tanto, no tengo la obligación de redactar bien». Desde tu punto de vista como redactora, ¿esto es un error?

Todos tenemos que aprender a redactar. Ahora, no es que estudias un curso de redacción y listo, ya sabes redactar. Hay todo un bagaje de lectura detrás. En una oportunidad fui jefa de redacción y luego gerente de contenidos, y lo que me más me costaba encontrar era buenos redactores. En principio, porque no hay una carrera específica de redacción y porque el redactor es una rara avis que lee mucho y que no sabe canalizar todo ese conocimiento. El redactor no nace con un solo curso; se macera con los años, la lectura y la práctica. Un buen redactor se nutre de lecturas, hasta que alcanza su perfeccionamiento. No tiene que ver con la carrera sino con haber leído mucho.

Quisiéramos saber tus impresiones finales sobre la escuela, los profesores, los compañeros.

Bueno, la Escuela me parece maravillosa, los profesores excelentes, me encantaron las clases. Estoy muy orgullosa por la certificación que voy a obtener. Gracias a este curso he despertado la curiosidad por investigar qué otras actividades sobre corrección hay en otros países. He descubierto que hay un gran universo de correctores. Pero, además de corregir, también quiero escribir y creo que ahora puedo hacerlo mejor. Asimismo, creo que se abre para mí un mundo que yo creía que no existía, la verdad no sabía que podían generarse ingresos corrigiendo textos. Tengo la posibilidad de trabajar en corrección, escribiendo mejor, sustentar cualquier cosa que haga en el campo de la comunicación e, incluso, en la docencia. Gracias a la Escuela, he descubierto todo este abanico de posibilidades.

Revistas depredadoras: otro tentáculo de las malas prácticas

Dante Antonioli Delucchi, docente de la Escuela de Edición de Lima y del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, nos ofrece un interesante punto de vista sobre las revistas depredadoras, las cuales engloban a publicaciones fraudulentas que buscan réditos sin someterse a los procesos editoriales de rigor.

Hace algunas unas semanas, en mi artículo Plagio, malas prácticas y conciencia pública, comentamos que las infracciones al derecho de autor, las malas prácticas y las faltas éticas han invadido (impunemente) muchos espacios del ambiente académico. También nos referimos al silencio de las autoridades responsables de proteger el derecho de autor, lo cual fortalece esta impunidad.

No resulta extraño que las noticias de los últimos días hablen de un “supuesto” plagio presidencial, tal como se habló (y mucho) hace algunos meses del presunto plagio del anterior presidente peruano. Al parecer, estamos condenados a que no pase nada, al menos en los canales formales. ¿Qué le espera, entonces, a los investigadores, autores y editores que invierten tiempo, dinero y reputación en desarrollar contenidos originales durante prácticamente toda su vida?

Continuando con la explicación sobre las malas prácticas editoriales, nos referiremos a una modalidad de fraude académico ampliamente difundido, principalmente por el incremento del uso de internet en la investigación y a la amplia difusión de los contenidos de acceso abierto1 .

Este tipo de fraude académico involucra a las denominadas revistas depredadoras (predatory journals) término acuñado en el año 2008 por Jeffrey Beall de la Universidad de Colorado, en Denver, para referirse a publicaciones académicas falsas o fraudulentas cuyo objetivo principal (o único, tal vez) es el de obtener ganancias al publicar artículos de numerosos autores sin la revisión externa y/o por pares, ni los procesos editoriales correspondientes.

Los pseudo-journals, como los llama Lluís Codina, catedrático de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, se aprovechan de la necesidad de los investigadores de publicar sus trabajos (para acceder a ratificaciones, ascensos o cargos académicos) y de su falta de conocimiento o experiencia en el campo de la publicación académica.

En una interesante investigación realizada por Larissa Shamseer et al., en 2017, se mencionan 13 características que ayudan a identificar estas publicaciones. Entre las más resaltantes tenemos:

  • La amplitud de los temas y especialidades que publican.
  • Un sinnúmero de errores ortográficos y gramaticales en sus sitios web y en las publicaciones mismas.
  • Imágenes distorsionadas o borrosas, mostrando situaciones inexistentes y sin autorización de uso, también en sus sitios web.
  • Falsa calificación Index Copernicus Value2 de los artículos que publican.
  • Muy bajo costo de procesamiento o publicación de los artículos, entre otras que apuntan a la organización formal de una revista.

Las características identificadas por Shamseer et al., son resumidas en un artículo de Elsevier Connect3 (2019) y que en el acápite «Señales sospechosas» presenta pistas para detectarlas. Veamos.

Búsqueda intensiva de manuscritos

Agresivas estrategias de promoción dirigidas a autores para solicitarles artículos, principalmente a través de mails masivos, pero desde cuentas de correo no profesionales o no académicas, los mismos que suelen terminar en el buzón de spam. Asimismo, ofrecen una rápida publicación de los artículos recibidos y la comunicación está dirigida a autores más que a lectores o al público científico.

Amplitud de temas y especialidades

Gran cantidad de publicaciones anuales de una muy amplia y diversa gama temática. Bajo costos de publicación o APC (Article Publishing Charge) como una de las herramientas para captar a más autores.

Afiliación y procesos dudosos

Difícil comprobación del vínculo entre la revista y sus editores o miembros del consejo editorial. Inexistente o pobre política de rectificaciones, correcciones, erratas y plagios. Procesos incompletos, poco transparentes, sin revisión por pares, así como falta de información sobre la difusión en línea.

Errores y malas prácticas

Exceso de errores ortográficos e imágenes distorsionadas o no autorizadas. Falsa declaración en la medición del factor ICI. Cantidad excesiva de anuncios publicitarios.

Como señala acertadamente Codina (2021):

«Quizás desde el punto de vista de un juez el cobro sea lo importante. Pero, desde el punto de vista de la integridad y de la ética científica es el incumplimiento deliberado de los estándares de calidad lo que hace que una revista sea depredadora, aunque no cobrase ni un céntimo por ello».

La mayoría de las investigaciones consultadas refieren que este tipo de fraude se convierte en un problema particularmente grave en países con baja producción académica, un mercado realmente en expansión por las necesidades de publicar “para obtener recompensas, como sea y rápido”.

Citas

[1] Según UNESCO, el acceso abierto (en inglés, Open Access, OA) es el acceso gratuito a la información y al uso sin restricciones de los recursos digitales por parte de todas las personas.

[2] El ICI es un sistema de indexación internacional de revistas mediante una evaluación multidimensional positiva que se basa en más de 100 criterios.

[3] Elsevier Connect es una organización que es parte de la empresa del mismo nombre, uno de los grupos editoriales académicos más grandes del mundo y propietario de The Lancet, Cell, ScienceDirect, Trends, la base de datos de citas en línea Scopus, entre otras fuentes de información académica de uso frecuente.

Referencias

Bealls, J. (2021). Beall’s list of potential predatory journals and publishers. https://beallslist.net/

Codina, L. (2021). Nunca publiques aquí: qué son las revistas depredadoras y cómo identificarlas. https://www.lluiscodina.com/revistas-depredadoras/

Elsevier Connect. (2019). Revistas depredadoras: qué son y cómo afectan a la integridad de la ciencia. https://www.elsevier.com/es-es/connect/actualidad-sanitaria/revistas-depredadoras-que-son-y-como-afectan-a-la-integridad-de-la-ciencia

Shamseer, L. Moher, D., Maduekee, O., Turner, L., Barbour, V., Burch, R., et al. (2017). Potential predatory and legitimate biomedical journals: can you tell the difference? A cross-sectional comparison. BMC Medicine, 15(28). https://doi.org/10.1186/s12916-017-0785-9


Lecturas recomendadas para reflexionar sobre la corrección

La lectura es un hábito inherente a la labor del corrector de estilo. Sin embargo, no solo basta con ello: debemos saber qué leer. Katherine Pajuelo Lara, docente de la Escuela de Edición de Lima y del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, nos deja dos recomendaciones bibliográficas al respecto.

«El verbo leer no soporta el imperativo» (tampoco el verbo amar), con estas palabras comienza Daniel Pennac su hermoso librito Como una novela (Anagrama, 2017). De hecho, en su lista de derechos del lector, el primero es el derecho a no leer. El autor reflexiona sobre cómo se aborda la lectura en las escuelas y sí, pues, convengamos que leer a la fuerza es un acto contrario al placer.

En el caso de los correctores, el imperativo se aplica: tenemos que leer y, además, entender el texto que vamos a corregir. Pero también hay que leer (imperativo encubierto) textos que nos acompañen en el continuo aprendizaje y también que nos entrenen. Mencionaré, por ahora, un libro de aprendizaje y otro de entrenamiento.

El aprendizaje del escritor – Jorge Luis Borges

En El aprendizaje del escritor (Penguin Random House, 2015, trad. Julián E. Ezquerra), se reúnen tres seminarios (sobre ficción, poesía y traducción) que el autor dictó en la Universidad de Columbia, en 1971, para los estudiantes y los profesores del programa de escritura.

En el seminario sobre poesía, Borges señala que luego de escribir, abandona el texto por una semana o diez días. Esto puede aplicarse perfectamente a los trabajos de corrección (¿o solo le dan una leída?). Aunque difícilmente la realidad les permita abandonar un trabajo por ese tiempo, intenten «dejarlo» descansar (y, de paso, descansan ustedes de él). Vayan por un café, a mirar por la ventana, asalten la refri (típico). Sabemos que es necesario otro par de ojos para revisar un texto, pero sabemos también que, en la vida real, es poco probable: un solo corrector para todas las etapas. Con mayor razón, abandonen el texto por un tiempo; al retomarlo, el milagro sucederá: lo verán con otros ojos.

En el capítulo dedicado a la traducción, Borges dice que «ejecuta de oído» (p. 141), que no tiene reglas fijas de ninguna especie; esto me da pie a plantear las siguientes preguntas: ¿cómo lo corregimos?, ¿estamos preparados para intervenir un Borges?, ¿nos sentiremos «dignos»?

Norman di Giovanni, traductor de Borges sostiene que «el peor problema de la traducción es traducir algo que está mal escrito en el original» (p. 141). Se tenía que decir y se dijo. Correctores, ¿no les resulta familiar? Dicho esto, si le ponemos tildes, comas y puntos, ¿un texto mal escrito automáticamente estará bien escrito? Los signos de puntuación dan sentido a un texto, nadie lo duda, pero el trabajo grueso está cuando ni el corrector, con toda la experiencia que pueda tener, comprende el sentido de un texto que cae en sus manos. ¿Lo salvará la gramática, la ortografía o su experiencia lectora? Quizá los tres, a modo de nudo borromeo.

Borges decía que le gustaba que le corrigieran y afirmaba también que para romper las reglas, había que conocerlas antes. ¿Qué opinan? Creo que es el punto de partida a la hora de hablar de estilo. Seguro habrán recibido en algún momento ese encargo de corrección con la sutil advertencia: «No me vayas a cambiar el estilo». Cuál, ¿la no aplicación de las normas? Un libro de gran utilidad que nos lleva a la reflexión.

Monólogo desde las tinieblas – Antonio Gálvez Ronceros

Un verdadero reto para los correctores. Monólogo desde las tinieblas, de Antonio Gálvez Ronceros (Peisa, 2014), compila veintitrés relatos en los que se reproduce el habla de los trabajadores negros de distintos poblados de Chincha (Ica, Perú). En sus relatos, narrador y personajes nos revelan sus alegrías, sus amarguras, sus desdichas y su negativa a la desdicha.

En «Una yegua parada en dos patas», Palmerinda celebra su cumpleaños y un grupo de hombres empieza a discutir airadamente. Ella, «con esa voz tan inmesa que parecía de buro», los enfrenta: «¡Ningún jetón me va a vení a tumbá mi cumpleaño! Sepan, carajo, que aquí no sia venío a pelease. Aquí sia venío a bailase, a comese y a bebese» (p. 80). Tarea para la casa: qué se corrige, qué no, dónde fue a parar lo correcto, qué es entonces lo incorrecto.

En «El encuentro», el niño Raulitio escuchó que, por su color, los negros eran como gallinazos y que se convertirían en uno cuando murieran. Angustiado, se preguntó: «¿Entonce yo soy gainazo?». Y le contó a su tata que sintió «mucho ñiedo poque los gainazos son animale petosos, que comen caine pordrida y petosa». Y se miró el cuerpo y se dijo: «No, seguro que ya soy, y no me doy cuenta poque toy chiquito» (p. 75).

Gálvez Ronceros elimina el dígrafo ‘ll’ en «gainazos», pero conserva la ‘y’ en «toy» (‘estoy’). Entonces podríamos decir que prima la fonética, pues como «toi» y «toy» se pronuncian de la misma manera, el autor adopta lo más parecido a lo convencional. Entramos de lleno a esa rama de la lingüística que estudia los sonidos, la fonética, y advertimos así que el autor materializa la oralidad. Escribe como hablan, sí; pero entonces, ¿qué sucede con eso de que el código hablado es uno y el escrito, otro? Fíjense en la puntuación: las comas de vocativos están, los signos dobles están, todo está en su lugar.

Estemos preparados para distintos tipos de textos. Podrán decirme que no corrigen literatura, que no es su área, pero les dará nuevas perspectivas, nuevas herramientas… nuevas dudas.

¿Dos castellanos?

Luis Miguel Espejo, docente de la Escuela de Edición de Lima, hace una revisión minuciosa sobre las diferencias y coincidencias entre el lenguaje oral y escrito, puntos importantes para quienes gustan de la escritura y la buena redacción.

En los cursos que dicto en la Escuela de Edición de Lima, especialmente los relativos a la redacción, siempre hay un espacio reservado a las diferencias y coincidencias entre el castellano oral y el escrito —para efecto de estas notas, usaré la forma «castellano» en lugar de «español», aunque son enteramente intercambiables y no afectan las observaciones y descripciones de esta lengua—. Entender esta doble naturaleza de nuestra lengua es esencial para procesar la escritura, sobre todo la académica.

En esta nota me gustaría revisar las diferentes dimensiones en las cuales se distingue un castellano que usamos para hablar y otro que usamos para escribir, así como las «zonas grises» que inevitablemente ocurren entre ambos.

Empecemos por el aprendizaje de una lengua. En condiciones normales, aprendemos la gramática de una lengua en el entorno más cercano y sin necesidad de ayuda especializada. Basta con una o dos personas para que cualquier bebé adquiera todos los elementos necesarios (léxico, sintaxis, fonología) que le permiten comunicarse con otros, pensar independientemente, imaginar, soñar, mentir.

En cambio, para leer y escribir sí necesitamos de especialistas (profesores) y de algún sistema organizado de aprendizaje (desde la motricidad gruesa hasta las destrezas más finas de producción de trazos). La escritura es, en el fondo, un código artificial; por eso existen alfabetos o logogramas que no siempre guardan concordancia con los sonidos o palabras que representan. En síntesis, son dos enfoques de aprendizaje independientes.

En términos físicos, es útil fijarnos en nuestros sentidos, porque los canales de transmisión son muy distintos. Para escribir y leer necesitamos del sentido de la vista, por ende, necesitamos de la luz. Sin luz —tanto de una lámpara como del sol o de una pantalla— los mensajes escritos no podrían ser decodificados. Por su parte, la comunicación oral necesita de nuestro sentido del oído y de nuestro aparato fonador; por tanto, necesita del aire. La capacidad de producir y decodificar sonidos depende de que exista este medio, pues así hemos sido diseñados. De este modo, sonidos y lecturas transitan por medios muy distintos y dependen de sentidos independientes.

Ahora, si se trata de socializar, queda claro que la lengua hablada es el método propicio y natural para conocer, descifrar e interactuar plenamente con otros. Somos seres sociales que coordinan y planifican gracias al lenguaje hablado. Además, la voz no solo transmite sonidos, sino un ejército de acompañantes sutiles que hemos aprendido a descifrar, como el tono, volumen, timbre de voz, los gestos, miradas, lenguaje corporal, distancias… La escritura, en cambio, fue ideada para conservar información; por eso puede ser planificada y revisada antes de ser emitida o publicada.

Finalmente, tenemos la dimensión temporal de las comunicaciones. La oralidad, en cualquier lengua natural, se ocupa y se produce en el presente, esa delgada línea que existe entre lo que ya ocurrió y lo que aún no ocurre. Dicho entre líneas, uno debe estar atento a la inmediatez de la información; de otra manera, el riesgo de «perder» contenidos es muy alto en casos de distracciones.

La atención es el requisito indispensable para la comunicación oral. Pero la escritura fue diseñada para perdurar, para tutearse con el pasado y para planificar el futuro. La escritura no debe ser producida ni consumida en la inmediatez de la comunicación oral (excepto, con ciertas limitaciones, en un chat): una persona puede escribir un texto que será leído en un momento posterior y no necesariamente por completo. En suma, la oralidad opera en el presente, mientras que la escritura se ocupa del pasado y el porvenir.

Aprender a distinguir estos rasgos es, sin duda, una gran ayuda para quienes se inician en la redacción y en la lectura atenta. Ambos formatos del castellano nos abren posibilidades distintas y demuestran la gran permeabilidad humana para elaborar comunicaciones a partir de características y normas diferentes.

Del aula a la cancha: un corrector de estilo formado en el CICE

Eduardo Berdejo Rojas, periodista y corrector de textos egresado del Curso Integral de Corrección de Estilo de la Escuela de Edición de Lima, comenta acerca de su formación en el trabajo de corrección, así como su experiencia en el curso. Aquí te dejamos esta interesante entrevista.

Durante los meses que duró el Curso Integral de Corrección de Estilo (CICE) ¿qué te pareció llevarlo a distancia?

El haber encontrado la posibilidad de llevar un curso a distancia en plena pandemia, profesionalmente me ayudó bastante. Una de las ventajas es que evitas algunos inconvenientes como el tráfico, el desgaste físico que implica trasladarse a un centro de estudios y la facilidad de interactuar con profesionales de otros países. Honestamente, yo era bastante reacio a los cursos a distancia, pero aprendí que es posible y llevarlo es mucho más sencillo que en la modalidad presencial. Si trabajo y estudio, es una ventaja tener a la mano un curso virtual.

Como me comentaste hace un momento: estuviste primero en Perú y luego te trasladaron a Colombia. Si el curso hubiese sido solo presencial, lo hubieras dejado…

Claro, por eso confirmo que un curso virtual es una gran ventaja. Yo empecé el Curso Integral de Corrección de Estilo en Perú y tuve que volver a Colombia faltando solo cuatro meses para que acabase. Si hubiese sido completamente presencial, lastimosamente habría tenido que dejarlo y perder mi inversión.

Respecto a la malla curricular del curso, ¿cuál es tu opinión al respecto?

Muy buena. Verán, a mí me gusta mucho leer y escribir, de hecho, soy periodista. Al llevar el curso, me di cuenta de muchos errores que cometía, por ejemplo, el mal uso de gerundios, el uso incorrecto de signos de puntuación o la concordancia. A veces uno piensa que basta evitar los errores ortográficos, que la frase suene bonita y listo. Sin embargo, esto va más allá. Profesionalmente me ha ayudado bastante llevar el curso.

¿De qué forma te ha servido el curso en el campo profesional? ¿Cómo te has desarrollado? Me comentabas que no eres corrector de estilo…

Cuando tomé el curso, yo estaba laborando como corrector. Sin embargo, sabía que me faltaba aprender aún más. A veces las personas a quienes les corregía sus textos me hacían preguntas y yo trataba de responderles con lo que encontraba en internet, pero me di cuenta de que me faltaba base teórica. Lo vi así: ¿por qué aquí va la cursiva? ¿Por qué en algunos textos se utiliza guion y en otros la raya? Detalles tan puntuales como estos. Primero me animé a seguir el taller de un mes y cuando hubo la oportunidad de seguir el Curso Integral de Corrección de Estilo lo tomé para perfeccionarme. Si algo puedo destacar es que me ayudó mucho a mejorar mi redacción (ahora que soy corresponsal es de vital importancia) a complicarle menos la vida al nuevo editor y a armar mejor mis ideas.

¿Qué planes tienes para más adelante?

Me gustaría publicar un libro de cuentos, ese es el siguiente paso. Cómo decía el profesor Jesús Huamán (docente del CICE) uno debe actualizarse constantemente, porque el lenguaje va cambiando. Por ello, si es que más adelante hay un curso de actualización, pienso tomarlo también para continuar mi formación, pues la corrección es toda una especialidad, todo un mundo.

Es todo un mundo, tienes razón. Cuando menos lo piensas, estás en la puerta del curso…

Claro. Cuando uno toma un curso se da cuenta lo mucho que le falta aprender sobre un tema. Entonces resulta necesaria la actualización permanente. La escritura es todo un mundo y el Curso Integral de Corrección de Estilo me hizo ver lo importante que es capacitarse. Por cierto, tengo mis separatas guardadas.

Lo bueno es que los profesores siempre están dispuestos a absolver cualquier duda, aún después de haber finalizado el Curso Integral de Corrección de Estilo.

Ah, ¿se puede hacer eso?

Claro, ¿no sabías? Siempre te dicen….

Yo pensé que acababa el curso y listo.

Si tienes sus correos y tienes alguna consulta, ellos están siempre dispuestos a apoyarte.

¡Qué bueno! Incluso recuerdo que a veces se comentaba el tema de que había iniciativas para impulsar la importancia que tienen los correctores en el sector editorial. Eso me parece excelente. Estoy feliz de haber llevado el curso.

Sobre el oficio y el perfil del corrector de textos

Un corrector necesita ser un lector compulsivo y analítico. Y es que, sin esta condición, difícilmente llevará a cabo su labor. Katherine Pajuelo Lara, correctora de textos, traductora y docente de la Escuela de Edición de Lima y del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos, amplía el tema sobre el perfil y el oficio del corrector de textos en este interesante artículo.

El primer requisito de algunas instituciones (generalmente públicas) que buscan contratar un corrector de textos es ser egresado de lingüística, literatura o ciencias de la comunicación. Otras, más consideradas, suelen agregar al final: «o carreras afines». Aprovecho la ocasión para agradecer a esas instituciones, en nombre de todos aquellos que entramos en dicha categoría.

El perfil de cualquier carrera se fundamenta en la voluntad y en la responsabilidad que asume quien vaya a ejercerla. Conozco de primera mano a egresados de administración y de ingeniería que escucharon el llamado de las letras, y habitan hoy el mundo de la edición y la corrección de textos; asistentes ejecutivas que decidieron estudiar corrección y una bióloga que se ha sentido atraída por nuestro oficio. Ahora bien, tampoco hay que caer en el positivismo a ultranza: puedo tener toda la voluntad de ser enfermera, pero si cada vez que veo sangre me desmayo, mi sentido de la responsabilidad indicará que sería mejor dedicarme a otra cosa.

Cuando digo que cualquiera puede ser corrector, quiero decir que, si tienes las ganas y la decisión de asumir con responsabilidad la tarea, no importa de qué carrera vengas o si aún no la tienes. Lo importante es que te lo tomes en serio, que decidas estudiar y que el terreno firme donde construyas y desarrolles tu nueva carrera sea la lectura. ¿Cómo podría dedicarme a corregir un texto (solo para tener un ingresito extra) si no me comprometo con las letras? La lectura facilitará en gran medida tu proceso de convertirte en corrector.

Si de la nada empiezas a estudiar gramática, por ejemplo, y te enfrentas a un análisis sintáctico, es probable que te sientas perdido o frustrado, y te preguntes por qué te metiste en este lío si tan tranquilo estabas. Aquello que ves complejo en un análisis sintáctico (con esos nombres desconocidos para muchos: sintagmas, complementos, agentes, perífrasis, adjuntos…) puede resultarte más interesante si lo comparas con algo que leíste, porque será inevitable, créeme, que te preguntes: «¿Cómo analizaría esta oración interminable de El otoño del patriarca?».

¿De qué sirve analizar una oración?, pues de mucho. Cuando te dan a corregir un texto y hay una oración o un párrafo que no entiendes, empezarás a analizarlos automáticamente, ubicas el verbo, luego el sujeto, hay algo que no te cuadra, ¿por qué si el sujeto está en singular, el verbo está en plural?; ¿antes de porque va coma?, ¿por qué a veces sí y otras no?; ¿este relativo de qué o de quién me habla? Estudiar gramática te ayuda a comprender la parte lógica de la estructura verbal. Luego, hay que estudiar también ortografía, pero ¿por qué hacerlo si Word ya viene con un editor en la pestaña Revisar? Porque sí y punto: hay que estudiar. Pasar el corrector de Word no te hace corrector profesional, con eso no está ni la cuarta parte hecha.

Hay que ser minucioso y curioso, dudar, investigar, identificar mis referencias de primera mano. La duda mata, dicen, pero a los correctores nos fortalece. Gracias a ella aprendemos a buscar más rápido, dónde y cómo resolverla; sobre todo, gracias a la duda aprendemos. El trabajo del corrector pasa también por saber escuchar y mirar. ¿Esta expresión es adecuada para un texto escrito o es lo que se ha puesto de moda en el habla coloquial? ¿El gráfico o la tabla que aparece en un texto está relacionado con el tema que se trata? ¿Cómo se ve el texto? ¿Cómo están distribuidos sus párrafos? ¿Es coherente? ¿Qué hay de su cohesión?

Se puede hacer un listado con las virtudes de un corrector de textos (de hecho, es lo que aparece en las ofertas de trabajo) y pueden incluir «ser proactivo» y (¿cómo es?, ¡ah, claro!) «que sepa trabajar bajo presión». Sin embargo, me quedo con dos requisitos indispensables: ser lector (pero saber leer, no solo leer por placer) y saber escribir. Capacitarse en un centro de estudios es siempre una gran opción, hoy la oferta de estudios es amplia. Pero, sobre todo, por si no lo dije antes, el requisito principal es saber leer.

¿De qué hablamos cuando hablamos de corrección de estilo?

Al referirnos a la corrección de estilo, abarcamos una amplia gama de herramientas, conceptos y áreas de acción. Es necesario conocer estos aspectos del oficio para comprender cuál es la magnitud del trabajo que se realiza. Katherine Pajuelo, correctora de estilo, traductora y docente del Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos y la Escuela de Edición de Lima, responde a esta pregunta y nos comenta acerca de otros detalles propios del trabajo del corrector de textos así como el perfil que debe tener.

1 ¿A qué hacemos referencia al mencionar «corrección de estilo»?

Primero, es necesario definir los límites de la pregunta y asignarle un punto de partida: el texto escrito. Dicho esto, hacemos referencia a la «corrección de textos». Con esta respuesta terminaría el uso de la primera persona en plural y pasaría a la del singular, pues no soy la voz cantante de los correctores. Lo que viene ya es un tête à tête.

Al hablar de «corrección» doy por entendido que se va a trabajar sobre algo que está mal hecho. Al decir que está mal hecho pareciera que el otro lo hizo sin ganas o de manera descuidada (aunque hay casos, ojo). Sin embargo, también me topo con textos bien escritos y solo necesitan un retoque. El corrector, en efecto, corrige errores, sean estos ortográficos, ortotipográficos, sintácticos o gramaticales. Lo que hace después con el texto es pulirlo, darle forma y dejarlo listo para que pueda cumplir su función: ser inteligible. En principio, esa sería la función. Una de las preguntas de arranque que se le debe hacer al autor sería cuál es su intención con el texto y qué quiere que haga yo como corrector.

2 ¿Podría decirse que la corrección de estilo es exclusiva de un sector de profesionales provenientes del campo de las letras o la lingüística?

No. Nada de exclusividad. Puede ser corrector quien se lo proponga. Una de mis compañeras de aula en la Fundación Litterae trabajaba atendiendo al público en una relojería de la Av. Corrientes y muchas otras eran secretarias, es decir, no necesariamente habían cursado letras. Los lingüistas no tienen por qué dedicar su vida a la corrección de textos ni tampoco los literatos. El año pasado, un maestrista de literatura me dijo que él no necesitaba escribir bien, que para eso estaban los correctores. Lo dejo ahí. Con esto no estoy diciendo que los estudios lingüísticos no sean necesarios, claro que lo son. No en vano, en Litterae, nos hicieron llevar dos años de gramática, uno de normativa y otro de latín. Pero esto no implica que solo los de letras sean los futuros correctores, te puedes convertir en el camino. Hay que estudiar, eso sí. Y hay que comprometerse con las letras, además.

3. En tal sentido, ¿qué herramientas del trabajo de la corrección de estilo nos sirve para el quehacer profesional del día a día?

En un curso integral de corrección se adquieren las herramientas que serán esenciales en la práctica profesional. Esto no quiere decir que se termina el curso y, listo, nos convertimos en correctores. El aprendizaje, como en toda profesión, es constante. Reitero, uno mismo se va formando. Con el tiempo y las lecturas, irás viendo dónde poner el ojo, «cómo detectar mentiras», diría Paul Ekman, o cómo identificar los «copipegas» de un autor apurado. Por último, dudarás. El día que dejes de dudar será que estás totalmente equivocado (acéptenme la exageración).

4 ¿Cuál es el perfil del profesional de la corrección de estilo?

Para mí (hago énfasis en que es mi opinión y no hablo en nombre de la comunidad de correctores), el profesional que se dedique a la corrección de estilo está obligado a ser lector; no queda de otra. Primero, porque se va a dedicar a leer el trabajo de terceros. Segundo, porque, según el tipo de texto que aborde, será necesario ver cómo trabajaremos esa gramática, esa ortografía o ese ortotipo. Es probable que nos enfrentemos a textos donde lo «incorrecto» sea precisamente lo «correcto».

5. Sobre esta última acotación, respecto a lo «incorrecto» que termina siendo «correcto», ¿en qué casos se suscita?

Por ejemplo, en obras literarias donde los nombres propios se escriben con inicial minúscula, como en la nouvelle de Filonús Gonzáles (2023), Un delicado temblor. En otros donde no encontramos punto y coma, o que después de una coma empiecen con mayúscula, como en El hombre duplicado de Saramago; que tengan párrafos extensos donde varias voces, sin rayas de diálogo que las identifique, hablan entre sí o piensan ensimismadas, como en El otoño del patriarca de don Gabriel García Márquez. Quién podría corregir literatura, ¿un literato? Después de la respuesta de aquel maestrista que dijo «no importa cómo escriba, después contrato un corrector», dudo que la respuesta sea que un literato sea idóneo para ello. Ni me quiero imaginar lo que habrá sido corregir la traducción al español de Yo he de amar una piedra, de Lobo Antunes, los desafío.

6. Entonces, es un error pensar que solo basta con tener ciertos conocimientos afines al oficio.

No basta conocer la ortografía, gramática y ortotipo del idioma; el corrector, a partir de la lectura, reconoce el texto como una unidad cohesiva y coherente. Si no lee, ¿cómo podría darse cuenta de los diferentes estilos que traen consigo los autores de literatura, académicos o administrativos? ¿Cómo podría asesorar en cómo expresar mejor una idea, en cómo lucir mejor el texto, en qué decir primero y qué después? El perfil del corrector se forma más allá del curso de corrección que el interesado siga. A decir verdad, parte del compromiso de cada futuro corrector, y ese compromiso comienza con la lectura.

7. En su opinión, ¿cuál sería el objetivo principal de un corrector de estilo?

El objetivo principal es entregar un texto limpio e inteligible. Para llegar a dicho objetivo, sería conveniente cumplir con unos pocos ideales como entrevistarse con el autor y conocer qué quiere transmitir, a quién, cómo se lo quiere decir y qué quiere conseguir. Después estaría investigar sobre el tema que se va a corregir y pedir material de referencia si es necesario. Por último, tener material de consulta lingüística confiable en internet y en físico, pues no cambiamos un texto partiendo del «no me gusta» o porque «lo prefiero así». Debemos ser capaces de justificar nuestros cambios.

8 ¿Cuál es el proceso de la corrección de estilo? ¿Existe algún método o pauta a seguir?

No creo que haya un método definitivo, cada corrector tendrá el suyo. Depende también del tipo de texto que tengamos que corregir. Por ejemplo, si tenemos un documento ya maquetado y hay que darle una última revisión, observo primero qué característica general tiene el texto. Si estuviera diseñado en columnas y con palabras cortadas con guion al final del renglón, encendería la alerta máxima y dirigiría mi atención a los extremos laterales de cada columna. He visto cómo cortaron «peruano» a final de línea: en la línea superior quedó «peru-», en la inferior, «ano», y no es lo recomendable.

Considero que la corrección de estilo no es una receta de cocina, mejor dicho, podemos crear nuestra propia receta según los ingredientes que tengamos a la mano y los utensilios con los que contemos. Es decir, usaremos hornilla a gas, eléctrica, ¿fogón? El método dependerá definitivamente del texto que se trabaje, aquí tenemos para hablar largo y tendido.

9 ¿Es lo mismo «editar un texto» que «corregir un texto»?

Cuando corrijo, edito. Salvo que el autor o la casa editorial me indiquen lo contrario, mi trabajo trasciende lo ortográfico, ortotipográfico y gramatical. Creo que la corrección de textos es un trabajo integral. ¿Cómo podría preguntarle al cliente si solo quiere que le corrija ortografía o gramática? ¿Cómo podría preguntarle si también quiere incluir ortotipografía sin que se le queden los ojos en blanco? «Señor cliente, puede agrandar su combo con una revisada de ortotipo si gusta. Claro, tiene que pagar más». Imposible, es integral, es el todo. Por eso empecé diciendo que dependerá de las instrucciones previas.

No tengo una lista de servicios: si quieres este servicio, tanto; si quieres esto otro, tanto… No podría trabajar así, ¿cómo podría frenar a mi cerebro y decirle que no mire o no preste atención a algo que está mal o que podría ir mejor? Yo no puedo, no soy tan robótica; estaría bueno, pero no puedo, tampoco lo recomiendo.

10 ¿Qué libros recomendaría a quienes desean incursionar en la corrección de estilo?

En las primeras respuestas, mencionaba que uno de los deberes de todo corrector es leer, esto implica que saber leer también; ser crítico con la lectura, no quedarse en el «me gusta» o «no me gusta». Una vez un joven sabio me dijo: «Sobre si te gusta o no, lo podemos conversar en un bar, aquí lo que importa es que te alejes del texto y tengas una percepción crítica». Saber leer y saber escribir van de la mano. Y es que, en el universo de las letras (cuyos agentes principales son el autor, corrector, lector), los correctores quedamos en el medio, en un lugar que nos exige saber de ambos oficios.

Dicho esto, no voy a recomendar libros sobre corrección de estilo propiamente dicho, pero sí libros vinculados con la literatura que nos pueden orientar en nuestro oficio. Mencionaré apenas cinco, pero, en realidad, el que quiere incursionar en la corrección tiene que haber pasado ya por varios libros.

Capítulo 112 de Rayuela, de Julio Cortázar (luego tiren la piedrita al casillero 99); Mientras escribo, de Stephen King; De qué hablo cuando hablo de escribir, de Haruki Murakami; Como una novela, de Daniel Pennac; El infinito en un junco, de Irene Vallejo, lectura recomendada para los amantes de los libros o para los que quieran hacer votos de amor con ellos. ¡Nos vemos en la Escuela!

¿Cuál es el perfil del corrector de estilo?

Se suele pensar que la corrección de textos pasa por poseer conocimientos básicos sobre gramática y ortografía, así como un poco de destreza en lectura. Ha llegado el momento de derribar ciertos mitos.

Un corrector, en principio, es un profesional con un método de trabajo establecido y dueño de destrezas específicas que lo encaminan a una sola tarea: la perfección en un escrito.

El corrector es el responsable de mantener la uniformidad de las normas en un documento y preservar la concepción de la obra marcada por el autor y, de algún modo, por la editorial. Entonces, va más allá de colocar puntos, comas y tildes.

El perfil del corrector

Como todo trabajo, la corrección de textos exige un perfil para el profesional que se dedique a esta tarea. A continuación, te presentamos algunas.

1. Competencia gramatical

El corrector de textos debe conocer y manejar las normas gramaticales del español y aplicarlas con criterio y practicidad, de modo que faciliten la toma de decisiones ante cualquier eventualidad.

2. Competencia léxica y morfológica

Conocer la formación correcta de las palabras, así como los significados exactos de los términos, es una condición de vital importancia para el corrector.

Por otro lado, un corrector de textos debe tener un conocimiento básico del léxico de la materia sobre la cual trabaja. No se trata de ser especialistas en todo, sino de ser responsables.

3. Competencia ortográfica

Está bien conocer acerca de las normas de acentuación y todo lo que implican las normas básicas de ortografía. Sin embargo, el corrector va más allá de eso.

Mantenerse informado sobre las actualizaciones y disposiciones de la RAE también es parte del trabajo.

4. Competencia tipográfica

El corrector debe informarse respecto a los criterios que aplica el editor en cuanto a la composición de un texto, así como su interpretación tipográfica. Por ejemplo, el uso de negrita, cursiva, tamaño de letra, tipo de fuentes, distribución del texto, espacios, entre otros criterios.

5. Sentido común

Punto sencillo, pero pocas veces tomado en cuenta. El buen corrector mantiene una actitud dialogante con todos los miembros involucrados en el proyecto. Por otro lado, avoca su trabajo de acuerdo a las directrices dadas por el cliente y el criterio del editor.

De nada vale conocer a fondo normas y reglas, si no se posee el sentido necesario para analizar y trabajar sobre un documento.